Es deslumbrante. Viste una chaqueta guatemalteca de colores fuertes que hace juego con las obras que está realizando en su atelier de San Telmo. Finas tiras de colores que ensambla todos los días son su expresión actual. "Si no viniera siempre, me volvería loca", le dice a Infobae TV Marta Minujín.
Mientras habla, dos pantallas colgadas en paredes níveas reproducen videos que dan testimonio de dos de sus obras emblemáticas. A la izquierda, corre 1983 y la democracia argentina respira de la mano de Raúl Alfonsín. El canchero secretario de Cultura Pacho O'Donnell pasea sus pantalones Oxford amplísimos y explica que el Partenón de libros ideado por Minujín es el símbolo de la vuelta de la cultura de la libertad. A la derecha, el 2017 se celebra en Kassel, Alemania, con otro Partenón hecho con libros prohibidos de todo el mundo en una de las ferias de arte contemporáneo más prestigiosas del planeta. El símbolo griego reproducido en tierra germana tiene las idénticas dimensiones que el verdadero. En las dos imágenes, siempre rubia, la artista argentina sonríe y contempla orgullosa sus creaciones.
Marta Minujín está en el MOMA de Nueva York y con eso alcanzaría para decir que es un icono del arte pop. Sin embargo, sus referencias de consagración son interminables. Pagó la deuda externa a los Estados Unidos entregándole a Andy Warhol kilos y kilos de choclos. Con una doble de Margaret Tahtcher acordó la paz y la devolución de Malvinas. Hace poco, una impactante mujer que luce casi igual a Angela Merkel, recibió olivas como signo de cancelación de la deuda externa griega.
Marta Minujín es una genia. No sólo porque ella lo dice sino porque los expertos del arte se han rendido a su obra. En su casa natal, la unión de cuatro casas "chorizo" clásicas de San Telmo, afirma que el sentido de la vida es disfrutarla. "Porque se acaba acá. Se termina todo".
Aquí, parte del diálogo con ella:
— Aquí y ahora, ¿qué te pasa cuando estás en tu atelier?
— Estoy en paz conmigo misma y no tengo ninguna ansiedad, me desestreso.
— ¿Todos los días venís?
— Todos los días.
— ¿Qué significa hacer la obra?
— Es como una especie de terapia porque me da una energía más allá de la energía terráquea; como una energía de un firmamento, de un cosmos. Porque me pongo acá a hacer líneas, y líneas y líneas o locuras así y como que me calmo, me calma todas las ansiedades, es extraordinario. Me transporto a otro lado.
— ¿Porqué este atelier está acá?
— Ah bueno, bueno. Yo nací en la casa de arriba y viví toda mi infancia hasta los 16 años, que me fui a vivir a París, después fui a vivir a Nueva York. Después viví en otros lados y después, cuando mi abuelo falleció, ésta era una fábrica de ropa de trabajo, mi padre compró dos de las casas, porque son cuatro, yo compré las otras dos porque yo ya había ido a Colombia y había empezado con las esculturas que había vendido y quedé yo acá y estoy invadiendo todos, todos los ambientes, con obras que hago: tengo obras desde los 12 años.
— ¿Hay algo de la energía familiar que está acá físicamente que es tu obra?
— No creo porque yo creo que soy una persona de otro planeta, realmente lo creo, y que no tengo nada que ver en realidad con las familias. Con las familias como que no tengo nada que ver. Pero no lo digo ni con mis antepasados ni con mis…
— Descendencia.
