Julian Rosefeldt se valió de las metamorfosis de una estrella del cine para contarnos varias historias del arte en una sola. En trece cortometrajes, Cate Blanchett le puso el cuerpo y la voz a una serie de monólogos formados por un collage de citas de manifiestos estéticos. Al ver Manifesto, nos preguntamos qué pasaría si en una vida posible ella hubiera sido nuestra profesora de historia del arte. Seguramente recordaríamos las fechas sin esfuerzo, seríamos más sensibles, pronunciaríamos con elegancia los nombres de los artistas. Comprenderíamos que las vanguardias no se agotan en el filón de las artes visuales y que debemos considerar los casos de la poesía, la arquitectura, el cine. Nos convertiríamos en alumnos agradecidos y en espectadores expandidos.
A través de los manifiestos, los movimientos estéticos o políticos aclararon sus pretensiones de manera programática y combativa. Rosefeldt se concentra en los textos que produjeron las vanguardias de principios del siglo XX y la neovanguardia de los años 50 y 60, pero también hay proclamas más recientes, incluso alguna del siglo XXI. No falta una cita –oportunamente breve– de ese archimanifiesto que idearon Marx y Engels para difundir el espíritu del comunismo.
Hay algún lugar lugar para los movimientos poéticos latinoamericanos: aparece el estridentismo mexicano de Manuel Maples Arce y el creacionismo chileno de Vicente Huidobro. Para satisfacción de nuestro chauvinismo, no está ausente la mayor contribución argentina al género en el campo de las artes visuales: el "Manifiesto blanco" que redactó Lucio Fontana y que suscribieron diez de sus alumnos en el taller Altamira. ¿La fecha? El lejano año de 1946.
A esos textos emblemáticos, Rosefeldt los revitaliza al situarlos en contextos imprevistos. Podemos ver a Cate Blanchett como ama de casa conservadora de los años 50, rezando los principios del arte pop antes de almorzar con su familia. O como una coréografa con acento ruso dando instrucciones al cuerpo de baile, mientras recita las consignas de Fluxus. La reencontramos como viuda en un funeral, recitando pasajes de textos dadaístas; en cierto momento, su discurso se enciende y se transforma en una arenga violenta. En algunos casos, Blanchett nos regala dobles de sí misma: es a la vez la titiritera y su títere, o una conductora televisiva y también la cronista de exteriores que transmite su reporte bajo la lluvia.
La lista de combinaciones es generosa y no siempre sutil. Se mueve entre los polos de figuras estereotipadamente exitosas (una CEO etérea, una corredora bursátil, una reportera estrella, una coreógrafa despótica) y otras exageradamente marginales (un vagabundo desclasado, la trabajadora en una planta incineradora de basura). En uno de los videos, la relación entre el estridentismo y la contracultura punk se vuelve demasiado lineal. Pero muchas otras combinaciones sorprenden, y el efecto se refuerza al ver cada film más de una vez.
Casi todos los videos presentan una estructura dual. En un preámbulo percibimos el sonido ambiente y sobrevolamos los lugares, mientras las palabras de la actriz se insinúan bajo la forma de una voice-over. Esos planos generales y tomas cenitales se cuentan entre las predilecciones del autor: véase En la tierra de la sequía (2015/2017), donde el recurso se vuelve a la vez fascinante y un poco grandilocuente. Al hilo de esos virtuosos movimientos de cámara, en una segunda parte la voz flotante reencuentra la figura de Blanchett en alguno de sus múltiples avatares y da comienzo el tour de force actoral. Hay un momento mágico en que todos los videos se sincronizan, la actriz se dirige a la cámara y pasa a recitar el texto cantando una nota precisa: todas esas notas forman un acorde pasajero que, enseguida, vuelve a diluirse en el lenguaje hablado.
En un libro influyente y tendencioso, Después del fin del arte, el filósofo Arthur Danto destacó que el modernismo puede ser definido como la época de los manifiestos. También señaló que, por mero accidente, algunos de los principales movimientos del siglo XX, como el cubismo y el fauvismo, carecieron de proclamas explícitas. Porque no hace falta que los mismos artistas las escriban, ya que tarde o temprano los críticos se encargarán de redactarlas por ellos. Revistas como Artforum, October, The New Criterion, sostiene Danto, "son manifiestos escritos en serie, dividiendo el mundo del arte en el arte que importa y el resto". En contrapartida, la edad de los manifiestos habría introducido la filosofía en el corazón de la práctica artística.
Es difícil seguir confiando en la violencia retórica, el juvenilismo, el tono de certeza apodíctica, la acción restallante. En cuanto al afán de internacionalización, o la ambición de dirigirse a un destinatario más amplio que los propios pares, resulta claro que los objetivos se mantienen, pese a que hoy en día la redacción de manifiestos se volvió una práctica en desuso (con alguna que otra excepción puntual). "Es propio del momento poshistórico de la historia del arte ser inmune a los manifiestos y requerir otra práctica artística", escribe Danto a fines de los 90. "El manifiesto como medio de articulación artística ha perdido relevancia en el mundo globalizado", sostiene Rosefeldt en una entrevista reciente.
Parte del sentido de Manifesto apunta a interrogarse, sin demasiada solemnidad, sobre la vigencia o caducidad de un modo de entender la comunicación de los ideales estéticos y políticos. ¿Hasta qué punto estos textos conservan todavía su capacidad de interpelar? No hay respuesta sencilla a esa pregunta. Rosefeldt se acerca a los manifiestos del único modo en que parece posible hacerlo en el siglo XXI: con seriedad exenta de reverencia, sin cinismo pero con mucho humor, atento a la pertinencia pasajera de tal o cual tesis y a la eventual poesía que transmiten esas proclamas hiperbólicas.
Al presentar la obra de Rosefeldt, Proa redobla la apuesta pedagógica que es uno de sus sellos y logra hacer frente al desafío de retener al espectador. A diferencia del cine, la videoinstalación privilegia el uso voluntario del tiempo y la libertad de los trayectos espaciales: forzosamente uno mismo se vuelve parte activa del montaje. Los visitantes quedamos libres de deambular, de sumergirnos a placer, de ver y rever, de distraernos también. Incluso sin la ayuda de los subtítulos, la presencia de Cate Blanchett y el atractivo hollywoodense de la puesta nos invitan a permanecer por un tiempo indefinido, prolongando hipnóticamente la experiencia. Porque Manifesto propone, tanto para disfrute de entusiastas como de melancólicos, una lección agridulce sobre la modernidad y la pretensiones exorbitantes de la vanguardia.
* Manifesto, de Julian Rosefeldt, es una instalación audiovisual de 13 videos interpretados por Cate Blanchett. Podrá verse hasta el 5 de noviembre en Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929), de martes a domingo de 11 a 19. Con la colaboración del Goethe-Institut Buenos Aires y el auspicio de Tenaris – Organización Techint.
** En la página de Julian Rosefeldt (https://www.julianrosefeldt.com/film-and-video-works/) pueden verse la serie completa que compone Manifesto (2015), así como otros extraordinarios trabajos recientes del artista, tales como Deep Gold (2013/2014), In the Land of Drought (2015/2017) y The Swap (2015).
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