Un drama familiar. Una desgracia. No, más que eso: una tragedia espantosa como un agujero negro que se agrieta y se ensancha y se vuelve enorme hasta que, de pronto, alguien lo tapa. "Tarde o temprano yo también seré sólo un texto", escribió Jorge Barón Biza en El desierto y su semilla, quizás sabiendo que una vez que algo se convierte literatura, ya es eterno.
Publicada en 1998, la novela basada en hechos autobiográficos comienza narrando el suceso del 16 de agosto de 1964, una reunión entre abogados y whiskys donde sus padres le ponen punto final a su conflictivo matrimonio. Van a firmar por fin la separación legal. Estaban en la Capital, en un departamento sobre la calle Esmeralda. Afuera hacía frío y las ventanas estaban cerradas. Entonces la violencia, la calamidad: Raúl Barón Biza —escritor, provocador, terrateniente, millonario— le arroja ácido sulfúrico en la cara a Clotilde Sabattini —dirigente radical, pedagoga, hija del Gobernador de Córdoba Amadeo Sabattini—. A la noche, atormentado por lo que acaba de hacer, regresa al departamento, se apoya un 38 en la cabeza y dispara.
Jorge Barón Biza es el hijo de ambos. En la novela es Mario y sus padres, Arón y Eligia. El desierto y su semilla narra esa tragedia familiar que deviene en un siniestro tour por Europa en el que él acompaña a su madre en busca de cirujanos que reconstruyan su rostro desfigurado. Mientras los doctores operan, ponen injertos y colgajos, él sale a emborracharse, a recorrer ciudades llenas de arte, a charlar con extraños, a relacionarse con prostitutas, a volcar su angustia retenida sobre situaciones viscerales. Vuelve al hospital, la cuida unos días y se vuelve a ir; así durante un largo tiempo.
La novela es, sin dudas, una verdadera joya literaria —escrita con mucha sensibilidad, pero sin caer en la sensiblería— pero claro, sobresale el borde de esa historia real que continuó latiendo. Clotilde Sabattini va a acabar con su vida en el año 1978, a sus 59. El escenario será el mismo departamento de la calle Esmeralda. Abre una ventana y se deja caer. María Cristina, su hija, se suicida con una sobredosis de barbitúricos en 1988. Y el mismo Jorge, completando el círculo que inició su padre, siguió su madre y continuó su hermana: un 9 de septiembre de 2001, y sin que nadie lo percibiera, en el barrio de Nueva Córdoba, piso doce, salta y muere.
¿Qué hay detrás de toda esta historia? ¿Cuál es el verdadero valor de la novela? Los que conocieron a Jorge Barón Biza y los que lo leyeron echan algo de luz sobre esta oscuridad reinante, la cobertura de un tema tabú que, a medida que se resquebraja, se vuelve más inquietante.
Mi padre, mi enemigo
Jorge Barón Biza nació en Córdoba pero en seguida partió de viaje, obligado por el exilio y la persecución política de los regímenes dictatoriales contra su familia radical. Al volver, el peronismo detiene a Clotilde y la envía a la cárcel de mujeres del Buen Pastor y allí también estará él, con sus hermanos, pero poco tiempo, porque al año se exilian todos en Montevideo.
La influencia de su madre en la política fue mucho mayor que la de su padre —fue impulsora de reformas educativas de vanguardia; él, un financista, un pseudorevolucionario, un conspirador—, pero Raúl Barón Biza era un provocador, y eso, quizás, lo vuelve ineludible. Escribió varios libros inscriptos en la tradición del Marqués de Sade y uno de ellos, El derecho de matar (1933), lo envió al Vaticano recubierto de plata y alpaca, con una carta dirigida a Pío XI que expresaba el motivo: "para que sea una nota relevante de brillo en el salón entristecido de tu biblioteca oscura".
La influencia de su padre, le cuenta a Infobae Cultura Candelaria de la Sota, autora de la biografía El escritor maldito: Raúl Barón Biza, fue "de mucha tirantez, de mucho conflicto; debe haber sido un lugar común entre todos sus hijos. Barón Biza imponía reglas muy contundentes y tenía un ego enorme. Cuentan que cuando estaba de muy mal humor se vestía de negro, así que si lo cruzabas en la calle de negro, mejor que ni te le acercaras a hablar."