— Mi descendencia. No, no. ¿Porque sabes qué? Siento el choque cultural brutal de una artista que está creando -aunque parezca normal y maneje el auto y haga todo esto-, con los que piensan por ejemplo en tener dinero, en tener un departamento, en tener una casa, yo nunca lo pensé. De hecho viví 3 años en París sin baño y sin calefacción, viví en Nueva York durmiendo en el piso. Las pobrezas más brutales sin tener para comer ni para dormir pero siempre con ese universo que tengo, que me da una fuerza brutal. Y aparte también un poco de, cómo se dice, de engreimiento, que me lo busco a propósito, de creerme que soy una genia total, genia de Sudamérica, como Dalí me lo creo de verdad, entonces no me importa nada lo que me pasa, lo que digan, el fracaso, el éxito, no me importa nada. Lo único que me importa es poder trabajar, vender medianamente para poder seguir manteniendo el taller porque sin taller me parece que me muero. Supe que era una genia. Lo pensé a los 10 años, o a los 12, igual.
— Sabías que eras genia.
— Y bueno, porque yo me creía que era Van Gogh.
— A los 10 sentías que eras Van Gogh.
— Sí, totalmente. A los 10, que yo iba a una escuela acá del Estado a cuatro cuadras, como que en quinto grado se me iluminó la cabeza y un día dije: soy artista plástica y soy Van Gogh. No sé, había agarrado un libro que había encontrado de Van Gogh. Soy Van Gogh y mujer. Y de hecho nunca tuve problemas por ser mujer ni en Estados Unidos ni en París porque en un momento en que las mujeres eran rechazadas por los museos yo no tenía ningún problema porque el producto que yo creaba no tenía sexo. Si sos un gran artista no se nota quién lo hace, ¿viste? Pero la mayoría de las mujeres artistas, que ahora están de moda y hay millones y exponen solas, hay cien mujeres ahora en Los Ángeles exponiendo, entre las cuales también estoy yo, pero hacen cosas con su cuerpo, o con su vida o con su maternidad pero yo no. Todo esto lo puede haber hecho un hombre, una mujer, el "Partenón" también.
— Tu arte es no sexuado, es universal.
— El arte es universal. No es que no sea sexuado, el buen arte, el gran arte no tiene sexo. El gran arte, una sinfonía de Beethoven la podría escribir una mujer o un hombre. Y una gran obra, y las obras de arquitectura tampoco, no se sabe si son de mujeres u hombres. A no ser que quieras y que sientas eso.
— A los 10 tuviste esta epifanía, te sentiste Van Gogh.
— Y de ahí ni siquiera… Me pasé al Bellas Artes, di el examen sola, empecé a trabajar, a trabajar, a trabajar como loca en mi propia obra y después me gano la beca a París y me fui sin terminar y ahí viví en París, ahora va a aparecer un libro que son mis relatos de París porque encontré unas cartas, no sé qué, lo van a editar en octubre, donde es maravilloso, el primer día que llegué me deslumbré, nunca había visto gente con barba ni nada de todo eso y los conozco a Sartre, Simone de Beauvoir; conozco a gente genial y pasé una bohemia intelectual y trabajando ahí genial que después destruyo toda mi obra y vuelvo a Buenos Aires. Y en Nueva York también, agarré justo el momento del pop art, donde todos los artistas pop se empezaban a hacer famosos y millonarios. Yo no me hice millonaria… Bueno, ahí sí que sentí un problema de segregación por ser latinoamericana, ahí sí. Porque todos estos vendían y yo todo lo que hacía no vendía nada y aparte me rechazaban en Arte y Tecnología. Yo inventé una cabina de teléfono electrónica que, gracias que me gané la beca Guggenheim y lo invertí todo en la cabina, dormía en el piso, y había un lugar que se llamaba Arte y Tecnología, Experimentos en Arte y Tecnología donde estaban todos los americanos y canadienses, yo era la única mujer, aparecí en la CBS en una película pero nunca vendí nada hasta que me tuve que volver.
— ¿Hoy te gusta que te digan que sos una artista latinoamericana?
— Sudamericana.
— Sudamericana.
— Claro, porque somos muy diferentes. Sudamericana. El hecho de ser el último país del mundo le agrega un toque interesante a ser argentino. No, aparte ahora estoy feliz de la vida, ¿te imaginas lo que es para ellos haberme invitado? Porque hay 160 artistas, hay una artista guatemalteca, creo que un brasilero, otro guatemalteco y otro argentino y yo y nada más, todos los demás son europeos, africanos, de los tres continentes. Entonces la Argentina para ellos era lejísimo, es lejísimo.
