Por Ariel Magnus
A primera vista, la multipremiada última novela del alemán Ulrich Peltzer Una vida mejor, que acaba de publicar en castellano UNSAM Edita y que el autor presentó (junto a su coterráneo Uwe Timm) este jueves 23 de noviembre en el Instituto Goethe de Buenos Aires, está estructurada según el clásico esquema de las historias que se entrecruzan. Dos en particular: la de un inglés dueño de una oscura compañía de seguros, con pasado de dealer y fantasías omnipotentes, y la de un manager alemán que vende maquinaria industrial, aunque está a punto de que lo echen de la empresa italiana para la que trabaja desde hace más de una década. A estos dos yuppies cincuentones que viven viajando por el mundo se suman ex mujeres, empleados, colegas, clientes, familiares y antiguos compañeros de escuela, todos ellos dispersos a su vez por distintas latitudes. La novela salta de Estados Unidos a Italia, de Holanda a Brasil, de Alemania a Hong Kong y de ahí a Rusia, mezclando también diferentes momentos temporales y hasta diferentes idiomas.
No tan clásico es sin embargo el modo en que se entrecruzan estas historias, por el tipo de escenas que Peltzer elige contar, y sobre todo por las que no. Paralelo al avance de las dos líneas de vida principales, que se ramifican en sueños y recuerdos, aparecen escenas cuya relación no resulta evidente. Una de las más potentes del libro describe una angustiosa reunión de redacción en Moscú a mediados del siglo pasado, en la que un colaborador alemán del régimen queda bajo sospecha de haber tenido contactos contrarrevolucionarios. Esa larga escena corresponde a la juventud del esposo de la profesora de ruso en la que piensa brevemente una ex mujer del vendedor de maquinarias, que es fotógrafa y de cuya propia historia se cuenta brevemente mediante recuerdos de su ex marido, con el que no se junta en toda la novela más allá de un intercambio de mails. Los que sí se juntan, por el contrario, son este sales manager y la empleada de una compañía naviera con sede en Ámsterdam, sin saber que ambos conocen al tránsfuga de los seguros, que tampoco se enterará nunca de ese encuentro aunque él mismo fue su involuntario artífice. Así, en el gran puzzle de Una vida mejor, la sensación es que son más las piezas que faltan que las que se juntan, como si lo que interesara armar no fuera el dibujo, sino lo que ha quedado fuera de él, los pedazos que nos faltan.
El hueco no es azaroso, sino que parece responder a uno conceptual. Aparte de las relaciones y los parentescos y los encuentros casuales, el eje temático común de estas vidas más o menos burguesas es su pasado más o menos revolucionario, representado en Estados Unidos por las revueltas estudiantiles contra la guerra de Vietnam, en Alemania occidental por las Brigadas Rojas o Baader-Meinhof y en Rusia por el régimen soviético. Aunque la visión de los personajes de Peltzer es siempre crítica respecto a la violencia política, resalta el rescate que hacen de los valores que defendían todos esos movimientos. Incluso de la propaganda soviética tiene cosas buenas para decir un ex compañero del vendedor de maquinarias devenido crítico de cine, del que más bien se esperaría un rechazo absoluto o la postura cínica que no respeta el propio pasado, por muy feo que parezca visto desde el presente.
No es que en la novela de Peltzer se lamente la causa perdida, al lamentar las vidas que se llevó. Lo que se lamenta en todo caso es la pérdida de la causa, de esa o de cualquier otra semejante que sueñe con una vida mejor. Ese hueco, que ahora llena la acumulación más o menos legítima de capital y la salvación individual por medio del amor, es la figura que parecen trazar con su cara interna las piezas que dan marco al relato.
Cada una de estas piezas, y aquí reside quizá la gran virtud de la novela, está trabajada con tanto esmero que es como un puzzle en sí misma, ahora sí completo, incluso demasiado completo. Transidas de los recuerdos y los pensamientos de quienes las experimentan, estas escenas reproducen en su microcrosmos la simultaneidad espacial y temporal a la que aspira el libro. El vertiginoso fluir de la consciencia de los personajes de Peltzer no está estancado en sus mentes, sino que realmente fluye hacia la acción, es la acción, formando un remolino de cosas vividas y pensadas, tanto en el presente como en el pasado, que si bien produce una sensación de caos, bien mirado no difiere mucho del que caracteriza la vida cotidiana de este lado de las páginas. Con este torbellino de asociaciones y digresiones y puntos de fuga (y de retorno), lo que Peltzer se propone no es contar en simultáneo, sino contar directamente la simultaneidad.
Si en términos revolucionarios lo realista es pedir lo imposible, Una vida mejor es una novela revolucionaria, porque intenta esa imposibilidad que implica anular la sucesión temporal. Con sueños que se meten en la vigilia hasta hacerla temblar, recuerdos que extrapolan casi físicamente a quienes se ven asaltados por ellos, películas que de pronto se adueñan de toda la página y llamados que cruzan lejanías que se miden más que en kilómetros, Peltzer logra plasmar con inusual maestría eso tan simple e inefable que es la realidad múltiple y caótica. El suyo es un realismo efervescente, lleno de vida, que ha encontrado una nueva causa por la que luchar: la de una realidad literaria mejor.
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