Nijinsky, una vida plena de danza, brillo y locura

Omar López Mato

El celebrado bailarín y coréografo ruso Mijail Baryshnikov protagoniza una obra sobre la vida de este genio de la danza, atormentado por su ezquizofrenia. Días atrás la presentó en Buenos Aires.

En estos días, el legendario bailarín Mikhail Baryshnikov presentó en Buenos Aires Letter to a man, obra teatral de Robert Wilson basada en los diarios de Vaslav Nijinsky. Cada vez que una nueva película u obra relata casos de "genios locos", enseguida renace la idea de derrumbar todos los hospicios para liberarlos de las cadenas sociales, tal como Esquirol, el médico francés, que quitó la contención física a los internados en los hospitales psiquiátricos. Hubo muchos "esquizos" brillantes y muchísimos más oscurecidos por la enfermedad, pero el que más se destacó fue, sin duda, el bailarín Vaslav Fomich Nijinsky, cuya fama ha llegado a nuestros días, como punto cúlmine de la danza, aunque su última representación haya tenido lugar en 1919. Muchos creyeron que había muerto poco después, pero en realidad pasó los siguientes 30 años de su vida entrando y saliendo de clínicas psiquiátricas, en búsqueda de una curación que no llegó.

Vaslav era polaco, hijo de bailarines de la misma nacionalidad con los que trabajó desde niño. Su padre se fugó con otra bailarina, y Vaslav y su hermana quedaron a cargo de su madre. Ingresó al colegio del Ballet Imperial de San Petersburgo, donde fue descubierto por el zar de los ballets, el creador y director de Les Ballets Russes, Serguéi Diághilev, empresario que revolucionó el arte clásico dando una nueva dirección a la danza, al asociar música de avanzada (Ravel, Stravinsky) con pintura moderna (Picasso, Braque, Juan Gris) de la mano de los mejores bailarines de los que se tenga recuerdo, a los que Diághilev, invariablemente, tomaba como amantes.

Nijinsky no fue una excepción y compartió con su director-amante seis años de convivencia, que lo convirtieron en el ídolo máximo de la danza, hasta que después de una de sus apoteóticas peleas, Vaslav se fue de su lado y Diághilev lo mandó a arrestar por incumplimiento de contrato. Era la Barcelona del 1900 y los policías catalanes asistieron entre divertidos y asombrados a las recriminaciones de Diághilev que se quejaba, entre otras cosas, de los pies fríos de su amante. Nijinsky revolucionó el baile con sus nuevos movimientos angulares, que algunos veían como un anuncio de su enfermedad, caracterizada la esquizofrenia por posturas extrañas. A estos agregaba matices cargados de erotismo que desataron un escándalo en París en el estreno de La consagración de la Primavera de Stravinsky.

Nijinsky es una presentación de “La siesta del fauno” a cargo de los Ballets Russes

Aprovechando la ausencia de Diághilev, Vaslav se casó con la condesa Romola de Pulszky, hija de Emília Márkus, actriz húngara comparada con Sarah Bernhardt, en Buenos Aires, en la iglesia de San Miguel. Fue el 13 de septiembre de 1913, a las 13, en la sección 13 del registro civil. En el diario que Nijinsky, o mejor dicho, el que su esposa publicó años después, decía que se vio obligado a ser el amante de Diághilev para salvarse él y su madre de la miseria. Algunos sospechan que Vaslav consideraba su casamiento y la fortuna de su esposa como la fórmula que le permitiría liberarse de Diághilev. ¿Amaba a su esposa a la que definía como "una estrella que no palpita"? No lo podremos saber, pero Romola lo acompañó hasta la muerte, atravesando las tinieblas de la esquizofrenia.

Separado de Les Ballets Russes, Vaslav comenzó su carrera solista. Cuando parecía que todo el mundo se rendía a sus pies y se trasladaba de un lugar a otro con la ostentación de un príncipe ruso, ocupando cinco habitaciones en los hoteles más suntuosos (aquí en Buenos Aires ocuparon un piso del Hotel Majestic, hoy convertido, por las oscuras vueltas del destino, en una sede de la AFIP), cuando le llovían contratos y millones, las garras de su enfermedad lo arrastraron a las tinieblas de la sinrazón.

En 1917, estando por segunda vez en Buenos Aires, confesó haber olvidado la coreografía de El espectro de la rosa que él mismo había creado. En Montevideo, estuvo a punto de no salir a escena. Ante doscientos selectos invitados durante un beneficio de la Cruz Roja, en un hotel de Saint Moritz, Nijinsky pasó media hora en silencio sentado frente a la audiencia que, en un alarde de snobismo, creían estar asistiendo a una nueva experiencia artística.

