A Enrique Avogadro se lo puede ver seguido andando en bicicleta por la Ciudad: usa la misma bicicleta hace unos veinte años y es su modo de trasladarse a todos lados. Ahora que acaba de ser nombrado ministro de Cultura porteño, asegura que no piensa abandonar el hábito, como no piensa dejar de llevar a la plaza a Joaquina, su hija de un año y medio. Aunque sabe que ya no será dueño de sus tiempos, se propone seguir al menos siendo dueño de sus gustos y sus momentos felices.
Avogadro (41 años, Licenciado en Relaciones Internacionales y con un máster en Políticas Públicas y otro en Gestión de contenidos) es la nueva apuesta del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta en materia cultural luego de dos fracasos, uno resonante (la salida de Darío Lopérfido luego de la desgraciada polémica por el número de desaparecidos) y otro menos estruendoso pero igualmente frustrante, como fue la opaca y cuestionada gestión del director de orquesta Ángel Mahler. Hace apenas unos meses, Avogadro había renunciado a su lugar como viceministro de la cartera cultural de la Nación, por públicas desavenencias con su titular, Pablo Avelluto. Desde ese momento, su nombre -asociado hace tiempo a la creatividad, la innovación y la modernidad cultural y de buena llegada al circuito artístico de Buenos Aires- comenzó a sonar como número puesto para reemplazar a Mahler. En una de las primeras entrevistas que concede, el flamante ministro habló con Infobae de sus proyectos, de la necesidad de "dejar de pensar en términos de grieta y pensar más en término de puente" y de su voluntad de llevar adelante un modelo de gestión estatal fuerte pero con importante presencia del mundo empresario. "Me gustaría poner de moda la inversión privada en Cultura", arriesgó.
— Usted viene de trabajar en la gestión pública hace rato; fue viceministro de Cultura en la Nación y venía de trabajar en la Ciudad previamente mucho tiempo. Es una persona conocida en relación a los temas de creatividad, innovación y cultura. ¿Por qué cree que fue bien recibida su designación?
— Yo creo que tiene que ver con el interés que tenemos todos de pensar la gestión cultural más allá de los límites en los cuales habitualmente está encerrada. En la Argentina, en general pensamos muchas veces la gestión cultural exclusivamente desde el ángulo de la cultura del espectáculo que, por supuesto, es parte de lo que tenemos y de lo que tenemos que hacer. Buenos Aires es una ciudad que tiene infinidad de eventos que convocan a muchísima gente y eso es algo que me entusiasma muchísimo pero la cultura tiene que ver también con el desarrollo; con la transformación que está viviendo en este momento la Ciudad de Buenos Aires en muchos frentes. La cultura es también pensar la posibilidad de promover un gran ecosistema cultural y creativo donde -si uno se corre por un segundo de esta idea del espectáculo- lo que encuentra es la posibilidad de promover a un sinnúmero de actores en el sentido amplio, no solo actores que desarrollan sus actividades en espacios que son públicos sino también privados, independientes, que tienen distinto nivel de sofisticación, que están ubicados en distintas partes de la Ciudad. Entonces siento que mi tarea y nuestra tarea es mucho más pensar en cómo desarrollar y promover ese ecosistema que exclusivamente en lo que habitualmente hace un Ministerio de Cultura, que es programar una cantidad de actividades.
— ¿Y cuánto de todo eso tiene que ver también con los subsidios, con subsidiar la cultura?
