Madrid.- Por primera vez en la historia, los libros molestan. Por primera vez ocupan un espacio excesivo en las casas y ya puede pesar más esa presencia agobiante de paredes y mesas atiborradas de ejemplares que el prestigio que siempre otorgaba contar con una biblioteca bien poblada. Algo de esto dice Constantino Bértolo, uno de los grandes editores españoles y amante del libro de papel, quien más allá del fetiche asegura que no le parece mal que se haya desacralizado un poco el objeto en sí. Y hasta arriesga un ejemplo práctico: "los hogares burgueses hoy ya no son más de 120 metros cuadrados sino de 60 metros cuadrados", dice. Efectivamente, no hay caso, no hay modo de seguir acumulando volúmenes. El peso es físico, sí, pero también simbólico.
"Soy un jubilado, mi mayor valor hoy es la sinceridad: no tengo nada que perder y ya no tengo que sonreírle a nadie todo el tiempo", ironizó ayer por la tarde Bértolo en la sala 14.3 de Ifema, el centro de exposiciones donde hasta mañana viernes se desarrolla Liber, la Feria internacional del libro de España, que alternativamente tiene lugar en esta capital y en Barcelona. Se trata de una suerte de diálogo de grandes ciudades que por estos días se ve como ejemplo de lo que se está necesitando para terminar con la amenaza de violencia que el domingo último expresó su rostro más feroz. El mercado español pasa por un momento "pobre", los lectores de hoy son "una tribu de filatélicos que se leen unos a otros" y la incidencia del discurso literario en la sociedad es muy escaso, bastante menor que lo que era hace 40 años y en general el panorama se presenta falto de riesgo y pauperizado.
Durante una hora, Bértolo (ex editor de Debate y Caballo de Troya), conversó con Damián Tabarovsky, escritor, crítico y editor de la editorial argentina Mardulce, en una charla coordinada por la editora Ana María Cabanellas y en el marco de la participación de Argentina como país invitado de honor en la Feria Liber. Los expertos hablaron del estado actual de la industria de sus países y de la geopolítica editorial en español, dominada por los grandes grupos (Planeta y Penguin Random House tienen el 60% del mercado) y, que, de algún modo, preserva su espacio de defensa de la buena literatura y de la lengua a partir de la labor de las editoriales independientes, cuya representación viene creciendo en los últimos quince años de la mano, precisamente, de la concentración editorial.
Bértolo fija el cambio en un momento puntual: la llegada del grupo Bertelsmann al mercado español y lo que el editor llama "la contabilidad alemana". Hasta ese entonces, para las editoriales, las existencias eran un patrimonio, un activo. A partir de ese momento, no solo dejan de ser un activo sino que pasan a ser un pasivo, una espada de Damócles para cualquier editor ya que "hay que amortizar los gastos" de bodega y almacenamiento.
"En nuestras sociedades capitalistas, siempre se ha editado en el mercado", comenzó Bértolo. "La diferencia es que ahora existe la obligación de editar para el mercado". A partir de esa definición, el prestigioso editor, autor de varios libros, entre ellos La cena de los notables, trazó un perfil de la figura del editor, que pasó de ser una suerte de director de orquesta a quedar en una posición profundamente más limitada dentro de la compañía. Hoy ya no es el editor quien decide la tirada de un libro, una cifra que en lugar de formar parte de un todo en el riesgo es ahora un dato técnico de los departamentos comerciales y de marketing.
Un editor, según Bértolo, no lee ni como un lector normal ni como un crítico sino como la suma de ambos, a lo que además le añade el rango de "comerciabilidad" de esa lectura. El veterano editor insistió mucho en que el actual es un momento "conservador" de la industria editorial, que solo arriesga lo necesario para cumplir con expectativas de ventas que previamente son sondeadas por los departamentos comerciales de las editoriales, la mayoría de las veces integrados por personas que no son lectores o que no conocen los libros que deben vender.
"Un editor independiente es editor y cadete", explica Tabarovsky, quien antes de ser director editorial en Mardulce tuvo el mismo puesto en Interzona. Ya entonces era conocido por su orientación al riesgo y a la exquisitez a la hora de construir un catálogo. "No es cierto que son tan independientes nuestras editoriales, en realidad son las más dependientes del mercado porque no tienen espalda para resistir", ironizó, para luego pasar a describir ese sector. Se trata de un espacio en el cual los editores fueron adquiriendo un alto nivel de profesionalismo y en el que los libros cada vez más salen a tiempo en función de lo programado, en buenas condiciones y tienen buena prensa. Al comienzo, unos quince años atrás, las editoriales independientes se preguntaban: ¿creamos un mercado? ¿podemos ser sustentables? ¿podemos ser rentables? "Hoy ya sabemos que podemos ser todo eso y profesionales, lo que significa, por ejemplo, ir a Frankfurt a vender y comprar derechos y no pasar papelones", bromeó Tabarovsky.
Este crecimiento y esta consolidación generó que incluso autores consagrados hayan comenzado a publicar en editoriales independientes que son, además, las únicas que al día de hoy publican traducciones con inflexión rioplatense. "Se trata de un rol político y de una política de la lengua", describió Tabarovsky, quien elogió el Programa Sur de la Cancillería argentina, plan de subsidios a la traducción implementado en 2010 por el gobierno kirchnerista y continuado por la gestión actual.
Un par de días atrás, durante un debate en la librería céntrica Tipos infames, ubicada entre el público la periodista y escritora española Mercedes Cebrián declaraba su perplejidad porque en América Latina soportáramos sin chillar las traducciones españolas, llenas de manierismos locales. Ayer, quien coordinaba la mesa, Ana María Cabanellas, recordó que en algún momento Emecé publicaba sus libros con tres versiones del español, de acuerdo con el lector destinatario, por lo que había ediciones para Argentina, para América latina y para España. Hoy es imposible imaginar una propuesta de "customización" de traducción de esta naturaleza.
A lo que Tabarovsky definió como "editor y cadete", Bértolo lo había llamado "autoexplotación", una característica de la edición independiente que terminó redundando también en una pérdida de valor de los oficios de la industria: solo basta ver cuánto menos gana hoy un lector de originales, un corrector, un diseñador de maquetas…
Sobre el final, hubo un momento para hablar del libro digital. Ambos editores coincidieron en una mirada conservadora. Los ebooks no explotaron aún en el mercado español y eso tiene varias razones, la más importante: la preservación de las librerías y de la figura del librero como socio principal del editor. Otra de peso: no se encuentra aún el modo en que el libro electrónico tenga alguna particularidad que lo distinga de un pdf y le otorgue un plus. Fue entonces cuando Bértolo señaló que aunque aún lo digital no parece una amenaza al papel en español, asistimos sí a una devaluación y desacralización del libro como fetiche, algo que no es necesariamente malo, aclaró. Y dijo algo más, que sonó contundente e indiscutible: "Lo que me sorprende es que aún no haya aparecido ninguna editorial digital con valor de cambio". Una vez más, el maestro tiene razón. Será cuestión de esperar a ver quién se anima.
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