Se llamaban Homero y Ulises, y habían nacido el mismo año: 1907. Homero Manzi y Ulyses Petit de Murat (quien se había agregado la "y" para diferenciarse de su padre) ya se habían cruzado militando el regreso de Yrigoyen al poder. En los últimos años de la década del 20, aquello movilizó a un gran número de artistas e intelectuales a quienes luego será difícil imaginar juntos. Marechal y Borges, sin ir más lejos.
El golpe del 30 cambia los planes de muchos. Manzi pierde sus empleos como docente de literatura en colegios nacionales y encuentra en el cine uno de los modos de ganarse la vida. En el 33 aparecen sus canciones en ¡Tango!, la película de Luis Moglia Bath (primera sonorizada mediante el sistema óptico Movietone: con la banda sonora impresa en el margen de la película). Homero Manzi le pondría sus canciones a 11 películas más.
Pero su acercamiento al cine irá un poco más allá: en 1937 incursiona por primera vez en el guion escribiendo Nobleza Gaucha, la versión sonora de una película muda de 1915. La filma Sebastián Naón e incluye además canciones de Manzi y Sebastián Piana.
Para entonces, Manzi ya es miembro de FORJA, grupo formado por notables radicales en tránsito hacia lo que luego será el peronismo. Será el propio Manzi quien invite a Borges a sumarse al grupo. Borges también había pasado por el Yrigoyenismo, pero para entonces era algo que deseaba olvidar.
Ulyses Petit de Murat, crítico y periodista de mil redacciones, también venía navegando las aguas del guion: en el 39, siendo jefe de la sección Cine de Crítica aceptó el reto de llevar a la pantalla una serie de cuentos de Horacio Quiroga. El resultado fue Prisioneros de la tierra, que consagra a su director Mario Soficci como referente ineludible de un cine de tipo "social" en Latinoamérica.
Para 1940, Argentina Sono Film reúne finalmente a Homero y Ulyses para escribir Con el dedo en el gatillo, una biografía del anarquista Severino Di Giovanni. Sería la primera película argentina en la que se usaron armas de fuego verdaderas lo que, según cuenta Claudio España, implicaba la presencia de permanente custodia policial en el set.
El dueto se complementaba a la perfección: el carácter metódico de Ulyses podía compensar la conducta algo disipada de Homero, al parecer más inclinado a la vida nocturna que al brainstorming.
Al poco tiempo les llegaría una oportunidad única: Enrique Muiño, Elías Alippi, Francisco Petrone, Ángel Magaña y el director Lucas Demare deciden fundar una productora que funcionaría como cooperativa, al estilo de la United Artists. Y una de sus primeras decisiones es fichar a Manzi y Petit de Murat para escribir el guion de La Guerra Gaucha. Pero la muerte de Elías Alippi, que iba a formar parte del filme, los hace postergar la idea y reemplazarla, medio a las apuradas, por la adaptación de una comedia de los años 20: El viejo Hucha. La película pasará a la historia más bien por un hito musical: haber incluido el estreno de Malena, el tango con letra de Manzi y música de Lucio Demare, hermano del director.
Meses después, el destino quiso que dos yrigoyenistas se consagraran en el cine adaptando una obra de Leopoldo Lugones, el intelectual que con "la hora de la espada" le diera relato al golpe de Uriburu contra Don Hipólito.
La Guerra Gaucha es un libro de 1905 con cuentos que narran las hazañas y derroteros de los gauchos de Güemes en su intento por frenar el avance de los realistas desde el Alto Perú entre 1814 y 1818. Resultaba difícil encontrarle al libro potencial cinematográfico pero la figura de Lugones los fascinaba y el tema se prestaba a cierto objetivo programático de hacer esas películas que "enseñaran a ser argentinos".
El guion reúne varias líneas de acción que fueron saliendo de diferentes cuentos del libro, aunque la principal es sin dudas la historia del teniente Villarreal (el galán Angel Magaña), militar peruano que pelea para el lado de los españoles pero que –como el Cruz de Martín Fierro- cambia de bando en el momento en el que menos conviene, conmovido por la belleza del personaje de Amelia Bence (y por unas cartas de Belgrano que ella le hace leer, claro). La huella de Lugones se cuela en la forma de hablar de este soldado con léxico de poeta romántico parisino. O en aquel personaje de Del Carril (Sebastián Chiola), combatiente que lejos de buscar refugio en la bebida y las mujeres se confiesa amante del arte: "Tengo la enfermedad de la música".
Otro personaje importante es Miranda (Francisco Petrone), gaucho carismático que, desgarrado por la muerte de su hijo a manos de "los godos asesinos", decide inmolarse haciendo estallar –demasiado de cerca– una carreta llena de pólvora en un campamento español.
El reparto estelar se cierra con Enrique Muiño, que encarna a un sacristán que finge lealtad a los españoles pero usa sus campanas para deschavar el movimiento de tropas realistas. Lucero es descubierto y los realistas lo dejan ciego a golpes. Ese viejo buscando entre tinieblas a los gauchos en el monte salteño tiene algo del Gloucester de Rey Lear. Al menos hasta que saca su violín y toca las notas del himno nacional, en medio de la última refriega.
