Entrevista inédita a C.E.Feiling (1961-1997): "La literatura es como la guerra, hay que pelear fuerte"

Por Cynthia Sabat

Se cumplen veinte años de la muerte joven de Charlie Feiling, un escritor exquisito y una persona generosa con su erudición y su sentido de la amistad. Autor de tres novelas y un libro de poemas, dejó una obra que aún se sostiene en términos de calidad literaria y un recuerdo imborrable en quienes lo conocieron.

(Archivo familiar)

Charlie fue el más brillante de su generación. Eso lo dicen, precisamente, los escritores de su generación. Muchos de ellos sus amigos, sus compañeros de viajes, bares, y de escritura. Sergio Bizzio, Luis Chitarroni, Sergio Chefjec, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Daniel Guebel, muchos ligados a la revista Babel, codirigida por Martín Caparrós y Jorge Dorio. Los que lo conocieron o trabajaron con él lo definen como un gentleman de humor flemático, por momentos feroz, pero a la vez amable, que jamás subestimaba a su interlocutor. De principios inclaudicables y honestidad incuestionable. Y por sobre todo generoso. Escribió tres novelas, El agua electrizada (1992); Un poeta nacional (1993) y El mal menor (1996). Su único y excéntrico libro de poemas se llama Amor a Roma (1995). Estaba escribiendo su cuarta novela, un fantasy á la Tolkien llamado La tierra esmeralda, cuando finalmente lo alcanzó la muerte, el 22 de julio de 1997. Tenía 36 años. Mucho por vivir, mucho por escribir.

A veinte años de su muerte, todavía no se ha empezado a leer a C.E.Feiling. Charlie (no Carlos) es un escritor con futuro, de inagotable potencia y de desprejuiciado estilo: lo erudito y lo pop sin solución de continuidad, en todo lo que escribía.

Pasó por Letras de la UBA, fue profesor de Lingüística, y de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Nottingham, en el Reino Unido. Decidió dejar la carrera académica y dedicarse a la literatura y el periodismo cultural. Publicó sus artículos en La Nación, Clarín, El Cronista, El Porteño y Página/12. Fue secretario del mensuario Página /30.

En mayo de 1996, entrevisté a C.E.Feiling, un "joven escritor" que resultaba fascinante por su obra y por sus lúcidas ideas sobre la literatura, el canon literario, la cultura popular, volcadas en sus notas periodísticas. Lo visité un par de veces en su casa en el marco de un proyecto de telefilm que quería dedicarle, mientras los signos de su enfermedad se interponían con mis planes, pero no eran un obstáculo para su amabilidad y su entusiasmo. El programa de TV nunca pudo realizarse, pero lo que conservo es una larga conversación de lectora a escritor hasta hoy inédita, de la que aquí comparto algunos fragmentos.

-Feiling: La casa de mis padres es muy chiquita, y resulta casi horroroso el hecho de que en el living comedor hay una serie de cuadros del siglo XVIII, de personalidades de mi familia que ocuparon un lugar preponderante en la política, en la vida pública. Mi bisabuelo era preceptor de los hijos de la reina Victoria, y hay un cuadro dedicado a este señor que se llamaba Charles Feiling, justamente. El autor de El viento en los sauces, Kenneth Grahame, es un tío lejano. En Inglaterra es un clásico, se lee a la par de Peter Pan. Keith Feiling, hermano de mi abuelo, escribió una Historia de Inglaterra. Mi abuelo, Anthony Feiling, era neurólogo, y tiene un busto en la puerta del Hospital St. George de Londres; fue un pionero en introducir a Freud en Inglaterra. Y el famoso escritor en la familia es Anthony Hope, autor de El Prisionero de Zenda, y de la segunda parte, Rupert de Hentzau, una novela extraordinaria que, para mí –y esta es una teoría interesada de parte mía- está en la base de Pálido fuego, de Nabokov. El living de mis padres me impresiona desagradablemente, plagado directamente de retratos.

-Esta historia familiar, ¿te marcó el camino como futuro escritor?

-No, el ejemplo es que hice el Liceo Naval. Me parece que influyó más la carga militar de algunos viejos vínculos. Y también la idea de la novela de aventuras. Después de la Segunda Guerra Mundial mi familia se sustentó gracias a las regalías de El prisionero de Zenda, y eso sí es un peso … de ahí mi interés por captar el mercado.

-Naciste en Rosario, pero ¿tu nombre es Carlos o Charles?

-Me bautizaron Charles Edward Anthony Keith, y cuando trataron de inscribirme en el registro civil, resulta que eso se podía hacer sólo si accedías a una coima. Mi padre ni siquiera consideró la posibilidad de pagarla. Siempre sentí el nombre Carlos como una imposición ridícula, no porque tenga algo malo el nombre en sí. Firmo C.E.Feiling; tampoco me gusta firmar Charlie, porque no soy una estrella de rock. Todo el mundo me conoce como Charlie, pero tengo un detector del nacionalismo populista que son los tipos o tipas que insisten en llamarme Carlos.