— En ningún lugar del mundo la cultura vive sin subsidios, el rol del Estado es clarísimo en esa materia y cuanto más desarrollado es un país y una ciudad, dedica más recursos a esto. Lo vemos en los grandes países y la Argentina, a pesar de las grandes crisis, ha mantenido por supuesto su apoyo al arte y a la cultura en los distintos frentes. Lo que sí va cambiando y lo que va innovando son las herramientas. Herramientas que funcionaban en el siglo XX no necesariamente son las que funcionan ahora y lo que nos interesa a nosotros es fortalecer el rol del Estado pero también fortalecer el rol de los privados en el apoyo a los distintos actores del campo cultural. Y, por otro lado, una herramienta que para mí es muy innovadora es dejar de pensar al Estado con el monopolio exclusivo de la planificación de la gestión cultural. Yo siempre hablo del concepto de inteligencia colectiva, que es esta idea de que entre todos tenemos más capacidad de pensamiento que cualquier persona en forma individual. Aplicado a la cultura, tiene que ver con que el Estado se anime a decir: "la verdad, no tengo todas las respuestas". ¿Nos ayudan a repensar el rol de las grandes instituciones culturales que tiene esta Ciudad? ¿Podemos pensar en cómo debería ser el ecosistema cultural independiente de Buenos Aires en quince, veinte años? ¿Y lo podemos hacer juntos ya que ustedes, por ejemplo, teatros independientes, centros culturales independientes, espacios culturales que están en toda la Ciudad, son finalmente los protagonistas? O sea, saben más ellos de lo que es administrar y desarrollar un proyecto independiente de lo que puede saber el Estado. El Estado tiene herramientas, tiene subsidios, tiene mecanismos de incentivos, pero si no les preguntamos, estamos otra vez encerrándonos pensando que lo sabemos todo.
— ¿Y cómo hacemos para que los empresarios, además de pensar en mecenazgo en relación a lo que pueden evitar pagar, vean también que invertir en cultura les puede dar dinero de otro modo?
— Es que ahí está la clave. Yo creo que durante mucho tiempo la Ley de Mecenazgo ha funcionado bien en la Ciudad de Buenos Aires, con algunos problemas operativos, pero considero que es un éxito de la gestión el haber puesto en marcha la ley. Hoy, a nivel nacional, hay otras provincias que empiezan a desarrollar sus propios sistemas y también mandamos un proyecto al Congreso para crear una Ley Nacional de Mecenazgo. Pero creo que el problema es centrarnos en la herramienta. Hablamos de mecenazgo cuando en realidad deberíamos estar hablando de algo así como "responsabilidad social cultural de las empresas". Y a mí me gustaría como objetivo no plantear el mecenazgo sino poner de moda la inversión privada en cultura. Si uno logra esto, las empresas van a invertir en cultura más allá de la eventual exención de impuestos, porque hace a su propio modelo de negocios. Es muy importante de todos modos tener en cuenta que la inversión privada no tiene que reemplazar a la pública sino acompañarla. No es que invierten más las empresas y entonces el Estado tiene que invertir menos sino que tienen que ir de la mano. Pero hoy, por ejemplo, hay grandes empresas que tienen proyectos culturales muy contemporáneos, pensemos en la Fundación Cartier en París o la Fundación Prada en Italia o incluso Itaú Cultural, que es una de las instituciones más grandes de Brasil. Es cierto que se financian en parte con exenciones pero también es cierto que las empresas hacen una inversión por encima de esa exención. Por qué no pensar eso en Argentina. Hay algunos ejemplos, MALBA es uno, PROA es otro claramente, pero por qué no pensar que el resto de las grandes empresas que están localizadas en Argentina sean también protagonistas de esta inversión en distintos frentes. Y también capacitar a los que llevan adelante emprendimientos culturales para que tengan la oportunidad de conectarse con estas empresas y hacerles una propuesta que, sin desvirtuar, el proyecto cultural pueda recibir un apoyo por parte de las empresas.
— Ministro, ¿qué les responde a los que tienen el preconcepto que dice que la gente del PRO o de Cambiemos no está cerca de la cultura y está más cerca de lo privado que de lo público?
