Mambo criminal, parricidio y el surgimiento del under

Por Fernando García

El periodista y crítico de música y arte cuenta en este texto el nacimiento de su último ensayo, "Crimen y vanguardia", que reproduce su investigación de la escena cultural porteña de los 80

El nombre original de este libro fue Criminal Mambo, el mismo de una de las canciones más herméticas del repertorio de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en los días en que su convocatoria no excedía las dimensiones de un pub o los teatros sótanos del off. Se trata de un ritmo mecánico y machacante en el que la voz solista de Carlos Solari repite en forma de mantra la frase "Es un criminal, mam…bo" llegando a un crescendo dramático en el que las sílabas de "Mambo" (que en 1984 aludía tanto al ritmo tropical como a una palabra del argot del rock; "mambo" por "cuestión" o "problema") se cortaban como en un auténtico desenlace violento, criminal.

Recuerdo cómo fue la primera vez que escuché eso sobre un escenario, teatro-bar El Depósito de San Telmo, 1985. El vértigo que se apoderaba del cuerpo mientras músicos y cantante amasaban ese grand finale que sobrevenía como una estocada.

Volví a pensar en ese destello de Solari (dejo "Indio" para las crónicas noticiosas) cortando el lenguaje como un samurai cuando tenía que definir qué enfoque iba a darle al ensayo sobre contracultura que quería presentar al Premio Legislador José Hernández del Senado de la Nación. Esto fue en 2013. Me enteré del premio en el taller de Marta Minujín, trabajando para otro libro, Los años psicodélicos (Mansalva), una investigación sobre el período hippie de la artista. Una de sus asistentes, entusiasmada con mi research, pensó que la convocatoria del concurso podía interesarme. Me reenvió el mail: "Contracultura en Argentina, 1973-1989". El premio eran $20.000. Pensé que sí, ese había sido mi tema de interés durante mucho tiempo, casi tanto como el que llevo escuchando y escribiendo sobre música y luego tratando de conectar a la cultura rock con otras disciplinas. Pero también pensé que si no iba a tener un nuevo enfoque no tenía ningún sentido volver sobre un relato más o menos cronológico de lo que había pasado en ese lapso de tiempo. Ya se había escrito demasiado.

Sergio De Loof y Batato Barea, símbolos de los 80  (Alejandra-Tomei)

La cadencia de Criminal Mambo se incorporó en las semanas siguientes a mi biorritmo. Supe que dentro de esa periodicidad que indicaba el premio, mi tema sería el underground, los primeros 80. Un movimiento que coincidió con mi entrada en la adolescencia y del que llegué a ser público y testigo de una ruptura fenomenal con el orden anterior de lo que históricamente llamábamos contracultura. Hablemos de un chico que un día ve sentado en el gimnasio de un colegio a Raúl Porchetto y a la semana siguiente está frente a Luca Prodan en el mínimo escenario de Stud Free Pub. Ya nadie está sentado ni tiene el gesto embelesado de la "buena música". Como cantaba Patricio Rey entonces, todos esos chicos del under eran "bombas pequeñitas".

Lo que había pasado en Buenos Aires entonces, desde 1981 en adelante, siempre se había mantenido entre mis intereses de cabecera junto con la segunda mitad de los 60. Cuando incorporé en mi equipaje testimonios y bibliografía sobre lo que había pasado alrededor del Instituto Di Tella, entendí que ambas escenas estaban conectadas y que esa relación no había sido suficientemente explicada. En parte porque los historiadores o críticos de rock, salvo excepciones, no están interesados en el contexto cultural y solo apuntan a registrar una devolución porteña de los fenómenos anglo pero también, y peor, porque quienes revisan el arte argentino, aquí es más excepcional todavía, desconocen todo lo que está por fuera como si no hubiera líneas de transfusión.

En mi caso, avatares profesionales e inquietudes propias, hicieron que llegara a la formulación y escritura de este ensayo ya con la idea de integrar la experiencia del underground de los 80 en un marco abarcativo mayor de la cultura argentina de 1965 en adelante.

Fernando García, autor del libro

¿Pero a que obedecía esa insistencia de Criminal Mambo zumbando en las paredes de mis oídos? Era la pista inadvertida que me iba a dar la clave del texto: Rosebud. Patricio Rey sonorizaba un crimen. Pues bien. Toda la Argentina podía verse como un espantoso crimen entonces con sus revelaciones de fosas NN y el fin del largo silencio del aparato represivo del estado. Pero Criminal Mambo me llevó a pensar en otro crimen, privado, que abrió la década de los 80 en Argentina y que fue el sonado "Caso Shocklender". Un parricidio que ofició como válvula de escape para que un racimo de descripciones violentas saltaran al lenguaje de los medios nunca salpicados por el léxico de la tortura. Cuando volví a la Biblioteca Nacional para revisar las crónicas entendí la conexión. Otros jóvenes, de la misma generación que los hermanos Schoklender, estaban matando metafóricamente a sus padres artísticos: en el rock, el teatro, las artes visuales. El mambo criminal de 1981, en un país que se autoconvencía de ser la reserva moral de Occidente, había estallado. Era incontenible.

Sobre esa idea empecé a trabajar en lo que hoy es Crimen y Vanguardia: el caso Shocklender y el surgimiento del underground en Buenos Aires. Que no es para nada la historia del "Caso Shocklender" ni tampoco la historia completa de los 80. En nuestra región, Latinoamérica, el ensayo ha sido desplazado por la hegemonía de la crónica y a veces se hace difícil entender que un libro puede ser también, apenas, una idea extendida, llevada al extremo sin la necesidad de historizar un período. Así fue que el ensayo original se presentó y ganó el primer premio. La publicación del Senado era simbólica y yo sentía que la idea era lo suficientemente original como para merecer amplificación en la oferta editorial.

Sergio Schocklender

Llegó entonces la posibilidad de corregir y aumentar para la edición de Paidós. Incorporé capítulos nuevos para entender hasta dónde las ideas radicales de los 60 habían permeado en los 70 y cómo se desvanecieron luego hasta que, en clave de esperpento, los 80 las devolvieron a su lugar. Y como suele suceder, muchas cosas simplemente fueron apareciendo. Pablo Schanton realizó un notable prólogo donde suma a mis evidencias las de la poesía under de la época. Textos inspirados o derivados del incesto y el parricidio habían sido publicados en los meses inmediatos al crimen para caer en el olvido. Tal el síntoma que el libro pretendía auscultar.

Cuando no encontrábamos forma de resumir en una imagen la tapa, la galería de arte Cosmocosa publicó en su muro de Facebook una foto de Batato Barea que parecía perfecta. La pesquisa llevó a otra mucho mejor. La que finalmente quedó en la tapa del libro. Ese es Batato, príncipe hermafrodita del under, posando para una producción de Cerdos & Peces pero también posando ahora para este libro.

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