El filósofo alemán Richard David Precht (Solingen, 1964) desembarcó en Buenos Aires para dictar una conferencia en la UNSAM titulada "Trabajo, educación e identidad en el futuro digital". Llegó invitado por el Instituto Goethe en el marco del aniversario por sus 50 años y también dio una charla el viernes pasado en el Club Alemán, pero además está aquí para presentar su libro ¿Quién soy… y cuántos? Un viaje filosófico, recientemente publicado por editorial Paidós. Traducido a 40 idiomas y ya por su séptima edición, esta publicación y varias más convirtieron a Precht en uno de los pensadores más mediáticos e influyentes de su país. Infobae pudo conversar con él.
—La religión primero, luego el psicoanálisis en el siglo XX, se propusieron ser los medios para alcanzar la felicidad. ¿Ahora es la filosofía la que lo intenta?
—En primer lugar, yo diría que la filosofía es mucho más antigua que la religión. Ya en la época de la Grecia antigua, es decir 400 a.C., puso en el centro de sus estudios a la felicidad. En lo que a mí se refiere, personalmente, no tengo una opinión muy positiva del psicoanálisis.
—Es notable en su libro, sí.
—Creo que es muy difícil evaluar la influencia que tienen los psicoanalistas sobre las personas, aunque realmente es de temer. Pero la función de la filosofía no consiste en llevar a la persona por el camino más corto hacia la felicidad. Sino que su función es preparar el horizonte y ayudar a la persona a reflexionar. Y efectivamente eso pareciera que está de moda porque el mundo se complejiza cada vez más.
—El título del libro lo relaciono con Rimbaud y su célebre "Yo es otro". ¿Qué pasa con la subjetividad en el siglo XXI?
—Bajo la perspectiva de las grandes ciencias y desde la perspectiva de la psicología social, el concepto del yo está muy cuestionado. Por ejemplo, en las neurociencias podemos distinguir muchos estados diferentes. Lo que nosotros denominamos el yo es lo que se compone de muchos estados del yo diferentes. El yo no es un músico individual sino que es toda la orquesta.
—En el libro vuelve una y otra a la neurociencia y al cerebro. Pero, ¿dónde quedan los sentimientos?
—El hecho de que la neurociencia investigue el cerebro humano no elimina a los sentimientos sino que muestra cuán grande es la influencia de los sentimientos sobre nuestro cerebro. Porque la neurociencia no le quita la magia a los sentimientos sino a la razón. Pero lo mismo confirma algo que es muy antiguo: si nosotros pensamos en el filósofo inglés David Hume, entonces vamos a ver que tenía las mismas opiniones que hoy sostienen las neurociencias. Cuando decía que nuestra razón no decide nada, sino que son siempre nuestros sentimientos, la razón no es otra cosa que el departamento de Marketing, que, a posteriori, justifica lo que los sentimientos deciden. Incluso si yo tomo una decisión, pongámosle el caso, una disputa entre un hombre y una mujer, digo: "Yo voy a ser muy racional". No obstante, es una decisión emocional. Y no es racional.
—Estamos manejados por las emociones.
—Claro.
—Qué espanto.
—Bueno, yo no sé si el mundo sería mejor si fuéramos manejados por la razón. Todo lo que tiene valor en la vida humana proviene de los sentimientos.
—Precisamente hay un capítulo en el libro en el que se refiere a Rousseau y su defensa del "hombre solo" y lo opuesto que propone Weiss, que dice que el hombre no se lleva bien con la soledad. Pareciera que en estos tiempos, donde la tecnología impera y vivimos el simulacro de la comunicación y la compañía, la soledad arrasa. ¿Hacia dónde vamos?
—Qué interesante. Lo que pasa es que la gente no comprende la capacidad de estar consigo mismo. Esa parte constitutiva que fortalece nuestro carácter. Porque es importante aprender a poder vivir en soledad y no perderse a sí mismo. Estamos absolutamente sobreexigidos por la tecnología y cuanto antes repercute sobre los niños, tanto más se pierden funciones psíquicas que son muy importantes para ellos. Efectivamente ése es el problema. Yo creo que va a ser una cuestión de la educación. Entiendo que en la clase media y clase media alta van a entender que deberán tomar en consideración la situación; en cambio, en las clases más bajas no lo van a entender. Y eso va a ensanchar aún más la brecha de desigualdad.
—No es un panorama muy alentador.
—No. Pero es solo un costado de un proceso de transformación muy complejo. Yo abogo encarecidamente para que la escuela asuma el rol que muchos padres hoy no cumplen. De protegerlos. Es decir, que no se los atiende y esa es una función fundamental de la escuela. Conservar la concentración, la capacidad de meditación. Y eso no es un material didáctico que uno pueda implementar en la currícula.
—Hace unos días estuvo en Buenos Aires la psicoanalista e historiadora franesa Elisabeth Roudinesco y, entre las cosas que dijo, sostuvo que la extrema exposición de todo, donde nada pareciera ocultarse, encubre un gran puritanismo.
—Absolutamente. Creo que las jóvenes generaciones hoy están más inhibidas que antes. En términos generales nosotros separamos la esfera física real, nos movemos en un mundo ficticio pero no en la zona real de nuestro estado físico. El mundo se disgrega en dos partes y la consecuencia de vivir en el mundo virtual hace que yo me pueda desplegar en una forma increíble.
—¿Cuáles son los grandes males del siglo XXI?
—Me preguntaron hace un rato qué opinaría un marciano si aterriza en el mundo. Y yo dije que el marciano diría que si siguen aplicando la misma economía que se lleva a cabo ahora, en 100 años no va a haber nada más. La Tierra está explotada, el clima destruido, habrá enormes corrientes migratorias y esas son las que se llevarán por delante a todas las culturas más avanzadas. La relación que existe entre la economía y la ecología, ese es el principal problema.
—Ese es un problema para Alemania, el asunto de las migraciones.
—Bueno, las corrientes migratorias no son un fenómeno solo actual. La zona sur del Sahara está en problemas y eso hará que millones y millones de personas peregrinen hacia Europa. Y no hay solución. Yo propuse que cada uno de los países que componen la Unión Europea se ocupe de un país de la África negra, y que no lo haga enviando fondos, sino dándole el know how. Que se hagan reuniones conjuntas, se definan cuáles son los problemas.
—¿Lo escucharon?
—Reiteré varias veces esta propuesta en los últimos diez años. Creo que mi situación es privilegiada, en este momento puedo ejercer mucha influencia. Pero los políticos necesitan mucho tiempo. Seguramente habrá países europeos que lo hagan, pero Polonia y Hungría no lo creo.
—¿Y por qué?
—Porque ellos mismos tienen problemas muy grandes, no tienen cultura democrática desarrollada. En este momento se encuentran en un alto riesgo de perder su democracia. Podemos decir que ninguno de esos países tiene democracia. Y en este momento Europa se está desintegrando.
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