"Yo me hice baterista en la cancha de River…", dice Pipi Piazzolla y la respuesta sorprende a este cronista. "Iba de chiquito y escuchaba el bombo, los platillos, las palmas… Todo era percusión. Un día vi una batería y descubrí que ahí tenía toda la hinchada junta, me explotó la cabeza. Ahí me puse a estudiar".
Pipi cuenta la historia sentado en medio del Estudio 2 de Abbey Road, ese lugar que podría no ser más que un conjunto de salas muy bien equipadas si no fuera porque un día George Martin y The Beatles lo transformaron en la Meca del sonido mundial.
Hace un par de horas que Escalandrum -el sexteto que integra el nieto de Astor Piazzolla- empezó a grabar aquí y todavía está fresca la emoción de la llegada, cuando Horacio Sarria, manager y gran responsable de la movida, miraba el estudio con los ojos llenos de agua. "A mí de chico me preguntabas qué quería hacer y yo te decía trabajar acá". Pasa Pipi, lo escucha y le da un abrazo de esos que parecen en chiste pero liberan de verdad.
"¿Ves ese piano? Es el de Lady Madonna" acicatea uno de los productores del documental. El pianista Nicolás Guerchsberg muerde el anzuelo y se sienta a tocar temas de los Fab Four. Lo aplauden hasta los asistentes locales, que deben estar un poco aburridos de que todos los que llegan hagan lo mismo pero lanzan un cumplido "This piano man is very very good..!"
Alguien hace aparecer un mate y el catering de uvas sin semilla que el estudio dejó de regalo se riega con yerba. Los chicos que Abbey Road puso para que asistan a Facundo, el ingeniero de sonido de la banda que vino desde Buenos Aires para hacerse cargo de uno de los momentos más trascendentes, se ríen. Más tarde probarán y pondrán cara de asco. Lo de siempre.
La mesa de grabación impresiona. Facundo desliza que uno de los monitores no se escucha del todo bien y en segundos le traen dos nuevos. "A ver, el trío Los Hijos del Viento, vamos a probar" ordena Pipi y Damián Fogiel, Martín Pantyer y Gustavo Musso bajan la mítica escalera con aire de equipo de fútbol rumbo a un partido de esos que dan ganas de jugar. Se suma Mariano Sívori al contrabajo y alguien le grita un "buena, Paul". Ahora la banda está completa, tocan y las caras son de "Dios mío como suena esto". Un inglés que pasa por el control se sorprende, "¿Es popular el jazz en Argentina?" pregunta y sigue viaje habiendo descubierto que no, que no lo es, pero que se toca muy bien.
"Vamos a escuchar cómo quedó" dice Pipi y tirados en los sillones del control comprobarán que sí, que Abbey Road suena como lo suponían. Perfeccionistas, uno dice que se apuró en su solo, otro que entró un poco desafinado. "Acá se te trabaron los dedos" le dice Pipi a Guerschberg y los dos se ríen. Más tarde, ante un bajón, Pipi sacará dotes de motivador. "Toquen, sigan el ritmo y toquen, olvídense de dónde estamos, confíen en mí". Y todos confían, las tomas son cada vez mejores, el disco cuyo nombre empezó a discutirse anoche con un par de Guinness en las manos, toma forma.
En un break suena el celular de Pipi. Es Daniel, su papá, que lo llama por Skype. Pipi le muestra la sala, le dice que todo esto es culpa suya porque le hizo escuchar a Lennon, Daniel se emociona vía smartphone. El manager aprovecha el break y se sienta en la batería, la banda lo acompaña en una versión improvisada de Day Tripper que queda grabada y que hacen el chiste de dejarla como bonus track. Facundo, el capitán del barco, les grita "vamos, vamos que se me acaba la cinta" y todos se ríen porque cinta ya no se usa pero entienden, hay que aprovechar el tiempo.
¿Un lugar así los achica o los agranda?, pregunta el cronista y todos contestan que cuanto mejor suena, mejor se toca. "Además, respirás este aire y no podés no dar todo". Y es verdad, si algo tiene de especial Abbey Road es el aire, una mezcla de madera noble que pisaron todos y metales de micrófonos a los que les cantaron todos. Hay algo de museo, pero lleno de vida.
"Hoy almorzamos acá pero vamos ya porque en el Estudio 1 está grabando una sinfónica, son como doscientos, no va a quedar nada" dice Horacio y la banda baja rápido, casi sin mirar los afiches de Star Wars y de Lord of the Rings que tapizan las paredes y que son apenas dos de las miles de bandas de sonido que se grabaron allí. Plato caliente, postre y a seguir que hay que meter todo el disco.
"Che, ¿la bolufoto cuándo la sacamos?" y la bolufoto es la que se sacan todos, la que vuelve loco a los pobres locales que andan en auto por la calle y tienen que frenar para que los Escalandrum y decenas de turistas jueguen a ser The Beatles en un paso cebra. "Y ya que estamos vayamos al shop" y los músicos profesionales juegan un rato al consumo, eligiendo pines, remeras y anotadores con manzanitas y submarinos.
A la tardecita, cuando ya falta poco, llega Elena. No viene a cantar, viene a ver. Respetuosa, se hace más chiquita que nunca. Los Escalandrum deciden que los últimos temas los van a hacer casi a oscuras. La cosa resulta, sale una versión slow que deja a todos maravillados. "Che, seguro que ese piano soy yo…" dice Nicolás. Esta vez nadie se ríe porque no es un chiste, de verdad que están sorprendidos del resultado.
"¿Quedan pocos minutos, hacemos Primavera porteña?". Al fin suena Astor en el estudio 2, la cuna de tantos hits. Así, un día, Astor llegó a Abbey Road. Al final del día, para las cámaras que registran todo, Pipi le hablará a aquel nene que iba a la cancha de River y descubría la batería. Mirará fijo a la lente y le dirá que esté tranquilo, que le va a ir bien, que los sueños se le van a cumplir, que será feliz con lo que más le gusta, que será un Piazzolla en Abbey Road, pero antes que nada, será un músico, la profesión más linda del mundo.
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