¿Cuándo nació mi decisión de escribir sobre Ernesto Che Guevara? ¿Cuándo nacen las personas? ¿en la maternidad o en aquel banco de plaza sobre el que el amor fantaseaba un hijo y hasta imaginaba su nombre? Es imposible precisar el principio de nada. ¿Habrá sido cuando a mis ocho años le abrí la puerta del consultorio de mi padre a un jovencito sonriente y simpático que respiraba con dificultad? ¿O habrá sido porque en el 2001 todo se derrumbaba en una crisis que hedía a corrupción e ineficiencia y me fue necesario buscar ética e idealismo, como el asfixiado busca el oxígeno? ¿O porque no era difícil entonces lanzarse al mundo empujado por la inercia centrifugadora de tantos compatriotas que se apiñaban en Ezeiza para ilusionar mejores soles donde buscar abrigo? ¿O sacudió mi curiosidad y autoestima ese mito planetario con el que compartí el asma y el título de médicos graduados en la UBA, que había vivido a pocas cuadras de mi casa, en Mansilla y Aráoz, que jugó al rugby algunos años antes que yo en el club Atalaya? Y con quien compartíamos también el pertenecer a ramas pobres de familias acomodadas.
Comencé por leer las biografías hasta entonces hallables: la de Hugo Gambini, escrita en capítulos para la revista Primera Plana con el mérito de haber sido la primera y el problema de haber sido la primera, demasiado inmediata a la tragedia de La Higuera. También recorrí las cuatro biografías aparecidas en 1997, de los mejicanos Castaneda y Paco Taibo, del francés Kalfon y del norteamericano Jon L. Anderson. Las cuatro dan primordial atención a los siete años que pasó Guevara en Cuba y devalúan los restantes treinta y dos, es decir Argentina, Latinoamérica, Congo y Bolivia. Además, salvo en alguna medida la del francés, demasiado ajustadas a la versión oficial del gobierno castrista sobre la relación Fidel- Che que inevitablemente tuvo momentos ásperos.
Repasaré algunos encuentros claves de mi investigación.
Argentina: tuve el placer de entrevistar a Rosario López, "Rosarito", poco tiempo antes de su muerte. Una anciana encantadora que había trabajado varios años como empleada doméstica en la casa de los Guevara en Alta Gracia. Su tarea principal fue ocuparse de aquel niño, a quien ella muchos años después seguía llamando "Ernestito", quien tenía gestos y conductas que le llamaban la atención. Su obstinación en vencer las dificultades, su generosidad con sus amigos pobre a quienes abría su casa y regalaba su ropa, su estoicismo ante la tortura del asma, su voracidad por leer y saber, la precocidad de su inteligencia.
A quien traté infructuosamente de entrevistar fue a Chichina Ferreyra, aquella bella princesa de la aristocracia cordobesa a quien el Che se propuso conquistar, sin que estuviese claro si era por amor o por el desafío que significaba ganarles de mano a los otros pretendientes de mucho mejor posición económica. Logró su objetivo pero no pudo convencerla de que lo acompañase en su primer viaje en moto. Tuve varios encuentros con Chichina pero fue imposible arrancarle una palabra sobre su relación con aquel joven bien parecido y seductor. También varias de sus relaciones de alto nivel social se negaron a hablar. Así se trata a los traidores de clase…
Bolivia: vi favorecida mi tarea porque pocos años antes había sido embajador argentino en La Paz y esa investidura formal hizo que los militares que combatieron al Che me contaran lo que no debían. Así el mayor Ayoroa, en 1967 jefe de los "rangers" bolivianos, me confió por primera vez cómo los boinas verdes norteamericanos, movilizados por la ya confirmada presencia del Che en selvas bolivianas, proveyeron a las tropas gubernamentales de modernísimos fusiles ametralladoras "Garand", que sustituyeron a los viejos máuser. También granadas, ametralladoras y bazookas. Pero sobre todo sometieron a las hasta entonces ineficaces tropas gubernamentales a una acción psicológica que las transformó en temibles combatientes, cambio que el Che registra en su diario boliviano.
En Santa Cruz de la Sierra conversé con el entonces capitán Mario Vargas Salinas quien me contó con lujo de detalles y repelente fruición cómo llevó a cabo la emboscada de Vado del Yeso que exterminó la retaguardia del Che durante el cruce de un río. Delatados por Honorato, un campesino que lo pagó con su vida a manos de un comando justiciero, los soldados sólo dejaron un sobreviviente para identificar los cadáveres, "Paco". Me impactó cuando el obeso Vargas Salinas, satisfecho, lo describió como "un perrito enroscado a sus pies y gimiendo". Fue este militar, alcoholizado, quien reveló a Anderson el lugar donde habían sido enterrados secretamente los restos del Che y de otros guerrilleros, lo que permitió que salieran a la luz luego de treinta años de misterio.
Pero sin duda el encuentro más conmovedor en Bolivia fue con el asesino del Che, el entonces sargento Terán, quien no había accedido a entrevistas con ninguno de los otros biógrafos pero lo hizo en mi caso por orden del ejército. Lo convenido previamente fue que se trataría de un saludo muy breve, no se tocaría el tema "La Higuera", no habría fotos ni videos. Acepté las condiciones, tanto que ni siquiera dejé registro en mi libro, y me encontré con una persona simple, de aspecto manso, a quien el destino puso en un lugar impensado y quizás injusto, cuando sólo cabía obedecer órdenes. Su homenaje a la víctima fue el temblor angustiado que casi le impide apretar el gatillo.