"A Jorge lo conocí muy tangencialmente porque daba clases en la Universidad, donde yo estudié, y a todo el mundo le encantaba. Se lo notaba una persona triste. Editaba la revista farandulera La revista y ahí, de repente, en algún momento, puso fotos de las fiestas que su padre hacía. Raúl se emborrachaba y se sacaba fotos tras las rejas, burlándose de la ley", cuenta y narra otro recuerdo: "Iliana, hermana de Clotilde, fue convencional constituyente en la reforma de la Constitución de Córdoba y militaba en el radicalismo. Ella vivía en el mismo edificio donde vivía yo cuando estudiaba, en el barrio Nueva Córdoba. Me lo he cruzado cuando la iba a visitar. Iliana era una señora grande que vivía con un montón de gatos. Él la quería mucho", cuenta De la Sota.
"Raúl Barón Biza quedó como un personaje tabú del que nadie quiere hablar —comenta De la Sota—. La tragedia final, el ataque contra Clotilde, el suicidio y todo lo que pasa después… es como que Barón Biza es algo karmático. No debe haber sido fácil para Jorge ser hijo de Raúl Barón Biza en términos de mirada social, de la mirada de los otros. Tener un padre que escribía las cosas que escribía, cuestiones muy provocadoras, pero además la relación tan conflictiva entre su padre y su madre, eso seguro lo ha marcado. No olvidemos que es él quien acompaña a su madre en todo el peregrinar por Europa para reconstruir su rostro."
El ensayista y docente universitario Christian Ferrer fue amigo de Jorge Barón Biza y, por una especie de pedido implícito, terminó escribiendo la biografía de su padre. Barón Biza, el inmoralista es el título. "La relación no era mala, según me comentó —le dice Ferrer a Infobae Cultura—, pero sin duda muchas actitudes del padre le resultaban desconcertantes. Pero, ¿es que acaso existe alguien que entienda verdaderamente a sus padres, o bien los padres a sus hijos? No le tocó una familia fácil, pero ninguna lo es. Por lo demás, yo no detecto influencia estilística entre ambos y, sin duda, Jorge Barón escribía mejor que Raúl Barón Biza."
Cuando ocurrió el episodio del ácido, Jorge Barón Biza tenía 22 años y desde ese momento, pese a la relación complicada que tenían sus padres, supo que su vida seguiría siendo (todavía más) un elemento secundario en la trama, la ayuda permanente de un cuerpo querido que debía rebautizarse. Pero además, y más allá del conflicto, la relación con su padre se terminó. Sin demasiadas respuestas, tuvo que seguir adelante, encarar ese momento, resistir la locura de querer entenderlo. De hecho, en El desierto y su semilla, escscribe: "Mi fracaso por comprenderlo me ata a él".
Mi celosa intimidad
Fernanda Juárez y Jorge Barón Biza siempre se trataban de usted. Se conocieron en la Universidad Nacional de Córdoba. Él era profesor agregado en la cátedra de Movimientos estéticos en la licenciatura de Comunicación —su paso por la academia fue breve ya que no tenía título universitario— y ella, su alumna. Sin embargo, su relación comenzó en el diario La Voz del Interior. Jorge escribía crónicas y críticas de arte, y Fernanda, que era pasante, se convirtió en su asistente. aunque con el tiempo tejieron una amistad que excedió lo profesional.
"Cuando lo conozco estaba en el trámite de publicar El desierto y su semilla, de hecho yo leí algunos de sus originales porque él lo distribuyó entre alguna gente —le dice Juárez a Infobae Cultura del otro lado del teléfono—. Él tenía la intención de que saliera en Buenos Aires, lo presentó en un concurso que hacía Planeta (ese año lo ganó Ricardo Piglia con Plata quemada) y él ni siquiera queda entre los finalistas, por eso se decepciona bastante. Era una época muy difícil, él estaba recluido en Córdoba. Entonces decide pagar la publicación de su bolsillo. En su momento, tiene un auge lo vuelve a conectar con Buenos Aires: lo leen varios críticos, Fogwill por ejemplo. Pero él no tuvo la paciencia y ahí nomás quedó. Creo que tenía muchas expectativas."