— Que cualquier preconcepto de por sí ya es malo. Un prejuicio es eso, es un juicio previo. En todo caso está bueno verificarlo contra la realidad. Y la realidad es que recién mencionábamos distintas herramientas, la Ciudad de Buenos Aires cambió fuertemente en estos últimos años, ha habido un incremento de la inversión pública en cultura en distintos frentes, lo mismo estamos viendo a nivel nacional en este momento. De todos modos creo que ese preconcepto tiene un piso que a mí me interesa mucho explorar que es la idea justamente del prejuicio. Un prejuicio que no está solo en el campo cultural y artístico sino probablemente también en nuestro espacio. Entonces se trata de dejar de pensar en términos de grieta y pensar más en término de puente. Hay mucha gente muy valiosa a la cual uno no pretende que, al acercarse, piensen igual pero sí que tengan la posibilidad de pensarse a sí mismos en un desarrollo positivo durante estos años de gestión que nos tocan a nosotros y que durarán lo que duren. Como pasa en todo gobierno democrático, hay alternancia. A mí me interesa mucho que la gran comunidad cultural y creativa que tiene esta Ciudad sienta que tiene un gobierno a favor de la cultura, no a favor de una ideología en particular sino a favor de la cultura. Un gobierno que lo escucha y que tiene la oportunidad también de expresar sus preocupaciones, de aportar ideas y sugerencias. Estamos planteando el diálogo incluso a nivel institucional porque propusimos -y el otro día Horacio (Rodríguez Larreta) anunció- la creación del Consejo Cultural para la Ciudad de Buenos Aires.
A mí me interesa mucho que la gran comunidad cultural y creativa que tiene esta Ciudad sienta que tiene un gobierno a favor de la cultura, no a favor de una ideología en particular sino a favor de la cultura
— Sí.
— Que preside Jorge Telerman, lo cual me parece un lujo porque Jorge es una persona con muchísima experiencia. A mí casi me da vergüenza ser ministro de Cultura de Jorge, que fue ministro, fue jefe de Gobierno, y está haciendo un gran trabajo en el Complejo Teatral de Buenos Aires. La idea de este Consejo es justamente tener un canal de diálogo institucional con referentes de la cultura pública pero también de la cultura privada. La integración del Consejo no va a tener nada que ver con la adhesión al partido político de turno si no con la representación en el campo cultural y va a ser un espacio de reflexión en profundidad sobre las grandes líneas de la política cultural a largo plazo. Este Consejo es una de las innovaciones, hay varias más pero es una de las innovaciones que había planteado, porque de hecho hay experiencias internacionales. La ciudad de Londres tiene, ellos la llaman en inglés Cultural Leadership Board, que es una especie de consejo de liderazgo cultural. Quienes lo integran son embajadores de la cultura de la ciudad de Londres, no del alcalde de Londres. Y eso es una diferencia que para mí es sustancial porque justamente hace a pensar que los grandes referentes de la cultura porteña no tienen por qué adherir a toda la plataforma de Cambiemos. Pero sí son representantes de la Ciudad cuando hablan con el mundo de la cultura y de hecho nos van a trascender a nosotros.
— Claro. Está hablando de Telerman, que tiene una historia dentro del peronismo y que está en este momento en el Ministerio de Cultura de la Ciudad, que es de otro signo político. Y estuve leyendo que hace diez años usted mismo votó a Cristina Kirchner.
— Sí.
— Me resultó una sorpresa.
— ¿Por qué?
— Me resultó una sorpresa por verlo donde está hoy. Pero me gustaría una reflexión sobre eso.
— Sí, pero pensemos cómo cambió Argentina en todos estos años. O sea, yo hace diez años en ese mismo voto voté a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri para jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
— No con mucha simpatía, entonces.
