Finalmente y luego de numerosos avances, con una trama resguardada como un secreto de estado y tres cortometrajes a modo de anticipo para los espectadores ansiosos, llegó Blade Runner 2049, secuela del film original de Ridley Scott que 35 años después, vuelve a poner a Harrison Ford en uno de sus papeles icónicos. Scott se limitó a producir, mientras que las visiones del futuro quedaron a cargo del director Dennis Villeneuve (Sicario, La Llegada), quien junto con el director de fotografía veterano Roger Deakins y los compositores Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch, se encargaron de expandir la paleta sonora y visual del universo de Blade Runner, que desde su estreno en los tempranos ochenta nunca dejó de ser una influencia enorme, no sólo para el cine de ciencia ficción moderno, sino en toda la cultura pop contemporánea.
El estreno es también una oportunidad para retomar el debate rabioso que los fans de la saga alimentaron todos estos años, un debate en el que el propio Ridley Scott y Harrison Ford no logran ponerse de acuerdo: ¿es Deckard, el cazarrecompensas lacónico que protagoniza la película, también un replicante? Pero antes de ocuparnos de esa pregunta, consideremos por qué Blade Runner se consolidó como una de las películas de ciencia ficción más influyentes de la historia del cine.
1982 fue un año absolutamente espectacular para los cinéfilos y el público en general. E.T. de Steven Spielberg imaginó el contacto con un alienígena noble y de buen corazón en una película de aventuras y coming of age, con un sentimiento afín a otras películas de la década (Los Goonies, Cuenta Conmigo) hoy recuperado en series como Stranger Things. El maestro del horror John Carpenter imaginó en cambio un escenario de pesadilla, lleno de frío y paranoia, con el alien de El Enigma de Otro Mundo, que adopta forma humana pero se retuerce luego en formas más grotescas.
Además del sci-fi, otros géneros como el terror puro y la fantasía también tuvieron grandes películas de espectáculo: Poltergeist, de Tobe Hooper y Conan el Bárbaro, que hizo de Arnold Schwarzenegger una estrella. Blade Runner llegó en ese contexto, y la visión existencialista y distópica de Ridley Scott no tuvo consenso crítico ni buena recepción del público. Sin embargo, con los años -y las sucesivas iteraciones de la película producto del perfeccionismo extremo de Ridley Scott- se consolidó como un clásico de culto y un texto seminal de ciencia ficción.
Las raíces del éxito de Blade Runner están, no obstante, en otro género, el noir. Hay mucho en Blade Runner de este subgénero de los años '40, influenciado a su vez por el expresionismo alemán, tanto estética como argumentalmente: El ambiente nocturno de callejones iluminados por persianas venecianas, llenos de humo y luces de tubo titilantes, el uso de contrastes extremos en la fotografía. El tono pesimista, con un protagonista con falencias morales transitando un universo decadente que no le pertenece y rodeado de mujeres fatales. El Deckard de Harrison Ford le debe mucho a Humphrey Bogart y a Robert Mitchum (el personaje fue pensado para él), pero también es un reflejo de los detectives de la literatura pulp, como Phillip Marlowe.
Deckard tiene mucho en común con los antihéroes hard boiled, siempre tiene un trago en la mano, y suele sufrir fuertes golpizas en la búsqueda de la resolución del caso de turno. Pero como en mucho cine de los 80, en Blade Runner hay una operación de recombinación de géneros, un trabajo de patchwork, es decir, un entrecruzamiento de intertextualidades y sensibilidades que crean una visión del mundo propia.
A la reactualización del cine negro vía una Los Angeles futurista, se le suma otro género que también tiene raíces literarias: el cyberpunk, subgénero de la ciencia ficción que encuentra sus raíces en autores de ciencia ficción de fines de los 60 y la novela de Philip K. Dick Sueñan los androides con ovejas eléctricas -que originó Blade Runner– y tiene su máximo exponente en el autor William Gibson y su novela Neuromancer.
El cyberpunk se aleja de la visión utópica de los avances tecnológicos y propone mundos en los que el control corporativo lleva a escenarios de desigualdad social, vigilancia sin límites a la manera de 1984 de George Orwell, y en donde conviven el neón de las publicidades gigantes y las cañerías que gotean. En Blade Runner podemos observar desde las alturas una arquitectura majestuosa y el neón de Coca Cola y TDK pero al bajar al nivel del suelo nos encontramos con una ciudad cosmopolita atacada por la sobrepoblación, bajo el constante azote de la lluvia y eternamente nocturna.
