Publicada por primera vez en 1922, Ulises es la obra maestra del escritor irlandés James Joyce . Cuenta la historia de un solo día en la ciudad de Dublín –el 16 de junio de 1904– y se centra en las andanzas de tres personajes: Leopold Bloom, su esposa Molly y el joven Stephen Dedalus. Casi un siglo más tarde, contamos con dos nuevas traducciones al español. Rolando Costa Picazo logró publicar en Edhasa su esperada edición crítica en dos tomos, con un sinnúmero de comentarios y notas. Por otra parte, tenemos la traducción de Marcelo Zabaloy, en la que había colaborado con denuedo el editor Edgardo Russo y que ahora El Cuenco de Plata vuelve a poner en circulación en una segunda edición revisada.
Enciclopedia cabal de trucos narrativos y estilísticos, la novela se organiza en 18 capítulos, cada uno de los cuales contiene una alusión explícita o tangencial a las aventuras de Ulises en la Odisea de Homero. Por lo general ese sistema de referencias es paródico. Stephen es una suerte de Telémaco a la deriva y Bloom es un bonachón Ulises judío. La fidelísima Penélope se rebaja a la condición de Molly, una soprano profesional muy libidinosa. O bien Nausícaa, sublime princesa de Feacia, se transforma en la irlandesa Gerty MacDowell, mujercita romántica y tullida. El Cíclope, gigante de un solo ojo, reaparece en la escena dublinesa como el Ciudadano, un obtuso nacionalista antisemita. Y así sucesivamente.
En 1931, en el prólogo a Los Lanzallamas, Roberto Arlt se refirió a ese libro escrito en un idioma que no podía entender. Lo hizo con la perspicacia que a veces da el resentimiento: "James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día en que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados". Seis años antes, en plena etapa criollista, Jorge Luis Borges se autoproclamó "el primer aventurero hispánico" en haber arribado al libro de Joyce. El socialista peruano José Carlos Mariátegui, en un artículo de 1926, festejaba la aparición de Retrato del artista adolescente, otra de las novelas del autor: "He aquí que hoy llega Joyce al español con menos retardo del que España nos tiene habituados a sufrir en la traducción de los libros contemporáneos".
Al día de la fecha contamos con cinco traducciones al español del libro fundamental de James Joyce. La primera, en 1945, la realizó el argentino José Salas Subirat, vendedor de seguros al que, recientemente, el periodista Lucas Petersen le dedicó una biografía que alumbra otros rasgos de su figura (El traductor del Ulises, 2016). Tres años después de esta traducción tan porteña, en 1948, se publicaba nuestro Ulises vernáculo: el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. En 1976 llegó la muy cincelada pero también muy castiza versión de José María Valverde, sin notas pero acompañada de un prólogo enjundioso. Al filo del siglo XXI, con gran comparsa académica, llegó la traducción de los españoles Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas.
A esa tríada, ahora se añaden las versiones de Zabaloy y Costa Picazo. Nacido en Bahía Blanca, Marcelo Zabaloy sufre el karma de no ser traductor profesional, pero también disfruta de las libertades que le confiere esa condición flotante. En la versión de El Cuenco de Plata, toma decisiones polémicas: al tiempo que evita los eufemismos y no vacila en usar la palabra "coger" –opción razonable en un libro marcadamente obsceno–, se decanta por el uso del tú en lugar del voseo rioplatense. Su traducción cuenta con un prólogo escueto y con pocas notas casi siempre pertinentes, que se arrinconan al final del libro para no entorpecer la lectura de quien prefiera prescindir de ellas. También se enriquece con una tabla comparativa entre cinco ediciones de referencia, una de ellas en francés.
Rolando Costa Picazo, por su parte, es un conocido especialista en la literatura inglesa y norteamericana, y su versión del Ulises está a tono con sus anteriores trabajos, en particular con sus sesudas traducciones anotadas de la poesía de Ezra Pound. En su edición crítica, cada capítulo va precedido por un breve resumen argumental que repone la clave homérica y el modo en que Joyce la reelabora, y que describe sin pedantería los procedimientos literarios puestos en juego. Luego sigue la traducción, acompañada por una miríada de notas al pie. Esto no es una metáfora: las notas suman unas 1.600, algunas cruciales para la interpretación y otras algo superfluas donde se nos explica quién fue la reina de Saba, Issac Newton o Napoleón Bonaparte. Lo importante es que esas anotaciones reponen la enciclopedia del Lector Modelo, esa quimera útil que inventó Umberto Eco para nombrar al descifrador ideal que, estructuralmente, todo texto postula y prevé.