— No, en ese momento no. De hecho lo voté porque soy amigo de Gabriela Michetti, que iba en la misma fórmula que Mauricio y no había forma de cortarlo al medio (risas). Y soy también muy amigo de Marcos Peña. En ese momento yo tenía una mirada muy prejuiciosa respecto del propio Macri y el voto a Cristina se explica porque yo venía muy desalentado como muchísima gente por lo que había sido, lamentablemente, la crisis que se produjo después de la salida del gobierno de la Alianza. Me esperanzó el primer gobierno de Kirchner, me pareció muy desprolijo pero de alguna manera en una especie de balance interno dije "bueno, fue desprolijo pero las grandes líneas de lo que está enunciando me parecen interesantes". A Cristina nadie la había escuchado hasta entonces, yo no había tenido oportunidad de escucharla en profundidad y parecía, a mí me parecía, una versión prolija, institucional de su marido, que iba justamente a hacer que estuvieran las leyes por encima de las personas. Y eso explica el voto, o sea, yo estaba muy confundido, no había otra oferta nacional. Si pensamos un poco lo que era la oferta entonces la verdad es que no era una oferta muy atractiva, todavía Cambiemos no existía y el PRO no tenía una propuesta nacional atractiva.
La historia del kirchnerismo se puede explicar por los enemigos que fueron eligiendo
— ¿Y cuándo se desilusionó?
— Y, me parece que la desilusión fue muy rápida, la tuvimos muchos, en cuanto el gobierno empezó a mostrar estos rasgos básicamente de propensión a encerrarse en sí mismo, a no escuchar a los demás, a la prepotencia como herramienta, a la idea del conflicto justamente como herramienta de construcción política, la historia del kirchnerismo se puede explicar por los enemigos que fueron eligiendo. Y la verdad es que yo soy muy reacio a plantear la realidad desde ese punto de vista porque me parece que, si bien políticamente les dio ganancias de corto plazo, lo que nos dejó es un país muy dividido. Y me parece que eso es complejo en términos hasta personales, o sea, hay una cuestión de energía dedicada a pelearse con el otro que me parece que no tiene que ver con los desafíos que tiene la Argentina. Y sí me pasó que el prejuicio grande que tenía con Macri se me fue rápidamente, pero no tengo ninguna vergüenza en decir que voté mal pero a conciencia entonces y me parece bien hacer una reflexión también sobre esas responsabilidades. No me parece tampoco grave, me encanta tener la posibilidad de votar y todos hacemos siempre una combinación que en lo posible es racional, pasional diría Jaime (N. de la R.: Durán Barba) también, sobre todo pasional. No fue un voto esperanzado pero sí fue un voto que apostaba a las grandes líneas. El kirchnerismo dijo mucho que después no hizo. Entonces uno podía coincidir con el discurso pero después había cada vez más distancia entre el discurso y la práctica, y creo que ahí se produce la desilusión que tuvimos muchos.
— Me gustaría hablar un poquito de lo que tiene que ver con su familia. Usted tiene un padre que se llama como usted, o, mejor, usted se llama como su padre. Y él es conocido por tener una postura en relación a lo que tiene que ver con los militares que fueron juzgados por crímenes de lesa humanidad que no parece ser exactamente la misma que la suya. ¿Cómo es esa diferencia?
— Somos personas diferentes, pensamos diferente en muchas cosas. Y a mí, mi padre y mi madre, ambos, me educaron en ser un librepensador. O sea, lo que claramente tenemos en casa son un montón de discusiones apasionantes. Diría que mi padre fue el primero que se desilusionó con el kirchnerismo por ejemplo, mi madre y yo defendíamos al kirchnerismo en el origen en las cenas familiares. Con lo cual en muchos temas tenemos diferencias de opinión. A mí, la verdad, que comentar las ideas de mi padre porque se llama igual que yo me parece medio absurdo. Y por otro lado lo quiero y lo respeto y sé que sus opiniones están siempre fundadas en sus propias ideas y es muy aguerrido al defenderlas. Y a mí me enorgullece que tenga esa capacidad de argumentarlas. Después, desde ya creo que cada uno puede pensar lo que quiera y tenemos derecho a hacerlo y a defender nuestras posiciones. Pero bueno, son las ideas de él.
