"Aún lo íntimo merecía su rebelión", escribe Laura Fernández Cordero, investigadora y doctora en Ciencias Sociales, en el libro que acaba de editar Siglo XXI titulado Amor y anarquismo. Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual. Con un rojo libertario y el borde de algunas siluetas humanas en la tapa, esta publicación ingresa en nuestro agitado presente para plantear interrogantes del pasado, pero que sirven para repensar la actualidad: ¿De qué se trató el anarquismo que quebraba el sentido común argentino en la bisagra que unía los siglos XIX y XX? ¿Contra qué poderes luchaban —no son entidades exteriores y sí demonios con los que se lidia día a día, en primera persona— los y las anarquistas en esos tiempos en que la democracia empezaba a tornarse una mera posibilidad, aún discriminatoria y selectiva, casi como la careta amable de un dictador? ¿Qué significaba agitar la libertad sexual, transformar las prácticas amatorias y politizar la intimidad en una sociedad machista, etnocentrista y profundamente conservadora? ¿Cómo dialoga con el presente Amor y anarquismo?
"Con este libro quise recuperar una historia de algo que creemos muy actual. Los debates sobre lo que hoy llamamos género, sexualidad y feminismos parecen de hace unos pocos años y sin embargo hay toda una historia", dice Fernández Cordero. Con un tono apacible pero seguro, pedagógico pero certero, y sus ojos verdes que nunca miran a cámara sino que se focalizan en lo que va reflexionando mientras habla, asegura que, para los anarquistas, "la revolución social no se da sin una revolución sexual, y ahí la revolución sexual no es algo accesorio, posterior, después que lleguemos a la anarquía, sino que es algo que se tiene que dar. Hay que revolucionar las formas políticas, económicas, sexuales, afectivas, familiares. Eso me parece importante para ver cuál es el aporte libertario específico".
La posición libertaria
Durante un largo tiempo Fernández Cordero se zambulló en mares bibliográficos de alto calibre, donde las luchas sociales se tejían en la clandestinidad. Su estudio del anarquismo se basa en pilares concretos del movimiento en Argentina. Por ejemplo, el periódico La Voz de la Mujer de 1896 y 1897—que publicó la Universidad de Quilmes en los noventa—, y Nuestra Tribuna, que salió entre 1922 y 1925 —publicado por la Universidad del Sur en los años 2000— "donde las mujeres anarquistas decidieron que necesitaban un medio para expresar su propia voz, era escrito y dirigido exclusivamente por ellas, y eso nos permite recomponer el debate, no porque crea que en la voz femenina va a haber algo de contenido particular, porque dicen un poco lo que están diciendo algunos varones también, sino porque vienen a recitar la doctrina en primera persona y en femenino. Estos periódicos traen un montón de problemas al campo, porque una cosa es decir 'queremos libertar a las mujeres' y otra cosa es que esas mujeres, tu hermana, tu pareja, tu madre, te vienen a decir que vos podés ser el más libertario de los hombres pero también podés ser un opresor en tu hogar".
"Es muy fácil fascinarse con mujeres como Virginia Bolten, Pepita Guerra, Juana Rouco, que hacen estos periódicos en momentos donde el analfabetismo era altísimo; que son mujeres trabajadoras, para nada acomodadas, entonces no les hace justicia si yo me fascino. Lo más interesante es encontrarlas en sus dificultades, en sus limitaciones", comenta, y luego continúa: "Llegan a unos límites que no había mucho nombre para ponerle. ¿Diferencia sexual? El siglo XX construyó el concepto de género pero en ese momento, no. Si bien veían la masturbación como un problema, por ejemplo, por otro lado pensaban al aborto como un derecho. Sería un anacronismo de mi parte pedirle que cumplan con los requisitos desde el hoy, cien años después de aquellas discusiones". En el momento histórico que estudia, los debates anarquistas diseccionaban temas que aún hoy resultan pantanosos. Por eso es necesario entender la historia y la época, puesto que no hay un afuera, salvo en el análisis.
"A veces se habla del protagonismo político de la mujer a partir del voto —afirma Fernández Cordero— y se olvida un poco esta prehistoria donde muchas trabajaron, no necesariamente peronistas, para llegar a esa instancia décadas antes. Pero también esta posición libertaria de varones y mujeres en contra del voto, en contra del sistema electoral, en contra de los derechos políticos que lo que finalmente hacen es reforzar un sistema que hay que destruir. En este sentido es muy interesante ver cómo ellas no se llamaban feministas. Acá el término llega a fines del siglo XIX y enseguida empieza a ser visto como un movimiento burgués de mujeres que buscan el voto y los derechos políticos, todas cuestiones que no le interesan al anarquismo. Sin embargo yo retomo en el libro un momento donde una mujer pregunta si le conviene el feminismo. Nunca podremos saber si es una mujer, firma como una modista, pero puede ser una carta que quiso reponer el editor. Pregunta si le conviene el feminismo y le responden que no, que es una cosa de burgués. Y otro varón de otro periódico le responde: 'sí, eso está bien, pero cuidado, es una lucha que tenés que dar vos, y que te digan que no te conviene el feminismo es sospechoso, porque entonces quieren que permanezcas en lo que sos'".
