Un fantasma tatuado con líneas finas y algo desdibujadas en el antebrazo de Lucila Grossman se mueve mientras ella habla. Está sentada en una silla moderna de un café moderno de Villa Urquiza. Ojotas distintas para cada pie, la cartera sobre las rodillas, los labios fucsia y una expresión en el rostro que sus padres o sus abuelos o sus bisabuelos pudieran definir como de pocos amigos. Hace dos meses publicó por editorial Marciana su primera novela, Mapas terminales, una historia arrebatada y psicodélica de lo que ella misma define, acá, mientras mira de tanto en tanto por la ventana donde el calor derrite todo, como "pibitos de clase media que pueden hacer lo que quieran, pero ¿qué pasa si irrumpe algo fuera de lo normal? La teoría es que el ser humano se acostumbra, porque es maleable". Lo que irrumpe es un bebé monstruo, extraterrestre quizás, que la protagonista da a luz repentinamente otorgándole una preocupación real a su vida porque el resto, todo lo que vive de forma cotidiana, son flashes que le provocan distintas sustancias alucinógenas. "¿Soy la Virgen María del siglo XXI?", se pregunta la narradora porque no comprende cuándo, cómo ni dónde quedó embarazada.
Durante esta tarde, Lucila Grossman tiene 24 años y un poco de resaca. Mueve los ojos hacia ambos lados, bebe una gaseosa y razona sobre las múltiples lecturas que se le pueden eyectar a su novela. Además de estudiante de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, es fotógrafa y ya tiene más o menos en la cabeza de qué va su proyecto literario: está produciendo su segunda novela —no descarta publicar poesía, ya que escribe mucho en versos— que es "medio familiar pero escrita con incorrección política al mango".
— Empecemos suponiendo que ya sos una escritora consagrada con varias décadas de carrera y la primera pregunta que te hace el periodista es sobre tus comienzos, tus inicios en la literatura, incluso antes de esta primera novela. ¿Cuál fue tu primer contacto con la literatura?
— Estudié Letras como una especie de descarte. Estudiaba Sociología y llegó el momento de la estadística y me fui. Fui a parar a Letras pensando que iba a leer e iba a estar bien. Leí mucho siempre, de chica, y también tuve el impulso de escribir desde chica. De hecho mi vieja siempre me cuenta algo que puede no ser tan cierto, viste como son las memorias inventadas, que yo le dictaba cosas para que escriba cuando aún no sabía escribir, le dictaba cuentitos. Desde muy chica, desde los nueve años que empecé a escribir boludeces. En la secundaria también escribí mucho, cosas muy feas que las veo ahora y me quiero morir. Bah, no, me dan también cierta ternura, como muy poeta maldita, todo muy turbio. Fue como bastante natural, siempre estuvo ahí. Bueno, mi vieja [Noemi Ciollaro] es periodista y escribió sus libros. Siempre estuve en contacto con la escritura y la lectura. En mi casa hay una biblioteca enorme, creo que nunca la voy a poder leer toda. Y también tengo mucho tiempo ocupado en leer cosas de la facultad.
— ¿Y con la lectura? ¿Te acordás de esos autores que te marcaron?
— ¿Autores que me hayan enamorado? Me pasó con Salinger, a los 14 ó 15. Con Arlt fue como un amor que duró muchos años, me leí todo lo que hay. Y después Rimbaud, Baudelaire, Lamborghini. Bueno, Pizarnik, como toda minita que cae ahí. El problema con Pizarnik es que no podés ser Pizarnik; en un momento te tenés que separar porque no estás tan loca ni vas a hacer lo que hizo. Ahora casi que no la puedo ni ver. Y de actual me gusta mucho Hernán Vanoli, María Moreno. Daniel Durand me encanta, Lamberti me gusta.
— ¿Cómo llega la idea de escribir Mapas terminales?
— Primero tenía dos capítulos. Eran como dos voces muy distintas y dije: bueno, voy a ir a un taller a ver qué onda. Ya había ido a un taller a los 15 años y después nunca más. Era una loca de mierda. El taller fue como muy maldito, una cosa muy afectado, pero no fui nunca más. Después fui a este sobre esto que podía ser una novela. No hubo una idea concreta, la fui armando. No dije "ahora voy a escribir una novela". Venía de escribir mucha poesía y antes escribía más cuentos que otra cosa. Con la novela decidí cortar porque no podía parar de corregirla. De hecho la miro ahora y le quiero seguir corrigiendo cosas. Y lo de la ciencia ficción apareció por la necesidad mismas de lo que quería decir, para irrumpir en el realismo y para darme cuenta que es parte del cotidiano, que se reacomoda para que el ser humano siga su curso. Fue más lo del hijo como excusa, pero lo que había pensado como tema era el grupo de amigos. Después todo se fue dando.
