El sol ya estaba detrás de los edificios cuando Luciano Monteagudo recibió a Infobae. El tránsito congestionado, la Avenida Corrientes llena de gente, el Teatro San Martín con las puertas abiertas al público y el ascensor que se clava en el piso diez: en el foyer de la Sala Leopoldo Lugones, un grupo disperso de personas conversa amablemente. Pronto se irán sumando algunos más, ese foyer estará lleno y por fin pasarán a la sala para ver La pasión de Juana de Arco —un clásico de los años veinte del director danés Carl Theodor Dreyer—, lo que realmente los trajo hasta aquí. Monteagudo es el programador de la Lugones —ya es una suerte de contraseña pública: la Lugones— desde hace 35 años. Su compromiso con el cine se explica por la pasión pero también por la inteligencia: sabe que el mercado es un calamar gigante que devora todo pero, ¿qué sucede con aquello que desecha por desconocimiento o falta de interés? Debe ser interrogado, interpretado y, en muchos casos, valorado. Esa es el objetivo de la Sala Lugones: funcionar como un espacio para la reflexión cinematográfica y la proyección de las grandes obras de la historia, para comprender el pasado y para pensar el presente. Siempre con el cine como prisma de visión.
Mientras los técnicos acomodan todo para que, en media hora, las butacas estén ocupadas, y el tecladista Marcelo Katz prueba su instrumento —se va encargar de la música en vivo, mientras se proyecta el film mudo—, Monteagudo toma asiento y se dispone a hablar con Infobae. Está de traje, acorde a este estreno y a lo que significa la reapertura de la Sala. Por remodelación y puesta en valor, permaneció cerrada los últimos tres años y medio. Ahora su gran regreso se da en sincronía con el aniversario número cincuenta; medio siglo de vida, que no es poco. "Por ejemplo, las cinematografías asiáticas no tenían difusión aquí en la Argentina, se conocían muy poco y muy mal. La Lugones le dio un espacio al cine japonés, chino, coreano y de Taiwán. Lo que fuimos incorporando también fueron las manifestaciones contemporáneas de lo mejor del cine del momento, tanto nacional como internacional. Grandes directores argentinos han estrenado sus películas acá en los últimos años como Lisandro Alonso, Matías Piñeiro, Nicolás Prividera, Raúl Perrone; en fin, la lista es larga y al olvidarme de muchos soy injusto. La idea, sobre todo en los últimos 10 o 15 años, ha sido poner en diálogo el presente del cine con su pasado, y también lo mejor del cine internacional con el nacional", explica.
El 4 de octubre de 1967 fue el día en que empezó todo: tras un acuerdo del Teatro San Martín y la Fundación Cinemateca Argentina, la pantalla grande proyectó La pasión de Juana de Arco. Fue el primer film, el inaugural, y es el que ahora, cuando culmine la entrevista con Monteagudo, se volverá a proyectar. Como un círculo que gira, avanza, regresa y vuelve a avanzar. Pero todo el tiempo que transcurrió bajo el puente no fue fácil. Hubo censura, hubo persecución. Los tiempos previos a la primavera alfonsinista no fueron color pastel. Durante la última dictadura militar, la Sala Lugones funcionó como un islote en medio de tanta masacre y oscuridad. Al ser un espacio pequeño y para las autoridades estatales intrascendente, la censura no cayó con la fuerza que lo hacía en otros espacios culturales, entonces muchos estudiantes se encontraban allí para ver cine de calidad y para refugiarse de la atomización dictatorial. Un islote reflexivo y seguro.
La primera vez que Luciano Monteagudo entró a la Lugones era tan sólo un niño. Sus recuerdos son difusos pero tiene la certeza de que fue una experiencia clave. "Con mi padre vinimos a ver cine clásico mudo slapstick. Te soy franco, no sé si era Chaplin o Buster Keaton. Sé que a mi padre le gustaba mucho los Keystone Cops, un grupo de cómicos salidos del estudio Keystone. Alguno de esos fue: o los Keystone Cops o Chaplin o Keaton. Así que estoy en la sala hace muchos años, y desde entonces siempre he vuelto. De adolescente venía mucho, y de hecho empecé a trabajar con 20 o 21 años, así que hace mucho que vivo acá adentro", comenta quien no sólo es el programador de la sala, también es crítico de cine y podría decirse que es uno de los argentinos más eruditos del séptimo arte.
— ¿Qué cambios viste en los últimos años respecto de épocas anteriores?
