Primero Borges
No se trata de nacionalismo. Esa clase de chauvinismo que saca a relucir la avenida más ancha o más larga del mundo y se pone a enumerar inventos célebres. Tampoco haría falta que la BBC se pregunte si Borges es el escritor más importante del siglo XX o enumerar la decena de condecoraciones y reconocimientos de gobiernos y universidades extranjeras que recibió en vida (las placas en París, en Madrid, en Palma de Mallorca, por donde fuera que haya vivido o estado de paso), además de lo evidente y más importante: su influencia literaria. El indiscutido lugar central, la prevalencia de Borges ya pertenece al registro de la lengua; un poco como él mismo explicaba sobre los clásicos, a los que se leía con "previo fervor y misteriosa lealtad".
Pero no siempre fue así, aunque Borges ya desde la década del '30 fuera un escritor destacado, talentoso, clave. Es sobre todo a partir de los años '60, cuando la señal de partida del reconocimiento internacional, principalmente por parte de Francia y Estados Unidos, genera el amplificado eco porteño. Y más aún en los '70 y '80, con esa pátina de bronce que de por sí trae la vejez y la muerte, Borges se afirma como el gran escritor de la literatura argentina, y así comienza a importar menos discutirlo -y por lo tanto leerlo-, que repetirlo y celebrarlo.
Pero aceptando esa convención jerárquica, esa regla implícita, la cúspide del canon, Borges como "el número uno de la literatura argentina", surge una pregunta inmediata, ¿quién es el número dos? Desde luego que la pregunta es retórica y maliciosa, hasta burlona de la pregunta misma, y apunta a interrogar la legitimidad del primer postulado. Pero el mero sondeo por las posibles respuestas, abre toda una serie de puntos de fuga, donde la discusión se puede volver a hacer presente. Porque finalmente establecer un orden es otra forma de poder, y por lo tanto cuestionarla y desmontarla, es la posibilidad de jerarquizar la literatura, a sus autores y a sus libros, de otro modo, y no con la estructura de poder que se reproduce ideológicamente en cualquier segmento de poder, por sus imaginarios efectos de discurso.
Aquí un recorrido por algunos nombres e ideas.
Saer, Girondo, con restricciones
Posiblemente la crítica de mayor influencia durante las últimas décadas respecto del gusto, diseño y armado del canon argentino, Beatriz Sarlo, se ha manifestado en dos direcciones. Por un lado, y en más de una ocasión, Sarlo ha insistido en que Juan José Saer es el escritor argentino más importante de la segunda mitad del siglo XX; no es casual la delimitación temporal, ya que justamente como proponía Saer, Sarlo ha considerado la producción borgeana entre los años '30 y '60. Y el primer libro de Saer, En la zona, es del año 60; es decir que la operación de lectura de Sarlo es tan simbólica como precisa: donde termina Borges empieza Saer. Para Sarlo, entonces, Saer sería el número 2 pero después de Borges. Muerto el rey, viva el rey.
Pero también Sarlo ha dicho en forma ocasional y por otras razones, que durante el tiempo de plenitud borgeana, ese número 2, si se quiere visto como alternativa pero por qué no como jerarquía, era Oliverio Girondo. Girondo, nuestro poeta de vanguardia, la oposición entre el escritor de vanguardia y el poeta clásico, el escritor clásico.
Walsh, a las apuradas
Hace algunos años, David Viñas había dado la inmejorable frase titular de un suplemento cultural: "Si me apuran, Walsh es mejor que Borges". Viñas y la revista Contorno no sólo ayudaron desde los años '50 a la puesta en valor de Arlt, también criticaron e historizaron -y moderaron o quisieron moderar- menos la entronización y sacralización borgeana -lo que Viñas llamaba el borgismo- que la fuente elitista de esa entronización y sacralización. Pero reubicando a Arlt en el centro, Rodolfo Walsh aparece como una línea de continuidad que pone en primer plano a una literatura donde la injusticia, la violencia y la política son las columnas del programa estético.