-¿Te sentís anglo-argentino?

-Sí, plenamente, así es como me sentía durante la guerra de Malvinas: no me sentía a gusto en ningún lado. Pasé la mitad de la guerra en Argentina y la otra en Inglaterra, porque me harté del país y conseguí hacer una licenciatura en lenguas clásicas en la Universidad de Londres. Todo iba fantástico hasta que llegó la guerra y descubrí que no sería fácil conseguir trabajo allá. Volví, y aquí tuve problemas por mis parientes ingleses. Pero quisiera hacer una salvedad, y es que no me siento identificado con la comunidad anglo-argentina de acá, que son tarados de quinta generación que hablan un pésimo inglés.

-Este ser anglo-argentino, ¿coincide con tu patria lingüística?

-Escribí cosas en inglés, pero prefiero el castellano, sobre todo para escribir ficción. Lo prefiero por una cuestión de la verdadera patria que es el idioma y la sintaxis de uno. En inglés tengo un registro muy alto; no puedo pensar cómo hablaría un peluquero gay de la zona norte de Londres, por ejemplo, mientras que en castellano sí puedo imitar ese registro, más allá del resultado.

-En ese sentido, ¿cómo pensás el trabajo de la traducción en literatura?

-Hay una gran diferencia entre identidad y equivalencia. Cuando a una traducción se le pide identidad, se le pide en realidad extrema literalidad, con lo cual la traducción pierde como obra de arte. Creo que en una traducción hay que buscar la equivalencia: encontrar en el sistema de otra lengua algo que tenga el mismo valor relativo que esa palabra o frase, lo cual puede significar agregados cambios bruscos. Traduje textos que están en mi libro de poemas, Amor a Roma; un fragmento de Finnegans Wake de Joyce, y el último texto de Beckett para la revista Babel, que era un texto maravilloso sobre la muerte. El libro surge de mis encuentros con Luis Chitarroni, básicamente para emborracharnos, y de la poesía que leíamos en esos encuentros.

-Publicaste tres novelas, y un libro de poemas que te llevó el tiempo de las tres novelas. Parece que el libro de poemas necesita de un gran tiempo de decantación.

-El tiempo del poema es muy raro. También es una cuestión de época. En el siglo XVIII la novela no era la forma literaria dominante: había que escribir poemas. La novela es la forma dominante de este siglo, y creo que del que vendrá. Amor a Roma es un libro al que, desde el comienzo, le agregué y le quité, y creo que será mi único libro de poemas al que seguiré modificando.

(Ale López)

-Tu primera novela, El agua electrizada, es un thriller, un policial.

-Yo quería escribir algo sobre un señor al que se le suicida un amigo y empieza a investigar, con toda la carga del amigo de la adolescencia; quería que asumiera esa misión. Necesitaba una trama policial. En ese momento, Enrique Sdrech comenzó a investigar el extraño caso de dos mujeres muertas en una bañera, y me pareció que combinaba perfecto con lo que quería contar. Es una mezcla entre el policial británico y el policial negro norteamericano, y desde luego que estuvo presente la influencia de P.D. James, la escritora inglesa que hace mucha mezcla. La conocí, y es un encanto la vieja. Para mí es una de las mejores escritoras que hay en este momento.

-La trama se basa en una conjetura errónea, porque Tony Hope, el protagonista, necesita creer que la muerte de su amigo fue un asesinato y no un suicidio. Entonces este policial no se basa en una prueba, sino en una emoción. ¿De dónde salieron el resto de los personajes?

-El resto surge de una trama amorosa, que necesitaba, y de muchos personajes disfrazados que son amigos míos. Hay mucha sátira de lo que eran los diálogos típicos de los muchachos de mi generación que se juntaban todas las noches en La Paz o Gandhi, y después se iban a comer a Cuchillo y tenedor. Algunos del grupo Babel. Puede parecer poco realista pero esos diálogos eran así, entre prepotencia machista y pedantería erudita.

-El personaje está inmerso en un ambiente universitario y hace un uso y abuso de las lecturas eruditas que actúan como un escudo para defenderse de lo que le pasa. ¿Se te planteó la idea de que incluir tantas citas en inglés y latín pudiera ser un problema?

-No, fue una apuesta que creo que me salió bien, porque las citas funcionan como parte de la subjetividad del personaje. Los lectores que pueden sentirse ofendidos son los más pretenciosos. Son guiños. Para los que puedan entenderlos son un plus, pero no te creas que tanto.

-Me parece una apuesta muy fuerte para un primer libro.

