"No quiero ir / nada más / que hasta el fondo". Entre las anotaciones, esos tres versos estaban escritos en el pizarrón de la habitación de Alejandra Pizarnik cuando la encontraron acostada en la cama, ya muerta. Tomó cincuenta pastillas de Seconal y la sobredosis logró el efecto buscado: irse de este mundo para siempre. Fue un martes 25 de septiembre de 1972, hace exactamente 45 años. Tenía 36, una obra intensa, una carrera prometedora y la evidencia de que pronto, con el tiempo, sería leída como una leona de la selva literaria. Una poeta triste pero poderosa que caminó a paso firme por los movedizos pasillos de la literatura como nadie. "Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos", dijo en una entrevista, con una sinceridad aplastante. Toda esa intensidad la volcaba en sus textos. Esa potencia que se lee en versos como "y qué es lo que vas a hacer / voy a ocultarme en el lenguaje" o "la rebelión consiste en mirar una rosa / hasta pulverizarse los ojos" sigue presente, como un eco, como un loop. ¿Quién fue Alejandra Pizarnik? ¿Qué representa en la historia de la literatura argentina? ¿Cómo la leen los poetas del siglo XXI? ¿Qué es hoy?
Geolocalización de sus virtudes
"Es la poeta torturada que entró a los programas literarios del colegio secundario junto con Alfonsina Storni y marcó la subjetividad de varias generaciones de mujeres". La que habla es Leticia Martin, autora de varios libros, muchos de poesía como iEl vacío después/i, que acaba de salir del horno de las imprentas. "No desacredito la fuerza sensible de su escritura —continúa—, la furia del uso del lenguaje de que fue capaz, el lugar potente que consiguió expresando sus dolores e impotencias, pero su lugar predominante en los programas escolares, como el de Alfonsina Storni, ese estar a mano para la lectura, parece haber sido seleccionado con ironía. Pizarnik fue canonizada por su marginalidad, por suicida, porque a veces tuvo que firmar con seudónimo sus ideas por no poder, siquiera, contar con su propia voz".
Esa ironía con que aparece su voz en la literatura tiene que ver con lo que dijo Ana Calabrese, amiga de Alejandra, en el libro de Cristina Piña, iAlejandra Pizarnik, una biografía/i, que "parte responsable de su muerte es del mundo literario de la época, por fomentarle y festejarle el papel de enfant terrible que ella actuaba". Para Juan Manuel Strassburger —periodista de cultura y espectáculos, y poeta: acaba de publicar iAhora o no/i (Nulú Bonsai, 2017)— "es una poeta reconocida y admirada, sin duda entre las más conocidas de la poesía argentina de todos los tiempos, aunque sin volverse una figura anquilosada, reducida al bronce de los colegios y la academia. Pizarnik no es de culto, demasiado importante y aceptada y leída para ser de culto, pero tampoco es oficial o clásica. No es puesta de ejemplo ni se le rinden grandes homenajes, muchos menos institucionales. Pero tampoco está olvidada o circunscripta a consumo para entendidos. Ocupa un lugar muy de ella, muy especial. Y me gusta que sea así. Creo que estaría encantada".
Desde otra mirada, Tamara Tenenbaun —autora del poemario iReconocimiento del terreno/i (Pánico el pánico, 2017)— comenta que el valor de Pizarnik recae en que se opone al canon argentino que, "como todos los cánones, es en principio falocéntrico y 'prosacéntrico', pero por suerte eso cada vez importa menos", siendo "madre de ese contracanon de poetas mujeres". Por su parte, Walter Lezcano —escritor correntino que publicó varios libros, la mayoría de poesía; iLa velocidad de la sangre /i(Caleta Olivia Poesia, 2017) saldrá en breve— sostiene que "el lugar que ocupa es vital para pensar el inicio de muchos lectores dentro del terreno de la poesía y de cierta construcción de figura de autor".
