El gran escritor argentino llegó a México para presentar la reedición de dos de sus libros. Hace dos décadas que el autor de La liebre no da entrevistas en Argentina, por lo que conversar con él es siempre una oportunidad celebrada. Esta nota de Infobae ofrece la crónica de una charla pública de Aira y una entrevista, en las que habló de la literatura como arte, de su lugar como escritor, de sus pares y maestros, y de su creciente y por momentos perturbadora fama internacional.
Ciudad de México. Especial. Cuando sale de Argentina, una parte de César Aira se transforma. Se saca el traje de escritor recluido, rompe el silencio y habla hasta cansarse. Desde hace una semana recorre México invitado por Ediciones Era, la editorial que publicó una docena de sus libros en este país y que lo tiene como uno de sus autores predilectos. El fin de semana pasado participó de la Feria del Libro de Querétaro, cerrando con una conferencia las tres jornadas que duró el evento. Durante los días de semana previos al festejo de la independencia mexicana, fue la estrella del ámbito cultural de la capital nacional ya que brindó una entrevista abierta en la librería de Ediciones Era -una de las casas editoras más prestigiosas del país, que cuenta con cuidadas reediciones de autores mexicanos clásicos y contemporáneos- y durante dos días recibió a periodistas locales en sesiones de veinte minutos para cada medio. A diferencia del Aira que conocemos en Argentina, que desde hace dos décadas dejó de realizar apariciones públicas y sólo habla con su obra, en México se puede ver un escritor dispuesto a contar cada detalle de los procesos de escritura que realiza en su histórica casa del barrio de Flores, a qué escritores admira, cómo piensa la literatura en tiempos donde lo digital -asegura- cambió la forma de narrar de sus contemporáneos argentinos e, inclusive, se anima a contar algunas novedades, como la inminente salida de un libro que recopila sus ensayos y un "catálogo razonado" que será un muestrario de los 99 libros que escribió y publicó desde que en 1981 salió su primera novela Ema, la cautiva.
En las entrevistas, Aira se presenta como un verdadero monje de la escritura, exclusivamente preocupado por la literatura y el arte, ajeno a las noticias políticas y sociales, desprendido del discurso noticioso y, sobre todo, insistiendo en revisitar los espacios que lo formaron para seguir buscando eso que anhela desde que a los 14 años descubrió la literatura que lo identifica. Según contó en la entrevista pública que le hicieron el miércoles los escritores Martín Solares y Luis Jorge Boone, en aquellos tiempos su abuela lo llevó a una librería y el joven Aira eligió como regalo la Antología de Poesía Surrealista editada por Aldo Pellegrini. "En los 60 hubo un gran entusiasmo por el surrealismo en Buenos Aires, lo que es curioso porque ese movimiento ya había pasado en el resto del mundo. Entonces íbamos todos los jóvenes a la librería de Aldo Pellegrini a comprar libros surrealistas, en ese ámbito me formé como lector", explicó. Es así como el espíritu surrealista vive en la obra de Aira, al tiempo que rechaza todo aquello que recorte su creatividad.
"El deseo mío es que mis libros no tengan título, porque condicionan", explicó al inicio de la conversación a sala llena que se realizó en la librería de la Colonia Roma, en la Ciudad de México. "Los títulos son una exigencia de mis editores, inclusive de los editores independientes, a los que de algún modo tengo dominados", dijo, entre risas. "Entonces lo que hago para poner títulos es ponerles a los libros el mismo nombre que tienen los archivos cuando los paso de mis cuadernos a la computadora", revelando un mecanismo automático propio de las operaciones surrealistas. "Necesito una idea, digamos, borgeana para empezar a escribir. Algo que se salga de lo común. Y que más adelante haya una niebla, una incertidumbre, algo que descubrir, que descorrer. Me aburriría si tuviera un plan definido. Si fuera así, escribir sería un acto burocrático".
