José Luis Cabezas fue golpeado, maniatado y asesinado de dos balazos en la cabeza la madrugada del 25 de enero de 1997. Su cadáver fue hallado en la ciudad de General Madariaga, dentro de un Ford Fiesta gris, calcinado. Era reportero gráfico y trabajaba en una investigación sobre el empresario Alfredo Yabrán, implicado en casos de corrupción. Hacía poco, Domingo Cavallo —en el '95, cuando era Ministro de Economía— lo había acusado de ser "jefe de una mafia enquistada en el poder". Su cara no aparecía en ningún lado y las viralizaciones social media aún no habían nacido para escracharlo. Se movía con impunidad, incluso llegó a decir: "Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente". Esa tarde de calor, José Luis Cabezas le sacó dos fotos mientras Yabrán caminaba sin que nadie sepa quién era en una playa de Pinamar en febrero de 1996 y al mes siguiente, en marzo, salió en la tapa de la revista Noticias. Casi un año después, el asesinato.
La Justicia avanzó —fueron condenados, entre otros, el jefe de custodia de Yabrán y el comisario de Pinamar— y en mayo de 1998 dictaminó una orden de captura contra el empresario y su personal de seguridad. Cinco días después, prófugo y clandestino, en el pueblito entrerriano de Aldea San Antonio se puso un arma en la boca y disparó. Su rostro, irreconocible, —sumado a una transacción comercial a su nombre en Estados Unidos en 2002— agigantó el mito de que Yabrán sigue vivo.
Pero Cabezas no. Murió por ejercer su trabajo de fotoperiodista, de documentar la verdad, la realidad, incluso la que el poder prefiere mantener silenciada. Se trató de un caso clave en la historia reciente argentina, porque ponía en tela de juicio la libertad de expresión. En su nombre, la Ley 24.876 de 1997 estableció el 25 de enero como Día Nacional del Reportero Gráfico.
La pregunta que hoy aparece es: ¿Qué es el fotoperiodismo en la actualidad? ¿Por qué es tan necesario para una sociedad como la nuestra, sobreinformada y saturada de imágenes? ¿Son buenos tiempos para esta profesión?
Compromiso y honestidad, requisitos necesarios
Si la fotografía nació —parafraseando un poco a Walter Benjamin— para reproducir los momentos irrepetibles, esos que antes sólo se podían narrar y el que leía o escuchaba sólo le bastaba creer; si una de sus funciones principales está en sacar de la vitrina de lo irreproducible a ese estar ahí para darlo a conocer al mundo entero, entonces la fotografía tiene un rol político, el de mostrar lo que realmente sucede. Más aún si hablamos de fotoperiodismo. Por eso, Nicolás Borojovich prefiere, en estos casos, no establecer una división tan tajante entre texto y foto. "Somos periodistas, tenemos una voz que son las imágenes y sólo hay una oportunidad para hacerlas. El trabajo tiene algo maravilloso y romántico que es la diversidad y amplitud de todo lo que puede hacer. Por ejemplo, el 18 de diciembre un colega estuvo cubriendo un brindis en una embajada al mediodía y por la tarde cubrió la represión en Plaza de los dos congresos", dice en diálogo con Infobae Cultura sobre los vericuetos de esta profesión que, como la vida, es una convivencia de matices. Borojovich recuerda varias de las coberturas que hizo pero ahora, en esta breve entrevista epistolar, dice: "El año pasado me tocó cubrir inundaciones en Entre Ríos y Corrientes, que más allá del dolor por las pérdidas materiales de la gente, sentí que el trabajo de uno puede ayudar de alguna forma."
A Nicolás Stulberg se lo puede ver en lugares imprescindibles. Silencioso, concentrado, con la cámara en mano, está en todo tipo de manifestaciones sociales para capturar ese momento irrepetible, ese presente que siempre se escurre. Estuvo también en la multitudinaria movilización al Congreso de la Nación que se opuso a la Reforma Previsional. Ese 18 de diciembre pasado, entre las balas de goma y el gas lacrimógeno, sacó varias fotos para Infobae. "El fotoperiodismo es imprescindible —asegura—, es un registro absoluto sobre un hecho. Mucho más hoy en donde hay cantidad de medios alternativos de publicación y ni que hablar de la web o redes sociales. Uno puede mostrar determinada mirada sobre algo que pasó más allá del uso editorial que le de el medio donde trabaja. La presencia del fotógrafo es fundamental como documento, como testigo. Estar en el lugar de los acontecimientos es el motor que mueve a cualquier fotoperiodista. Es de alguna manera ser parte vivencial de la historia. Nadie te va a contar qué pasó o dejó de pasar. Uno está ahí y debe hacerlo con honestidad".
