En tiempos de redes sociales, las patas de las mentiras parecen ser mucho más cortas de lo habitual. Sin embargo, falibles como cualquier emprendimiento humano, los medios gráficos siguen siendo víctimas de impostores que, hábiles en lo suyo, convincentes y más o menos perfeccionistas, continúan embaucando a editores que, en el fragor de la tarea periodística –siempre a las corridas, siempre a último momento– se ven seducidos por sus tentadores engaños.
Esta semana, el periodismo latinoamericano parece haber caído en la trampa de al menos dos embaucadores profesionales. El primero y más resonante fue el caso de Cristhian Hova, un ilustrador peruano que le aseguró a la revista "Somos" del diario El Comercio que, entre sus numerosos trabajos, había realizado "tres tapas para la revista The New Yorker". La publicación ilustró la nota, publicada el sábado 22 de julio, con un dibujo que muestra al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, arriba de un juego mecánico para niños. El dato le llamó la atención de inmediato al ojo atento del periodista Diego Salazar. Con curiosidad y obsesión porque había algo que no le cerraba –Salazar conocía en detalle la obra del ilustrador y es suscriptor de la revista estadounidense en la que, entre otros, colaboró el dibujante argentino Liniers–, repasó la colección del prestigioso medio, recorrió las redes sociales del artista donde mostraba sus supuestas ilustraciones para el medio norteamericano y descubrió la trampa: ni esa ni otras ilustraciones habían sido jamás publicadas en las páginas de la revista.
Con un posteo riguroso en su blog No hemos entendido nada, el periodista reveló paso a paso cómo fueron trucadas esa y otras imágenes –que incluyen a David Bowie y Stephen King al lado del inconfundible logo de la revista– que Hova compartió en sus cuentas de Instagram y Facebook como parte de los trabajos que el medio supuestamente le había encomendado.
El escándalo no tardó en estallar. Primero El Comercio se disculpó por haber incluido el error en la entrevista con Hova y luego fue el propio ilustrador quien se manifestó en su cuenta de Facebook con un mensaje que luego borró.
"Lamento profundamente y me disculpo con todas aquellas personas, que me han apoyado y seguido en todo este tiempo, y que se puedan estar sintiendo afectadas con los contenidos del artículo publicado hoy en un blog local", escribió en referencia al posteo de Salazar y agregó:
"Esta declaración no es para justificar, ni para quitar cuerpo, sino para afrontar y asumir la responsabilidad por haber mentido en mis redes sociales y medios sobre la proyección de algunos trabajos realizados por mí. Lo reconozco y me disculpo públicamente".
En los últimos días, otro medio latinoamericano fue víctima de la impostura y debió disculparse ante sus lectores. Fue el diario chileno La Tercera que, con un artículo titulado "Las entrevistas que no debimos publicar", reveló que sus editores fueron embaucados por una periodista chilena radicada en España, quien desde Europa envió al país trasandino entrevistas con distintos líderes políticos. Pero esos diálogos, según pudieron saber en las últimas horas, jamás habían tenido lugar.
Una entrevista publicada el lunes 24 de julio en La Tercera no era una entrevista. Este diario publicó ese día una conversación entre la chilena Ximena Marín Lezaeta y el ex presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. Bajo el título 'En Venezuela el diálogo ha existido, existe y existirá', el ex jefe de gobierno se explayaba en su misión como mediador en el conflicto que sufre ese país. Su contenido fue replicado por agencias internacionales el mismo día en que Zapatero estaba en Venezuela. Sin embargo, la entrevista publicada nunca se realizó", explicó La Tercera el 26 de julio y se disculpó por ese y otros textos falsificados por la colaboradora. En los últimos meses, el medio publicó varias entrevistas de Marín Lezaeta con Álvaro Uribe y otras personalidades de la política que en realidad nunca tuvieron lugar. Según reveló La Tercera, todos los textos de Marín Lezaeta fueron preventivamente levantados de la edición digital del medio y se iniciará una investigación judicial contra la periodista.
Mientras que en las últimas semanas se anunció que la Real Academia Española incluirá en la próxima edición de su diccionario el remanido término "posverdad" –debatido hasta el hartazgo, a veces como muestra de cierto onanismo del campo intelectual–, las historias en apariencia verosímiles que son dadas por ciertas han aparecido a lo largo de la historia de los medios masivos mucho antes de la existencia de las redes sociales.
Entre las más famosas, está una impactante nota publicada en 1980 por la periodista estadounidense Janet Cooke en el Washington Post, en la que contaba la historia de un niño de apenas 8 años que era adicto a la heroína. Bajo el título "El mundo de Jimmy", el artículo conmocionó al mundo de los medios y tuvo un impacto tal que fue nominado a los prestigiosos premios Pulitzer. Sin embargo, poco antes de la entrega del galardón, la periodista confesó que el artículo había sido inventado.