"Cuando empiezo un libro siempre pienso en el clásico 'Había una vez'. Ese es un recurso del que los nuevos escritores se me ríen, pero para mí es importantísimo. Hoy los libros ya no se escriben en pasado, sino en presente, porque la multiplicidad de plataformas, la instantaneidad de la información que circula, genera la idea de que todo está sucediendo ahora, y por eso las nuevas generaciones prefieren escribir en presente", explicó. "Pero yo soy otro tipo de escritor".
En ese sentido, Aira se declaró fuera de la escena social y política, y dentro de una literatura autónoma, alejada de estos temas. "Yo soy escritor, y la política es para los ciudadanos, no para los escritores", dictaminó un poco a regañadientes, casi cansado de tener que explicarlo. "La literatura no tiene función social. ¿Por qué se le pide siempre eso a la literatura? ¿Acaso se le pide eso a la música? ¿Acaso la música de Mozart tiene una función social?", disparó. "Para mí la literatura es un juego irresponsable que preserva la infancia", explicó, aunque rápidamente se desdijo. "No sé por qué opino estas cosas, enseguida que las digo me dan ganas de borrarlas".
La literatura no tiene función social. ¿Por qué se le pide siempre eso a la literatura? ¿Acaso se le pide eso a la música? ¿Acaso la música de Mozart tiene una función social?
Mientras asegura que las historias "pueden salir de cualquier lado", explica que siente su procedimiento de escritura como "una libélula, que cuando comienza su vuelo puede salir hacia 6 direcciones diferentes". Asimismo, contó que después de muchos años logró definir sus obras como "novelas literarias, sobre literatura", generando un dispositivo de lectura para sí mismo. "Yo en mi carrera siempre me cuidé de la metaliteratura, como casi todos los escritores, no?", explicó al auditorio de lectores mexicanos, "hasta que un día me di cuenta de que la literatura es en sí misma es metaliteratura".
Finalmente, ante el comentario de un miembro del público, reconoció en el uruguayo Mario Levrero un autor de su generación que lo identifica. También declaró: "Osvaldo Lamborghini fue como un maestro para mí, él era de una generación anterior y nuestras literaturas eran diferentes, no guardaban mucha relación", y trazó similitudes con Rodolfo Fogwill, a quien definió como "uno de mis primeros lectores, un poco mayor que yo pero que escribíamos al mismo tiempo" y que fue para él "un verdadero amigo, una persona muy tierna", como Daniel Guebel y Sergio Bizzio, a quienes definió como "lectores de mi obra más jóvenes, que estuvieron entre los primeros". "Sin embargo", se aclaró en apurar, "no me gusta que pongan mis nombres en listas, prefiero estar solo". Un monje de la literatura que escribe en cuadernos con lapicera, que dibuja las palabras y se considera a sí mismo una especie de pintor; que procede como un surrealista en tiempos donde la literatura argentina está inevitablemente atada al acontecer social, ha hablado. Para su público mexicano, que lo tuvo cerca, lo escuchó, le dio sus libros a firmar y le devolvió toda clase de comentarios elogiosos sobre su obra, fue una experiencia casi mística ver al último surrealista desnudar su propia literatura.
Una entrevista
Llegamos a la librería de Ediciones Era un día antes de que César Aira sea entrevistado públicamente por sus colegas mexicanos. Varios periodistas de medios literarios y de información general hacían fila para tener sus veinte minutos de exclusividad con el escritor argentino. Aira se entregó amablemente y casi con resignación al raid mediático que lo tuvo como centro, posando para las fotos con las reediciones recientes de La Liebre y Entre los indios, que Ediciones Era había preparado para la ocasión. "Pero vos sos argentino…", me dijo con sorpresa cuando lo saludé. Cuando le confirmé su sospecha, se acomodó en la silla, abandonó la postura relajada de piernas cruzadas que había tenido hasta el momento con los dos periodistas mexicanos anteriores, y sus hombros se tensaron mostrando cierta incomodidad. La primera pregunta la respondió con el ceño fruncido, pero a medida que los minutos pasaron, se relajó visiblemente y hasta llegó a reírse varias veces de sus propias respuestas. La seriedad no quita el humor, podría decirse de las novelas de Aira, muy serias, trabajadas y literarias, pero que también generan carcajadas en los lectores.