— Los cambios más recientes son tecnológicos. Hasta hace pocos años proyectamos en analógico, en 16 milímetros y en 35 milímetros, y ahora incorporamos un proyector de CP digital con sistema lumínico láser, entre otras cosas. Eso desde lo técnico, pero no resignamos el analógico, porque siempre estamos redescubriendo la historia del cine mundial que todavía está condiciones de difundirse en su formato original, Cuando se hizo toda la renovación de la sala y la reestructuración de la cabina hubo que hacer un trabajo muy minucioso para que convivieran ambas tecnologías. Al día de hoy, la cabina de la Sala Lugones es la única de Buenos Aires que tiene simultáneamente proyecciones digitales de última generación y un proyector de 16 milímetros profesional con lámpara láser y carga de dos horas que impide que estemos cortando para cambiar rollo. O sea, es la cabina más equipada de Buenos Aires y sospecho que del país.
— ¿Y en cuanto al público?
— Sí, ha habido un cambio en los hábitos del público. Primero apareció el video hogareño, el VHS, después el DVD, después el blue-ray. Ahora todo el mundo ve películas online por Netflix, Amazon, en fin… hay una cantidad de opciones para ver cine desde la propia casa que antes eran inimaginables. Lo que rescata la Lugones es la idea de seguir sosteniendo al cine como espacio de encuentro, de comunión y reflexión. ¿Por qué? Porque cuando uno ve una película rodeado de doscientas personas, si hay una comedia, la risa se contagia. Hay un hecho social en asistir al cine y ver una película en comunión, aún cuando uno haya venido solo. En la sala no está solo, está acompañado por el público y esa energía se transmite. Como también la emoción: hay películas como Los paraguas de Cherburgo, que dimos hace poco en el Cine de Clásicos Franceses Restaurados, que son películas muy emotivas y uno percibe claramente que hay una corriente de energía que se transmite entre los espectadores aún siendo desconocidos entre sí.
— Es todo un desafío. Imagino que no debe ser fácil, sobre todo en estos tiempos…
— Lo que venimos sosteniendo con la Lugones es ir al cine como un momento de reflexión, sobre todo en un momento donde muchos podrían pensar: ¿para qué ir al cine si puedo ver todo en cable u online? Es que son experiencias muy distintas. Nosotros apostamos a que cada película se dé dentro de un marco, un contexto, que pueda ser leída dentro de una historia temporal o en relación con la obra anterior del director, porque lo que muchas veces sucede cuando se ve cine online es un poco como un cirujeo de imágenes. Generalmente cuando uno se mete ahí ve una película suelta y eventualmente si puede la conecta con otra pero no necesariamente se da. Acá nosotros hemos trabajado históricamente con un concepto monográfico donde uno revisa la obra de un director, como va a ser el caso de Masaki Kobayashi, un director japonés muy importante de los años 60 y muy poco conocido aquí en la Argentina: vamos a dar en octubre diez de sus mejores películas. Entonces uno va a poder ver no solamente su película más famosa, sino las obras que hizo antes y las que hizo después, entonces uno conoce la obra completa, la trayectoria de ese director. La idea es que siempre en la Lugones haya un diálogo entre las películas y su contexto, su marco, que ayude a la mejor comprensión de lo que uno viene a ver. Sumamos a esto un programa de mano donde hay información bastante completa sobre la película, el año, el contexto en el que fue rodada. Cuando alguien viene a ver una película de un director coreano, que sepa en qué contexto se hizo, por qué, qué estaba sucediendo en la cultura de ese país. Entendemos al cine como un hecho amplio.
— ¿Cómo es la relación de la Lugones con el mercado?
— La Lugones no mantiene una relación con el mercado. Más bien busca aquello que el mercado deja de lado, y que es mucho y cada vez es más. Porque la mayoría de los complejos dan siempre lo mismo y al mismo tiempo, con lo cual la oferta de las salas comerciales es cada vez más concentrada y limitada. En la Lugones justamente tratamos abrir una brecha, no es tratar de competir con ninguna cadena, es simplemente dar aquel tipo de cine que justamente no se exhibe en otros lados. A veces ni siquiera en cable o en internet, porque está esta idea equivocada de que hoy por hoy en internet se puede conseguir todo, y te puedo asegurar que no es verdad.
— Por último, ¿cómo ves al cine argentino de hoy?
— El cine argentino hoy es de una inmensa riqueza y diversidad. Acá le hemos dado un espacio importante, sobre todo a aquellas producciones independientes que no tienen el apoyo de las grandes productoras ni de los grandes medios, pero que es el cine que muchas veces nos representa mejor en los festivales internacionales. Y me parece que éste es un momento crítico. Hay que prestar mucha atención, porque justamente ese cine es el que hoy, con esta Resolución 942 del Instituto de Cine, es el que está en peligro de desaparición. Me parece que entre todos tenemos que salir a defender la pluralidad, la diversidad, y que no quede concentrado solamente en manos de las grandes productoras, que por supuesto está perfecto que hagan películas de gran presupuesto y con grandes estrellas y que lleven mucho público. Todos estamos felices con eso también. Pero eso no tiene que impedir que el cine de mediano y de bajo presupuesto siga existiendo porque hace justamente a la riqueza y la diversidad del cine argentino.
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