Luciana Ravazzani, que tiene tres poemarios publicados y iRecién despierta/i (Alción editora, 2017), un exótico libro con ribetes poéticos, sostiene que "Pizarnik integra ese círculo de poetas mujeres que se salvaron en su poesía hasta que no les fue suficiente. Cuando la salida no fue la escritura, entonces fue el suicidio. Además, ocupa un lugar que parece estar rodeado de esa idea romántica que puede atribuírsele al suicidio y es una lectura que suele llegar en la adolescencia. Fascina desde los 15 hasta los 20. Después se abandona. Leer a Pizarnik es tener la certeza de que no hay manera de curarla, que las heridas son irremediables y que ella sólo quiere morir", explica; y Gerardo Montoya, poeta mexicano que vive hace unos años en Argentina, —publicó en 2016 iTeamogrupoclarín/i— asegura que "ocupa en la literatura argentina un lugar análogo al de Xiu Xiu en la música. Es lo suficientemente experimental como para no ser leída masivamente. Lo suficientemente sensible como para producir estupor. Lo suficientemente lacerante como para que la pretensión de olvidarla sólo refuerce su retorno como vampiro".
Mi primera vez con Alejandra
La lectura de sus poemas en algún momento llega. Como un fantasma nombrado en secreto y que, en el momento menos pensado, aparece para hacer patente su existencia, Alejandra Pizarnik es un destino irreversible para cualquier lector interesado en el mapeo literario argentino. "A los 16 años empecé a ir a un taller en la Escuela del Sol, comandado por Carón y Betina, un matrimonio de esos para alquilar balcones, y ahí, entre tanta ebullición poética, ganas de mostrar tus escritos y de escuchar los de los demás, el nombre de Pizarnik rankeaba muy alto, creo que como muy pocos otros", recuerda Strassburger, mientras que Ravazzani cuenta sobre su primera vez con Alejandra: "Como era una niña, los versos más descarnados me parecían de un amor imposible y apenas triste. Ahora, todo el dolor y la locura que encierra un verso como 'tú haces de mi vida esta ceremonia demasiado pura', no era algo que pudiera ver a los 15. 'Demasiado pura' parece dulce a los 15. 'Demasiado pura' es irremisible atadura al dolor, después".
La historia que cuenta Gerardo Montoya tiene dosis de azar: "Le robé a un amigo artista electrónico, Mario Cerdio, un rato el libro de iPoesía Completa/i que trae un 120 en el lomo. Ahí la empecé a leer. Me encontré con que Pizarnik era inagotable. Tuve que forzarme a no estropearle su edición color salmón viejo. El registro que me quedó de ese primer contacto fue una respiración exaltada, como la de un animal que huele sangre fresca y proyecta deleite en su tracto gastrointestinal. En ese momento, no me alcanzaba la plata como para comprarme el libro, así que lo que me quedó fue esa primera sensación de crudo en las venas. Algunos cumpleaños más tarde, Mario la eligió como regalo. Me cagó la vida". La primera vez de Lezcano "fue en la secundaria y se trató de un encuentro relevante por lo complejo que me parecía. Pero a la vez sensual y que producía una erótica de la palabra. A partir de ahí, leí todo de ella, incluida su narrativa, sus diarios…"
Cuando Leticia Martin la leyó "estaba en tercer año. La de literatura, Pilar Papaiani, la venía nombrando hacía un par de clases, quizá desde comienzos del ciclo lectivo. No le prestábamos atención. Anabella Bustos, mi mejor amiga entonces, trajo iLa condesa sangrienta/i, un libro en prosa poética que Pizarnik publicó en 1971. La madre de Anabella trabajaba en el Conicet y ella siempre tenía más y mejores libros que la biblioteca de mi casa. Nos rateamos una clase para terminar de leer el capítulo que habíamos iniciado en un recreo. Creo que fuimos al salón de música en el último piso del colegio, esquivando a las monjas que siempre andaban por ahí. Un libro apasionante, morboso, oscuro. Todo lo que una adolescente problematizada necesita para obsesionarse, confundirse, querer más".