-Leí una entrevista de 2002 en el diario El País en la que usted decía que "el sentido de escribir es seguir experimentando"…
-¿Dije eso?
-Sí, bueno, entre muchas otras cosas, claro. Y me pregunto qué le queda por escribir, por experimentar a César Aira.
-Siempre hay algo nuevo. En realidad debo decir que hay demasiado. Hay tanto que no sé por dónde empezar. Me gustaría escribir un poco mejor que lo que he escrito. O un poco peor. Porque está esa frase de Felisberto Hernández que decía "escribo un poco mejor, lástima que me vaya cada vez peor". Por ahí sería mejor empezar a escribir peor, como algunos grandes escritores, que les va cada vez mejor.
-Me pregunto cuales son esos libros suyos sobre los que usted dice "éste fue un buen libro, éste está bien escrito".
-Mmm no sé. En general, la constante ha sido la insatisfacción; siempre sentí que me quedaba corto, que podría haber hecho más. Y ahora viendo el conjunto de todo lo que escribí siento que no di todo lo que debería haber dado. Creo que quizás esa insatisfacción es la que haya hecho que me fuera renovando, ¿no? Muchas veces me hacen notar: "pero sus libros parecen escritos por escritores distintos". Me he ido renovando para ver si, como aquel que compra billetes de lotería y apuesta por números distintos para ver si con alguno acierta, aunque quizás sería más razonable comprar siempre el mismo número. En mi caso he ido variando, aunque también me he ido repitiendo mucho. Eso se debe a que me olvido mucho, quizás por ese mismo sentimiento de insatisfacción: al sentir que no me salió bien, lo borro, y después lo vuelvo a escribir en otro libro porque no me acuerdo que ya lo había escrito. Eso me ha pasado un par de veces.
-Hay analistas que detectaron distintas etapas en su obra: una en los años 80, otras en los 90 y así. ¿Usted reconoce esas etapas en su obra?
-No. Lo que sí veo es que antes tenía más libertad. No libertad exactamente, sino desparpajo. Y yo hacía… era como más irresponsable, más juguetón, más provocador. Ahora me lo tomo un poco más en serio. No mucho, pero… por ejemplo, ahora, con la reedición de La Liebre, la estuve hojeando, mirando, leyendo algunas páginas y me sorprendía el arrojo juvenil que yo tenía para semejantes disparates como los que escribía. Hoy día lo que escribo va por otros caminos pero quizás sigue siendo tan arriesgado como era antes.
-Usted está siendo reconocido en muchos países como un escritor del que tal vez se espera cierto tipo de textos. Inclusive su nombre todos los años suena como candidato al premio Nobel.
-Sí, puede ser una maldición, como la de Borges. Estoy empezando a pensar que todos los meses de octubre desde acá hasta mi muerte alguien va a estar diciendo que tal vez este año… ¡No! ¡Por favor, no! En realidad, si siento esa responsabilidad respecto de los editores, lectores, los críticos, el escritor que tiene que cuidar su prestigio, me parece que iría en contra de lo que soy. Hacer una verdadera payasada para preservar mi sentido de la poca importancia no tiene sentido. Porque creo que no se puede ser escritor y ser importante al mismo tiempo. Hay que elegir una de las dos cosas. La mayoría de mis colegas elige ser importante pero creo que ahí se diluye el trabajo propiamente literario del escritor. Así que a partir de cierto momento, me temo que mi vida se volvió una especie de combate contra la importancia, de buscar estrategias para desorientar a los que me quieren dar importancia.