No nos jactemos de haber releído todo el libro en ambas versiones; sí de haber ido de excursión responsable a algunos de sus puntos neurálgicos. El capítulo 14, por ejemplo, uno de los más difíciles del libro. La trama ocurre al anochecer, en el Hospital de la Maternidad, donde Bloom, Stephen y sus amigos se reúnen a charlar mientras en un cuarto contiguo tiene lugar un parto. También el lenguaje del capítulo, lo mismo que un feto, recorre nueve ciclos evolutivos, desde una fase arcaica del inglés hasta finales del siglo XIX. El arco se tensa en una serie de elaborados pastiches que van desde la crónica medieval hasta la escritura tardovictoriana, pasando por el estilo isabelino, la pomposidad dieciochesca o la prosa darwiniana del biólogo Thomas Henry Huxley.
Muy escrupulosa al recorrer cada una de estas fases, la versión de Costa Picazo logra preservar la fluidez en un español versátil, como de caleidoscopio. Puede que, en el ir y venir del texto a las notas, se desvanezca la gracia de los chistes, que habría valido la pena conservar aun a costa de renunciar a uno o más matices enciclopédicos. Menos erudita, la versión de Zabaloy es igualmente fluida y, aunque contiene al menos una errata que a Joyce le hubiera divertido –"trento", por "treno"–, es difícil leerla en voz alta sin que se nos escape una genuina carcajada.
Al final de ese capítulo, la lengua se deshace en una serie de interjecciones y frases coloquiales. Entre ellas se desliza, por ejemplo, una expresión como "Every cove to his gentry mort". ¿Cómo traducirla? "Cada bestia a la muerte de su clase", se había equivocado Salas Subirat. "Cada fulano con su fulana", le acierta Valverde, al igual que Costa Picazo: "Cada tipo con su tipa". Tal vez a Zabaloy –tan censurado por los localismos coyunturales que introdujo en su versión de Finnegans Wake– no le falten motivos aquí para recurrir al lunfardo: "Cada rufián con su percanta".
En 1925, el joven Borges publicó una traducción de la última página del Ulises en la revista Proa. "Para vos brilla el sol", traducía Borges; paradójicamente, un siglo más tarde Zabaloy y Costa Picazo escogen al unísono "el sol brilla para ti". Borges simplifica a Joyce al escribir "el día que estábamos tirados en el pasto", algo que Zabaloy vierte como "el día que yacíamos entre los rododendros en Howth Head"; Costa Picazo prefiere "estábamos acostados". La prolija versión de Zabaloy: "adoro las flores me encantaría que todo el lugar estuviese repleto de rosas" se corresponde con la de Costa Picazo, que usa el verbo "amar" –como ocurre en el original–, pero no supera la expresiva variante borgiana: "soy loca por las flores yo tendría nadando en rosas toda la casa".
Desde sus primeros poemas hasta el experimento final de Finnegans Wake, lo decisivo en Joyce reside siempre en su experimentación radical con el lenguaje. Por increíble que parezca, esas magias que a veces son meros malabares llegan a presentirse a través de las traducciones, incluso cuando estas parcialmente fracasan por exceso o ausencia de protocolos. Nunca es tarde para acercarse al Ulises, y tal vez este verano sea el momento ideal para leer o releer esta novela emblemática, no sin cotejar las múltiples versiones que enriquecen ya su historia en lengua española. Porque si Ulises modificó de una vez para siempre lo que entendemos por "literatura", también contribuyó a profundizar nuestra comprensión de la espinosa tarea del traductor.
* El Cuenco de Plata publicó una segunda edición revisada del Ulises de Joyce en traducción de Marcelo Zabaloy, con la colaboración de Edgardo Russo. El mismo sello editorial había presentado en 2016 la traducción de Zabaloy del Finnegans Wake, la última novela de Joyce.
** La edición crítica del Ulises, en traducción de Rolando Costa Picazo, acaba de ser publicada por Edhasa en dos tomos, con abundantes comentarios y notas.
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