Luis Felipe Noé: el arte como juego y una defensa tenaz de la pintura

"Mirada prospectiva", la muestra dedicada a la obra Noé en el MNBA, contiene más de cien piezas, entre pinturas, dibujos e instalaciones. La exposición cubre un lapso de 60 años de producción y pone el acento en la dimensión de futuro de la obra del artista, a la vez que funciona como una invitación a releer sus ensayos

Entre los libros que completó Luis Felipe Noé, se destaca su Antiestética, un largo ensayo de mediados de los años sesenta, donde el artista teoriza nociones como la "ruptura de la unidad", la "asunción del caos" o la "visión quebrada". La muestra actual del Museo Nacional de Bellas Artes permite poner a prueba esos conceptos desplegados a través de tantas décadas en clases, artículos y conferencias. Detrás de la poética del caos que Noé no se cansó de defender, se afirma una concepción lúdica del arte y una defensa tenaz de la pintura, así como la potencia de un dibujo entrenado en la libertad de los trayectos a mano alzada.

Luis Felipe Noé, “La naturaleza y los mitos II” (acrílico, tinta y collage sobre papel y cartón, 1975)

En las obras que reúne esta Mirada prospectiva, podemos leer las tensiones más o menos imaginarias que el arte argentino creyó transitar entre vanguardia y nacionalismo, modernidad y posmodernidad, conceptualismo y pintura.

En su ensayo Artes plásticas Argentinas. Sociedad Anónima, de 1993, Noé traza la historia de tres décadas de nuestras artes visuales. El relato es inclusivo, aunque polémico, y se lee con mayor interés que los manuales tradicionales porque lo narra un protagonista elocuente, capaz de correrse del centro para plantear una mirada de conjunto. Una de las ideas fundamentales de ese artículo es que, a fines de los años cincuenta, el informalismo abrió la posibilidad en nuestro ambiente para insuflar cierto desparpajo en el mundo del arte.

El artista, junto a una de sus obras

La tesis de una génesis antiformalista de la vanguardia argentina relativiza el desenfado institucional, un tanto posterior, del Instituto Di Tella, pero también modera la ambición de la Nueva Figuración, que planteó entre sus libertades expresionistas la reinclusión alterada de la figura humana. "Neofiguración", "figuración ecléctica", "lenguaje vitalista para una pintura antropomorfa", "Otra Figuración"… Los rótulos proliferan. En una entrevista, este amante de las paradojas que es Noé llegó a hablar de "figuración abstracta". En cualquier caso, se trata concebir la figura no como instancia de partida, sino como eventual punto de llegada de la práctica del arte, casi un epifenómeno nacido de la libertad con que se conciben sus premisas.

Luis Felipe Noé, “Estructura para un paisaje” (acrílico sobre tela, 1982)

Al apartarse del orden cronológico habitual en las retrospectivas institucionales, la muestra del Bellas Artes quita el acento de la cuestión neofigurativa y propone un diálogo más libre entre obras de distintas épocas. El desorden temporal permite apreciar, desde luego, la recurrencia de preocupaciones típicas. La cita y el sarcasmo deforman la historia argentina, mientras "lo latinoamericano" irrumpe como excusa para indagar la relación entre la naturaleza y los mitos, o para extremar la exuberancia tropical de la paleta.

Luis Felipe Noé, “Enredados” (acrílico y tinta sobre papel y tela, 2015)

Pero, lejos de cualquier repertorio temático, la verdadera originalidad de la muestra debe buscarse en el modo en que se enfatizan los desafíos formales de Noé. Porque Mirada prospectiva presenta un inventario de su experimentación con los formatos irregulares, la fragmentación del plano visual y las alternativas para liberar la tela de los confines del bastidor convencional. La división del cuadro puede ilustrarse maniqueamente en "Cuadro dividido" (1962) y en "El poder y su base" (1989), o con más lirismo en "Tres testimonios sobre la aparición de un pájaro" (1963). Otra de las obras, ya del 2006, nos sugiere que las pantallas televisivas pueden considerarse cuadros de una exposición neofigurativa. Seres u objetos que se evaden del marco, ventanas emergentes, cuadros superpuestos a otros cuadros… Se sabe que Noé multiplica los centros ópticos con la intención de quebrar el tabú de la unidad, pero a la vez nos enseña que el corazón de una imagen no debe buscarse en toda la obra, sino en su "zona neurálgica", aquella con la que nos comunicamos más intensamente al mirarla.

Luis Felipe Noé, “¿De qué se trata?” (acrílico y tinta sobre papel y yeso en caja con espejos, 2006)

No hay obra de Noé que, por poco que nos acerquemos y focalicemos la mirada, no reúna en su interior otras obras. Fabián Lebenglik destacó bien esta dialéctica entre lo cercano y lo lejano en sus piezas de gran escala, donde paradójicamente se exacerba la tendencia a trabajar el detalle según una lógica de la miniatura, y donde prevalece una dinámica de mundos incluidos dentro de otros mundos. La cuestión se complica porque, a su vez, cada obra forma un sistema abierto con otras obras, en una relación nunca determinada del todo. Cecilia Ivanchevich sugirió que el uso del papel es funcional a esta lógica de la adición o la sustracción interminable.