— ¿Qué es hoy Europa para vos?
— Es una fuente de problemas brutales, es conflicto, es miedo. Es muy aterrorizante lo que está pasando y yo creo que cada vez va a ser peor. Es peor, cada vez es peor, porque hace 5 años, no sé, 4 años, yo estaba ahí y todo eso pero no había ese miedo que hay que en cualquier momento te puede pasar algo, y todos los sienten. En cambio acá no nos pasa eso, nos puede asaltar otra persona pero no vas a explotar. Entonces estar en la Argentina, como es el último país del mundo… Y aparte Argentina tiene sus intereses intelectuales, hay mucha gente intelectual, mucha gente que piensa, eso me gusta. Alemania es muy cerrada, Alemania me pareció terriblemente cerrada, por ejemplo nadie habla inglés, ahí en Kassel nadie habla inglés. Y si vos le decís, yo me tenía que comunicar con los más sofisticados, por ejemplo la performance la tuve que hacer yo en español se lo decía a una griega, una griega se lo decía en alemán al hijo de la mujer y como la mujer era polaca, el alemán se lo decía en polaco. Entonces tuvimos un ensayo de cuatro idiomas así.
— Contame un poco de Kassel y este partenón que viene a irrumpir con libros prohibidos.
— Bueno, Kassel es la exposición más interesante del mundo porque invierten casi todo en los artistas. Y los gobiernos, no gente privada, no hay galerías de arte, no hay mercado de arte, nada está a la venta. Entonces invitaron a todos estos artistas para que vayan a Grecia, inventen un proyecto en Grecia y vayan a Alemania e inventen un proyecto para Kassel. Por ejemplo, el primer día había 2.500 periodistas acreditados y la gente que va a Kassel es toda especializada en arte, no hay turistas como van a la Bienal de Venecia, no, a Kassel vas tres días a ver la exposición. La mayoría de las cosas son un poco depresivas porque todo el mundo tiene problemas, entonces muchos artistas de África con problemas terribles, por ejemplo una de las obras más interesantes que hizo una chica, no me acuerdo de qué país, hizo una cortina de cabezas de ciervos con la bala acá, toda la cortina con cadenas y eso. No sé, todo así. Después otro pasa una película de la isla de los leprosos en Irak. Todo tiene como una cosa así. Entonces lo mío fue humorístico porque el pago de la deuda a esta señora que trabaja de doble de Angela Merkel fue como una cosa con mucho humor. Y llevar el Partenón de libros uno a uno en el tamaño natural y conseguir todos esos libros prohibidos fue un milagro, un milagro. Porque en Etiopía, por ejemplo, Hamlet es prohibido, estuvo prohibido. Harry Potter estuvo prohibido. Y entonces la gente va al Partenón y aprende, no es una obra para mirar, es una obra para leer. Todo el mundo dice: ¿pero cómo, el Pato Donald estuvo prohibido? Sí, en Alemania o en otro lado…
— La cortina de hierro.
— Walt Disney fue prohibido. ¿Madame Bovary fue prohibido? ¿Y este fue prohibido? Y nadie puede creer, entonces…
— Y cuando viste este Partenón ya hecho de dimensión real, de dimensión total, y te acordaste de aquel Partenón de libros de aquí de Buenos Aires del 83 ¿Sentiste que hubo una línea, que hubo un encuentro? ¿O qué pasó?