La fe católica entreverada en aquellos momentos en los que Argentina aún no es Argentina –la Iglesia preexistente a la Nación, oh– es un componente claro en la película y forma parte del cúmulo de ideas que llega al gobierno con el golpe del 43 y el derrocamiento de la mórbida presidencia de Castillo. Miranda hará en un momento culminante la señal de la cruz diciendo que es "la señal de la Patria".
Los protagonistas de La Guerra Gaucha son anónimos, los "sin nombre" se dice al final de la película. San Martín es una figura mentada: "está allá, nosotros somos pasto de la gloria". Y el propio Güemes, una aparición literalmente luminosa de gauchaje bíblico que viene a traer esperanza a un horizonte de derrota. Algo así como la caballería de las películas norteamericanas pero como promesa de un futuro mejor en el epílogo.
Como reflejan las gacetillas de la época, La Guerra Gaucha fue filmada "en el mismo terreno de los hechos", por no decir Salta. Con una cantidad inusitada de exteriores y de extras: unos mil. La producción costó 269 mil pesos, cifra importante aunque la mitad de lo que gastaría el mismo equipo para filmar poco tiempo después Su mejor alumno, inspirada en los últimos años de Sarmiento. La música fue de Lucio Demare con algunas apariciones estelares en la película de los Hermanos Ábalos, que ya por entonces eran gente grande.
Hay algo en el film de Demare que bien puede instalarlo en una tradición de "Western Gaucho", junto a Pampa Bárbara, Juan Moreyra o la más reciente Aballay. Pero en La Guerra Gaucha los protagonistas no pelean contra la vastedad del paisaje, la ausencia de leyes o el peligro indio. Estos gauchos pelean contra el imperio. Y no de cualquier modo: lo hacen como tropa subalterna de Güemes. Guerrilla de guerrilla, irregularidad de irregularidad. Son un grupo de resistencia armada que usa su conocimiento del terreno, su habilidad sobre el caballo y su gran astucia para enfrentar a un enemigo que es mucho más poderoso. Por eso tiene algo de los rebeldes de Star Wars, o de El Regreso del Jedi, para ser más exactos. En cualquiera de los casos, La guerra gaucha presenta ese cruce elocuente de promoción de valores autóctonos con estructura narrativa del cine norteamericano más industrial.
Interrogado sobre ella, Borges se mostró bastante despectivo "Creo recordar alguna polvorienta y vana batalla, despojada no sólo de todo horror, sino de todo interés." Más allá de algún encono personal o político, Borges –en aquel momento- despreciaba esta intención de transmitir valores nacionales a través de la ficción: "Creo que la cinematografía argentina debería, hoy por hoy, limitarse a aquellos temas que ofrecen menos tentaciones patrióticas o sensibleras."
El público no compartiría la idea: La Guerra Gaucha, estrenada el 20 de noviembre del 42, fue un suceso de taquilla: estuvo 19 semanas en cartel y sería vista por 170 mil personas, una enormidad para la época. 75 años después, sigue siendo una de las más grandes aventuras del cine argentino.
Bonus track: Ulyses y Homero después de la Guerra Gaucha
Ulyses y Homero harían varias películas más. Además de la mencionada Su mejor alumno, se ocuparán del guion de Pampa Bárbara (reversionada décadas después por Hollywood como Savage Pampas), Rosa de América (1946), basada en la vida de Santa Rosa de Lima y Donde mueren las palabras, dirigida por Hugo Fregonese, entre otras. Serían 11 películas en total las que firmarían juntos, además de una obra de teatro: La novia de arena.
Después tomarían caminos bien diferentes. En 1951, Petit de Murat partía al exilio mexicano junto a una gran cantidad de figuras que aparecían en las listas de Apold: Libertad Lamarque, Niní Marshall, Francisco Petrone, y siguen las firmas. Allí formaría parte del creciente auge del cine mexicano (que vendría a desplazar al argentino) escribiendo cerca de 40 películas.
Mientras su compañero deja el país, Manzi escribe milongas dedicadas al peronismo y grabadas por Hugo del Carril a quien también dirigirá en un par de películas como Pobre mi madre querida y El último payador.
Pero a Manzi le quedaba poco tiempo: moriría de cáncer a los 43 años en el departamento privado de su amigo y coprovinciano Ramón Carrillo, médico personal y ministro de Salud. No escribió libros, pero dejó medio centenar de tangos canónicos y 23 películas.
Ulyses Petit de Murat regresa a la Argentina a fines de los 50 y mantendrá una prolífica actividad que irá desde la adaptación cinematográfica de El Perseguidor de Cortázar hasta integrar el staff de jurados del ciclo televisivo Feliz Domingo.
Muere en 1983 siendo, tal vez, el guionista argentino con más títulos: cerca de 100.
Los unió el cine, los separó el devenir político argentino. Homero y Ulyses, otro intenso capítulo de nuestra Odisea.
LEA MÁS:
____________
Vea más notas de Cultura