Luis Felipe Noé, “Reflexiones sobre el amor” (tinta sobre papel, 1972)

Noé nos enseña cómo, al descomponerse en puntos, la línea se vuelve lingüística: se convierte en "puntos suspensivos". Es que, en sus obras, el lenguaje no sólo irrumpe a través de la elocuencia de los títulos: forma parte esencial de la textura visual.

La actual exposición es un desafío para ejercitar la mirada, pero también una invitación para leer todas esas palabras, frases, grafismos o jirones de discursos que se esconden y entreveran en las obras. "El cariño sirve porque es cariño", afirma una aparente tautología. "Amaos los unos a los otros pero… hasta cierto límite", se nos recomienda en algún recodo de un dibujo. "Cristo habla en el Luna Park", proclama una de las pancartas de su cuadro tal vez más conocido. En cuanto a la Amazonia que imagina Noé, contiene mil historias que están esperando su lector ("Noticias del Amazonas", 1996), y lo mismo ocurre con el cielo folclórico de su "Tormenta en la Pampa" (1991).

Luis Felipe Noé, “El ser nacional” (instalación de piezas diversas, óleo y esmalte brillante en tela, madera y papel, 1965)

En 1966, en la galería Bonino de Nueva York, el artista expuso una serie de instalaciones pictóricas imposibles de transportar, imposibles de guardar y, por entonces, imposibles de vender. "En 1965, la palabra instalaciones no existía, pero las hacíamos", nos confiesa Noé, como si se tratara de una travesura. "El ser nacional", una obra de ese mismo año, subraya lo que ya sospechábamos –que nuestro país es un cambalache de trastos ensamblados– pero también nos insinúa que el desparpajo puede volverse virtud, e incluso nuestro símbolo patrio. Muchas décadas más tarde, esa veta se transfigura de manera casi esteticista en "Entreveros" (2017), gran instalación central que funciona como un caleidoscopio donde se espeja, en sentido literal y figurado, toda su obra.

Luis Felipe Noé, “Crac” (tinta y acrílico sobre tela, 2011)

En "Wittgenstein, este es el caso" (2000), Noé se atreve a reescribir el Tratado lógico-filosófico del filósofo austríaco. Lo hace sin frivolidad: en uno de sus ensayos, el artista demostró conocer muy bien la teoría pictórica de la representación que, según Anthony Kenny, domina el pensamiento del primer Wittgenstein. De esta notable divagación especulativa, se destaca la proposición 35.2, donde un aforismo del artista sugiere que el orden sin caos no es más que una fracción del orden verdadero.

Luis Felipe Noé, “Caos S. A.” (acrílico y tinta sobre papel y tela, 2003)

Fue el físico Ilya Prigogine quien intentó demostrar el papel fundamental del caos en todas las dimensiones de la naturaleza, ya se trate del nivel microscópico, macroscópico o cosmológico. Tuvo, además, la cortesía de explicarnos sus teorías en términos sencillos para quienes desconocemos la jerga científica. La mayoría de los sistemas de interés físicos, destacó, son complejos dinámicamente inestables. Podemos no entender nada bien los correlatos cuánticos de esa afirmación, pero es fácil convencerse de que no hay cosa relevante en el mundo sin su dosis de incertidumbre.

Luis Felipe Noé, “Concierto pánico” (acrílico y tinta sobre tela, 1991)

La lógica del caos, indisociable de la probabilidad, hace posible la irrupción de lo nuevo –lo imprevisible– y nunca se ilustra mejor que en el hipotético comienzo del mundo. En esos momentos, sostiene Prigogine, el universo es comparable a un niño que acaba de nacer y que podría llegar a ser arquitecto, músico o empleado bancario: una pura virtualidad de posibilidades. Conviene releer en esa línea el capítulo final de la Antiestética de Noé, titulado "El caos como estructura", texto que funciona como un programa de su obra venidera. Pero también el capítulo inicial, donde nos recuerda que el niño aspirante a pintor "quiere continuar con el juego de la sorpresa continua ante la vida". Porque en esas páginas de hace medio siglo, que hablan del artista como "eterno infantil y aprendiz de brujo", Luis Felipe Noé trazó de antemano su mejor autorretrato.

Luis Felipe Noé, “Festival de Newport” (óleo y esmalte sobre tela y madera, 1964)

* Luis Felipe Noé. Mirada prospectiva, muestra curada por Cecilia Ivanchevich, se puede visitar en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473) de martes a viernes de 11 a 20, y sábados y domingos de 10 a 20. La exposición permanecerá abierta hasta el 20 de septiembre.

** Antiestética, de Luis Felipe Noé, fue publicado por Ediciones de la Flor (Buenos Aires, 1988). Noescritos sobre eso que se llama arte (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2009) recopila artículos, conferencias y textos de Noé escritos a lo largo de cuatro décadas.

*** Las leyes del caos, de Ilya Prigogine, fue editado por Crítica, en traducción de Juan Vivanco (Barcelona, 2008).

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