Matrimonio, maternidad, prostitución
"Uno de los temas centrales del anarquismo es discutir el matrimonio, una institución que debe perecer. El matrimonio burgués, el matrimonio civil y religioso, es algo que es inaceptable, porque además viene siempre de la mano de la prostitución y el adulterio. Atrás está el imaginario de que el varón no puede controlar su sexualidad, que necesita sí o sí tener sexo", comenta la autora. Por eso, para destruir la institución matrimonial hay que apuntar las balas contra la familia. ¿Cómo pensar alternativas frente a una convención tan sólida a la hora de pensar las relaciones amorosas y parentales? "El amor libre no es un invento anarquista, es una idea que surge en cualquier movimiento emancipatorio previo", comenta la autora y nombra sus hallazgos en el estudio: "Entre un polo, unión libre, que son monogamias sucesivas sin sanción religiosa ni civil, al otro polo que es el más radical y que serían amores múltiples contemporáneos y al mismo tiempo más allá de una pareja, donde puede haber varios integrantes". Sin embargo, en ese debate aparece la palabra libertinaje y en varios puntos limitantes: "Por supuesto, esto se da en un marco muy heterosexual. Los discursos sobre la homosexualidad son condenatorios. Además es un término que está en construcción, no existe el homosexual como identidad política, el lesbianismo es mucho más invisble".
La maternidad es uno de los temas importantes del libro ya que, como dice la autora, es necesario pensar las corrientes en relación con la moral de la época y no como burbujas aisladas. En ese sentido, estas publicaciones anarquistas plantean una ruptura con convenciones como que "la sexualidad va de la mano necesariamente de la procreación", porque "separan procreación y goce, yendo en contra de las lecturas religiosas de la sexualidad. pero así y todo es un discurso profundamente maternalista. El mandato de la maternidad para la mujer es muy fuerte". Esto se explica con el contexto: "Hay que pensar que los métodos anticonceptivos son muy inaccesibles, el aborto continúa siendo como hoy una situación que se da en la clandestinidad, entonces era muy difícil para una mujer acceder a lo que en el medio anarquista llamaban la generación consciente o la limitación de los nacimientos".
También aparece, aunque no tan abordado como el punto anterior, el trabajo sexual. "La mirada sobre la prostitución del anarquismo —explica— es la mirada más clásica: la mujer prostituta cae, esa es la imagen, en la prostitución empujada por las circunstancias, por la pobreza, por una mala seducción de un burgués, por la situación de la inmigración, por la falta de trabajo. Siempre es una víctima por excelencia. Y en ese sentido es una mirada muy paternalista". Respecto a la actualidad de este debate, Fernández Cordero resume las posiciones entre abolicionistas y pro mercado sexual: "Quizás lo más interesante que está en juego es poder escuchar a las propias mujeres que están en esa situación y ser muy delicada para poder pensar las distintas situaciones porque una cosa es la trata, otra cosa es la mujer que decide ejercer su derecho al trabajo sexual y otra cosa son las mujeres cuyo consentimiento para decidir si quieren o no ser trabajadoras sexuales es muy lábil o proviene de una situación de extrema pobreza".
Deshilachar al feminismo, tejerlo más fuerte
Retomando la línea de investigadoras como Dora Barrancos, Mabel Bellucci y María del Carmen Feijoo, entre otras, Laura Fernández Cordero se propuso traer a la actualidad un peso pesado: el anarquismo de la liberación sexual. Pero, ¿cómo dialogan con el presente esas experiencias emancipatorias de hace casi un siglo? ¿Qué toma el feminismo de este gran movimiento que lo precedió? "Creo que es un momento interesante para vivir como feminista. Yo me reivindico feminista", dice Laura Fernández Cordero. Ella sostiene que pese a que a los medios llega la imagen más radicalizada y punitivista del feminismo, hay una tarea intensa de muchas feministas pero también de mujeres politizadas que no se consideran feministas, "una tarea de repensar la cultura y conmover patrones que teníamos muy instalados e instalar la idea de que es violencia cosas que teníamos muy naturalizadas propias de las relaciones de pareja".
Y respecto a este presente, la investigadora insiste con agregarle el plural al movimiento, sacarlo el corsé de la homogeneización y permitirse deshilacharlo en interrogantes para tejerlo más fuerte: "Hoy hablamos de feminismos para salvar una situación que pueda ser leída como algo crítico. Hay muchos feminismos, hay mucha discusión, mucho debate. O como algo muy productivo: hay distintas líneas, hay distintas maneras de abordar los temas. Algunos temas son discusiones bien cruentas, otras más livianas, pero me parece que hablar de feminismos es dar cuenta de esa pluralidad. Incluso rescatar la palabra feminismo. Yo siempre digo que si sigue molestando, hay que utilizarla. Si género, que es un término súper importante, quedó un poco domesticado, entonces hay que seguir llamándose feminista".
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