"No, hoy no podría haber galanes así. Hemos aprendido mucho. En aquellos tiempos no se usaba ni siquiera la expresión 'violencia de género', hemos cambiado, para bien". Quien pronuncia estas palabras es el legendario galán de telenovelas Arnaldo André, que agrega: "Yo creo que deberíamos hacer una telenovela en la que una mujer se encuentra en una situación de violencia de género, de supuesto amor, pero violento, y mostrar cómo la ayudan sus amigas, sus amigos, a quién debe recurrir, creo que sería una buena opción para una telenovela e interesante". Arnaldo André -que construyó un rol precursor como galán recio y mujeriego mediante producciones como Pobre diabla, Piel naranja, Amo y señor o El infiel (estas últimas en dúo con otra actriz icónica del género como Luisa Kuliok), entre otras, y cuyas cachetadas eran marca de los dúos románticos de las tardes televisivas- recibe a Infobae Cultura horas antes del estreno de Carne propia, una docuficción -un film documental que utiliza elementos narrativos no realistas- en la que incursiona prestándole su voz inconfundible -con una cadencia que conserva después de tantos años en la Argentina una tonalidad paraguaya y que es grave, elegante y seductora- a un toro Aberdeen Angus que reflexiona sobre su propia historia (y la Historia argentina) una vez que se da cuenta de que le llegó la hora de ir hacia el matadero.
"Las cachetadas eran festejadas por los seguidores de las telenovelas, causaban gracia a las mujeres y a los hombres que las veían" -explica André, uno de esos pocos actores de la industria televisiva local que lograron convertir su obra en una forma de la cultura pop, en transformarse en ícono-. "Por suerte, aprendimos, como en vida, también aprendimos como sociedad. Tal vez se pueda pensar que el documental sobre el toro también es una historia de la evolución de una vida. Un toro nace, crece, es portentoso, se convierte en un semental. Puede ser que gane premios, que sea exitoso. Luego, sobreviene la vejez, y a todos, a unos y a otros, les llega la muerte. A veces veo a algún viejito con su traje tan elegante caminando por las calles de mi barrio e intento pensar qué habría sido en su época de esplendor. Después, todos moriremos. La diferencia es que, afortunadamente, la mayoría de los humanos lo haremos sin la violencia con que se mata a un Aberdeen Angus al final de sus días".
El film, dirigido por Alberto Romero, no muestra, sin embargo, esas escenas violentas que dan cuenta de cómo culmina la vida de los vacunos que luego formarán no sólo parte de la esencialidad gastronómica de los argentinos, sino que se expandirán -por las razones propias de la carne local- a todo el mundo como sinónimo de calidad. El toro al que André le presta la voz de su conciencia considera que tal virtud es obra de los empresarios de la carne, mientras mantiene una relación ambigua -pero hostil- con los obreros de los frigoríficos, quienes son (al final de cuentas) quienes matan a los animales o luego los trozan de acuerdo a los cortes de carne que conocemos todos en las carnicerías y que después devienen en asados los sábados o los domingos.
"Odio a estos obreros que nos matan –dice en un momento el toro– pero a la vez los amo, porque gracias a ellos se ha desarrollado esta industria, siempre bajo la sombra vigilante de los patrones". Esa ambigüedad del toro frente al obrero de la carne le otorga al personaje de André una vuelta de tuerca que permite expandir la potencia política del documental y no limitarlo a la mera denuncia, sino ampliar sus posibilidades narrativas de una forma eficaz y hasta graciosa.
-Al exhibirla, incluso hay gente que se ríe -dice André.
-Como cuando se muestran las boinas genuinas y las de decorado de los asistentes a la Feria de la Sociedad Rural, que el toro reconoce como gente "que nunca pisó la bosta" -recuerda Infobae.
-Claro, o cuando el toro, tan identificado con sus dueños, no puede nombrar siquiera a Perón.
