Nacido en Buenos Aires en 1966, Herrera es autor de libros como Modo de final, Pulgas, Músicos de frontera, Polígono Buenos Aires y Cacerías, del cual Ricardo Piglia seleccionó el cuento homónimo para incluirlo en "Las fieras, antología del género policial en la Argentina".
El autor habló sobre su nuevo texto La escuela de Satán. Publicado por Edhasa, el libro se inscribe en la tradición de Roberto Arlt, Juan Carlos Onetti y Ricardo Piglia, pero también incorpora elementos de William Burroughs, Jim Thompson o Thomas Pynchon.
– ¿Cuál fue el origen de estos relatos?
Fueron escritos en distintas épocas, pero cuando los reuní pensé que podían formar un volumen publicable. Vengo escribiendo una obra que tiene a los marginales, al hampa, a la violencia como protagonistas. Me gusta mucho una frase del Indio Solari del tema "Dr. Saturno" que dice: "están mis muertos tan tan lejos / de la pantalla en que vos te mirás". Quiero poner la lupa en esos personajes que son juzgados y mal interpretados por la sociedad, contar sus posibles historias, con cercanía pero sin piedad. Estoy muy lejos de las pantallas que transmiten un run run condenatorio y tranquilizante, que dice "allá están ellos y acá estamos nosotros".
– Violentos, marginales, solitarios: los personajes del libro se mueven por los bordes de una sociedad rota. ¿Hay una atracción literaria por esas vidas al límite?
Me inscribo en la tradición de Roberto Arlt. Pero también de Celine, Dostoievsky, Burroghs, etcétera. Mi propia vida evitó las autopistas. Yo siempre anduve por caminos de tierra. Esto, entre otras cosas, me hizo ganar enemigos y unos pocos, buenos y fieles amigos. Siempre, por otro lado, me costó ganarme la vida (económicamente hablando).
– Uno de los relatos, "Adentro de un reloj roto", tiene un epígrafe de Tom Waits. ¿El universo de músicos que también son poetas te sirve como material narrativo?
Sí, claro. Todas mis ficciones tienen banda sonora. Ahora, para contestar estas preguntas, estoy escuchando Morphine. Con respecto a Tom Waits creo que compartimos un imaginario común. Además, a los dos nos gusta demasiado el whisky. Yo ahora hace un año que no tomo. Hice un tratamiento para dejarlo. Estoy de luto.
-"Espejo", el primer relato del libro, parece tener cierta relación con "Plata quemada"
"Espejo" fue escrito antes de que yo leyera "Plata quemada". Fue un relato escrito por encargo para una publicación española que se llamaba Remakes. Iban a hacer un volumen con distintos autores que escribieran un relato homenajeando al "Martín Fierro". Yo tomé algunas cosas del texto de Hernández: la disolución de la familia, la violencia, el caballo y lo situé en el conurbano, lo que antes era campo. El libro nunca salió, pero me pagaron seiscientos euros.
– ¿La literatura de Piglia fue clave para configurar tu escritura?
La literatura de Piglia entró tarde en mi vida. Lo leí luego de que él leyera unos relatos míos que le dí en la presentación de la última novela de Onetti (él la presentaba) y al otro día me llamó por teléfono diciéndome que le habían gustado mucho. Entonces, me puse a leer a Piglia, era una vergüenza que no hubiera leído nada del gran escritor que me daría una ayuda grande para publicar. Mi relación con él fue de amistad y agradecimiento. Las coordenadas literarias entre su literatura y la mía tal vez tengan que ver con que él viene también de una tradición arltiana, onettiana y siempre fue muy crítico con la conciencia media de la burguesía argentina.
– ¿Qué autores -no necesariamente literarios- consideras formativos?
Es larga la lista. Va desde Artaud a Jim Thompson. Desde Faulkner a William Burrouhgs. Desde Rimbaud, Baudelaire y Francis Ponge hasta Juan L. Ortiz, Joaquín Giannuzzi y Leónidas Lamborghini. No me quiero olvidar de Thomas Pynchon, con este autor sentí que podía aprovechar la digresión como dispositivo de escritura. Los libros de Pynchon son profundamente revolucionarios y contraculturales.
Con información de Telam
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