Arte urbano en La Plata: la herencia de fotografiar lo que cuentan las paredes

Hace 20 años Dickie Randrup quedó fascinado con el mundo del graffitti y decidió empezar a fotografiarlo. Su hijo Máximo siguió con la tradición y acaban de publicar un libro juntos con más de 400 imágenes sobre eso que pasa en la calle y que no todos ven

Dickie y Máximo Randrup (Nicolás Aboaf)

A mediados de los 90′ Dickie Randrup, un contador público platense de entonces 51 años, casado, papá de tres y fanático de Estudiantes, se hizo una pregunta: "¿Quiénes escriben las paredes?". Le resultaba curioso indagar en las historias detrás de esas frases que se cruzaba camino de cualquier parte, a veces ingeniosas, a veces poéticas, a veces incomprensibles, pero que siempre lo dejaban pensando. Empezó entonces a buscarlas como si se tratara de una búsqueda del tesoro, a fotografiarlas y a recopilarlas en una caja de zapatos, sin saber que estaba escribiendo un libro.

Máximo, su hijo más chico que hoy tiene 32 años, lo veía sacar esas fotos, seguir sumando paredes con pintura a esa caja devenida en el álbum fotográfico de la obsesión de su papá, por eso que las paredes tenían para decir. Una costumbre que lo hacía saltar del auto donde fuera para capturar un graffiti, un mural, pero también un momento y una época. Esa historia paralela que se escribe en las paredes.

Hoy cualquiera tiene una cámara en el bolsillo, pero 20 años atrás, cuando los celulares todavía eran una tecnología futurista y la fusión con la fotografía impensada, estar preparado para hacer una instantánea en cuanto se presentara la oportunidad, era una decisión que sí o sí debía ser premeditada. Con la misma adrenalina que un adolescente mete una lata de aerosol en su mochila para pintar una pared que podía ser cualquiera, Dickie llevaba su cámara a todas partes para registrarla.

"La poesía está en las calles", leyó un día Dickie abajo de una de las ventanas del colegio Normal Nº1, frente a la Catedral de La Plata, y la onda expansiva de la frase lo dejó estaqueado a mitad de la vereda. "Me llamó la atención porque en la ventana había una maestra del colegio asomada mirando hacia los costados, con una expresión de curiosidad que parecía que ella estaba buscando la poesía. Esa era la imagen", dice como si la estuviera viendo. Enseguida tanteó el bolsillo y le dio bronca no tener con él la Minolta chiquita, a rollo, que llevaba siempre. Una de las dos que habían comprado con Lidia, su mujer, en un viaje a Estados Unidos, una para cada uno, porque dice: "el fotógrafo es un poco como el cazador, le gusta apretar el gatillo él". Cuando volvió con la cámara la maestra ya no estaba y habían cerrado las persianas, pero ese graffiti, en ese lugar, enmarcado por una ciudad entera, había echado a correr algo: "Esa pared me despertó decir 'yo voy a hacer algo con esto'".

Máximo y Dickie (Nicolás Aboaf)

"Yo empecé hace más de 20 años, en la década del '90 a sacar fotos de graffiti. En esa época en La Plata no había prácticamente murales, sólo algunas pintadas que hacían los chicos en los frentes de las escuelas, pero que las hacían justamente para que no les hagan un graffiti", explica Dickie, que poco a poco fue viendo que en la calle empezaban a pasar también otras cosas: "Acá en la ciudad hay cada vez más murales y menos graffiti, así que mi inclinación al mural ha sido un poco forzada, pero en realidad esto arrancó con las frases" y en el aire repasa algunas que le quedaron grabadas indelebles en la memoria: "cualquier plástico dura más que un amor eterno", dice y se queda pensando unos segundos, "reniego de los humanos, solicito pasaporte de pájaro", suma, antes de admitir "al que escribió eso a mi me dan ganas de ir y darle un abrazo".

En paralelo a esta costumbre, Máximo crecía mirándolo sacar cada tanto la caja de zapatos y quedarse largo rato repasando las fotos. En el año 2009, junto a su amigo de toda la vida, Federico Ferraresi, con el que compartió el jardín de infantes, la primaria, la secundaria, la carrera de Periodismo y Comunicación Social y hasta algunos trabajos, pensó instantáneamente en el graffiti como su tesis de grado, como una forma de articular todas las teorías que había aprendido a un mundo fantástico y oculto. Dickie le dio sus imágenes, pero aquel trabajo académico, esa investigación, tuvo sólo unas pocas, estuvo más enfocado al análisis y al estudio del fenómeno, aunque terminaría siendo publicando en forma de libro por una editorial alemana con sede en España, bajo el nombre de El graffiti tiene la palabra.