— Hablando también de su familia, recién hablaba de su hija. Usted está casado con una actriz de teatro.
— En realidad es de tele, de teatro, de cine, también es música. O sea, estoy casado con una artista, con lo cual esto de ser ministro de Cultura era casi un destino. Ayer decía, tuvimos un evento muy lindo, en el Teatro San Martín, donde se le puso el nombre de Alfredo Alcón al hall del teatro y arriba del hall está la panza de la sala Martín Coronado, y yo contaba que cuando la conocí a mi mujer, ella estaba trabajando justamente en el San Martín haciendo Marat/ Sade. Y sí, ella es actriz desde el nacimiento, ella es nieta de Luis Sandrini.
— Sí, eso le iba a preguntar.
— Sandrini es un caso interesante porque habla de esa enorme tradición cultural que tenemos los argentinos que, a la vez, gente de nuestra edad conoce menos simplemente porque cuando murió Sandrini yo tendría qué sé yo, seis años supongo, siete años, y ni siquiera viví la última etapa da Sandrini. Gracias a Carla, mi mujer, y a toda su familia, tuve la oportunidad de conocer el trabajo de Luis, enorgullecerme como argentino de tener ese bagaje cultural. Hay una película muy linda que hizo Sandra, la madre de Carla, que es un documental sobre la vida de su padre que se estrenó en Pinamar, después se mostró ahora en Mar del Plata y está empezando a girar en festivales y supongo que el año que viene la van a estrenar acá. Pero lo que yo quiero destacar de esto es que Argentina es un país que tiene una larguísima tradición cultural y yo veo siempre eso como una oportunidad. Si bien creo que nuestro trabajo como gestores culturales públicos tiene mucho más que ver con promover la cultura contemporánea, no deja de ser cierto que estamos parados sobre espaldas de gigantes y esa es una enorme oportunidad para cualquier artista, cualquier creador en Argentina. Es muy lindo porque en casa se vive el arte de una manera muy particular, la salida habitual nuestra es ir al teatro, ahora menos porque tenemos a nuestra hija pero igual nos organizamos para ir. Ella estuvo haciendo una obra de teatro muy buena que terminó ahora en El camarín de las musas que se llama Para ti y que vuelve en febrero del año que viene: véanla.
— Ministro y jefe de prensa.
— También, absolutamente (risas). Buenos Aires para cualquiera que le gusta el arte, que le gusta la cultura, es una ciudad alucinante. De hecho pienso en lo que era mi madre llevándome a mí a los museos y me veo ahora llevándola a Joaquina, mi hija. Y me parece increíble que de manera inconsciente uno le va formando también un gusto y un hábito. Este sábado (por hoy) vamos a ir a ver Cascanueces que se estrena en el Teatro Colón, que va a verse también en pantalla gigante afuera, así que están todos invitados a verlo. Y me acuerdo de cuando yo iba de chico al Colón a ver Hansel y Gretel y pienso que eso me formó. Lo mismo que los libros que había en casa: ver a mis padres leyendo probablemente fue mucho más relevante que lo que me hayan enseñado en la escuela en términos del amor por la literatura.
— Usted se formó en instituciones privadas: el Cardenal Newman, la Universidad Di Tella, la Universidad San Andrés, la Universidad Austral…
— La Universidad de Buenos Aires.
— ¿También la Universidad de Buenos Aires?
— Ajá, no investigaste lo suficiente.
— No, eso me faltó…
— Cuando estudié en la Di Tella, que fue la carrera de grado en estudios internacionales que hice, en paralelo cursé cuatro años de Derecho en la UBA. Mi madre es profesora de Historia Económica en la UBA; ahora jubilada, se jubiló este año, pero estuvo hasta el año pasado dando clases en la Facultad de Ciencias Económicas y para mí la UBA es una institución a la que le tengo muchísimo cariño. Me gustó ese balance en mi formación.
