Alberto Salcedo Ramos aterrizó en Buenos Aires para participar de El año mágico de García Márquez, la muestra inaugurada en la Biblioteca Nacional a raíz del aniversario de los 50 años de la publicación de Cien años de soledad. Pero no sólo eso atrajo al cronista colombiano –uno de los más destacados de la región –a esta ciudad invernal. También ofreció un taller de crónica periodística organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) en la Fundación Proa.
Con el telón de Caminito de fondo, Salcedo Ramos no escatima en palabras de peso, ideas contundentes y decires bonitos. Piensa antes de hablar, por momentos pareciera que escapa detrás de alguna historia posible de contar.
-¿Qué está pasando con la crónica? Pareciera que volvió a explotar.
-Sí, pero lo que no sé es si esto se mantiene. América latina ha sido siempre una región fértil para la crónica. Desde la época de los escritores modernistas del siglo XIX y comienzos del XX, la crónica ya era muy común en nuestro continente. A los Cronistas de Indias no los meto en el mismo saco porque ellos eran como notarios que la Corona Española enviaba para tratar de construir una memoria de lo que encontraban en las Américas. Pero esa memoria, en el caso de los Cronistas de Indias estuvo llena de descripción, hay piezas que están preciosamente escritas pero realmente pertenecen a la ficción y a la fantasía. Los modernistas eran escritores que florecían en las salas de redacción. Era una época en la que el periodismo era cultivado por escritores más que por reporteros. Estaban José Martí, Rubén Darío, Roberto Arlt. Bueno, Roberto Arlt vino después y tenía una fundamentación mucho mejor. Era un escritorazo increíble y era un hombre que sabía relacionarse con la calle. Pero los primeros eran unos escritores extraviados en una sala de redacción. Escritores que usaban el periodismo para financiarse la vida porque la literatura de ficción no se los permitía. Entre una novela y la otra necesitaban el sueldo del periódico. Era una época en la que el periodismo sólo les servía a los escritores como trampolín, usaban el periodismo como escalera para trepar a una instancia que ellos consideraban superior. Y había frases como la que dijo Hemingway: "El periodismo es bueno para un escritor, siempre y cuando lo abandone a tiempo". Lo que encuentras hoy en la crónica latinoamericana es un grupo de autores convencidos de que la crónica tiene un gran valor en sí misma, que el periodismo no es un purgatorio en el que estamos de paso mientras se nos abren las puertas del paraíso. Es un sitio en el que queremos estar; la crónica nos permite contar historias, construir memoria, asombrar, conmover, sensibilizar a la gente en relación con los problemas de la sociedad. Hacer que se entienda nuestra época, que se entienda nuestro medio.
-¿Y qué debe tener un acontecimiento para que sea digno de contar?
-Lo que hace que uno se interese en los temas es que tengan conflictos que reflejen la condición humana. Cuando uno ve una historia en la que se reflejan las angustias del hombre contemporáneo, los dramas del ser común y corriente con el que nosotros nos topamos en el barrio, ahí hay algo que puedo contar. Seguramente los lectores van a identificarse con ella. Las buenas historias son aquellas que excitan en uno la voluntad de despegar un testimonio. De repente, yo salgo por la calle y veo algo que me llama la atención, que me produce curiosidad. La curiosidad es el motor del periodismo.
-¿Cómo se encuentra el periodismo hoy en América latina?
-No pertenecemos a una región donde el periodismo sea todo igual. Tiene problemas diferentes en cada lugar; hay sitios donde el periodismo está asediado por los violentos; otros donde el periodismo ha entronizado tanto esa amenaza, que se autocensura para blindarse contra las balas. Creo que en los últimos años el periodismo se ha empobrecido en su escritura porque ha hecho carrera, perniciosamente, la idea que se trata de comunicarlo muy pronto, de cualquier manera. Hay gente, de pronto, que llegó al periodismo en esta era tecnológica y tiene la idea de comunicar muy pronto lo que pasa sin saber antes qué está pasando. Van por la calle con un teléfono móvil en la mano y ven un río que se ha desbordado y empiezan a tomar tal cantidad de fotos y a subirlas en las redes a la velocidad del rayo, sin haber hecho la tarea de preguntar qué sucedió allí. Nos hemos llenado de gente que informa de manera muy veloz, sin saber qué diablos está informando. Creemos que al periodismo lo hacen los aparatos tecnológicos y no uno, previamente. Yo creo que eso ha empobrecido al periodismo, luego también hubo una época en la que se cultivaba la buena escritura como valor intrínseco del oficio, los periodistas sabían escribir, no había reiteraciones torpes, faltas ortográficas, y encima había correctores de estilo que ayudaban a los periodistas a que el texto quedara en una versión decente. Ahora, para ahorrar, se prescinde de correctores de estilo y muchos textos son un galimatías que no se entiende, son oscuros, repetitivos. De modo que la escritura de los periódicos se ha resentido terriblemente. Hubo una época que daba gusto leer periódicos, cada vez es menos placentero.