Mapas terminales se puede diseccionar en varios ejes. Por un lado, un bebé monstruo y la desacralización de la maternidad: "Nunca fui alguien sensibilizada con los bebés. De hecho de chica los odiaba un poco. Ahora todo bien con los bebés", dice entre risas. Por otro lado, el lenguaje millennial: "El tema, el proyecto, la idea era un retratito medio ridículo de una generación, de un grupo en realidad. Hay mucho de palabras que se van reinventando, de mirarme desde afuera, de mirarnos desde afuera. Obviamente está todo exagerado, llevado a un extremo más boludo". La despolitización de los hijos vagos de la clase media acomodada: "Hay una cosa muy muerta políticamente en ciertos círculos", comenta. Y desde luego la tecnología como un adherente invisible, en la voz de un nativo-digital: "Me genera como una especie de vértigo, un morbo que me divierte. Cómo de repente todo está muy, muy organizado de acuerdo a lo que la tecnología te va metiendo, y cómo arma mundos y es lo que termina dirigiendo tu existencia. No sólo las redes sociales, todo lo buscás ahí. En realidad la fuente es esa. Se configura toda tu vida social de acuerdo a eso. Además está toda la cosa adictiva que tiene. Y como nada va a mejorar y está todo bien, no hay nada que hacer. Salvo que tomemos las armas y matemos a todos los presidentes o a todos los jefes de empresas, no hay mucho para hacer al respecto."
— ¿Cómo te caería que te pongan en la categoría de literatura feminista?
— Es una boludez para mí, pero está bien. Que existan pero son todas categorías para agrandar o achicar cosas. ¿Qué es eso? ¿Cómo lo podés agrupar? ¿De acuerdo a qué ideología? ¿A que somos todas mujeres que no queremos que nos maten? Bueno, sí, de una, ¿pero qué tiene que ver con eso? Es literatura, cada una tiene su flash. De última podés agruparlo por el estilo, por la forma. Si hay literatura que tome como tema cierta problemática, ¿pero por ser mujer y por bancársela un toque? no hay por qué encasillarlo. Es una categoría medio vacía para mí.
— ¿Y no creés que haya una diferencia con respecto al género en la creatividad o en la producción de contenido?
— No, no me parece. Bah, no lo veo. Me parece que es más parte de una categoría medio inventada. Puede ser algo histórico, que la mina en la literatura siempre fue "Pizarnik, la enamorada de las flores y la muerte. Siempre fue la minita en un círculo de hombres". Pero eso es más histórico y tiene que ver más con la historia del machismo que con otra cosa, o con temas que una mujer no podía tocar, pero no sé si tiene que ver con una sensibilidad real y diferente respecto del género. Y me parece que esa diferencia de género ya se rompió: ya todos podemos escribir de cualquier cosa y no pasa nada. No veo la diferencia entre literatura femenina y masculina. Lo que veo es que las minas la están rompiendo en general y eso está bueno.
— Si de categorías hablamos… ¿te considerás feminista?
— Ni. Todo lo que tenga que ver con el equilibrio y con la conquista de derechos está buenísimo, y apoyo la violencia en ese sentido, pero toda la boludez que se arme alrededor, toda la mierda de las redes y la gilada, eso no me gusta. Ponele, hay algo que me cuesta mucho es entender los escraches generalizados y sin denuncias claras y se vuelve todo muy personal. Hay cosas que están medio sacadas de contexto. También es un tema difícil porque decís esto y te dicen "listo, apoyás a los violadores". Ahora todo está muy sensible y se arma una guerra. Me parece que además de conquistar derechos hay conquistar el bancársela como mina. Entiendo la exigencia de la víctima y hay un montón de lugares donde eso cabe pero hay otros lugares que no. Se sostiene una cantidad enorme de machismos entre mujeres, es muy difícil que eso cambie. Ese es también un trabajo de las minas, más allá del trabajo que tienen que hacer los varones. Todos tenemos un macho interno y hay que ver qué onda con eso. Por otro lado, y hablando de las marchas de #NiUnaMenos, no existió un proceso homogéneo en la historia de la conquista de derechos donde había un grupo homogéneo que sabía bien lo que quería y que no tenía sus diferencias. Pero no estoy de acuerdo ni en pedo con el que dice que el feminismo es una pelotudez. Si no lo contextualizás históricamente te estás haciendo el boludo o la boluda y la estás pifiando. Aparte las redes forman algo muy asqueroso de todo. Agarran un tema, lo hacen mierda y lo convierten en algo muy deforme y muy fascista porque de repente son todos jueces de lo que vos decís. Por otro lado, yo no me siento tan condicionada por el género, ni tan paranoica con la potencial violencia del otro. Todos ejercemos ciertas violencias. Lo veo como mucho más relativo.
— Última pregunta: ¿creés que la literatura tiene una función en la sociedad?
— No creo que tenga una función político y específica concreta. Creo que su función sí o sí tiene que ser disruptiva. Me gusta un poco la idea del arte por el arte. No sé bien para qué sirve, no sé si sirve para algo. De hecho es algo inútil, es algo que hacemos los inútiles. Es un acto muy masturbatorio en un punto. Hay algo del ego, algo de amar lo bello. ¿Cuál es su función? ¿Cambiar el mundo? Claro que no. Sí puede construir ideas sobre la sociedad, puede tener una función más que nada analítica o predictiva o puede, quizás sí, ser lo que cuenta la historia de la manera más interesante. No sé si tiene un papel activo. Creo que en el fondo el arte es una manera de acceder a mundos, y a mí me parece que la literatura es la mejor manera. Requiere un esfuerzo, un laburo; no es escuchar un disco mientras estás en el bondi. Y ese mundo que ves te puede partir la cabeza, ese el riesgo. Y también creo que leer te hace más inteligente, hace que de algún modo las neuronas se conecten. Te abre la cabeza.
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