David James Poissant: "Estados Unidos no es un lugar seguro, no hay garantías de nada"

Invitado por el Filba, este escritor norteamericano llegó a Buenos Aires para hablar de literatura y violencia. En diálogo con Infobae, se refirió a su celebrado libro de cuentos “El cielo de los animales”. Internet, la felicidad y el costado oculto de un Estados Unidos que ha perdido su brillo hollywoodense, entre los temas

(Agustina Klix)

Hay lecturas y lecturas. Algunas pueden volverse tediosas e imbricadas, otras son superficiales como las gaviotas que vuelan sobre el mar, incluso están las lecturas que se vuelven intermitentes, pero leer iEl cielo de los animales /ide David James Poissant es una experiencia distinta e intensa. Quince cuentos escritos con una potencia norteamericana descarnada, la que también puede verse en algunos escritores de su generación, como Noah Cicero por ejemplo. Literatura post-apocalíptica. Tras el atentado a las Torres Gemelas, la crisis financiera de 2008 y la llegada de Trump a la Casa Blanca, Estados Unidos ya no es el mismo, no tiene el brillo estridente de Hollywood ni la gracia ciega de Disneylandia. El imperio está en llamas. ¿Y dónde crece ese fuego? En los suburbios, en los márgenes de una utopía de confort y seguridad que se fue evaporando con los años hasta volverse un recuerdo borroso, que no se sabe si realmente pasó o fue un sueño raro. David James Poissant muestra eso: ciudadanos con vidas mínimas e intrascendentes que pendulan entre la miserabilidad, la tristeza crónica y la mala suerte. Una sociedad descompuesta pero que, y a pesar de todo, aún guarda chispazos de esperanza, de dignidad, de amor. Como flores que sobreviven en un basural.

Invitado por el Filba —estuvo en un panel el jueves, y estará en otro el domingo en la Biblioteca Nacional, descendió del cielo de los animales y se instaló unos días en Buenos Aires, una tierra extraña aunque no tanto. En el hotel Dazzler, rodeado de algunos periodistas, asistentes y prenseros, se mueve con mucha amabilidad. Sonríe, da la mano, agradece los cumplidos, es dueño de un encanto muy diferente a la mayoría de sus personajes. Una humildad que desencaja. "Oh, ¿te gustó el libro? Muchas gracias", dice y luego, en español, reitera: "Gracias". Camisa gris, pantalón bordó, zapatos de gamuza azul y un peinado prolijo, David James Poissant habló con Infobae sobre su libro que se publicó en 2014 y que llegó a la Argentina en 2016 editado por Edhasa sorprendiendo a todos por su capacidad de narrar, de atrapar al lector y no soltarlo durante horas. Detrás de sus anteojos de marco grueso, sus ojos azules van hacia la mesa y luego a la mirada del entrevistador. Se clavan.

(Agustina Klix)

Leí que este libro te llevó 10 años hacerlo. Imagino que habrá sido un proceso tortuoso.

— No, lo hice de taquito (risas). Fue un proceso largo, llegué a escribir 40 cuentos y sobre esa base tuve que elegir los 15 que iban a formar parte del libro.

— En los libros de cuentos uno trata de buscar el elemento que los une, el trasfondo, la esencia. ¿Sos consciente de cuál es?

— Cuando empecé a escribir y ya tenía una gran cantidad de cuentos me di cuenta que en todos había animales, entonces dije: "Ok, voy a meter animales en cada cuento". Una primera idea, a la hora de armar el libro, fue elegir aquellos cuentos donde los animales tienen un rol más preponderante, pero después me pareció una idea bastante simplista. No podía ser ese el eje del libro, entonces opté por armar la selección de manera que hubiera como un énfasis mayor en la cuestión de la dificultad de comunicarse, los problemas entre las personas, los problemas que pueda uno tener uno consigo mismo, aspectos más psicológicos.

— Si comenzaste a escribir estos cuentos en 2005, una lectura posible es mostrar cómo quedó la sociedad norteamericana después del atentado a las Torres Gemelas. ¿Fue una búsqueda mostrar eso?

— No fue intencional en un principio, de hecho hay un par de cuentos que podrían tener lugar 50 años atrás, pero en cierto modo sí, realmente me interesé por mostrar a la sociedad norteamericana actual, porque habiendo crecido en los 80 y en los 90 en los suburbios de Georgia de algún modo crecí en la cultura de que estábamos seguros de que Estados Unidos era un país sólido en términos financieros y políticos, y eso se acabó. Lo que mostró el atentado a las Torres es que Estados Unidos es un país como cualquier otro, vulnerable, que puede tener ataques terroristas, crisis de todo tipo, y esas crisis pueden poner en cuestión al poder político. Este es otro Estados Unidos. Quería poner a mis personajes en situaciones que dejaran en claro que Estados Unidos no es un lugar seguro, que no hay garantías de nada.

“El cielo de los animales” de David James Poissant, en su versión en español

— El libro expone también un Estados Unidos más profundo, lejos del brillo que nos muestran las películas que acá vemos.