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Desesperados los organizadores y especialmente su esposa, que ya había experimentado las "excentricidades" de Vaslav, subió al escenario para pedirle que bailara. "Ahora voy a bailar la guerra, con su padecimiento, su destrucción y sus muertes". Y bailó sobre una cruz de tela, con tal trágico brillo que la audiencia no se atrevió a levantarse de sus asientos. Fue el 19 de enero de 1919 la última vez que Nijinsky se presentó ante el público. Desde entonces el matrimonio se paseó por los centros de psiquiatría más importantes en ese momento, sin escatimar esfuerzo vieron a los mejores médicos de su tiempo. Las respuestas resultaron decepcionantes.

Eugen Bleuler: "Por desgracia no puedo hacer nada, su marido es un alienado incurable. Divórciese y salve a su hija".

Auguste Forel: "No se puede hacer nada".

Carl Gustav Jung: "No hay esperanza en el estado actual de la ciencia".

Sigmund Freud: "El psicoanálisis no es eficaz en los casos de esquizofrenia".

Wagner Von Jauregg, único psiquiatra que obtuvo un Premio Nobel: "Mientras un esquizofrénico tiene períodos de agitación, queda esperanza de que evolucione hacia una mejoría".

Todo lo probó Romola, mientras Nijinsky se encerraba en su mundo donde la realidad se disociaba, acompañada de mutismo e indiferencia. Vaslav permanecía ajeno a todo lo que lo rodeaba; su hermana, también famosa bailarina, su madre, el baile de los cosacos… Nada lo sacaba de su mutismo y nada frenaba sus alucinaciones, las voces que lo seguían en las sombras de su mente. Romola lo atendía hasta en sus más mínimas necesidades, porque su abulia le impedía iniciar cualquier actividad, aun la higiene más elemental. Para asistirlo hasta llamaron al mismo Diághilev para que lo viera y le pidiera volver a bailar. "No puedo", dijo Vaslav, "estoy loco".

Acabada la ciencia ortodoxa, Romola probó hechiceros, brujos y charlatanes. Lo llevó a Lourdes, donde rezó, suplicó, lo roció en aguas benditas y se desilusionó. "Quizás mi fe no fue lo suficientemente intensa".

La lápida de Nijinsky en el cementerio de Montmartre en París

La fortuna se diluyó entre consultas, internaciones y viajes. Romola debió pedir a jóvenes bailarines que sólo habían conocido a Nijinsky como un ídolo intocable que organizaran veladas cuyos fondos eran destinados a cubrir los gastos de los tratamientos o promesas que aparecían y se esfumaban, dejando a Vaslav tan impertérrito como antes.

En 1936, en la clínica de Poeztk, en Viena, una esperanza alumbró a Romola. El joven doctor Manfred Sakel ensayó en Nijinsky su nuevo tratamiento, el coma insulínico, que al disminuir el azúcar en sangre induce convulsiones. Desde hacía años lo venía usando en adictos al opio y en cuadros de delirum tremens y desde 1935 había publicado una serie de casos con 70% de mejoría. Si bien Sakel nunca pudo explicar por qué mejoraban, hoy se sospecha que durante la convulsión se liberan neurotransmisores y endorfinas en el hipocampo y las regiones límbicas.

Después de años de silencio, Vaslav volvió a hablar y conectarse con el mundo. La última vez que se lo vio en público fue en Viena, entre los soldados rusos que habían tomado la ciudad.

La esquizofrenia no perdona y estos años de desorden mental impusieron un deterioro, el llamado defecto esquizofrénico. Vaslav, aunque hablaba y respondía, había perdido el brillo que una vez lo llevó a inventar una nueva notación coreográfica o un lápiz que se afilaba solo. Era una sombra que se movía al ritmo de su esposa, siempre en hoteles de lujo, como el Sacher, frente a la Ópera de Viena, donde se refugiaron durante la guerra, siendo los únicos civiles que allí se hospedaron entre los jerarcas nazis, siempre empeñada en vivir a un ritmo que sólo podían mantener gracias a la generosidad de otros bailarines que así rendían homenaje al ídolo roto.

Nijinsky murió en Londres, durante el año 1950. Poco tiempo después fue trasladado al Cementerio de Montmartre en París, donde descansa cerca de Alphonsine Plessis, "La dama de las Camelias" y del artista Edgar Degas, bajo la imagen de un arlequín.

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