"Toda obra es en tiempo presente. No hay manera de que tu obra no esté marcada por el signo de tu tiempo, no lo digo en términos de representación sino en las características que tu obra adquiere en la producción. Si no lo tiene la obra, el contexto se lo otorga. La actualidad también define el modo de lectura, entonces, esté donde esté puesto el foco, siempre lo actual se mete". El que habla es Eduardo Stupía. Hablar con él es una experiencia que parece ofrecerse como contracara a la de ver su obra. Panorámicas, la muestra que acaba de inagurar en el Museo Fortabat —la curaduría es de Verónica Gómez—, logra justamente lo que él quiere: como una especie de dios irónico, en vez de sembrar certezas genera preguntas, interrogantes, dudas, y por ende reflexiones. ¿Y qué mejor que el carácter interpelativo del arte para generarle incomodidad a un espectador que no admite dudas y sólo quiere darle a todo "me gusta"?
Una selección de grabados inéditos y piezas en técnica mixta —que suma collage y un video sobre cómo trabaja— conforman esta muestra. La sala es enorme y las obras se erigen, por momentos inmensas, por otros pequeñísimas. Hay una sensación: todos los cuadros son recortes de un mundo, partes de un todo que, ante la imposibilidad de abarcarlo, sólo resta encuadrarlo para poder atraparlo. Como si la metafísica de lo real estuviera en esos trazos caóticos —gruesos y finos, demarcados y vaporosos— que juguetean con lo abstracto. "Es muy difícil establecer en el lenguaje mismo de la obra relaciones literales con lo contemporáneo porque la obra no es lógica, es analógica, metafórica", dice en esta charla con Infobae, sumergiéndose en las profundidades de la teoría aunque siempre con una soga que lo ata a la orilla, al entendimiento más claro. Porque no sólo es artista, también es docente: así habla.
– ¿Cómo te definís? ¿cómo definís tu arte?
– Me definiría hoy como artista visual. Durante muchos años fui definido como dibujante porque trabajaba estrictamente en el territorio del dibujo, lo cual era una descripción técnica más que conceptual. Eso duró mucho, hasta que estuve instalado como artista; incluso las críticas me definían así también. Ahora, las categorías, como se sabe, están muy borroneadas y las disciplinas no están tan delimitadas, ahora me definiría como artista visual. Definitivamente no como pintor ni tampoco como artista plástico, porque la palabra plástico ha perdido cierta entidad porque la plasticidad, entendida como la práctica sobre un material maleable, no es lo único, ahora las prácticas y los materiales son muy diversos. Francamente creo que la mejor manera, la más correcta de autodefinirme es como artista visual.
– ¿Y se podría decir que hacés arte abstracto? ¿Te gusta ese casillero?
– La abstracción es como una consecuencia de una operación sobre el lenguaje, más que una decisión previa y deliberada. Yo me formé en una tradición más académica donde estaba la cosa bien dividida entre abstracción y figuración. Por supuesto que se puede seguir leyendo el campo visual con esa división, pero hay zonas más grises y ambiguas. Yo creo que, por el modo en que trabajo el lenguaje, estoy a mitad de camino entre una alusión a alguna forma representativa que puede andar apareciendo por ahí y cierta cualidad abstracta que, si bien yo no busco, aparece porque no termino nunca de definir deliberadamente el relato, la descripción visible de algo identificable en el cuadro. A mí me interesa el movimiento entre esa forma legible y esa forma que se escapa de lo legible.
– Hay muchos detalles de la obra que parecen estar a punto de transformarse en una figura…
– Bueno, ese "estar a punto" es lo que más me interesa. Es como estar a mitad de camino entre llegar a un lugar e irse, nunca termina de llegar y nunca terminar de irse, ni te escapás del todo de la figuración —en el sentido radical de ser un pintor abstracto o programáticamente abstracto— ni tampoco adherís del todo a una escena legible. A mí me interesa bastante que el espectador de algún modo sienta ese mismo tipo de movimiento, que en la propia percepción no termine de cerrar ese discurso. No obstante, en todo el mundo el espectador tiende a definir lo que ve, o intentar tener una noción clara de lo que ve, por eso se produce inquietud: "¿Qué estoy viendo?" Pero creo que en el fondo eso es lo más interesante del todo, la interrogación acerca de lo que uno ve antes que la afirmación de lo que se está viendo.
– ¿Cómo llegaste hasta acá? Uno ve en la historia de un pintor diferentes etapas. ¿Como llegaste a esta?