En Córdoba, las familias de alta alcurnia todavía hoy se tratan de usted. Jorge Barón Biza heredó esa costumbre de su familia terrateniente. "Un día me llamó sólo para eso: para decirme que por qué lo trataba de usted. Yo le dije que lo hacía porque él me trataba de usted. Y seguimos así", recuerda Fernanda Juárez, dando una de esas pinceladas claves, detallistas, sobre el retrato de Barón Biza.
Christian Ferrer lo acompañó en el período de escritura de El desierto y su semilla y también cuando entregó el original al Premio Planeta. "Lo ganó Piglia en medio de un escandalete literario —recuerda—, y la novela de Jorge no fue elegida por el jurado ni siquiera entre las diez primeras. Dado que obtuvo reconocimiento posterior, en pocos años más, no estoy seguro si los criterios de selección de los premios literarios hacen que las obras valiosas pasen inadvertidas o si es que los estilos autorales del momento (temas, énfasis, actualidad) predeterminan aquello que es seleccionable y lo que inevitablemente será descartado, al menos hasta que los lectores decidan por sí mismos. En todo caso, Jorge tuvo que publicarla por su cuenta."
¿Cómo lo recuerda? ¿Cómo era? "Una persona amable, culta, lo que es decir autodidacta —confiesa—, alguien que se había formado a sí mismo. En la conversación se notaba su erudición, pero como al pasar. Lo recuerdo como a una persona que había luchado por sacar de sí mismo toda violencia pero evidentemente era alguien afectado por las tragedias familiares. Como periodista, escribió algunas de las mejores notas sobre arte y cultura popular. Creo que se acercaba a obras de creación y a acontecimientos sin mucho preconcepto: él iba a aprender."
Marcelo Scelso es primo de Barón Biza, aunque no de sangre. Es hijo del primer matrimonio de María Luisa Pando —a quien Jorge Barón Biza le dedica su novela: "a mi tía con nombre de tía"— quien luego se casa con Alberto "Tucho" Sabattini, hermano de Clotilde, la madre de Jorge. "Tucho" es conocido por, entre otras, cosas una anécdota que ocurrió el 29 de octubre de 1950: se batió a duelo con Raúl Barón Biza y, tras unos cuantos disparos, lo dejó rengo para siempre. Sin embargo, a diferencia de sus padres, Marcelo y Jorge tuvieron una muy buena relación.
"Tuve el lujo de que Jorge me mostrara Buenos Aires —le dice Marcelo Scelso a Infobae Cultura—. A los 14 y 15 anduve mucho con él, en el periódico, en el Colón, en la vida cultural porteña. En ese momento vivía en la calle Esmeralda, en el departamento de las tragedias. Jorge lo había transformado: le había pintado todas las paredes de negro y le puso cortinas moradas".
"El problema real de la familia fue Raúl Barón Biza", dice Scelso mientras sonríe, y vuelve a conversar sobre la depresión de Jorge: "Los depresivos no son gente triste. Sino absolutamente alegres, sólo que tienen ese problema que de cuando en cuando van en picada. Jorge era un excelente tipo, un hombre sabio, que es más que instruido. Era la persona más culta que conocí. Nada que ver la idea que se tiene ahora, era un tipo divertido, buena persona y tenía una relación especial con mis hijos. Pero tenía encima una condena… y la cumplió", comenta y luego, tras un silencio breve, toma aire y agrega: "Él decía que cuando abría la ventana sentía ganas de tirarse".
Mi depresión, mi suicidio
Fernanda Juárez lo recuerda siempre; tuvieron una gran amistad, hasta que ocurrió el desenlace fatal en 2001, dos meses antes de que explotara la Argentina.
"Un año y medio antes —cuenta—, Jorge se había internado en una clínica porque estaba con muchísima depresión. Para mí fue una sorpresa porque él decía que había dejado el alcohol. No participaba en reuniones justamente para preservarse. Se iba a mudar, estaba con ganas, después de esa mudanza tiene una crisis. Yo lo voy a ver a la clínica, la de Sylvia Bermann —a la otra persona que le dedica el libro—, la psiquiatra que había atendido a la familia. Después de verlo en esa situación pensé que se iba a morir."