Un fuera de serie
Luis Gusmán en cambio, piensa que esa suerte de cima en la que reinaría Borges, estaría cortada, suspendida, pero velando toda la cordillera. Borges sería para Gusmán un fuera de conjunto. Así, matemática mediante, y aclarando la broma, "lo que está fuera del conjunto, define lo que está adentro. Justamente el poema de Borges dice: No habrá nunca una puerta/estas adentro. Creo que realmente no sé ordenar la literatura, salvo que me aferre a 'Kafka y sus precursores', porque no conozco en la literatura y en el discurso, otra lógica de lectura que esa". Pero Gusmán no olvida ni elude la pregunta, y para encontrarlo no va hacia adelante ni busca entre sus contemporáneos, viaja hacia atrás: "te diría que para mí, es Sarmiento".
¿Y una plaza extranjera?
Ricardo Piglia es el que si bien nunca a dejado de reconocer a Borges también lo ha rodeado, lo ha enseñado, interrogado y sitiado. Porque de alguna manera ha definido tres cardinales a su alrededor: Roberto Arlt, Macedonio Fernández y Witold Gombrowicz. Eso no quita que Piglia le haya dedicado un lugar clave en sus últimos años, con sus "4 clases sobre Borges" para la TV pública. Pero Piglia ha dicho también que la mejor novela argentina era el Ferdydurke. Y ha insistido y hasta sugerido más de una vez que Gombrowicz no sólo era un escritor nacional -más que argentino- sino que era uno de los mejores. Piglia también ha postulado de manera implícita para ese podio tanto a Arlt como a Walsh, dejándolo a Borges, dice Renzi, como "el último escritor del siglo XIX". Aunque desde luego, y a diferencia de Arlt que es plenamente contemporáneo de Borges, Walsh y su obra, hayan admitido la influencia borgeana, sobre todo en sus inicios.
Piglia, por la lectura
Y justamente Piglia pasa de elegir a elegido. El crítico y editor Maximiliano Crespi responde: "Dejando de lado el siglo XIX y la monumentalidad de un Sarmiento, optaría por Ricardo Piglia, cuya literatura es una máquina de producir teorías y sentidos para leer los textos de la tradición. Una literatura es lo que es por la manera en que es leída, Ricardo reinventó para nosotros muchas veces lo que es la literatura. Eso es algo que no debiéramos dejar de reconocer".
Luis Chitarroni sobre Marechal
"Mi segundo es un escritor que no me gusta nada. Leopoldo Marechal. Es el segundo porque reúne las condiciones, los requisitos: es el mejor preparado técnicamente para competir con Borges, pero tiene una desventaja proporcional: es demasiado parecido a un contemporáneo y, como tal, reúne todas las taras, todas las zonceras, todos los vicios 'nacionales'. Un contemporáneo competitivo de verdad se hubiera comportado en este sport asociándose con contemporáneos lejanos, de distinta edad (que era, en efecto, lo que hacía Borges). Él, Marechal, no tiene más remedio que ser quien es, angustiosamente honesto, con su pipa y su sabiduría extrema y su Santo Tomás, y hasta con una especie de Heidegger enroscado como un voluntario rosario involuntario. Mil veces Argentina".
Otro canon
Ya en 2004 con la publicación de Literatura de izquierda, Damián Tabarovsky había formalizado ciertas líneas que trazaban un canon alternativo. De modo que donde podía sugerirse a Borges, a Cortázar, a Bioy, Tabarovsky ponía, por ejemplo, a Néstor Sánchez, a Copi, a Lamborghini.