— Claro, pero yo hablaba de otro balance y es que mientras se formó en instituciones privadas, desde muy joven está en la gestión pública.
— Mi primer trabajo fue cuando estaba estudiando, a los dieciocho años trabajé en la Subsecretaria de Comercio Exterior de la Nación, fue una experiencia muy interesante. Durante mis primeros diez años de trabajo, mi década de los veinte, estuve vinculado más a la promoción de exportaciones que a la creatividad y después a la cultura. A mí la cosa pública me tiró desde el principio. Me encanta trabajar para el Estado, me fascina. Y me fascina porque siento que el impacto de lo que uno hace se puede percibir inmediatamente, o sea, es muy directa la relación entre el trabajo que hacemos y el beneficio a las personas. Después me formé, yo hice una maestría en Políticas Públicas justamente para entender mejor cómo trabajar desde el Estado. Y me gusta, de hecho el poco tiempo que no estuve en el Estado siempre fue para trabajar en ONGs, me cuesta mucho pensarme trabajando en una empresa privada. Tengo mucho respeto por la empresa privada y me parece obviamente que es fundamental que tengamos un sector privado sólido porque genera mucho empleo, pero también creo que necesitamos un Estado potente en Argentina, muy presente, muy moderno por supuesto y ágil, y es ahí donde me gusta estar. Finalmente uno es casi un bombero, o sea, en el Estado vos aprendés a ser bombero y como hay incendios alrededor, lo que uno termina aprendiendo es cómo ponerlos en fila para ver cuál va a llegar primero y apagarlo antes. Ese ejercicio, que es un ejercicio a veces ingrato, también es un ejercicio muy lindo de McGyver, como cuando yo era chico: tener que solucionar con pocas herramientas a la mano y sin demasiado tiempo para quejarse porque no estamos ahí para quejarnos sino para arreglar las cosas.
— Usted dijo algo así como que los artistas no tienen que agradecerle a los gobiernos. ¿Cómo se imagina su relación, ahora como número uno en Cultura de la Ciudad, con los artistas?
— Yo trabajo para artistas y trabajo para los ciudadanos básicamente. Tengo que, por un lado, promover un ecosistema cultural y creativo, y destaco lo creativo porque creo que van de la mano en la Ciudad de Buenos Aires donde cualquiera, nazca donde nazca en la Ciudad de Buenos Aires si tiene una vocación artística la pueda desarrollar. La Ciudad tiene todavía situaciones de desigualdad y no solo entre el Norte y el Sur sino que la oferta más sofisticada está concentrada en un eje que va desde la Boca hasta Belgrano más o menos y, a medida que uno se aleja del río, la oferta es menos interesante. Entonces de qué manera nosotros podemos equilibrar eso. En relación con los artistas, yo creo que estamos todavía viviendo una confusión que es la idea de pensar que el artista tiene que manifestarse o no respecto de cualquier gobierno de turno. Me da exactamente lo mismo lo que piensa un artista políticamente, y no es mi tarea opinar sobre el tema. Sí me interesa la opinión de los artistas en términos de lo que puedan decir sobre la política cultural porque son finalmente quienes la viven. Con lo cual yo pretendo tener una relación muy madura, de aprendizaje mutuo, de mutua escucha, donde no necesariamente estemos de acuerdo todo el tiempo. Y me cuido mucho y no me interesa tampoco la foto con los artistas por la foto en sí misma, o sea, casi que muchas veces es agresivo acercarse a un artista para sacarse una foto. No tengo ningún problema en sacarme una foto, obviamente, pero lo que quiero decir es no es el objetivo con el cual nos movemos. Lo que sí creo es que por diferentes razones y prejuicios que se explican no solo desde el campo popular y artístico, a veces tiene que ver con la falta de empatía y la falta de sensibilidad para reconocer que hay intereses, agendas, sensibilidades, y a mí me gustaría ser una antena muy afilada y afinada para detectar esas sensibilidades porque los artistas, al igual que otros colectivos que existen en la Ciudad de Buenos Aires, tienen derecho a ser escuchados.