El carácter pro patronal del toro semental que va camino al muere es una argucia guionística que la voz de Arnaldo André sella con su propia energía. Así, la docuficción recorre la historia de Liebig, el pueblo entrerriano en el que un alemán inmigrante inventó un método condensador de las proteínas de la carne y así dio al mundo la "corned beef", que alimentaría a soldados durante las dos guerras mundiales, y también brindaría proteínas a millones de personas que no tenían el favor de vivir entre asados domingueros. El documental muestra el monumento de la plaza principal de Liebig, que no corresponde a un prócer, sino a una lata de "carne envasada", una industria abandonada por los ingleses una vez que acabó el pacto Roca-Runciman. En ese pueblo donde se faenaban 1.500 vacas por día hoy viven menos de ochocientas personas, alojadas en las casas destinadas a los obreros que ideó con particular argucia un arquitecto inglés. Es un pueblo fantasma.
También el toro cuenta la historia de los frigoríficos de Berisso, cuna argentina de la industria cárnica, formadora de obreros y de obreras que daban forma a la alimentación de los argentinos, que se organizaron para poner límites a los empresarios, en su mayoría ingleses, de la industria. Y así impusieron la jornada de ocho horas, el aguinaldo, las vacaciones y finalmente contribuyeron con sus multitudes a la liberación de Juan Perón, el ministro de Trabajo del régimen de 1943 que había sido encarcelado en la isla Martín García por los mandantes militares. El toro que narra prefiere no decir el nombre del innombrable, como si se hubiera quedado en aquella prohibición luego del golpe de 1955. (También hay que agregar que el film no da cuenta del rol fundamental de los comunistas en el período previo en el gremio de la carne, ni cómo luego, por orden de la Unión Soviética, abandonaron cualquier atisbo de lucha -el líder del Partido Comunista de aquellos años, José Peter, llamó a detener una huelga de los obreros de la carne para no menoscabar la causa en Europa- "para no perjudicar a la Alianza contra el Eje").
Con un gran trabajo de archivo, también rescata la historia de María Roldán, la primera delegada de los frigoríficos argentinos, que preparó el camino para el ascenso de Perón.
Finalmente, en su recorrido al fin de sus días, el viejo semental es comprado en una subasta en Mataderos por una cooperativa de obreros que se hizo cargo de un frigorífico cerrado luego de la crisis de 2006. El film da cuenta de una asamblea en la que los obreros discuten porque la crisis económica también puede afectar a un grupo organizado en una cooperativa, frente al ascenso de los precios y la competencia en los mercados.
-A veces creo que en este país no vemos las posibilidades positivas que tenemos. Una cooperativa es otra posibilidad frente al estado de las cosas. Está bien, no es como PepsiCo, donde los empresarios quieren mudarse a otro lugar para tener mayores beneficios, pero ante la crisis, tal vez estén bien las cooperativas -dice Arnaldo André.
La película también removió sus recuerdos tempranos en el Paraguay. "Recuerdo que las vacas en San Bernardino estaban siempre a nuestro alcance. O cuando la tierra temblaba, porque venía el ganado corriendo mientras los peones gritaban: '¡Tropa, tropa!' y nosotros sentíamos el temblor de decenas de vacas corriendo, conmoviendo nuestras calles. O como cuando pasaba una carreta conducida por un buey y nos lanzábamos para sentarnos en ella y estar allí, conducidos con un paso lento, pero firme, hasta que llegábamos a algún lado y entonces con los amigos decidíamos bajar de la carreta".
Quizás recuerdos que figuren también en el debut como director cinematográfico de Arnaldo André, que se encuentra por estrenar su obra Lectura según Justino, sobre sus años de infancia. Mientras tanto, estrena una obra documental -tal vez uno de los géneros cinematográficos de mayor potencia y desarrollo en la actualidad cinematográfica local- que no sólo da cuenta de la historia de un toro en camino hacia el matadero, sino que señala los caminos de un sector de los trabajadores y la industria fundamentales para la Argentina. La obra fundacional de la literatura argentina fue "El matadero", de Esteban Echeverría, donde ya se plasmaban diferencias entre los sectores sociales de una industria temprana en el país, en la que el matadero era parte esencial de la vida alimenticia (y, por lo tanto, de la vida misma de una joven nación).
El relato de la industria frigorífica en la voz de un legendario galán de telenovelas, género cultural pop bien propio de la Argentina, señala una combinación de gran energía cinematográfica para el documental. Y una oportunidad para escuchar una vez más la cadencia de Arnaldo André, ya no como un galán melodramático, sino como un semental, toro Aberdeen Angus, rey de las pampas que reflexiona sobre su propia vida.
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