Syd Mead, artista conceptual que trabajó en Tron, Star Trek, Cortocircuito, Timecop y otras películas del género, fue fundamental en el desarrollo de la arquitectura postmoderna de Blade Runner, que tomó elementos del art decó, el futurismo italiano, de Metrópolis de Fritz Lang y principalmente de la emblemática pintura de Edward Hopper, 'Nighthawks', una imagen que Ridley Scott le mostraba constantemente al equipo de producción para explicar la atmósfera que buscaba, que se construyó a la vieja escuela, sin CGI, con miniaturas y matte paintings. La música de Vangelis fue tan importante como el aspecto visual y la fotografía, una mezcla de sintetizadores analógicos y vanguardia electrónica con melodías de blues y saxos ochentosos.
El trabajo de Deckard funciona además como una alegoría social. Es un agente parapolicial que se dedica a cazar y exterminar "humanos que no son humanos", disparándole por la espalda a gente que solo quiere vivir un poco más. Blade Runner muestra un futuro teñido de melancolía y fantasmas del pasado, atravesado por una de las preguntas fundamentales de la ciencia ficción: ¿qué significa ser humano?. Por eso es interesante la incertidumbre y no la respuesta de si el propio Deckard es también una máquina.
Roy Batty, el hombre sintético y antagonista central del film interpretado por Rutger Hauer, es absolutamente más que humano. La performance de Hauer es la verdadera protagonista, un tour de force que lo muestra como un personaje complejo y cargado de sexualidad. Es un asesino, pero también sufre angustia, miseria, miedo y compasión. Al final, salva a Deckard de su propia muerte, consolidando su propia humanidad minutos antes de quedar inerte en la lluvia. Deckard tiene un arco que lo muestra como frío y distante primero, y capaz de amor y empatía luego (aunque cuanto menos hablemos de la escena de violencia de género, mejor).
Harrison Ford siempre consideró a Deckard como el único humano en una película llena de hombres-espejismo, que actúan afectados, notoriamente como un otro. Pero pensar a Deckard como un replicante le añade complejidad a su relación con la femme(bot) fatale Rachel (¿pueden dos androides amarse?) y el resto de los replicantes, poniéndolo en el lugar de un cazador de su propia clase. El interés está en esa tensión y en motivar la pregunta de cómo definir la conciencia.
Muchas películas siguieron el camino de Blade Runner, bien por el lado de la visión distópica del futuro o bien en su temática existencialista. La animación japonesa nos dio dos piedras angulares del género: Akira, de Katsuhiro Otomo (1984), y Ghost in The Shell, de Mamoru Oshii (1995). Ambas tienen una animación extremadamente perfeccionista y lujosa, y toman de Blade Runner la representación del futuro como una combinación de neón y herrumbre, y escenarios de conflicto social, en donde se pone en cuestión la intersección de la ciencia, las corporaciones, y el poder militar.
Ghost in the Shell tuvo varias secuelas y este año una (olvidable) remake americana, mientras que Akira se re-estrenó en salas locales e internacionales, agotando todas sus funciones, demostrando la vigencia de ambos films. Hollywood continuó adaptando a Philip K. Dick, desde El Vengador del Futuro de Paul Verhoeven, a Minority Report de Steven Spielberg, pasando por Una Mirada a la Oscuridad de Richard Linklater. En los 90, el tech-noir de Blade Runner se volvió muy popular: Días Extraños, de Kathryn Bigelow, y Ciudad en Tinieblas de Alex Proyas, retomaron la idea de ciudades futuristas envueltas en oscuridad, humo, y teorías conspirativas. Keanu Reeves fue protagonista de dos películas que no hubieran existido sin Blade Runner, una de culto y una esencial: Johnny Mnemonic, escrita por William Gibson, y Matrix, un film de las hermanas Wachowski que puso en una licuadora el cine negro, el cyberpunk y le agregó las artes marciales del cine de acción de Hong Kong.
Más recientemente, el escritor/director Alex Garland retomó la idea del romance hombre-máquina y los límites de la conciencia y la inteligencia artificial en el hit independiente Ex Machina. Todas estas películas contienen tropos y elementos que hoy damos por sentados como parte del lenguaje del cine y la cultura pop, pero que se originaron en la película de Ridley Scott de 1982, un film absolutamente adelantado a su época que hoy regresa triunfante en forma de una secuela que ya tiene pinta de clásico moderno. Atención: eviten los spoilers, Blade Runner 2049 se disfruta más sin conocer nada de su trama y sus misterios.
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