"El padre infiel": la desesperación de un hombre que se creía feminista

En su interesante y polémica novela, el escritor italiano Antonio Scurati cuenta la historia de un matrimonio en crisis a partir del nacimiento de su hija. Elogiada por Umberto Eco y muy bien escrita, es además una gran reflexión acerca del lugar que ocupan los hombres y las mujeres en las nuevas familias.

La esposa del protagonista de “El padre infiel” sufre de depresión posparto y se corta el pelo cortísimo

Terminé de leer hace poco más de un mes un libro que podía haberme enojado mucho, pero no: me dejó rumiando. Es una novela de un autor italiano, el título de la novela es El padre infiel (Libros del Asteroide) y el de su autor, Antonio Scurati. Brevemente, podría resumirse como la historia de un hombre europeo de mediana edad que vive trabajosamente el tránsito a la madurez y a la paternidad en un tiempo de zozobra y de grandes cambios culturales. Hasta ahí, casi la descripción de una película de Nanni Moretti. Pero Nani Moretti no me enoja, en cambio un escritor que acusa a las mujeres de hoy de frías, distantes, crueles, esteparias, resentidas y deshidratadas después de un siglo de reivindicaciones femeninas, sí podría. Pero no ocurrió y creo que eso se debe fundamentalmente a dos motivos: 1) El señor Scurati escribe muy pero muy bien. 2) Y me hace pensar.

El protagonista de El padre infiel -una novela muy elogiada en su momento por Umberto Eco- se llama Glauco Revelli, tiene alrededor de 40 años, es licenciado en Filosofía pero trabaja como chef; heredó de su padre un clásico restaurante e intenta "modernizar" el negocio familiar a tono con los tiempos que corren. Está casado y está en crisis. En el arranque del relato, su mujer, Giulia, rompe a llorar desconsoladamente, ella también la está pasando mal. Son las diez de la mañana de un día cualquiera y ambos están en la cocina de su casa de Milán cuando lanza la frase fatal: "Quizá no me gustan los hombres". Giulia dice "quizá no me gustan los hombres" y desata en su marido una angustia fenomenal y una catarata de hipótesis. Él está desolado, ve cómo el mundo que creyó construir de a dos se cae a pedazos ("Decididamente, nuestro error, desde el principio, había sido querer ser felices"). Glauco no consigue entender cómo, al mismo tiempo que su vida viene de dar un vuelco de amor infinito con el nacimiento de su hija, comienza la despedida de su mujer, ahogada por una depresión posparto aguda. Cuenta que durante el primer año y medio de Anita, lo único que veía de su mujer por las noches era la nuca: "La nuca, siempre la nuca, la parte posterior del cuello que un corte de pelo brutal y viril decidido la semana siguiente al parto había desnudado. (…) dejamos de ser una pareja un instante después de habernos convertido en una familia".

La novela entera es un ejercicio de reflexión del protagonista, parado en estas primeras décadas del siglo XXI y tratando de ver cuál es su lugar en la vida ahora que la vida ya no es aquella en la que vivieron sus padres y tampoco es la que imaginó vivir si acompañaba los cambios en materia de género que día a día dan vuelta un mundo que parecía congelado en el predominio masculino. Las reflexiones de Glauco van de la mano del relato: un conjunto de postales cotidianas de un matrimonio que se hunde. La pregunta que subyace a la angustia de Glauco es: ¿cómo llegamos hasta acá? o bien ¿qué hice, qué hicimos nosotros para merecer esto? Qué hicimos nosotros, los hombres de mi generación, los que acompañamos a las mujeres en su reclamo justo, los que nos pusimos a la par, compartimos tareas y buscamos despojarlas de las humillaciones de siglos, para obtener este desprecio inmerecido?

Glauco se rompe la cabeza tratando de entender qué pasó, cree haber hecho todo lo que correspondía hacer a un hombre de su tiempo. La conclusión -entre patética y conmovedora- es: "En este prosaico y lúbrico siglo XXI, los verdaderos románticos somos nosotros, los hombres".

A Glauco lo afecta el distanciamiento de Giulia pero más lo afecta su resentimiento y sentirse acusado de ser el motivo de su malestar y de hacerla sentir desgraciada. El sexo, naturalmente, desapareció de sus vidas en común, "como si en mi miembro, en esos pocos centímetros de materia esponjosa, estuviera encerrada la potencia maligna que había provocado la interrupción de su vida social", escribe. Ella no puede salir del agujero de su condición deprimida, que lo había alejado a él de su lado y lo "había transformado en lo contrario del marido y aliado potencial". "La tenacidad con la que Giulia reivindicaba, casi orgullosa, su depresión posparto parecía ser la nueva frontera del feminismo militante", observa con desesperación impotente.

