"Este oficio no es nunca consuelo ni distracción. No es una compañía. Este oficio es un amo, un amo capaz de darnos latigazos hasta que nos salga sangre, un amo que grita y nos condena. Nosotros tenemos que tragarnos saliva y lágrimas y apretar los dientes, limpiarnos la sangre de nuestras heridas y servirle". Así definió la tarea de escribir la autora italiana Natalia Ginzburg en su bello libro de ensayos Las pequeñas virtudes. Se trata de uno de esos textos insoslayables para quienes buscan definiciones sobre la escritura y lleva el título para nada azaroso de "Mi oficio". Esa imagen de sacrificio al borde de la tortura contrasta ostensiblemente con la prosa de la autora, por lo general simple –aunque nunca simplista–, nítida y diáfana, enfocada en retratar desde las escenas más cotidianas de la vida en familia hasta un perfil de Cesare Pavese (recordado de manera magistral en su ensayo "Retrato de un amigo"), con la guerra, el desarraigo y las consecuencias del régimen de Mussolini en Italia como trasfondo.
Natalia Ginzburg no fue siempre Natalia Ginzburg. Natalia Ginzburg era Natalia Levi, nació en 1916 y fue la menor de cinco hermanos; hija del profesor universitario de anatomía comparada Giuseppe Levi y de Lidia Tanzi, una mujer proveniente de una familia con lazos en el socialismo de la época. Callada y observadora, de chica se asombraba por las tertulias que tenían lugar hasta tarde en su hogar.
"Comenzamos a callar de niños, en la mesa, ante nuestros padres que seguían hablándonos con aquellas palabras viejas, sangrantes y pesadas", contó más tarde en un texto sobre el silencio, que también se puede leer como una declaración de principios sobre lo que ella prefirió hacer de grande con sus propias palabras.
Educada en su primera infancia con profesores particulares en su casa porque para su padre la escuela era un lugar "lleno de bacterias", creció en Turín, en una atmósfera en la que se empezaban a notar la persecución y las presiones sobre quienes, como ellos, tenían ideas antifascistas (es particularmente interesante buscar rastros sobre este período en su libro autobiográfico Léxico familiar).
En ese contexto conoció al intelectual Leone Ginzburg, con quien intercambió cartas durante una de las primeras detenciones que él sufrió en Roma. La escritura comenzaría de ese modo a ser para Natalia una forma de conexión. Se casaron en 1938 y fue así que ella, con poco más de 20 años, empezó a vincularse con escritores, traductores, poetas y editores, entre quienes estaban Cesare Pavese y Giulio Einaudi, con quienes su marido creó la mítica editorial que llevó el apellido de este último.
En 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Natalia tenía 23 años y dos hijos. La vida de la familia comenzó a dificultarse cuando Leone, que ya era un reconocido intelectual y activista antifascista, fue obligado al destierro. Se mudaron entonces a un pequeño pueblo llamado Pizzoli, una localidad remota en la región de los Abruzos. "La nostalgia aumentaba en nosotros día a día. A veces era hasta agradable, como una compañía dulce y levemente embriagadora. Llegaban cartas de nuestra ciudad, con noticias de bodas y de muertes, de las que estábamos excluidos", describió la escritora sobre aquellos tiempos en su texto "Invierno en Abruzos". En ese lugar la autora escribió y publicó su primera novela, El camino que va a la ciudad, ambientada en una región similar a la que debieron mudarse. Debió hacerlo bajo el seudónimo de Alessandra Tornimparte porque para entonces regían leyes que prohibían a los escritores judíos publicar (si decidía hacerlo con los apellidos Ginzburg o Levi su obra sería rápidamente impugnada).
En 1943, cuando cae el régimen tras la invasión de Sicilia a manos de los aliados, la familia, ahora con tres hijos, regresa a Roma con la esperanza de que el país fuera en breve liberado. Sin embargo, poco después Leone es arrestado por la Gestapo y muere torturado en un calabozo.
Estoica e incansable, la autora pidió trabajo en las oficinas romanas de Einaudi, la editorial que su marido había ayudado a fundar. Varios destacan su lucidez como editora (descubrió, entre otros autores de la época, a Elsa Morante, también reeditada por estos días en español) y también su gran talento para la traducción (entre otros, llevó del francés al italiano a Marcel Proust, Marguerite Duras y Gustave Flaubert).
En 1950 Natalia volvió a contraer matrimonio, esta vez con el experto en literatura inglesa Gabriele Baldini. Ese año tendrá lugar, además otra marca indeleble para Ginzburg: el 27 de agosto se suicida su amigo Pavese en una habitación de hotel. Con Baldini la autora tendrá dos hijos y durante un buen tiempo vivirán en Londres, lugar al que le dedica también un ensayo y donde empieza a descubrir autores británicos.
En 1952 se editó su libro Todos nuestros ayeres y desde entonces Ginzburg, ya firme en su lugar de autora consagrada, seguirá publicando asiduamente novelas, ensayos y hasta obras de teatro. Con su novela Léxico familiar gana el prestigioso premio Strega, en 1963. Ese mismo año llegaría a interpretar un pequeño cameo en cine en la película de su amigo Pier Paolo Pasolini, El Evangelio según San Mateo.
Tras la muerte de su segundo marido, en 1969, Ginzburg continuó escribiendo, todavía más enfocada en lo pequeño y a la vez fascinante del microcosmos que resulta de cada entorno familiar. A su vez, comienza a hacer colaboraciones semanales en distintos medios gráficos. Por su condición de intelectual y figura pública, en 1983 el Partido Comunista le ofreció ser candidata a diputada en sus listas como miembro independiente. Finalmente ganó y, según los medios de la época, tuvo intervenciones memorables en el Parlamento.
Aunque por oleadas, los libros de Natalia Ginzburg fueron llegando a la Argentina traducidos al español y en la actualidad, gracias a que en 2016 se celebraron los 100 años del nacimiento de la autora, el sello Lumen repuso en las librerías, entre otros, Léxico familiar, Todos nuestros ayeres y un conjunto de sus ensayos bajo el título A propósito de las mujeres. Las pequeñas virtudes también puede encontrarse actualmente en la edición del sello español Acantilado en algunos locales porteños.
Otra forma de leer sobre ella y sobre su influencia es mediante el material que escribieron otros autores. Tal es el caso de Juan Forn, quien le dedicó más de una de sus clásicas contratapas del diario Página/12 a la vida de la escritora, material que fue recopilado en distintos tomos bajo el título de Los viernes. En inglés, un trabajo ineludible es el de las académicas Angela M. Jeannet y Giuliana Sanguinetti Katz, editado por la Universidad de Toronto bajo el título Natalia Ginzburg: A Voice of the Twentieth Century. Allí, además de una completa cronología con la vida de la autora, varios académicos desmenuzan cada uno de sus libros en distintos ensayos.
"Mi oficio es escribir historias, cosas inventadas o cosas que recuerdo de mi vida, pero, en cualquier caso, historias, cosas en las que no entra la cultura, sino sólo la memoria y la fantasía", aseguró en su ensayo "Mi oficio". Y así lo hizo Natalia Ginzburg, hasta su muerte, el 7 de octubre de 1991.
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