"Lo malo es que en periodismo un solo dato falso desvirtúa sin remedio a los otros datos verídicos", reflexionó por aquellos años el escritor Gabriel García Márquez al enterarse de la historia falsificada de Cooke y agregó: "En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas a las criaturas más fantásticas. La norma tiene injusticias de ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en literatura se puede inventar todo, siempre que el autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto (…) Algo de esto debe ser el alcalde de Washington, Marion Barry, pues fue el primero que denunció la falsedad del relato de Janet Cooke. Y no porque creyera que el niño no existía, sino porque le pareció imposible que la madre permitiera inyectarle heroína delante de un reportero".
El propio García Márquez fue víctima de uno de los embaucadores más recordados –elevado casi a la altura de mito– en los medios gráficos argentinos. Se trata del periodista Nahuel Maciel, quien a comienzos de los años 90 se presentó en la redacción del diario económico El Cronista Comercial un día en el que el cierre de las páginas culturales estaba atrasado por falta de material. Maciel, que llegó con cartas de recomendación de importantes editores de la época, ofreció entonces una entrevista con Mario Vargas Llosa que, según contó, le había realizado al escritor por fax. Y salvó la edición de ese día complicado. Desde entonces, se convirtió en una suerte de redactor estrella, con sus notables diálogos con grandes y variados autores como Carl Sagan, Juan Carlos Onetti, Umberto Eco, entre otros.
El éxito de los textos de Maciel fue tal que el diario, que estaba lanzando por entonces una colección de libros, le propuso al periodista ampliar unas entrevistas que habría realizado con Gabriel García Márquez para convertirlas en un libro de diálogos con el autor de Cien años de soledad. Gustoso, Maciel aceptó el desafío y la publicación llegó a editarse, con un prólogo de Eduardo Galeano y una presentación en la Feria del Libro a la que asistieron unas 500 personas.
Tiempo después, se cayó la máscara del embuste: a la redacción del diario llegó una demanda del sacerdote Mamerto Menapace de quien Maciel había copiado palabra por palabra los textos que servían como introducción a cada uno de los capítulos que integraban la publicación. Poco después, el propio Galeano aseguró que no era el autor del supuesto prólogo. El libro fue retirado de circulación y la edición íntegra terminó quemada ante escribano público. El episodio sirvió para revelar el accionar del periodista, mezcla de fabulador, mitómano y, por qué no, gran creador de charlas que nunca existieron.
Una de las pocas veces que habló en público sobre todo lo sucedido –se fue a vivir a Entre Ríos, donde siguió ejerciendo como periodista– Maciel le dijo en una entrevista por mail al sitio Diario sobre diarios en 2004 que estaba arrenpentido de lo que hizo y que todo le sirvió como aprendizaje.
"En los primeros tiempos, luego de 1992, aunque tuviera intensas ganas de hablar de ética, naturalmente me nacía un freno más que una autocensura. Con el tiempo aprendí que también puedo expresar mi punto de vista sobre la ética, justamente porque ahora he podido madurar la situación de haber estado, si se me permite la expresión, en ambos lados y saber lo que a una persona le pasa cuando pierde los parámetros de los valores", escribió.
Un episodio también recordado en la prensa local es el de los textos apócrifos del periodista Jorge Zicolillo, quien fue demandado por la desaparecida revista TXT, que publicó crónicas que éste había mandado desde Bagdad, donde supuestamente se encontraba para cubrir los bombardeos a la capital en plena guerra de Irak, durante el gobierno de George Bush hijo. Durante la posterior investigación judicial, a través de la Dirección de Migraciones se pudo comprobar que el periodista no había salido de la Argentina entre el 1° de marzo y el 21 de julio de 2003.
Quien indagó sobre el modus operandi de un gran impostor y, mediante su obra, ayudó desde la literatura a aproximarse al curioso mundo de los grandes embaucadores, es el autor español Javier Cercas. Desde su libro El impostor (Random House, 2015), Cercas reconstruye vida y obra de Enric Marco, un anciano barcelonés que durante años se hizo pasar por sobreviviente de los campos de concentración del nazismo y fue desenmascarado en 2005. El hombre, que dio decenas de entrevistas contando su supuesta experiencia y que llegó a ser venerado por presidir una asociación de sobrevivientes, se convirtió en una suerte de obsesión para Cercas, quien en su libro disecciona la complejidad de los engaños de Marco. En la búsqueda de Cercas, verdad, ficción, fábula, novela, memoria y literatura resultan vecinos que él se propone visitar. Y que viven muy cerca de la mentira como una de las bellas artes.
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