-Hay un punto en que la literatura es como la guerra: hay que pelear fuerte. Por otra parte, tengo mucho respeto por los lectores. Creo que hay un público en la Argentina de entre 2.000 y 10.000 lectores al que podés apelar con seguridad, porque es inteligente, muy lector de literatura, que las veces que no ha leído fue por la hiperinflación. Compraba poco, y compraba cosas más seguras. Hay excelentes novelas de compañeros que ahora funcionan tan bien como Historia Argentina de Rodrigo Fresán; y si hubieran salido un poco después…Hay autores que publicaron en el '89, como Sergio Bizzio y El divino convertible, que es excelente; o Lenta biografía, de Sergio Chefjec, al que escribí un postfacio. Hay un público al que podés apostar fuerte porque se lo banca.

Un poeta nacional, tu segunda novela, es –según decís- sobre cómo alguien se forja su destino con cierto cinismo, como el que tuvo Leopoldo Lugones. ¿Qué aspectos, además de los derroteros ideológicos, buscaste en el personaje real?

-Busqué lo violento, la seguridad sobre todas las cosas, como la contracara de Tony Hope. Lugones estaba seguro de que él tenía un destino manifiesto, y el país también. Es un cínico que logra convencerse. Los cambios de Lugones acompañan los cambios de la Argentina. En ese sentido, él es "el poeta nacional". Revisando la biografía que escribió Irazusta, me encontré con el dato de que lo mandaron de inspector de prisiones, y ese momento es clave porque coincide con su cambio ideológico: había pasado del anarquismo al liberalismo, y ahora pasaba al nacionalismo. El de la novela es realmente un hombre de acción, como lo fue Lugones, mucho más que los supuestos hombres de acción que le comisionaban las cosas. No quise transformarla en una novela histórica, por eso el nombre del personaje está cambiado (Errandonea), el país no se dice, y por eso el título: porque "el poeta nacional" es una circunstancia prototípica de América Latina de fines del siglo XIX y principios del XX.

-En tu tercera novela, El mal menor, explorás el terror como género. ¿Qué buscan hoy los lectores en una novela de terror?

-La gente ve cine y lee mucho terror, es un género que siempre me gustó. El terror funciona en todos los niveles, bajo y alto intelectualmente. Y hay una demanda constante, que me incluye. Me parece que esta novela, además de los otros tres libros que escribí, está haciendo homenajes. Son una manera de devolver favores. Responden a tres géneros que he leído mucho. El mal menor es una novela muy ganada por el golpe bajo, pero es un golpe bajo completamente honesto. Porque ya de entrada ves un clásico, que es una mina bañándose, que apela a todo el voyeurismo masculino más desagradable. Creo que si el golpe bajo es honesto está bien.

-¿Se viene la novela pornográfica?

-Esa es una de las tentaciones que he tenido y tengo, pero no estoy seguro. Estoy pensando en hacer una especie de mezcla de géneros: algo de ciencia ficción, de novela histórica…

-Situaste la historia de El mar menor en tu barrio, en San Telmo. ¿Lo pensaste como una referencia necesaria para que fuera creíble?

-Sí, pero de mis lecturas saco las ideas sobre los géneros, y en este caso se trata de un texto básico como es Lo siniestro de Freud… esa palabra, unheimlich… que tiene que ver con lo familiar, con el terror filtrado por lo cotidiano.

(Archivo familiar)

-¿Cuáles son para vos los mejores relatos de terror del siglo XIX?

– M.R.James con Historias de fantasmas de un anticuario, El enigma de las runas, y autores bastante menores. Hay una señora que tiene un nouvelle que se llama La ventana de la biblioteca que es maravillosa. También Sheridan Le Fanu, que me parece mucho más interesante que Drácula. De Bram Stocker me gusta más La madriguera del gusano blanco. Me gusta un terror menos forzado, que tiene mucho más que ver con el asco.

-Charlie, ¿a quién tomarías como un escritor modelo, o un modelo de escritor?

-Para mí el escritor modelo es Horacio, que se dio el lujo de vivir de lo más bien, en una dependencia gubernamental sin escribir lo que el gobierno quería…la persona que iba a escribir la Eneida iba a ser él, pero se negó. Si me dijeras de este siglo, te diría un escritor que no se considera de primera línea, creo que por fortuna nunca fue de primera línea, que es Anthony Burguess, el autor de La naranja mecánica. Sobre todo por su relación con la literatura, por la manera en la fue publicando sus más de veinte novelas. Lo que me gusta es su planteo de ser un escritor profesional, que tranquilamente podría haber vivido en la universidad y se negó a hacerlo, y escribía de todo y trataba de vivir de eso.

*Cynthia Sabat es periodista, poeta, productora de TV e investigadora. Escribió los poemarios Sobre otras aguas (Del Dock, 1993); Anatomía rota (Irojo, 2006) y Confín (Inédito). Es co-autora, junto a Juana Sapire, de Compañero Raymundo, una biografía del cineasta militante Raymundo Gleyzer, que publicó este año Editorial Sudestada.

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