Max Liebermann, el apasionado artista alemán que se aisló del totalitarismo

Se cumplen 170 años del nacimiento del destacado pintor judío, referente del impresionismo en Alemania. Pese a no tener el aval de sus padres, decidió seguir su instinto y abocarse a la pintura. Terminó recluido en el ostracismo

Después de bañarse (1904)

Los últimos años de la vida de Max Liebermann coincidieron con el nazismo. Su obra tiene varias lecturas, pero una puede ser la de reflejar el ocio de la alta burguesía alemana antes de la llegada del totalitarismo alemán, ese momento en que el mundo cambió para siempre. Por su origen judío, padeció muchísimo esta tendencia discriminatoria que terminó en la masacre más extrema de la humanidad. En sus últimos años, prefirió permanecer retirado de la sociedad, vivir en el ostracismo… un aislamiento que se tornó político. Hoy podemos recordar a Liebermann como el principal exponente del impresionismo en Alemania, seguido de Max Slevogt y Lovis Corinth, o como el gran pionero del modernismo, sin embargo fue el nazismo quien lo terminó excluyendo en vida y, tras su muerte, ocultando sus obras hasta el rincón más recóndito del olvido.

Pero empecemos por el principio, cuando se encontró en la pintura. ¿Azar o destino? Para muchos no existe, pero quizás lo mejor sea pensar la vocación como una pasión: esa actividad que cuando se la realiza no importa nada más que disfrutarla. A Max Liebermann le pasaba esto cuando pintaba: su conexión con el afuera se apagaba y su mente parecía viajar a otra dimensión y, desde allí, recibía los puntos exactos donde colocar el pincel. Estudió leyes y filosofía, pero la pintura lo atrapó. Cuando la vocación es apasionada, no sólo importa el disfrute, también la perfección. Así, este berlinés nacido un 20 de julio de 1847, hace exactamente 170 años, estudió a fondo. No sólo en Alemania, también en Francia y Holanda. Rembrandt, Frans Hals y Van Ostade fueron sus favoritos. Absorbía todo: el realismo, naturalismo, modernismo. La época que le tocó vivir fue realmente dorada en términos de arte pictórico. Sus padres no pensaban lo mismo.

Autorretrato con pincel (1913)

Dicen que todo empieza en la infancia. Bueno, la infancia del pequeño Max no fue tan buena en términos motivacionales. Un día, cuando acompañó a su madre al taller de la pintora Antonie Volkmar para que hiciera un retrato de ella, descubrió el poder de la pintura. Estaba aburrido, esperando que terminaran esas largas sesiones, entonces pidió un lápiz y una hoja, y comenzó a imaginar. Cuando Volkmar vio lo que hizo, enseguida detectó su talento. Sin embargo, sus padres se negaron a pagarle clases de pintura: lo consideraban poco utilitario. Encima en la escuela no le iba bien tampoco. Era algo distraído, sus compañeros lo molestaban. A veces se hacía el enfermo para no ir. Típico de futuros artistas.

Período libre en el Orfanato de Ámsterdam (1876)

Pero como se sabe, hay que insistir. Las palabras de la artista le llegaron: ¿una maestra de la pintura le dijo que era talentoso? Tenía que intentarlo. Seguramente, durante esos meses habrá intentado lo suficiente como para darse cuenta de que había algo en el arte que le daba alegría y lo hacía sentir mejor.

Empezó con algunas clases privadas con Eduard Holbein y le ofrecieron hacer una muestra. Tenía 13 años, estaba recién aprendiendo, y parece que lo hacía rápido. Su padre le dio el ok, pero le prohibió usar el apellido de la familia. El mandato pesaba: su abuelo había sido un importante empresario textil, su padre un destacado empresario industrial. ¿Un artista entre los Liebermann? Max estaba seguro de lo que quería. Sólo había que insistir.

Cervecería rural en Branneburgo (1893)

Estuvo en la facultad de Filosofía de la Universidad de Berlín durante dos años hasta que dio el zarpazo: se hizo cargo de sí mismo y, luego de estudiar un año con el pintor Carl Steffeck, entró a la Escuela de Arte de Weimar. Una estadía en las guerras -vivir el horror de los muertos en combate- le dieron el toque "sucio" que necesitaba para escandalizar a la cultura dominante de la época. Unió el naturalismo con realismo y se opuso, con sus obras, al romanticismo idealista y al heroísmo rimbombante que dominaba Alemania.

El barrio judío de Ámsterdam (1906)

La crítica conservadora lo llamó "pintor de suciedad" porque retrataba a la clase trabajadora, a los campesinos, a las escenas cotidianas ajenas a la aristocracia. Sin sentimentalismos ni denuncias públicas, sus obras se transformaron en vanguardia.

Las terrazas de flores en el jardín de Wannsee (1916)

Comenzó a viajar. Se nutrió de París, Ámsterdam, Wannsee, Múnich, Venecia. También de la Escuela de Barbizon y del impresionismo naciente. Así, su técnica se volvió más vivaz, más osada, más inquietante. Durante 30 años fue un destacado representante del impresionismo en Alemania, un exponente del arte vanguardista. Toda una institución, fue Presidente de la Academia de las Artes de Prusia durante 12 años y renunció por la discriminación que existía hacia los pintores alemanes judíos. No era una paradoja: nació tres días después de que la ley que concedía igualdad de derechos y ciudadanía a la población judía de Alemania entrara en vigencia. A veces, la historia se repite, tristemente. De hecho, el nazismo confiscó su obra. Desde 1945 sus cuadros aún son gradualmente restituidos a museos y propietarios legítimos. Tras el acoso del totalitarismo naciente, decidió vivir en el ostracismo, alejado de todo el mundo. Murió en Berlín, el el 8 de febrero de 1935.

Hoy, Max Liebermann es uno de los pintores más destacados de la historia. Ver sus pinturas durante más de un minuto puede conmover al más insensible. Su vocación era pintar, lo hizo como unos pocos elegidos. A veces, sólo hay que insistir. De eso se trata la pasión.

Jesús de doce años en el Templo (1879)

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