Estoy empezando a pensar que todos los meses de octubre desde acá hasta mi muerte alguien va a estar diciendo que tal vez este año… ¡No! ¡Por favor, no!
-¿Qué hay del Aira ensayista? Hace un tiempo se publicó un libro de ensayos en Brasil traducido al portugués y me pregunto si habrá un libro de ensayos en castellano.
-Bueno, ahora va a salir uno con cuatro o cinco ensayos. Creo que en el mes de noviembre, es un libro que ya apareció en Alemania. Yo he escrito -ahora mucho menos- ensayos, ponencias para congresos, alguna conferencia, y algunos artículos para diarios, pero muy poca cosa. Lo mío es el relato. Hubo un momento en que me preocupó una crítica que me hacían, de que mis novelas tenían mucho de ensayístico, que interrumpía el flujo del relato para disquisiciones de tipo ensayístico. Entonces me dije: voy a escribir ensayos propiamente dichos para sacarlos de las novelas. Pero al final los ensayos estaban ahí y en las novelas seguían apareciendo. Nunca fue lo mío justamente por esto de que en la escritura de un relato tengo toda la libertad de ir para un lado, para otro, cambiar, decir lo que quiera, mientras que en el ensayo uno tiene que mostrarse inteligente, coherente, no es un campo de delirio. No es lo mío pero lo he practicado y hay gente que ha elogiado a mis ensayos.
-¿Cuáles son los temas que lo preocupan a César Aira en 2017, los temas de este tiempo?
-No, yo me mantengo totalmente al margen en mi torre de marfil y no le doy bolilla a nada de lo que está pasando. Al contrario, siento una gran aversión por la política, por el fútbol, por todas esas cosas que despiertan pasiones en la gente. A mí lo que me despierta pasión es la literatura, el arte, del resto estoy totalmente al margen.
Siento una gran aversión por la política, por el fútbol, por todas esas cosas que despiertan pasiones en la gente. A mí lo que me despierta pasión es la literatura, el arte, del resto estoy totalmente al margen.
-¿Y qué autores actuales le interesan?
-Vuelvo a los viejos autores. Hace muchos años ya que releo mucho más de lo que leo, así que ahora para el viaje me traje una novela de Henry James que había leído hace 30 años y que estoy releyendo. Y cosas así. Releo mucho clásico, mucho Shakespeare, mucho surrealistas, y leo poca cosa contemporánea.
-¿Leyó La última de César Aira, de Ariel Idez?
-Creo que no la leí completa, un amigo de Ariel me pasó el manuscrito, lo leí, está muy bien, porque parece una novela mía, pero sentí algo en el tono… Creo que descubrí que en mis novelas propiamente mías -a pesar de que el relato es llano y que no ando haciendo piruetas lingúisticas ni cosas así- hay como un trasfondo poético, ¿no? Que en esta novela, aunque tenía todos mis procedimientos, mis personajes, mis jueguitos, no estaba eso, no. Se ve que es algo como un aroma a poesía que sentí que ahí faltaba, pero bueno, es muy halagador eso, y de hecho a fin de año, cuando se publicó ese libro, entre los libros del año estaba la novela de Ariel Idez y no había ningún libro mío, aunque yo también había publicado.
-Me pregunto sobre el Aira cuentista y, sobre todo, por El cerebro musical.
-Ese libro es una recopilación de más de veintipico de libritos que se publicaron por separado en editoriales independientes, porque en realidad el género cuento, propiamente cuento, no es lo mío. Lo mío es un género que puede ser novela, a veces está dividido en capítulos, parecen novelas, a veces se acortan, y se acortan tanto que sí, funcionan como cuento.
-¿Escribe cuentos regularmente?
-No. En general voy a la extensión del libro breve, las 100 páginas, 70, 80 90 páginas. A veces se me ocurre alguna idea y no da para extenderla, y bueno, queda ahí en esas 10, 20, 15 páginas. En El cerebro musical me dijeron que hay un relato que se parece a un cuento de Cortázar, que se llama "El perro". Creo que es más convencional, totalmente cortazariano, pero no deliberado.