Hay gente, de pronto, que llegó al periodismo en esta era tecnológica y tiene la idea de comunicar muy pronto lo que pasa sin saber antes qué está pasando
-Y hay un reclamo mundial de la baja de ventas. ¿Hay salida?
-Esas preguntas que me llevan a la posición de gurú nunca me han gustado. Eso es lo ingrato del trabajo que hago. Hay un problema indudable, que es la crisis económica de los medios. Están despidiendo gente, cerrando sus oficinas, volviéndose cada vez más precarios por su mala situación económica. Mientras esa situación siga avanzando, socavando las entrañas del diario, va a ser difícil salir del pozo, porque, entre otras cosas, el periodismo de calidad vale dinero. Con mucha frecuencia los periodistas están informando sobre sucesos que todavía no han pasado por sus conciencias, fenómenos que todavía no entienden. Yo muchas veces me encuentro, como lector, con textos que no entiendo o que no tienen contexto.
-¿Cómo lleva Colombia el proceso de paz con las FARC?
-En este momento las FARC es una guerrilla desmovilizada, esperemos que este proceso se consolide a través del tiempo. El haber firmado ese proceso de paz no constituye automáticamente el fin de la guerra, pero sí es un suceso celebrable porque ha incidido de una manera contundente en la disminución de los muertos. Hubo una época en la que el hospital militar de Bogotá era un caos de heridos, de alaridos dolorosos, de llanto. Ahí llegaban diariamente autos con soldados heridos en combate, y desde hace por lo menos, año y medio esto no sucede. Estamos ante un hecho digno de celebración. No me gusta demasiado hablar del conflicto fuera de Colombia porque es complicado explicar el contexto de nuestra guerra. A veces queda uno mal hablando del país afuera.
-América latina va convulsionándose de país en país, ahora Venezuela.
-El ser humano nunca va a estar sin guerra. Es una peste de la humanidad. Si tú desapareces ahora a la humanidad y dejas sólo a un hombre y a una mujer, como en el origen de la creación, ese hombre y esa mujer se van a multiplicar, expandir, van a repoblar la Tierra y después de cierto punto van a empezar de nuevo las guerras. Somos muy tribales, muy territoriales, muy primarios. Cuando el hombre está solo casi siempre es ejemplar; cuando aparece una segunda persona empiezan los codazos.
El ser humano nunca va a estar sin guerra. Es una peste de la humanidad
-Pareciera que en la región siempre hay materia para la crónica.
-Hay crónicas de los conflictos armados, de las miserias humanas, de los dramas del desarraigo, del desplazamiento inherente a las guerras. Las guerras también hacen daño por el miedo que instala en las sociedades y el desarraigo de quienes quedan vivos. Las guerras son una peste y son material para la crónica. Yo soy partidario de que la crónica no sea un cuento florido contado por un tipo bohemio que está metido en un estudio durante meses, sin vínculos con la realidad. Creo que hay que devolverle a la crónica la urgencia que tuvo al principio. Había un escritor colombiano que le llamaba a la crónica "literatura de urgencia". Yo creo que hay que volver a esas crónicas que se hacían de la misma manera que se trabajaban las noticias: día a día. Yo sé que es difícil porque es un género que necesita más trabajo pero creo que podría pensarse en crónicas de largo aliento trabajadas con mucho tiempo, y crónicas más inmediatas con la base de atender la oportunidad.
Recuerdo una frase que decía Tomás Eloy Martínez, que la gente ya no compra el periódico para enterarse sino para entender
-Hubo un tiempo en que la ciudadanía puso a la prensa en un lugar de privilegio; hoy todo está en duda.
-Me parece que la prensa abusó de eso. Yo crecí oyendo el lugar común que la prensa es el cuarto poder y había periodistas que hicieron de eso un pretexto para ejercitar la arrogancia, la soberbia, para creerse instalados en un reino donde podían darse el lujo de ser desconsiderados con la gente. Durante muchos años la prensa tuvo un discurso hegemónico porque tenía el monopolio de la información. Ahora los periodistas ya no lo tenemos, cualquiera puede enterarse, sin ser periodista, de algo antes que nosotros y comunicarlo antes que nosotros. De modo que estamos obligados a ir un paso más allá. Recuerdo una frase que decía Tomás Eloy Martínez, que la gente ya no compra el periódico para enterarse sino para entender. Necesitamos periódicos que entiendan eso, que sean conscientes de que lo que se espera de nosotros en el mundo de hoy no es que compitamos con las redes sociales, sino que volvamos a parecernos a los periódicos clásicos, a los que dan información para un lector que quiere comprender y que quiere sentarse en un parque a leer y disfrutar el periódico.
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