Francia: En París tuve dos encuentros muy significativos, podría decirse de signo opuesto. Por un lado Gary Prado, entonces embajador boliviano en Francia, quien condujo el batallón de "rangers" que hirió y capturó al Che en el último combate en la quebrada del Yuro. Me impactó descubrirlo parapléjico, en silla de ruedas, "por un disparo perdido" intentó convencerme. Lo cierto es que formó parte de lo que dio en llamarse "la maldición del Che" pues no pocos de los oficiales que participaron en el fatal desenlace de la guerrilla boliviana fueron ejecutados o murieron en accidentes sospechosos o pagaron con la invalidez como fue el caso de Prado. Fue muy cuidadoso en relatarme lo sucedido aquel 8 de octubre de 1967 tratando de desentenderse de la decisión de asesinar al guerrillero argentino. Repitió la frase que dijo haber escuchado de labios de su prisionero: " ¡No me maten, soy más útil vivo que muerto!" lo que fue desmentido por aquellos que no imaginan al Che pidiendo clemencia. Cuando le pregunté qué opinaba de haberle tocado vivir aquella experiencia, me contestó con una media sonrisa: "He hecho cosas más importantes en la vida". Lo dudo.
El otro encuentro fue con Daniel Alarcón "Benigno", uno de los tres cubanos sobrevivientes de la experiencia boliviana, exiliado en París por un grave conflicto con Castro. Su relato, conmovido y conmovedor, exaltó el coraje del Che, su determinación. Cierta vez la columna, que él encabezaba, topó con un precipicio que impedía seguir avanzando. Se lo comunicó a su jefe y éste enojado le espetó: "¡No hay nada imposible!" y salvó el obstáculo. Luego con ironía sobradora lo provocó: "Viste que se podía, Benigno". Y éste: "Sí, usted pudo porque es el Che Guevara". En ese momento recordé lo relatado por Rosarito cuando comentó en Alta Gracia que ella nunca iba a ir a la luna, y Ernestito le respondió convencido: "Si querés vas a poder, ¡nada hay imposible en esta vida!".
Algo revelador en mi diálogo con "Benigno" fue recordar que cuando todo estaba ya perdido el Che les dijo a los pocos y maltrechos que lo habían seguido hasta allí: "Este es nuestro último combate, que el último pensamiento sea por la Revolución y por Fidel". Lo que confirma, a pesar de que muchos intentaron convencer de lo contrario, que el afecto del Che por su Comandante se mantuvo hasta el último minuto de su vida.
Cuba: evité los encuentros con quienes ya habían sido muy entrevistados por otros periodistas y biógrafos. Preferí a Leonardo Tamayo "Urbano", otro de los muy pocos que escaparon de la muerte en la quebrada del Yuro. Las paredes de su casa tapizadas con fotos y dibujos del Che, se emocionó hasta las lágrimas recordando los esfuerzos del argentino por educar a sus hombres, por enseñarles a leer y a escribir entre enfrentamientos y emboscadas. "De otra manera cuando triunfe la Revolución no van a llegar a embajadores", azuzaba a esos corajudos analfabetos.
Jorge Serguera "Papito", héroe de Sierra Maestra, fue el intermediario entre el Che y Perón a quien visitó en su destierro en "Puerta de Hierro". Le transmitió al derrocado presidente el consejo de Guevara de dejar su exilio en la España franquista, que le daba mala fama, y que se asilara en la recién independizada Argelia de Ben Bella y luego de un tiempo pasase a Cuba. "Papito" insinuó ingenuidad en el mensaje que Perón amablemente declinó. En el encuentro en Madrid le entregó, de parte del Che, un maletín lleno de dólares, una contribución a los preparativos del primer intento de regreso de Perón abortado en Río de Janeiro.
Guatemala: en la nueva versión que acaba de publicar Penguin Random House en su sello Sudamericana he reescrito el capítulo relacionado con la estadía del Che en Guatemala durante el gobierno progresista de Jacobo Arbenz que terminó derribado por sicarios de la CIA. En esos nueve meses, desde el 24 de diciembre de 1954, según datos de su amiga, Myrna Torres, en cuya casa conoce a los primeros cubanos castristas, hubo otras circunstancias decisivas en la vida del Che: conoce a su primera esposa, la peruana Hilda Gadea, lee y estudia marxismo con la guía del profesor norteamericano Harold White, y se suma a la juventud comunista de Guatemala. Durante el golpe contra Arbenz alguien pone una ametralladora en sus manos y le enseña a usarla. Es decir que el joven aventurero que llegó a Guatemala se va convertido en un militante comunista convencido de que dedicará su vida a luchar contra el capitalismo norteamericano.
Son muchas las personas y las situaciones que han quedado afuera de esta breve reseña, pero ojalá sirvan estas líneas para transmitir lo apasionante que fue introducirme en la vida y obra del gran Ernesto Che Guevara, nuestro compatriota.
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