En este sentido, Julieta Ferrario, que también es fotoperiodista, asegura que se trata de una profesión que exige un compromiso. "Contar con imágenes una historia, poder visibilizar, quizás intentar generar cierta conciencia, transmitir emociones", le dice a Infobae Cultura, y agrega "que no tiene que ver con la objetividad. No mezclemos, no existe. Hacemos un recorte de la realidad en base a nuestras ideas y vivencias". Se trata, entonces, de mostrar la realidad, y en ese gesto, en esa representación hay una subjetividad lógica. Nunca dos fotógrafos distintos pueden tomar la misma foto, aunque el hecho sea el mismo.
Cuando Patricio Murphy abrazó el fotoperiodismo, dice, ya era grande. Trabajaba de músico pero la fotografía la tenía de hobbie y aparece, entonces, el momento clave: "El 20 de Diciembre de 2001 tendría que haber viajado a tocar a Posadas, pero en cambio me encontré a la mañana, sentado delante de la tele. En un punto me dije 'no quiero que me la cuente nadie', tomé la cámara y me fui a la Plaza con dos rollos de 36 y uno de 24. Mi trabajo de ese día es para el olvido, rescato un par de fotos que se pueden mirar y dicen algo, y una cantidad de enseñanzas. Pero sin dudas que fue un día en el que el trabajo de los reporteros fue clave".
Para Murphy, que ha estado en una innumerable cantidad de manifestaciones, "el fotoperiodismo es una ubicación de lujo para ver los hechos que algún día serán parte de la historia. Es también una oportunidad de dejar un registro hecho por alguien que estuvo en el lugar y que, aún en estos tiempos de Photoshop, es una manera de decir 'esto pasó, acá lo tenés'. Cualquier otra cosa que no sea la imagen puede ser reducida a 'es tu palabra contra la mía'. La foto está ahí. Me interesa de la foto que no tenés otro modo de hacerla que no sea acercándote al hecho. Podés escribir a partir de fuentes, pero para hacer la foto tenés que ser testigo presencial".
Malos tiempos para la verdad
El presente siempre es un lugar de conflicto. Concebimos una realidad que muta y, de golpe, ya no es la misma. ¿Cómo entender eso que pasa frente a nosotros si, además, una revolución tecnológica parece dar vuelta todo? ¿Qué tensiones existen entre el fotoperiodismo e internet?
Como dice Borojovich, "estamos en un momento de ruptura en la profesión. Estamos atravesando un cambio de paradigma en la comunicación. No solo en el fotoperiodismo, en la prensa en general. La era digital, con las redes sociales a la cabeza, nos agarró mal parados, por decirlo de algún modo, nos desestabilizó y nos está costando adaptarnos. Tenemos, los jóvenes incluidos, una forma de trabajo de hace 20 años que no corresponde a la velocidad actual; y por otro lado, se están achicando los staffs de fotógrafos en los medios y agencias. Pero contradictoriamente a esto, el país está pasando por un momento en que surgen muchas buenas historias para contar, ¡el problema es que no hay quien las publique! Todo momento es un desafío para adaptarse a lo que viene. Hay que encontrar el equilibrio". A esto también se refiere Murphy cuando dice: "Por un lado, es una pésima época para vivir del fotoperiodismo, por el otro es una época maravillosa para ser fotoperiodista".
Al respecto, Julieta Ferrario se refiere a varias cuestiones. Por un lado menciona que son "blanco de ataque con el cierre de medios, disparos y detenciones en movilizaciones"; por otro está "el robo de imágenes, no publicar la autoría del reportero gráfico, desvaloriza nuestro trabajo y le resta su valor profesional". Y al debate, agrega una nueva arista: "Sigue habiendo una gran desigualdad de género. Para mismo hecho, se reproducen y publican mayoritariamente trabajos de compañeros varones, áreas o puestos fijos ocupados mayoritariamente por varones; dar por supuesto que para coberturas de conflicto un varón va a sentir menos miedo, más 'valentía' o tener mejores imágenes; el tratamiento, elección y publicación de imágenes ante los casos de violencia de género y feminicidios".
Si bien Andy Goldstein no se considera, en sentido estricto, un fotoperiodista, la documentación que ha hecho en la masacre de Ezeiza, por ejemplo, dan cuenta de la importancia de su tarea. Por eso, ante la pregunta sobre el presente de la profesión, tiene su respuesta. "Estos son muy malos tiempos para los periodistas gráficos —dice en diálogo con Infobae Cultura—, y no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero. La antigua frase 'matar al mensajero' está más presente que nunca. Y de ello dan cuenta el número creciente de periodistas que han muerto en diversos países por ejercer su profesión".
José Luis Cabezas es uno de ellos. Murió por ejercer el fotoperiodismo. Hoy, 25 de enero, Día Nacional del Reportero Gráfico, a 21 años de su asesinato, recordarlo significa, no sólo exigir que un hecho así nunca más se repita, también preservar la libertad de expresión por encima de todo.
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