-¿Le gusta Cortázar?
-No, para nada. Bah, los cuentos. De algunos cuentos tengo el recuerdo de haberlos leído. Creo que lo escribí en algún lado, es un autor de iniciación, un autor para jóvenes que descubren la literatura con Cortázar. Después de cae un poco, al menos a mí se me cayó.
-Me pregunto si leyó con interés a Roberto Bolaño.
-No leí nada de Bolaño, no. Por algún motivo me dio la impresión de que su escritura era algo más periodístico, pero bah, qué se yo, no puedo opinar, no voy a decir como aquel señor que decía "No me gusta porque no lo leí". También está el hecho de que cuando a uno se lo elogia mucho, a la gente que se la elogia, no sé, hay como un olfato, quizás algún día lea algo de él. Tampoco lo conocí personalmente.
-También me pregunto acerca de sus ideas sobre Copi y sobre Alejandra Pizarnik, que usted las escribió, dio cursos sobre ellos, y son ideas que cambiaron la forma en que los lectores vieron a esos personajes, a partir del análisis que usted hizo. ¿Cómo ve ahora esa producción sobre ellos que hizo en el pasado?
-En el caso de Alejandra fue un poco un deseo de hacerle justicia, porque a partir de su muerte -e incluso desde antes- se la trató siempre en términos metafóricos, "la niña angustiada", "la pequeña sonámbula en la cornisa de la angustia", y yo que sé. Bueno, bajar el tono de eso, ir a los textos, mostrar la extraordinaria poeta que fue, de dónde salió su poesía, tratarla sensatamente, sin metáforas, sin sentimentalismo y sin patetismo, y de ahí que las pizarnikianas me odien sin cordialidad porque para ellas la pequeña sonámbula y la pequeña náufraga y todo eso sigue vigente y que alguien hable en otros términos… en fin. Y en el caso de Copi, fue más bien introductorio, porque a poco de su muerte vi que había poco traducido de él, poco difundido en la Argentina, sólo por algunos libros editados por editorial Anagrama nada más, su teatro era totalmente desconocido en la Argentina y tampoco estaba traducido, y quise hacer una introducción a Copi porque me pareció un escritor importante. Después llegué a sentirme un poco culpable de haber lanzado una especie de copimanía que en algunos casos resultó nefasta para los jóvenes escritores. Para mí, su obra fue una influencia muy buena en el sentido de libertad; su estilo narrativo me sirvió para renovarme, pero porque yo ya era un escritor formado. Pero para un chico joven, esa obra de Copi puede ser un poco invasiva, es tan, no sé cómo decirlo, es tan fuerte que puede resultar paralizante. Es de esos autores que más que estimular te llevan a copiarlo, y al copiarlo te perdés lo tuyo, ¿no?
–La luz argentina, ese libro suyo a veces no se encuentra ni siquiera entre su bibliografía, ¿Qué recuerdo tiene de esa novela?
-Fue el segundo libro mío que se publicó, gracias a mi querida y recordada Susana Zanetti, en una colección que dirigía para el Centro Editor (De América Latina). Es un libro que toca cosas demasiado personales por eso no quise reeditarlo nunca, y así va a quedar. También hay un poco de capricho porque a los escritores nos toman como figura pública, nos hacen objeto de obligaciones, y a mí, hubo un momento en el que dije no, no quiero reeditarlo, y bueno ahora ha sido un bombardeo de gente que quiere reeditarlo, y ahora sí me encapriché y dije no, van a ver hasta dónde llega mi obstinación.
-Me queda una sola pregunta, César, y es por qué no da notas a medios argentinos.
-Eso simplemente es porque me llevaría demasiado tiempo, tendría que pasarme la vida dando entrevistas. Como publico con cierta frecuencia, siempre habría motivos para una nueva cosa, así que eso lo dejo exclusivamente para los viajes.
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