Para el protagonista de El padre infiel, el corte de pelo de su mujer es bastante más que una cuestión simbólica, es una cuestión política, como si ese detalle fuera una suerte de manifiesto de las mujeres de hoy, enceguecidas en la lucha contra el patriarcado dominante por siglos. "Giulia había acortado aún más su corte de pelo, Giulia había rechazado las mallas rosas para su hija, Giulia había elegido para sí a un compañero dispuesto a cambiar pañales y poner los platos en el lavavajillas y, no obstante, tras el nacimiento de su hija no había podido evitar ponerse la máscara de la mater dolorosa que se habían puesto siglo tras siglo todas las mujeres de su linaje. Yo, el compañero elegido para este doméstico viaje interestelar hacia una nueva era, cambiaba pañales y cargaba el lavavajillas, pero mientras lo hacía no dejaba nunca, ni un solo instante, de tener un ojo puesto en el culito enrojecido de mi hija y el otro en la puerta de entrada por la cual, una vez despachadas las tareas, me iba a escapar. (…) Estábamos allí, pero habíamos creído en las fábulas equivocadas. Por ese motivo había llegado la temporada de lluvias", dice Glauco -escribe Scurati-, quien con toda la gracia del mundo y con cierto barniz paródico ya había narrado el embarazo de a dos, las clases de preparto y el nacimiento de Anita, toda la serie con su carga de rituales modernos. Los hombres que se acercaron a las mujeres terminan víctimas del feminismo, parece decir nuestro atormentado personaje, a quien podemos imaginar perfectamente al borde de comenzar a discutir una tesis sobre el hombre-objeto, mientras elucubra modos para huir y buscar consuelo sexual en otro cuerpo femenino pero no feminista.

Antonio Scurati, el escritor italiano autor de “El padre infiel”.

Glauco está cada vez más lejos de su mujer y de las mujeres, en general, salvo de Anita, el faro de su vida y a quien dedica la mayor parte de su tiempo y de su amor. Su mayor perversión es soñar con otro tipo de esposa, "una compañera servicial, dócil y abyecta". Una noche, después de haber rechazado varias veces su invitación, decide aceptar el convite de un grupo de mujeres -varias ejecutivas- que acostumbran cenar en su restaurante entre risas estridentes, groserías y relatos de anécdotas, un estado de cosas que hasta unos años atrás sólo estaba reservado para los hombres.

El gineceo festivo no deja de provocarlo, él se empecina en ver en ellas claves de su fracaso con Giulia; lee cada comentario y cada actitud como si estuviera frente a miembros de un satánico movimiento anti hombres, una organización dispuesta a desmerecer cualquier atributo masculino y a prescindir de los varones para todo. Así habla de lo que llama el "lesbianismo de repliegue" y así las describe en su maldad indiferente: "Había algo en ellas que nunca dejaba de decir adiós, una tragedia minúscula pero indestructible, como una gotita de mercurio". O así: "Eran hermosas estas mujeres dueñas de sí mismas, pero eran el resto de nada. Brillaban con una belleza melancólica, otoñal, de despedida, de crepúsculo civil, más que con un destello mundano (…) Me atraían pero también me repelían. En su indudable belleza había algo sin duda cruel. Desearlas equivalía a ser derrotados"

Hay un mundo feminizado que lo rechaza, como rechaza al resto de los hombres, aún a aquellos que hicieron los deberes y actúan como feministas. Ese mundo lo rechaza, lo excluye y lo burla. Glauco se siente un muerto de la felicidad ajena. No hay razones ni reacomodamiento cultural que lo puedan justificar: las mujeres, para él, se convirtieron en seres insensibles. "No hay agua en esta clase de mujer. Es árida, reseca, esteparia. Es la pluma de sepia que un océano seco dejó en la orilla. Un siglo de reivindicaciones femeninas la ha deshidratado", dirá en un momento, refiriéndose a una empleada de un banco, con cargo jerárquico, que le rechaza un pedido de crédito.

Glauco, el protagonista, no termina de entender qué ocurrió con su mujer y con las mujeres, en general.

Para el personaje principal de El padre infiel, el patriarcado ya cayó y se lo llevó puesto. Termina de verlo así la mañana en que se encuentra en el jardín de infantes al que va Anita junto con su padre jubilado, acompañando a la nena en su adaptación escolar porque sus horarios se lo permiten, mientras que su esposa no puede abandonar su lugar de trabajo. Sufre enormemente cuando se ve a sí mismo como protagonista de esa foto de dos hombres -ya grandes- en una situación que tradicionalmente ha sido protagonizada por mujeres.

Dije al comienzo que no podía enojarme porque la novela está muy bien escrita y porque me hizo pensar. Pero hay un tercer motivo por el cual no puedo hacerlo: no es un buen gesto, no parece humanitario maltratar al que padece porque una nueva cultura lo hace sentirse reducido a la insignificancia. Las mujeres sabemos muy bien de qué se trata.

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