— Siempre se habla de un viaje largo alrededor del mundo que hicieron con el jefe de Gabinete Marcos Peña cuando eran muy jóvenes. Ustedes son muy amigos.
— No fue el único viaje, pensemos que Marcos no era Marcos digamos, no era Marcos Peña jefe de Gabinete, era Marcos Peña, Marquitos. La verdad es que el padre de Marcos entonces nos dijo "Este viaje que van a hacer va a ser más importante que una maestría". Nosotros tuvimos la oportunidad que no mucha gente tiene de estar durante un año viajando como mochileros por el mundo. Nos fuimos a Asia en un barco carguero, estuvimos dos meses en el barco, trabajando en el barco, junto a veinte marineros filipinos. Habíamos ahorrado mucho para hacer ese viaje, a mí me prestó plata el tercero de los amigos que es Federico Peña, que no tiene nada que ver con Marcos familiarmente, somos tres amigos de la facultad. Y nos hicimos un viaje muy, muy largo, recorrimos todo el Sudeste asiático, estuvimos después dos meses en China, estuvimos en países que hoy sería muy difícil recorrer como Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán; pasamos un mes en Irán, que es un país a pesar de la fama que tiene tiene una gente absolutamente encantadora y una cultura milenaria, la cultura persa. Estuvimos en Turquía, en Siria, en Jordania. Fue un viaje fascinante que obviamente cimentó mucho nuestra amistad pero al mismo tiempo no fue el único. Pensaba qué difícil debe ser ahora escaparnos los tres porque a Marcos lo conocen en todos lados. Yo tengo la suerte de tener un amigo muy amigo que, además, es jefe de Gabinete de Ministros. Lo que sí puedo decir de Marcos es que es exactamente la misma persona que conocí a los dieciocho cuando nos encontramos en la facultad, no solo en términos de humildad y de sencillez sino también de tozudez, porque es muy tozudo: cuando se afirma no lo movés demasiado de ahí, pero es un gran tipo, es el mismo tipo, jamás se le subió la espuma a la cabeza y a mí me impresiona a veces que hablamos de cualquier cosa y en paralelo tengo el diario así abierto y está él en la tapa anunciando alguna transformación importante.
— Usted es joven y se lo asocia con la innovación y creatividad. Me gustaría saber qué piensa en relación con la gente más grande, un público más grande.
— La innovación no tiene que ver exclusivamente con la gente más joven, la innovación no tiene que ver siquiera exclusivamente con la tecnología. Muchas veces contamos la innovación desde el último celular que apareció, la última computadora, la innovación es pensar soluciones nuevas a los problemas de siempre. La gente más grande para mí es fundamental en esta discusión porque tiene muchísima experiencia, estamos viviendo en un mundo donde todos cambiamos de trabajo constantemente, donde además vivimos mucho más tiempo por suerte y además de manera más saludable, el Gobierno de la Ciudad trabaja mucho en este frente, y lejos de pensar que la gente tiene que retirarse en términos formales, más allá de que deje de trabajar, nosotros lo que creemos es que la gente tiene la posibilidad de tener una vida activa y vital siempre. La cultura tiene que ver porque la cultura construye ciudadanía. Hay infinitos estudios culturales que demuestran que para la gente mayor, la participación activa en actividades culturales está directamente relacionada con una mejor calidad de vida. Gente mayor que va a hacer actividades de danza por ejemplo, que va al teatro o que lee, sobre todo aquellas que tienen contacto con los demás, porque la socialización es un espacio de vitalidad fundamental. Ese es uno de los ejes sobre los cuales vamos a trabajar.
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