Laura Estrin, poeta, crítica y ensayista, justifica esa línea, y no solo un canon alternativo, sino la idea de varios cánones. "Cuando presentamos la reedición y selección de Literal, con Héctor Libertella, en el 2004, post presentación, Roberto Raschella le decía a Strafacce que hay otras tradiciones que no son borgeanas en la literatura argentina. Esa -la borgeana- es la fácil, enceguecedora y letrada. Como tantos, elijo otra que puede poner como 1-1-1-1-1 a Zelarayán, Néstor Sánchez, Di Benedetto, Castilla, o a los uruguayos argentinos: Onetti, Felisberto; y además están ¡Puig! ¡Y Pizarnik! ¡Y Silvina Ocampo! Y muchos que ahora se me olvidan. Creo y me hundo en una línea más dura, dramática y feliz, que con Gombrowicz rompe la serie letrada y 'modesta' de Borges, y se ve segura y altiva con el 'despampano y cierto horroreír', evocando a Leónidas Lamborghini".
César Aira, en presente
En una entrevista reciente, Juan José Becerra, después de hacer un rápido repaso, dice: "Más tarde aparece Aira dentro de la matriz borgeana. Es un escritor especulativo. Es un genio y es más que Borges". La afirmación de Becerra es mucho más que una provocadora exageración. En la entonación, al decir es más que Borges, ese "más" -pero dentro de la matriz borgeana- parece menos un juicio de valor que un querer dejar atrás, pasar a otra instancia, a otro nivel, a otra era. No suena tanto que Becerra esté diciendo que Aira es mejor que Borges sino que Aira además de ser un gran escritor, es el escritor con el que habría que medirse ahora, al que habría que discutir y leer y superar.
Género: omisión y revisión
"Woman is the nigger of the world" es un tema de John Lennon y Yoko Ono que aparece en el año 1972. Ese tema no está en el origen del feminismo (que si bien puede atribuirse y discutir diferentes genealogías históricas, es incuestionable que a partir del siglo XX obtiene su mayor intervención política) sino en el de su absoluta notoriedad como discurso. Hace diez años Beatriz Sarlo, a propósito de que en su estudio las mujeres ocupaban una biblioteca aparte, decía: "Si no las separara, no las vería. En poesía seguro que hay mujeres en primera fila, como Juana Bignozzi o Diana Bellessi. Pero en ficción tengo más dudas. Las separo para no olvidarme; si no lo hiciera, no las vería".
Además de las ya citadas, cualquier escritor -y escritora- argentino podría nombrar una decena de excelentes escritoras: de Victoria Ocampo a Hebe Uhart, de Sara Gallardo a Elvira Orphée, de Sylvia Molloy a María Moreno. ¿Por qué sin embargo casi no aparecen en la discusión del canon? ¿Omisión histórica? Es curioso sin embargo que dos de los críticos -siendo ellos en los que recae la función de la asignación de valor- más eminentes de las últimas décadas fueran mujeres: justamente Sarlo y Josefina Ludmer. Hoy que la literatura argentina se difunde en otros países sobre todo a través de escritoras nacidas en los '70: Mariana Enríquez, Ariana Harwicz, Samanta Schweblin, entre otras. la revisión literaria de las jerarquías literarias de género resulta una tarea pendiente.
Infinita anarquía
Pasando en limpio: Arlt, Girondo, Saer, Walsh, Aira, Gombrowicz, Marechal, Piglia, Sarmiento, y otros, pero de seguro alguien postularía a Cortázar, a Puig y más. A diferencia del número uno, para el número dos no hay ni atisbo de unanimidad. Entonces tal vez el chiste revele otra cosa, alguna verdad. Tal vez revele algo sobre el vicio hegemónico de las representaciones de poder en nuestro país. Cambiando el refrán: uno es compañía, dos estorban. Si es difícil el acuerdo para el lugar simbólico de la diferencia y la alternancia, ¿qué restaría para lo demás? Dictadores, reelecciones y hegemonías, sí, diferencia, alternancia, pluralidad, no. La literatura (el arte) es un efecto de lenguaje y el lenguaje es un hecho social. De modo que las representaciones de poder literarias dicen de las representaciones de poder a secas. Hace algunos años Luis Gusmán, en la apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires decía -llamaba- a no confundir la Historia de la literatura con la literatura. Porque la Historia adquiere siempre una forma política, mientras que la literatura, y Borges aceptaría la metáfora, tiene forma de biblioteca, es decir una forma personal, anárquica e infinita.
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