Esa extraña influencia
¿Se puede hablar de una influencia pizarnikeana? César Aira, en una entrevista con Infobae, se refirió al valor de bajar el tono de esa metáfora constante a su vida y sus pesares para poder ir a los textos, lo que verdaderamente importa. No hay dudas, un personaje tan rocker, tan border, tan poeta maldito tiene su encanto. Pero, y más allá de ese aura rimbaudiano, ¿es su literatura una llama capaz de encender las antorchas de las nuevas generaciones? "Lo que más me interesa hoy de Pizarnik —comenta Tenenbaum—, lo que conservo de esas lecturas, es el yo como pregunta permanente, el yo quebrado. El yo que se afirma y que se interroga, que echa raíces como un árbol monstruoso y se retira como una marea, quiere irse y quiere quedarse. Esa idea del yo como dispersión, como algo que no se cuenta ni se afirma sino que siempre se pone en crisis. Eso y las adjetivaciones, las imágenes que siempre te toman por sorpresa, que no te suenan trilladas. Siempre me acuerdo de una, 'el borde filoso de la noche', quizás no suena tan impresionante pero es el tipo de cosas que a mí me gustan. Y la brevedad, la condensación, eso me gustaría aprender de ella".
"Me influenció, aunque tal vez menos de lo que me hubiera gustado. Hoy leo cualquier poema de iLos trabajos y las noches/i como 'Poema', 'En tu aniversario', 'Amantes' o 'Encuentro' y me siguen produciendo un cosquilleo en el cuerpo, un despabilamiento instantáneo, un sutil estado de alerta", comenta Strassburger, mientras Lezcano dice: "No lo hizo directamente pero sí en cuanto a la idea de no tener una relación frívola con la escritura. Que no es una forma de pasar el tiempo, sino una manera de habitar nuestra época y nuestra generación". Por su parte, Montoya opina que, "más que influencia en sentido estricto, admiro muchísimo la relación precio/calidad que maneja. Es muy económica al rajar la tierra en dos pedazos y desechar ambos por inservibles". Y para el caso de Luciana Ravazzani, fue "más desde una postura que desde la poesía en sí misma. Esa postura donde la escritura es el camino para atravesar y comprender, a veces también comprender que hay cuestiones que son incomprensibles, algunos estados que se vuelven más nítidos una vez que son expresados. En ocasiones, es necesario darle palabras a eso que nos habla dentro".
Una cuerda tensa entre vida y obra
La muerte de Pizarnik fue imponente, pero también anunciada. Tal es así que desde París, ya angustiado y con el peor de los presentimientos, Julio Cortázar le escribió una carta tan desesperada como afectuosa, fechada el 9 de septiembre de 1971 que decía: "Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra". Luciana Ravazzani explica que "la exposición que hace cada uno de su vida, independientemente de la obra, es una elección personal. Pizarnik escribía sobre su vida, Pizarnik quiso publicar algunos de sus diarios". En ese sentido, recuerda Strassburger: "En aquellos años de adolescencia, que se hubiera suicidado le agregaba un plus, como suele suceder. También que tuviera fama de díscola o inadaptada a su medio. Todo eso potenciaba su obra. Hoy entiendo que podría haber sido todo lo contrario y sus libros igual hubiesen sido potentes. Pero también entiendo que en cada adolescente que agarre al azar alguno de sus libros de poemas, enterarse de cómo fue su vida y cómo terminó, inevitablemente le agregará un valor. Así es desde que se firman las obras y podemos enterarnos de cómo eran o son esas vidas".
"Tuvo cierta tendencia a engordar que la deprimía y la torturaba —cuenta Leticia Martin—, se llenaba de granos y padecía asma. A veces tartamudeaba, tenía problemas para relacionarse con los hombres, y con las mujeres. Pese a todo eso logró escapar a sus condicionamientos y se convirtió en una mujer rebelde y subversiva. Con el tiempo y su posición de escritora pasó de ser la rara a ser la estrafalaria. Su adicción a los fármacos para adelgazar no sólo la volvieron más atractiva y más hermosa de lo que era naturalmente si no que polarizaron su carácter y sin dudas la volvieron más osada para escribirlo todo. Esa es su fortaleza. Hoy puedo afirmar que me gusta más su posición femenina que su literatura. También hay que decirlo, cuando sus textos se transparentan son mejores que cuando se encriptan en su poesía cerrada, por ejemplo. De todos modos toda ella me perturba."