– Efectivamente los pintores son una suma de etapa, sobre todo un artista como yo, que tiene 40 años de trabajo. Llega un momento en que empezás a mirar esa décadas como una suma de etapas, pero puede ser suma o también resta en el sentido paradójico en que uno va descartando cosas a medida que va avanzando. Pero yo podría decirte que las décadas y los años imponen un fenómeno de transformación y metamorfosis, y el propio lenguaje va generando su propio cambio. Es como la muda de piel de un animal, la misma piel va mudando y la piel vieja da lugar a una nueva piel pero la célula es la misma. Aunque no es estrictamente lo mismo, pero cuando vos ves mis dibujos de los 70, hay un ADN que es el mismo.
– ¿Y con el arte contemporáneo cómo te llevás?
– Hoy el arte tiene una colateralidad textual. El arte y el texto están adosados, son parte de la misma obra. Muchas veces son escenarios dentro de otros escenarios. Pero creo que lo importante es que hay que tener una conciencia sobre cuál es la pregnancia de los discursos, para no exponer para nosotros mismos y los críticos. Porque después empiezan esas teorías de que hay que educar al público. La gente se educa como puede en los canales habituales de educación. La cultura civilizatoria contemporánea es la que educa. Vos podés educarlo de una manera muy sofisticada pero la educación real, la que lo educa 24 horas por día, es una educación muy lineal, con relatos que pueden ser muy profundos e interesantes, pero que son lineales y perfectamente entendibles. Desde Game of Thrones o House of Cards o en la catarata de imágenes de Facebook. ojo, a mí me gustan esas series, pero si un tipo está educado con esas estéticas va a una feria de arte y lo confrontás con objetos que no tienen nada que ver, por suerte, ¿y qué esperás?, ¿que responda? ¡No va a responder igual! De esa tensión está constituida la escena, hoy.
Más de 40 años lleva dedicándose a la práctica artística. Artista visual, así prefiere llamarse, porque ¿cómo definir algo que se escapa: un movimiento que, justamente, nunca se queda quieto? Sentado de forma rígida, mirando hacia el ocaso en la ventana y volviendo hacia la mesa, con sus manos a la vista, Eduardo Stupía puede construir un discurso sólido con interpretaciones sagaces sobre este complejo panorama artístico. No evita los mareos del arte contemporáneo, arremete sin miedo hasta que las ideas se ven solas. ¿Qué es el arte hoy? ¿Necesitamos alguien que lo legitime y que señale con el dedo qué es arte y qué no? "Hay que ser un integrado incomprendido más que un genio incomprendido. La mitología del apocalíptico, de la contracultua, del antisistema ya no existe más. Ahora la pregunta es: ¿cómo te integrás de manera eficaz sin renunciar a tus banderas? Estoy hablando estéticamente: ¿cómo sos un integrado sin que eso no signifique ser un complaciente que sólo quiere ser famoso? Es muy complicado", reflexiona.
Hoy Eduardo Stupía se siente realizado. No lo dice, pero hay una satisfacción que parece dejarlo dormir en paz. Su obra pone en evidencia la complejidad del mundo y la imposibilidad de someternos a categorías rígidas para entenderlo. Nunca se preocupó mucho en el devenir, dice, simplemente se dejó llevar. ¿Qué puede hacer un artista además trabajar y trabajar para que su obra alcance su punto álgido y, de esa manera, dialogue con el mundo, lo trastoque y lo reconstruya? "Yo confío que la gravitación de las cosas te lleva a esos lugares que quizás nunca pensaste que ibas a llegar", confiesa. Porque Stupía llegó. Y aún le queda camino por recorrer. Por suerte.
– ¿Pensás en el espectador?
– Sí, lo pienso como un actor, como un actuante que presuntamente es pasivo, pero que es una pasividad activa. Cuando el espectador ve un cuadro, ¿qué está esperando, que le pase de todo o que le pase algo? Es una expectativa más bien activa dado que él, por lo pronto, pone una mirada, pone la voluntad de ver, de descubrir, de recibir un mensaje: a veces un mensaje simplemente visual, otras un mensaje intelectual o un manifiesto. Esto quiere decir que el espectador está a la expectativa. Yo trato de que esa expectativa sea activa, pero no proponerle una entrada demasiado cómoda sino más bien una interrogación, que es la que yo trato de formular cuando trabajo. No somos tan diferentes el espectador y el artista, ambos somos actuantes, la diferencia es que yo te propongo un campo de discurso y vos, frente a ese campo, tenés muchas armas para reaccionar, pero esperás esa proposición. Siempre el espectador es una hipótesis de respuesta. Yo lo pienso como alguien que interactúa, por eso no me gusta proponerle un discurso cerrado, sino un discurso abierto que tenga más que ver con el movimiento que con lo estático.
