Catorce fotos de una mujer en poses sensuales, provocativas, publicadas en una revista llamada El libertino. Un título: "Maresca se entrega, todo destino". Y al costado, un número de teléfono. Esta descripción que podría corresponder al anuncio de una persona que vende placer o, al menos, una hotline, es en realidad una performance artística. Se trata de Liliana Maresca intentado sobrepasar los límites que existen entre la obra y su propio cuerpo, una artista intentando poner en cuestión la problemática de del arte como productor de objetos que exceden la esfera del arte en sí. Esta obra, realizada en 1993, intentaba tener un vínculo con el receptor, continuar el proceso performativo poniendo una vez más su cuerpo como garantía del acto artístico pero alcanzando al otro para plasmar una respuesta. Luego del anuncio en la revista, Maresca recibió más de 300 llamados telefónicos. Contestó cuatro al azar, y les contó, entonces, sobre su obra.
Liliana Maresca nació en Buenos Aires en 1951 y murió en 1994, por complicaciones derivadas del virus HIV. Fue una vida intensa. Intensidad potenciada porque fue una vida entregada al arte. Como una heredera de los vanguardistas, Maresca no hacía diferenciación entre arte y vida. "Ella se levantaba y el desayuno se lo servía en una bandeja de plata que teníamos de una abuela austríaca. Se hacía tostaditas, el té, era un rito; la belleza empezaba desde la mañana", contaba su hermano Miguel Ángel en una nota hecha por Elisabetta Piqué.
Maresca fue novicia, ya adolescente, por un año. Había sido, claro, una relación con lo religioso que no se desentendió de la mística: "Yo quería besar a Cristo", había dicho. Luego abandonó el convento. Entonces la primavera democrática llegó. Su casona en San Telmo fue refugio y centro productivo de ese arte cuyo adjetivo "contemporáneo" sonaba tan potente. Era una época en la que había que poner el cuerpo y Liliana Maresca no desdeñó esa misión.
En ciertas obras existe una separación entre el artista y la obra misma, como una ruptura de la subjetividad que llevó a que se concrete. La respuesta a esta disyuntiva es que entre en juego el mismo cuerpo. Así es como Liliana Maresca ofrecía su cuerpo al público, su cuerpo era el artefacto puesto en juego. Su etapa artística comenzó en los años 80, la Argentina salía de una feroz dictadura, en la que precisamente los cuerpos habían sido desaparecidos, la escena under de Buenos Aires en esa época intentaba restituir este cuerpo, liberarlo. Esto se demuestra en sus primeras esculturas que realiza con objetos encontradas en la calle, obras como "Torso" (1982), "No camina" (1982), que reflexionan sobre el cuerpo, sobre la tortura, sobre el cuerpo de la mujer y la sexualidad.
Todo era político, la obra era política, el cuerpo era político, pero había una ruptura con el arte testimonial: no se trataba de incidir sino de mostrar. Y de intervenir. En ese campo, su domicilio en San Telmo se convirtió en un galpón de ideas. Porque no era sólo su estudio personal, sino que se convirtió en una fiesta de encuentros que dieron lugar a la discusión sobre el arte y sus consecuencias, que adquirieron distintos caminos, pero que aún reconocen su influencia. Desde Marcos López a Marcia Schwartz, pasando por toda una generación de artistas, quizás se pueda afirmar que, además de artista, Maresca fue una anfitriona del arte.
También se ocupó del rol del artista frente al poder. Frente a las instituciones. En en su obra "Imagen pública – Altas esferas" se la puede observar desnuda acostada sobre las imágenes de varios personajes (Menem, Clinton, Videla, Bush). Una vez más su cuerpo desnudo y su imagen sensual y bella, pero esta vez con un fondo para contrastar, un fondo que es la realidad, el poder, los abusos.
Si alguien en algún momento se atrevió a decir que el medio es el mensaje, con Maresca y su obra se puede afirmar que el cuerpo es el mensaje.
Maresca formó parte de esa generación que, luego de la represión oscura de la última dictadura militar, quiso contraponer la libertad gigante al estado de las cosas. Realizó acciones en el sótano del Parakultural, aglutinó a artistas, fue una animadora y, como dice el fotógrafo Marcos López, quien la acompañaba en las propuestas, realizaba "performances" sin que ellos mismos supieran el nombre de lo que estaban haciendo.
Maresca intentaba romper con la idea de un artista protegido por un aura, del artista de museo que deja su obra para que sea admirada. Ella misma es la obra y ella misma interactúa con el receptor de esa obra. La comunicación es parte del momento artístico, y para que exista esta comunicación además del artista tiene que existir el receptor de la obra. De esta forma, el artista se garantiza no aislarse de la sociedad, no aislarse de su contexto y no predicar desde un altar de cristal. Maresca predicaba desde el empedrado mismo de las calles de San Telmo y sin pretensión de ser predicadora.
Como muchos de los protagonistas de aquella escena de libertad, un día supo que su sangre alojaba el virus del HIV. Como Federico Moura, Alejandro Kuroptawa, José Sbarra, Batato Barea y tantos más. También incluyó esa circunstancia en su obra. Murió en 1994. La primavera democrática había muerto. El menemismo reinaba. Lo habían intentado. No fue en vano, de ninguna manera.
*Liliana Maresca: El ojo avizor. Obras 1982 – 1994. Muestra curada por Javier Villa. Desde el jueves 17 de agosto, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Av. San Juan 350. Horario: martes a viernes, de 11 a 19. Sábados, domingos y feriados, de 11 a 20. Lunes cerrado (excepto feriados). Entrada Entrada general: $30. Martes gratis.
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