Grupo Escombros (La Plata, Ciudad Pintada)

Ese puntapié inicial hizo sin embargo que a mediados de 2015 Máximo tuviera una idea: hacer un libro contando la historia del arte urbano en la ciudad ya no a través de texto, sino a partir de imágenes y con las voces de los que las hacían, graffiteros, muralistas, escritores de frases, que fueran los protagonistas, los que respondieran a esa pregunta que su papá se había hecho 20 años atrás: "¿Quiénes escriben las paredes?" y sobre todo "¿Por qué?". Dickie y Federico no dudaron un segundo en decirle que sí a un proyecto que sintieron casi natural al repasar la historia de sus vidas.

Empezaron a trabajar entonces para encontrar a los que pintaban las calles, muchos de ellos considerados inaccesibles, otros que habían abandonado la práctica desde hacía ya muchos años, pero que seguían presentes en las fotos de la primera época. Terminaron siendo 400 imágenes elegidas quirúrgicamente, que van desde el arte, la cultura hip hop, pasando por el fútbol, la política y llegan hasta ese reclamo del que todavía se leen los ecos en las esquinas: "¿Dónde está Santiago Maldonado?". Un último integrante se sumaría al equipo, Sergio Sandoval, que empezó como diseñador pero que a partir del trabajo y la fascinación por el tema, terminó no sólo aportando sus propias fotos, sino convirtiéndose en el cuarto autor de esta publicación independiente, que a pulmón, presentaron el jueves pasado en la ciudad de las diagonales: La Plata, ciudad pintada.

Máximo y Dickie con “La Plata, ciudad pintada” (Nicolás Aboaf)

El año pasado, otro platense, Nicolás Colombo, publicó Misterios de la ciudad de La Plata. En él, el autor indagaba en los secretos de la capital bonaerense a 135 años de su fundación. El trabajo se desarrolla en anécdotas, curiosidades, historias no conocidas y mitos, una producción que crece en peso específico a partir de contar lo "oculto". El de Dickie, Máximo, Federico y Sergio, en contraposición al de Colombo, se adentra en la ciudad a la vista de todos: eso que está ahí, frente a nuestras narices, pero que no todos saben ver.

Anónimo (La Plata, ciudad pintada)

"Es difícil que el dueño de la casa a la que acaban de pintarle media puerta durante la madrugada, esté de humor esa mañana para ver con perspectiva histórica la intervención. Sin embargo, eso que ahora ocupa parte de su frente, es algo más que vandalismo", dice el prólogo de La Plata, ciudad pintada. "Vos haces apología del delito", cuenta Dickie en diálogo con Infobae que le dijo un día un amigo suyo, cuando él le contó sobre su costumbre de fotografiar las paredes pintadas.

"Yo no hago juicio de valor, yo lo reflejo porque me parece que muestra una realidad que no es sólo de hoy en día, sino que históricamente las paredes han sido lienzos en blanco en distintas épocas del mundo", amplía él sobre su mirada y le responde retóricamente a su amigo, mientras que Máximo acota que que intentan "mostrar un fenómeno que ocurre en esta y en un montón de ciudades del mundo". Esta última, una mirada más enfocada en lo comunicacional, en el fenómeno del graffiti y que tal vez fue la que resultó necesaria para hacer de toda esa poesía y ese arte acumulados en una caja de zapatos, un libro sobre 20 años de arte urbano.

El mural y el graffiti (La Plata, ciudad pintada)

Dickie guarda un último recuerdo que le viene a la cabeza cuando intenta buscar de dónde viene la costumbre de sacarle fotos a las paredes. Encuentra la imagen de un adolescente que anotaba las frases que le gustaban en una libreta. Que las guardaba ahí para no perderlas, para llevar registro de eso con lo que se iba cruzando y que valía la pena conservar. El hábito se transformó también en el de subrayar libros y releerlos buscando esas marcas. Cuando lo hace, dice, "a veces encuentro algunas cosas que no sé por qué marqué, mientras que otros pasajes no entiendo por qué no están subrayados". Y lo mismo le sucede con las paredes. "Yo me he encontrado con fotos que no entiendo por qué saqué", continúa el hilo de pensamiento, que termina respondiéndose solo: "Porque yo no era el mismo".

Nunca las contó pero según Dickie deben ser unas 2.000 fotos las que lleva acumuladas. Con el devenir de la tecnología también sumó una costumbre, la de publicar todas las tardes la imagen de un graffiti en su cuenta de Twitter. Esa historia que él comenzó hace 20 años, como las paredes, como él, fue cambiando. Junto a Máximo, Federico y Sergio, lograron dejar testimonio de esas pintadas, que aunque sean un recorte, una pequeña muestra, la expresión de un tiempo en una ciudad en un rincón del mundo, se quedaron ahí para siempre en 140 páginas de papel satinado. A la presentación, en la que estuvo Infobae, asistieron desde graffiteros que se animaron a hablar de lo que hacen frente a personas que los triplicaban en edad, hasta exponentes del mítico Grupo Escombros, nacido tras la dictadura militar. Una sola cosa los unía a todos en sus diferencias: la calle.

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