Teresa Cremisi sonríe con calidez, acepta fotos sin ceño fruncido y es encantadora. Nada más lejos del título de "dama de hierro de la edición" que porta desde hace 40 años.
Nació en Alejandría, vivió en Italia y de un tiempo a esta parte lo hace en París. Fue directora editorial en Gallimard –la casa editora más importante de Francia–, dirigió Flammarion y fue directora general encargada del desarrollo editorial del holding Madrigal, que engloba a Gallimard y Flammarion. Aún hoy es la editora de autores de relevancia mundial como Michel Houellebecq, Michel Onfray, Yasmina Reza y Catherine Millet.
Publicó su primera novela, La Triunfante, por la que recibió los premios Méditerranée, Destin de Femme, Prix Littéraire des Rotary Clubs de Langue Française y el Prix du Premier Roman Méo-Camuzet. Fue una de las invitadas internacionales del FILBA, participó de una masterclass y también de la actividad "Lecturas + proyecciones. Rutas de autor", junto al islandés Sjón, el chileno Roberto Merino y el español Ignacio Martínez de Pisón.
¿Será su lugar de origen, aquella tierra que albergó la biblioteca más antigua de la Historia, el motivo de su amor por los libros? Especulaciones mediante, Cremisi desacraliza al objeto en sí, le brillan los ojos cuando habla de su novela y desborda pasión ante los desafíos.
— ¿Qué debe tener un editor para ser bueno en lo suyo?
— Es casi imposible responder a esa pregunta, porque no es una profesión que uno aprende, es una profesión intermediaria, un poco como un galerista. Requiere un conocimiento real del arte de su tiempo y de la cultura, y también un verdadero sentido comercial. No se puede ser editor sin tener ambas cosas. La edición es el hijo de la escritura con el comercio.
— ¿Cómo es tratar con escritores? ¿Debe ser como una madre?
— Hay autores que detestan a sus madres (risas). Hay que adaptarse; hay escritores que quieren que los editores los lean cada 10 páginas, otros que mantienen el secreto hasta el final. El trabajo del editor es como el del camaleón.
— ¿Es más fácil editar a un escritor consagrado o a aquel que se inicia, que uno supone que no tiene caprichos?
— En general, un escritor consagrado no es sinónimo de caprichoso y sí hay caprichosos entre los pequeños autores. En principio, hay que saber adaptarse al otro. Hay toda una parte del trabajo que se hace sin los autores; los autores ni siquiera saben qué pasa. Ser un editor es tener en carpeta muchas profesiones al mismo tiempo.
— Tengo entendido que ya no trabaja como editora.
— Dejé la presidencia y dirección general de Flammarion y publiqué mi novela. Pero mantengo el acompañamiento de algunos de mis autores y comencé en otra profesión que es la presidencia de la Comisión Nacional de Cine.
— ¿Qué la decidió a escribir su primera novela?
— Siempre había dicho que no escribiría jamás, me daba miedo hacerlo y sobre todo por la mirada de los escritores. Tengo unos amigos, dos editores pequeños, que conocían la pasión que tengo por las fotos de finales del siglo XIX, de Medio Oriente, compradas en mercados. Me propusieron elegir 30 fotos y yo debía escribir, debajo de cada una, tres páginas de lo que me pareciera. Empecé y eso tomó una dirección más personal. Lo seguí haciendo y eso fue la prueba de que lo podía hacer.
— ¿Y vendrán más?
— El deseo de escribir es muy vivaz. El miedo, sin embargo, no se fue. Yo quiero hacer lo que sea necesario para mí.
— ¿Qué sería?
— Publicar por publicar no tiene sentido para mí. En cambio, escribir algo que me sorprenda, decir cosas de mí misma, algo de lo prohibido, sí. Estoy en el proceso de encontrar la forma.
— ¿El cine es lo que le resulta interesante en este momento?
— Acepté este nuevo camino porque era una oportunidad; tuve mucha suerte de que me lo ofrecieran, una mujer grande, una profesión distinta. Leer un guión es muy distinto que leer una novela. Una buena película puede venir de un guión malísimo, como un buen guión puede convertirse en una película mala. Y eso, sin embargo, me da mucho placer.
— Cuando recibía manuscritos, ¿sabía rápidamente si tenía enfrente a una joya literaria? ¿Es fácil encontrar Prousts?
— No (risas). Recibir manuscritos fue una actividad que hice en Italia. En Francia ejercí la dirección editorial y otros leían los manuscritos. Es una profesión extremadamente difícil y no me creo la mejor para ejercerla. Es difícil por el rol de la casualidad; uno puede descartar algo que en realidad sea bueno. Lo difícil es toparse con esos manuscritos que no son ni buenos ni malos.
— ¿Cuáles son sus lecturas favoritas?
— De manera profesional hay que leer lo máximo posible; los que se publican, los de la competencia. Pero por placer, siempre vuelvo a los clásicos.
— ¿Y qué puede decir de los autores argentinos?
— Tuve el inmenso placer de conocer a Borges en Suiza.
— ¿Estaba con Kodama?
— Sí, se reían juntos. Tengo un respeto inmenso por la literatura argentina y entré a ella por Borges. Es como Shakespeare, uno puede encontrar lo que quiere en sus escritos. Uno abre un libro en cualquier página y encuentra algo interesante en ambos. De los actuales no conozco demasiado.
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