¿Cómo estaba? "Muy afectado, muy delgado, deteriorado, no era la persona que yo conocía. Pero cuando salió se puso muy bien, aunque a veces lo notaba bastante apagado. Y después él se suicidó, fue el 9 de septiembre, me acuerdo que era domingo. El viernes me llamó y me dijo que se iba de viaje a Rosario. Viajaba mucho, daba clases. Me llamó porque estábamos siempre en contacto, pero para mí fue una despedida más, como cualquier otra. Nos saludamos, quedamos que nos veíamos a la semana siguiente. Yo tenía cosas que llevarle, papeles."
Ese domingo, un llamado de Susana Fiorito, esposa de Andrés Rivera, fundadores de la Biblioteca Popular Bella Vista donde Fernanda trabajaba, le dio la noticia. Jorge Barón Biza estaba muerto. "Fueron años de no poder ni siquiera pensar. Fui al velorio el lunes un ratito. Fue a cajón cerrado en una casa velatoria en Córdoba", recuerda y más tarde, en un extenso y sensible diálogo con Infobae Cultura, dice: "Si lo hubieras conocido… ¡la vitalidad que tenía! De hecho, nunca hablaba de la familia, era como un pasado remoto. No estaba todo el tiempo volviendo a eso. Lo que siempre relataba era el episodio del alcoholismo. Era un hombre curioso. Si lo tratabas, no parecía una persona depresiva, ni abandonada, ni en su aspecto; siempre quería hacer cosas."
Por mail, en un archivo adjunto, Fernanda muestra una tarjeta que Jorge Barón Biza le mandó, como solía hacer, luego de que ella lo visitara en la clínica. De un lado, la pintura de Fernando Fader, La visita; y del otro, un texto breve y lleno de gratitud, escrito con birome azul que dice "usted (¿vos?) has sido una ayuda insustituible y no puedo menos que expresarle la gran amistad que siento a pesar de las décadas que nos separan", y también: "Estoy solo y mi proyecto de cueva ha salido mal".
"En esa cueva —agrega Fernanda—, como él llamaba a ese departamento, no podía dormir por el ruido. Se fastidiaba. Buscaba alternativas para que el sonido de la calle no se filtrara por la ventana".
Mi novela, mi trascendencia
Leonora Djament es la editora de Eterna Cadencia, editorial que rescató en 2013 esta novela, quince años después, con prólogo a cargo de Nora Avaro. "Todos en la editorial éramos fans de El desierto y su semilla —le dice a Infobae Cultura— y nos dimos cuenta de que estaba agotada hacía mucho tiempo. Así que empezamos una pequeña investigación para dar con los herederos. No fue fácil, pero gracias a la ayuda de algunos amigos y cómplices dimos con ellos y les propusimos reeditarla. Una novela que, por cierto, nos tiene muy contentos porque no solo se lee en castellano sino en varios idiomas, gracias a editoriales extranjeras que estuvieron interesadas en traducir el libro."
La primera edición de El desierto y su semilla apareció en 1998 editada por el sello Simurg —en la tapa, una pintura de Giuseppe Arcimboldo, elegida por él mismo— y se reeditó al año siguiente. Fue aclamada y leída, pero al ser tan visceral la historia, tan verídica, la vergüenza de una sociedad que prefería olvidar pudo más. Un tiempo después cruzó el Atlántico. Primero llegó a Italia, en el 2005, y luego a España en 2007. Francia la editó en 2011, Holanda el año pasado y en abril próximo saldrá en Inglaterra. Babelia, la revista del diario español El País, lo colocó dentro del ranking de los mejores 25 libros en español de lo últimos 25 años.
Para Djament se trata de "una de las novelas más interesantes y singulares que se escribieron en la última mitad del siglo XX. Cuando la palabra 'autoficción' no asomaba todavía en la escena literaria local, cuando los femicidios todavía no tenían nombre, Baron Biza escribió una novela única utilizando como material su propia historia familiar, para llegar a los límites de la literatura y de la lengua."
"Por otro lado, El desierto… no deja de anudar la novela familiar a la historia de nuestro país: el cuerpo de Evita embalsamada y el rostro de la madre reconstruido arman un contrapunto en sordina. Se trata de una novela hecha de harapos, de tejidos, de sangre, de injertos, de horror, que no se regodea, pero tampoco busca una feliz redención literaria", concluye la editora.