— No, tuve una suerte impresionante como nunca en mi vida, suerte. Porque un curador que había venido a verlo cuando hice la exposición en el MALBA vio el Partenón. A ese curador lo llama otro curador y le dice qué artistas del mundo pueden representar algo de Atenas y dice ah, yo conozco a alguien que hizo un Partenón de libros. Y me llamaron y para mí lo más, lo más, lo más de mi vida era estar en Kassel, era, no sé, como ser un jugador de tenis y llegar a… No, casi me muero. Pero vino una terrible tarea, que yo creo que envejecí 10 años, tratando de conseguir apoyo financiero y libros y trasladar los libros a Alemania. Fue un año terrible. Pero ahora soy la persona más feliz del mundo. Es decir, es la obra que me hizo más feliz. La Menesunda, no sé, 50 años, pero esta me hace feliz todos los días, todos los días, no lo puedo creer.
— Mirá a esa chica de La Menesunda, mirá a esa chica del Di Tella, mirá a esa chica de los 60 acá. ¿Qué ves?
— La misma persona. Porque yo me siento desde que tengo 25 años igual. Igual, igual, igual. Cada vez más fortalecida por mi propia teoría, por mi propia teoría de lo que es el arte. El arte tiene que estar hecho por todos y tiene que ser para todos. Pero no necesariamente en un museo, y lo peor lo de los coleccionistas, lo que más odio es que venga un coleccionista, te agarre… Por ejemplo yo soy lo contrario total de Damien Hirst, acabo de ver Damien Hirst, que es un genio de los negocios, y bueno, la exposición de él que hizo en Venecia en el Palacio Grassi y en Punta della Dogana, que es de François Pinot, el dueño de Louis Vuitton, costó más que Documenta y que la Bienal de Venecia porque trabajó con zafiros, diamantes, lapislázuli, y ya está todo vendido a coleccionistas y a museos. Toda la obra de él ya está vendida. Es lo contrario.
— El arte debe ser popular.
— Sí, total. Está hecho, está dirigido y de hecho la gente que más me quiere por la calle son los barrenderos, los cartoneros, esos son los que más me saludan… No sienten ninguna distancia porque en el mundo a lo mejor que ellos están la fantasía juega un lugar muy importante. Entonces si me ven que yo me pinto la cara, que voy a un lugar, que hago esto, que hago lo otro, se sienten cerca. Y aparte siempre pensé que el arte tiene que ser para todos.
— ¿Seguís siendo Van Gogh?
— Ya no porque ya estoy en otra dimensión, estoy en otra dimensión. Porque Van Gogh se fue hundiendo en su propio… (piensa). Y yo no, yo voy resurgiendo todo el tiempo. Esa es la diferencia, me reinvento.
— Creo que hay como una unanimidad de tu trascendencia, creo que sos una mujer trascendente. ¿Sos profeta en tu tierra? ¿Te sentís profeta en tu tierra?
— Y sí, si la gente me ama. Por la calle, no con los coleccionistas y los museos, no, no, no, pero la gente en la calle me adora, todo el tiempo la foto, la foto, la foto. Yo digo yo no soy una actriz de televisión, cómo es eso. Pero igual, soy como una caricatura que la gente quiere tocar, no sé, es gracioso.
— Me gusta eso.
— Que soy una caricatura.
— Y te divierte serlo.
— Y sí porque te da mucho, vas caminando por la calle, viene una persona y te dice te amo, te adoro, me encanta lo que hacés, te felicito. Claro, porque ahora está todo el mundo enterado.
— Obviamente. Le pagaste la deuda externa a Warhol, cerraste el conflicto de Malvinas con Tatcher y ahora cerraste la deuda externa griega con Merkel. ¿Qué sueño artístico de ese tenor tenés?
— ¿Otro?
— Sí.
— ¿Vos sabes que no lo sé? Porque esta obra es tan genial que creo que me va a ser muy difícil superarla. Muchos años pueden pasar. Porque suponete, cuando hice La Menesunda después tardé muchísimo en hacer una obra tan popular, de tanta dimensión y que haya repercutido, y esta obra es tan fantástica, todavía, todavía bueno, falta la parte más importante que es el desarme y adónde van los libros. Después, por ejemplo, cada libro tiene el email de la persona y un sello mío entonces se va a armar una red del que donó con el que lo recibe, entonces va a seguir. Es una obra que sigue que no sé cómo lo voy a superar, qué voy a inventar, no tengo idea.