– Justamente, a un espectador que ve tu obra no lo imagino levantando o subiendo o el pulgar, sino que hay ahí algo más: una pregunta o la búsqueda de una reflexión…
– La propia obra probablemente elude la categoría definitiva del me gusta o no me gusta, porque hay otras categorías que no tienen que ver con el gusto. Las categorías interrogativas eluden incluso tu sentido del gusto, porque quizás las ves y ni sabés si te gusta o no te gusta. El gusto es un fenómeno muy directo —me gusta o no me gusta—, es una respuesta que puede llegar después de una reflexión, pero en general es algo que aparece. Pero probablemente eso no sea lo primero que aparezca cuando uno ve una obra mía. Me da la impresión de que siempre hay algo a posteriori, que mi obra propone que la respuesta no sea tan instantánea, que te permitas dudar, no solamente con lo que ves sino con qué te pasa con lo que estás viendo y qué necesidad tendrías de que eso fuera de otra manera. Me parece que hay una zona de postergación de la decisión. "Sabés que fui a ver lo de Stupía, ¡y es medio raro! Qué se yo".
– No es poco esa propuesta, ya que estamos en una época donde todo pasa por el tamiz del "me gusta".
– Es que el "me gusta" es más social que conceptual. Hay un "me gusta" social que es la adhesión instantánea porque el "me gusta" es más popular que el "no me gusta", que es más antipático. Pero es algo automático, porque también hay un gusto que tiene que ver con cierta reflexión, con una temporalidad de respuesta distinto. Pero lo de la época es muy importante porque hoy el espectador es un espectador de imagen. Estamos tan desbordados de imágenes, mucho más que de textos, que se torna una contaminación. Entonces, ¿cómo se establece un gusto en el campo visual siendo el archivo visual tan horizontal y tan expandido y tan hipertrofiado? En general lo visual entra enseguida, gusta todo. Por eso el "Me gusta" de Facebook tiene que ver más con los contenidos y no tanto con la estética. El "Me gusta" es por lo que muestra la imagen, no tanto cómo lo muestra. Obviamente que hay "me gusta" más estético, pero en general no es lo que más predomina. Lo que gusta son situaciones, más que la fotografía de la situación. Sin exagerar, porque también hay ponderación estética. Pero como sea, la cuestión del gusto está más atravesada por temporalidades distintas. El gusto en una obra no es tan instantáneo.
– Hace más de 40 años que venís trabajando, ¿cómo te llevás con esta época, con sus expectativas y presiones?
– Yo me formé en una época donde nuestras sociedades eran muy modestas. No queríamos ser famosos internacionalmente, sabíamos que eso era casi imposible, queríamos exponer, ganar premios y que en todo caso nos hicieran buenas críticas. Bueno, eso más o menos lo fui logrando, por suerte o talento o lo que fuere. ¿Ahora quisiera tener una carrera internacional? Bueno, eso es imposible. Yo disfruto mucho de lo que tengo. Uno se va adecuando a su época, uno va adecuando la ansiedad futura a lo que el tiempo presente te dicta. Siempre traté de no tener demasiadas expectativas y al mismo tiempo no ser pesimista. Lo que pasa es que hoy tengo 65 años. Los jóvenes tienen otras demandas, otras exigencias y otras ansiedades, y el mundo que los está induciendo a participar es un mundo muy estimulante por un lado, pero muy competitivo por el otro. Los jóvenes son prematuramente talentosos, enseguida desarrollan un talento determinado y enseguida desarrollan una conciencia artística y una pretensión. Eso está bien, ese es el signo de los tiempos, lo que pasa es que el territorio sobre el cual se proyectan es más restrictivo de lo que esa vocación y ese fervor merecerían. El territorio no cobija de la misma manera que induce. Hay una especie de espejismo en cuanto a creer que toda la vitalidad creativa tiene un correlato directamente proporcional en el cual vos vas a proyectar eso. No. Hay que aprender a convivir con esa desparejidad. Una de las cosas más importantes para un joven sería aprender a equilibrar logros, virtudes y expectativas. Pelear con esa realidad. Tolerar que no tengas la respuesta ni la aceptación ni la fama que creés que merecés, en el momento en que creés que lo tenés que tener.
* Panorámicas de Eduardo Stupía
Curaduría: Verónica Gómez
Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat
Olga Cossettini 141 – CABA
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