Enterrar y desenterrar la crónica: un diálogo entre Leila Guerriero y Cristian Alarcón

Pasadas las 19:30 el Salón de Honor del CCK estaba repleto de gente. Estos dos autores, reconocidos referentes del periodismo narrativo, realizaron un contrapunto en el primer día del festival Basado en Hechos Reales

Leila Guerriero y Cristian Alarcón (Nicolás Stulberg)

El sol todavía alumbra el monumento a Juana de Azurduy, la Casa Rosada, el Metrobús, algunos árboles por acá, las torres de Puerto de Madero por allá. El paisaje no deja de ser llamativo pero nadie lo nota. Una ventana alta es lo único levemente abierto hacia el afuera en el Salón de Honor del CCK que, como pocas veces, está rebasado de gente que comparte sillas, se apoyada contra las paredes, se sienta en los pasillos, se aglutina en el fondo. "Duelo de autores: ¿de qué @%#!& estamos hablando en este festival?" es el evento del festival Basado en Hechos Reales que superó las expectativas de convocatoria. Leila Guerriero de un lado, Cristian Alarcón del otro y Ezequiel Martínez (periodista y actualmente director de Cultura de la Biblioteca Nacional), quien los presenta. Tienen biografías enormes, curriculums kilométricos, pero se ríen un poco y van directo al grano: ¿qué momento atraviesa, ya no el periodismo a secas, sino el periodismo narrativo?, ¿estamos frente a una crisis tan brutal como suponemos o, por el contrario, es la oportunidad de sumergirse todavía más en la literatura?, ¿quieren las audiencias leer materiales efímeros o su sed de contenido narrativo se ha renovado? Sobre la frontera que separa la ficción de la no ficción, estos dos autores hicieron danzar sus discursos, sus argumentos y sus inquietudes.

"Pienso siempre al periodismo como un género literario de no ficción", empieza Guerriero, remera negra, cabello alborotado, manos delgadas como lanzas. "En el fondo es: escribirlo bien o escribirlo mal. Lo que me interesa de la crónica es un texto que ofrezca una mirada que no sea previsible, y ojalá insolente y que me abra un mundo. Me interesa la densidad del texto", sigue. Por su parte, Alarcón, también de negro, canas sueltas y verborrágico, sostiene que "la crónica no nace guacha ni pobre ni plebeya, nace de las personas que podían viajar y pagarse el viaje en barco para conocer lugares". Cita a Sarmiento, a José Martí, a Mansilla y rápidamente se vuelca a pensar el presente, ese "reino de la opinión" donde todo requiere ser más velocidad: "Mi obsesión como editor hoy es ampliar las audiencias. ¿Por qué escribir bonito tiene que ser lento?"

El Salón de Honor, lleno de gente (Nicolás Stulberg)

Si la crónica ya tiene un lugar asentado desde hace varios años en el mundo editorial y literario, ¿en qué etapa de su vida se encuentra? ¿Está realmente atravesando una ancianidad senil o, por el contrario, aún le queda ruta para jugar holgadamente la nueva juventud de los cincuentones? El contrapunto entre ambos escritores fue productivo.

—¡Basta con la fórmula de la crónica! Ya está, murió, enterrémosla acá— sentenció Alarcón.
—Bueno, argumentá, porque yo no estoy dispuesta a enterrar nada— respondió Guerriero.

Leila Guerriero, Cristian Alarcón y Ezequiel Martínez (Nicolás Stulberg)

Para la autora de Los suicidas del fin del mundo y Los malditos, "hay cosas que no se pueden decir rápido, yo me demoro en ver. Este oficio no es un oficio de tilingos y cobardes". Y continuó: "A la crónica se le pone la mochila de que tiene que salvar al periodismo. No, gracias, yo no la quiero." Su defensa es a la paciencia, la perseverancia, la exquisitez, a la profundidad y no reniega que la crónica —que la define como "un documental por escrito"— sea un género de nicho que tiene nada que ver con la masividad. En cambio, para Alarcón, "lo digital está sacando a la crónica del nicho". porque "los jóvenes de 20 a 30 años leen del celular en el colectivo, en los tiempos muertos, y leen largo". Pone como ejemplos a Anfibia y a Cosecha Roja, medios que dirige que lograron una penetración mayor en las redes sociales. "El paradigma cronista no existe más —continúa el autor de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y Si me querés, quereme transa— porque, además, está el cronista que sólo lee crónicas, eso es un malentendido cultural, ¡que lea literatura! El cronista de los noventa ya no existe más".

En esa sentencia hay una verdad irrevocable: los beatniks de fines de los 50, los hippies de los 60, los punks de los 70 y 80 no pueden perpetuarse porque, si el contexto cambia, las estrategias de transgresión deben renovarse. Sin embargo, ¿hasta qué punto el cambio de siglo, las nuevas tecnologías, la volatilidad de las relaciones sociales, el reino de la opinión, la posverdad exigen romper con todo lo construido para empezar de cero? Una vez más la clave parece estar en juntar unos cuantos píxeles de las zonas grises, las intermedias, esas que toman un poco de acá, un poco de allá y se sostienen firmes, con la experiencia del camino andado y el vértigo de no temerle a lo nuevo.

Ezequiel Martínez, Cristian Alarcón y Leila Guerriero (Nicolás Stulberg)

"Lo que sí creo es que se agotó la forma. 'Cuando Rosa se levantó…' Los márgenes que miramos son siempre los mismos. Además, no creo que toda historia merezca ser contada", dijo Guerriero y Alarcón, por su parte, sostuvo que, "al fin de cuentas, lo que los textos necesitan es humanidad". "Cuando uno piensa en gente que abraza la literatura de no ficción, piensa en gente que se obsesiona", agregó el autor chileno. La obsesión, si le quitamos el manto enfermizo, es un camino recto a la calidad narrativa. Decanta en voluntad, en investigación, en corrección, en perfección. Quizás lo que faltan son más periodistas obsesionados en sus textos. Eso, en cualquier tiempo, siempre dará buenas frutos.

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