— Sí, claro. Si llegué a hacer eso, a mostrar el otro lado de Estados unidos, estoy contento, estoy satisfecho. De hecho, por eso tampoco construí historias en Nueva York o Las Vegas, grandes ciudades, sino que quería enfocar en lugares mínimos. Trato de desmitificar un poco los espacios típicamente estadounidenses. El único cuento que está situado en un lugar conocido es "Nudistas", el de San Francisco, pero sin embargo muestra un San Francisco que no es para nada glamoroso, cuando hago ir al personaje a la playa no es que va a una playa magnífica. Y ahí donde el lector podría ver como un lugar típicamente estadounidense, extrañarlo, darle un extrañamiento.

— ¿Cómo te llevás con tus personajes?

— Los quiero. A veces me llevo mal o me siento decepcionado por las cosas que hacen y me sacudo la cabeza diciendo "no, no, no", pero de todos modos son como mis hijos. Yo tengo dos hijas y aunque puedan hacer cosas que no me gusten siempre las voy a querer y voy a estar ahí, y con los personajes es lo mismo. Cuando uno cría hijos tiene que dejar que cometan errores para aprender. Con los personajes es lo mismo, tengo que permitir que hagan esas cosas horribles y erradas para que después puedan seguir su camino.

— Hay una imposibilidad de ser felices en esos personajes, no lo logran. ¿Creés que en esta época hay como un mito de la felicidad?

— No creo que la felicidad sea un mito. En el caso de los personajes del libro, más que un mito, tienen que encontrar el tono o la manera adecuada de volver al pasado y solucionar alguna cosa que quedó pendiente para así aspirar a la felicidad. Cam, en "El hombre lagarto", tiene que reencontrarse con su hijo para tener alguna felicidad. Y así todos los personajes tienen que ir para atrás, reparar y a partir de ahí avanzar. Estoy seguro de que los personajes sí pueden ser felices en algún momento.

(Agustina Klix)

— Pero les cuesta, es decir, estas historias muestran que esa felicidad no se consigue tan fácil; no se trata sólo de "perseguir tus sueños".

— Mi cuento más triste es "La amputada", el que más difícil me resultó, porque finalmente dejo a Brig tirado en el piso, en esa casa a oscuras tratando de rezar y sin saber cómo hacerlo, y de algún modo sabiendo que esa gata nunca va a volver. En el caso de ese personaje, cree que no va a ser feliz. Eso me dio tristeza.

— ¿Pensás en el lector a la hora de escribir?

— Lo que me interesa con respecto al lector y la lectura es no decepcionar en el punto de que, ¿viste que cuando leés una novela o un cuento y a medida que avanzás, y estás atrapado, la historia se debilita y por ahí el final es demasiado fácil o efectista, y tenés la sensación de que ahí el escritor medio que se relajó? Yo no publico un cuento hasta que siento que el tiempo del lector funciona bien, en el sentido de que la lectura completa no te desilusiona, no te decepciona. La lectura se tiene que sostener de principio a fin. Nunca tengo en mente un lector en particular. Hay muchos escritores que piensan: "Bueno, voy a escribir un best seller, voy a escribir un cuento que se pueda publicar en The New Yorker". Escriben ya con la idea de cuál va a ser el destino de ese relato. Yo no hago eso, no me dirijo a un lector en particular.

(Agustina Klix)

— Y más en esta época, con las redes sociales, donde se da mucho la construcción de la figura del escritor más allá de la obra en sí.

— Yo empecé a escribir en el 2004. No existían las redes sociales, estaba MySpace pero no Facebook ni las demás. nunca me interesó nada de eso, lo que me interesaba era escribir. Y recién cuando publiqué el libro, mi editora me dijo: "Tenés que tener un sitio, tenés que tener una cuenta de Twitter, tenés que tener aquello". Bueno, lo hice en la medida en que me permite acercarme a los lectores y dar a conocer mi escritura, pero no por otra razón. Lo que pasa ahora, incluso entre mis alumnos, lo que hacen es primero construirse como escritores en las redes sociales y no ocuparse tanto en la obra. Se me acercan y me preguntan "¿cómo hiciste tu sitio web?" y yo les digo: "No, no, no, ¡eso no importa! ¡Ocupate de escribir un buen libro!"

— Viviste el mundo de antes y después de internet, ¿creés que cambió la forma de narrar?

— Creo que más que influenciar la manera de escribir, influenció la manera de leer. Hoy se leen muchas notas editoriales, demasiado periodismo y mucho diario que siempre se enfocan en algo que hay que juzgar, algo por lo que hay que tomar partido. Prácticamente eso va en contra de la ficción porque al leer literatura y encontrarnos con ciertos personajes no deberíamos juzgarlos, no importa el juicio que tengamos sobre eso, sino meternos en el mundo de la ficción. Me da tristeza y me preocupa este cambio, sobre todo en el tipo de lectura que se da hoy en día.

— Por último, ¿cuál creés que es la función de la literatura en nuestras sociedades?

— Creo que la función es mejorarnos como personas haciéndonos vivir vidas que no viviríamos. Por ejemplo, no tengo la menor idea de lo que es ser un hombre negro, gay en los años 50, pero cuando leo a James Baldwin realmente eso cobra sentido.

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