Christian Ferrer reflexiona y concluye que "es difícil decir qué lugar ocupa esta novela en la historia de las letras argentinas, porque no ocupa ninguno, lo que ya es decir algo. Es decir, es autónoma, no tiene parientes claros, no se parece a otras. Jorge Barón no estaba enredado en el sistema literario local ni era autor conocido fuera de Córdoba. Tampoco tenía libros publicados y ya había superado los cincuenta años. Sin embargo la novela fue leída por gente evidentemente más joven, una vez que él se fue de este mundo. Una novela que ha sido traducida a seis idiomas europeos, y sin ningún tipo de ayuda oficial, ya dice algo."
"Por otra parte, es un libro casi insoportable, doloroso —continúa Ferrer—, impele al lector a sentir horrorizada empatía por el desconcierto y la desesperación del protagonista, por el 'dolor de la carne'".
Marcelo Scelso, que además de ser su primo es licenciado en Letras, cuenta que en su momento le llegó un manuscrito. "Esta novela yo la corregí. Es una especie de confesión, además del contenido literario, porque tiene un contenido vivencial. Cuando la leí, traté de objetivar mi opinión, pero la verdad es que la novela es preciosa, está escrita maravillosamente bien. Es raro que sea escrita en Córdoba, en ese momento no había tantos novelistas. El desierto y su semilla tiene la develación de la intimidad y por otra parte el valor literario, que era inmenso. Sacando el tema, que algún día va a olvidarse, la novela va a seguir viviendo. De hecho en otros países, que no se quedan tanto en lo que pasó, la están leyendo mucho."
Para Fernanda Juárez, la novela también "es un gran homenaje a su madre. El escritor de la familia, la persona vinculada a las letras, aún en lo trágico, era su padre. Él sentía que faltaba contar algo más de su madre. Tenía la idea, de hecho me lo comentaba, de mostrar lo que fue su madre, la primera mujer que accedió al cargo de Secretaria de Educación, sancionó leyes importantes y ayudó a las cooperativas, a las escuelas pilotos, ideas pioneras y revolucionarias en el campo de la educación. Todo eso quedó tapado por la tragedia. Jorge creía que se había desdibujado".
"Además, la familia no recibió con tanta alegría esa novela, porque quería dejar ese episodio en el pasado —continúa Juárez—. Hay una dificultad con los derechos de autor, sobre todo porque él no tuvo hijos, herederos, pero por suerte hace unos años se destrabó. La novela empezó a tomar vuelo en Europa. Acá tengo ediciones, la de Francia es preciosa", dice, mientras se oye, del otro lado del tubo, el sonido de las hojas, tapas que se abren y se cierran.
Mi vida, después
Hay un libro que reunió los mejores textos críticos y ensayísticos de Jorge Barón Biza y que vio la luz recién en 2010: se llamó Por dentro todo está permitido y fue por un subrayado que él hizo a su edición de Viaje al fin de la noche, la novela de Céline. Ahora, Fernanda Juárez está trabajando en el próximo libro de Barón Biza, una segunda recopilación que, asegura, saldrá este año por la editorial Caballo negro. "Es una búsqueda más profunda y más abarcadora de su obra. Y un poco la idea es rescatar el gran periodista cultural y crítico de arte que fue. Él, más que escritor, se reconocía de esa forma", comenta.
Hace veinte años, El desierto y su semilla veía la luz. Jorge Barón Biza se convertía finalmente en escritor, pero de una manera poco convencional, narrando desde su punto de vista y envolviendo en el ropaje de la ficción una tragedia familiar calamitosa. A uno le gustaría creer que ese exorcismo literario lleno de intimidad debería haber ahuyentando los fantasmas, al menos a algunos, los más terribles.
Tres años después y con algunas decepciones a cuestas, durante una madrugada fresca de septiembre, saltó al vacío. ¿Se habrá sentido satisfecho por su breve pero imponente tarea literaria? Tal vez sí, pero eso ya no importaba, porque ahora ya es, como escribió, "sólo un texto". Y eso es un montón.
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