La mirada de Tamara Tenenbaum va en otro sentido: "A Pizarnik en general se la relaciona con el surrealismo, y en el corazón del surrealismo está esa idea de que la obra y la vida son una sola cosa, esa aspiración de fundirse con el arte. Creo que esa es una idea muy de las vanguardias que hoy es muy difícil de tomar en serio. Si hoy conocemos a alguien que quiere fundir su vida y su obra así en esos términos nos parece medio una pavada. Pero a la vez quizás hay algo de eso que hoy nos puede sonar ingenuo que es importante recuperar, restaurar una esperanza en relación con poner objetos del mundo, poemas o novelas en el mundo, ¿no? Restaurar la idea de que eso tiene un sentido. Sino vamos por la vida diciendo 'yo escribo poemas', pensando que eso es un caprichito de una que no cambia nada ni le importa a nadie, y quizás en un punto es así, por supuesto, pero termina siendo más ridícula esa disociación que la idea de entregarle la vida al arte, por lo menos eso parece tener un sentido. No sé, quizás Pizarnik, como otros autores, puede funcionar como un antídoto contra ese cinismo del sinsentido absoluto."
A Gerardo Montoya le parece que "el suicidio de cualquiera a mediana edad onda Kurt Cobain es una buena estrategia de marketing. Genera impacto emocional. Sea esta una decisión consciente o no, en relación a cómo reviste a la obra. Toca las cuerdas adolescentes del arpa existencial. Entiendo que se hace hincapié en el costado de la locura para darle sentido al suicidio. Cada quién. Yo soy más del club de Frank Zappa. El chabón muere de cáncer prostático a los 52, después de una virtuosísisma carrera y no es ni la mitad conocido en comparación a los jesucristos del rock. Aprendí a valorar a la gente que apuesta por seguir fracasando". Por su parte, para Walter Lezcano, "ninguna muerte, por más romántica o espectacular que sea, mejora ninguna obra".
¿Qué es hoy Alejandra Pizarnik?
Tras este recorrido, aparece una pregunta final, que es en realidad el origen de un futuro: ¿qué es hoy Alejandra Pizarnik? "Aunque algunas líricas hayan envejecido muy mal creo que como la poesía es la subversión del lenguaje llevada al extremo, a su desconexión máxima con el referente pero a la vez la conexión máxima con la experiencia subjetiva, muchas veces inventa formas de decir menos atadas a la época que las que nos podemos encontrar en una novela. En Pizarnik creo que se ve eso", comenta Tenenbaum. Desde otro ángulo, Ravazzani asegura que "lo que puede hacer parecer a Pizarnik siempre actual es su particular manera de escribir sin demasiados miramientos", mientras que Martin cree que "lo que la actualiza es su temática. Lamentablemente la opresión de la mujer sigue siendo tema un siglo después. Por otro lado fue la preferida de los canonizadores. Creo que muchas otras la superaron y no tuvieron un espacio para ser leídas. Pienso en Elena Garro o en Sara Gallardo. Hoy no me identifico para nada con su poesía".
¿Por qué pareciera que la poesía de Pizarnik es siempre actual? "Por la excelencia imperecedera de sus imágenes que trascienden los almanaques y su fugacidad. Pizarnik es puro valor literario por encima de cualquier circunstancia biográfica", sentencia Lezcano. "Vos agarrás cualquier poema de sus período medio —dice Strassburger— y sigue siendo actualísimo, o eso al menos creo yo. Su forma de encarar los versos en minúscula, su vocación por la indagación existencialista, su vocación trágica sin ponerse solemne, su ritmo seco, su ausencia total de palabrerío, son todas marcas y tomas de posición que para mí no vencen y que además, por oposición, van bien con esta época: le da lo que le falta. Pizarnik, además, me parece muy mujer. Escribe de una manera que sólo una mujer podría hacerlo. Un tipo de mujer que en mi caso siempre me va a atraer y en un punto siempre me va a enamorar porque tiene lo que no tengo. La sensibilidad que me seduce por la diferencia". En un sentido contrario, para Montoya no hay augurio: "La experiencia que habilita Pizarnik, y que resulta tan potente para muchos lectores, se irá borrando con el avance de la hibridación".
Entonces, ¿qué es hoy Alejandra Pizarnik? La estela de un cometa astuto pero desesperado, firme pero sentimental. Con vehemencia o desprecio, pero siempre con certeza, continúa golpeando las sensibilidades de los escritores líricos de este siglo XXI. Nadie puede negarlo. El tiempo dirá hasta cuándo.
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