No se puede hablar de Lucian Freud en un tono jocoso y naif. Sus obras tienen una carga estética que inevitable terminan en angustia. No es un pintor pesimista, pero sí guarda en sus trazos duros y agresivos una potencia que sobredimensiona la realidad, volviéndola pesada e inevitable. Fue a partir de los años 50 que se abocó a este estilo, más figurativo, rupturista, excéntrico. Hasta poco antes de cumplir 30, sus cuadros están ligadas al surrealismo con colores fuertes donde personas, objetos y plantas se yuxtaponen. Todo eso quedó en el pasado cuando comenzó con los retratos. A partir de allí, su obra toma una magnitud imponente.
"Pinto gente, no por lo que quisieran ser, sino por lo que son", dijo una vez. Su técnica, el empasto, sumada a la elección de los colores más bien neutros y las poses poco firmes, casi como cuerpos desparramados, le daban a los retratados una carácter especial. No era la belleza idílica de las publicidades, sino su reverso: el exceso de lo real.
Pero hablar de Lucian Freud implica hablar de una época. Su vida atravesó todo el siglo XX. Tenía solo 11 años cuando, en 1933, su familia se trasladó a Londres. El nazizmo ya era un hecho y no queda otra opción que escaparse, irse lejos de esa maraña desaforada de asesinos. Su tradición era imponente: su padre fue el arquitecto Ernst Ludwig Freud y su abuelo, el padre del psicoanálisis Sigmund Freud. Desde aquella ciudad inglesa, y ya con la nacionalidad británica, se formó como artista: estudió en la Central School of Art de Londres y en la Escuela de Pintura y dibujo Cedric Morris's East Anglian. También se alistó en la marina en 1941 donde, para matar el tiempo varado en el mar, le realizaba tatuajes a sus camaradas.
Su estilo tan personal y destacado se tornó, poco a poco, en una marca que todos querían tener. Sin embargo, nada era fácil: quienes querían posar para él, debían pasar largas sesiones tortuosas de diez horas diarias. En la desnudez veía una falta que se exponía y exclama ayuda. Sólo él podía auxiliar esas almas en pena. "Muchas de las mujeres que posan para mí, tienen algún tipo de carencia en su vida y es llenada cuando se encuentran conmigo. Hay un darles algo en mi pintura a ellas. Y necesito que ellas desarrollen dependencia hacia mí, para que así, sigan volviendo", dijo aduciendo su imponente carisma. Las mujeres eran su debilidad o, mejor dicho, lo que lo volvían fuerte. Tuvo varias esposas e infinidad de amantes. También tuvo hijos, muchos, catorce en total, con seis mujeres distintas.
Quizás la prensa lo recuerde por su cercanía a Kate Moss, la súpermodelo de los años 90, una de las mujeres más hermosas de la historia de la moda. Su obsesión con Freud fue desmedida: quería que él la pinte desnuda, necesitaba ese retrato. Así lo hizo, durante un largo tiempo posó en el taller de Londres inmóvil, quieta, inmutada. Aquella obra -que fue vendida a un precio extravagante: 5.9 millones de euros- no le terminó de gustar al pintor. "No funcionó el retrato a Kate, no puedo explicar la razón, es como preguntarle a un futbolista por qué no marcó ningún gol, pero sé que algo ahí no está bien", explicó. Allí se la ve a la top model acostada sobre una cama luciendo su vientre embarazado. No conforme con esto, también fue tatuada por él: dos pájaros arriba de su cola. Sin dudas, había algo más que admiración entre ambos.
Lucian fue muy amigo de Francis Bacon y, junto a Frank Auerbach, los tres, fueron las caras visibles del movimiento artístico llamado Escuela de Londres, que aún hoy cuesta que sea aceptado por la gran mayoría de los historiadores del arte. También estaban en ese grupo Michel Andrews, William Coldstream, Paula Rego y Leon Kossoff. El objetivo, o al menos la intención que los unía, era mostrar la fragilidad del cuerpo y el deterioro contextual. Un mundo de posguerra que no traía buenas noticias. Eso también se reflejaba en la pintura. En los retratos de Freud están presentes: hay una angustia que se vuelve intensa en cada trazo, en cada detalle.
Murió el 20 de julio de 2011, hace exactamente seis años. Sintió, de alguna manera, las nuevas subjetividades del siglo XXI. Su vida se extendió en toda la amplitud del XX y culminó, hace poco, en el ocaso de la Modernidad. Su mirada descarnada de ver el mundo aún hoy lastima a los espectadores. Nadie puede ver una obra de Lucian Freud y seguir así como si nada. Porque el arte, además de fascinar, duele.
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