— Lo ves al papa Francisco. ¿Se te ocurre una performance con él?
— No.
— ¿No?
— No. No con nadie que represente algo. Sí con toda la gente pero no con…
— No con individualidades.
— No con individualidades.
— ¿Sentís que tenes alguna deuda o algún gesto de gratitud con el pueblo argentino? Como le pagaste a Warhol la deuda, no sé, ¿te imaginas en un gesto de ese tipo con el pueblo argentino?
— Bueno, ya lo hice, le pagué la deuda argentina a Andy Warhol con el choclo. Pero de todas maneras el estar… Yo creo que soy made in Argentina porque tengo en la cabeza una esponja diferente que capta las ondas de lo que ocurre, de los argentinos, y después las transmite. Porque pensá que el Partenón lo inventé acá y ahora está allá. Y soy argentina, y sigo siendo argentina pero se disuelve en el arte.
— Pensaba en tu obra; vos te ocupaste de los mitos, reconstruiste el David, la Venus de Milo, la Estatua de la Libertad. ¿Hoy cuáles crees que son los íconos que quedan por ser reconstruidos?
— No, yo creo que hay que construir nuevos mitos. Y espero que las generaciones futuras lo hagan. Es decir, el obelisco de Buenos Aires o la Estatua de la Libertad, es verdaderamente el ombligo de la ciudad, es increíble como todo el mundo va para allá. Yo lo hice acostado, lo hice de pan dulce, pero en este milenio tenemos que inventar nuevos mitos. No sé si yo soy la destinada a hacerlo porque lo que pasa es que yo siempre hago arte efímero, no queda nada de todo lo que hago.
— Probablemente vos seas un mito.
— A lo mejor.
— ¿Y te gustaría que te deconstruyeran, que te fragmentaran?
— No porque sería una copia mía.
— Claro. Salvo vos no habría nadie que pudiera fragmentarse.
— No. Es decir, nadie podría utilizarme a mí para fragmentarme. Tendrían que hacerme como soy porque en realidad no soy fragmentada. Pero sí soy de una esquizofrenia armónica porque puedo unir todas cosas que en general los psicoanalistas separan, las uno armónicamente. Si no no hubiese sobrevivido a la vida que tuve.
— ¿Te analizás?
— Sí, un poquito.
— Y cómo te llevás con eso.
— Me parece que me mantiene en una línea, me da seguridad, sí.
— ¿Le das bolilla a la política de todos los días de la Argentina?
— Leo todos los diarios. Leo todos los diarios y creo que es una lástima todo el desperdicio de Argentina que hay porque Argentina es un país tan rico. Sobre todo cuando veo lo que son los países en Europa que en dos horas llegas a otro país, vas por acá, vas por allá, y acá que tenemos esos pasajes extraordinarios y esas cosas; está como desaprovechado. Nadie ha pensado en lo que tenemos, piensan más en la política. Por eso yo siempre pienso que el arte está por encima de la política, siempre, porque la política tiene intereses directos y el arte no tiene ningún interés.
— Vos sabes que venía para acá y soñaba, digo, lees los diarios, sabes que la grieta es un tema de discusión.
— Sí.
— Te soñaba homogeneizando, uniendo la grieta. ¿Qué te pasa con la grieta?
— Que me hace acordar lo que hizo un artista, Tracey Emin creo, que hizo una grieta gigante en la Tate, un agujero que era la grieta. Lo que llaman la grieta me parece ridículo, no sé, me parece que es absurdo pelearnos entre nosotros. Por eso hice la obra de la paz, hablar de aunar energías. Pero los políticos no sé por qué no lo hacen. Tendrían que volver al pasado como dijo Platón qué era la República y ver otros niveles de pensamiento más altos. Pensar en abstracto, no estar pensando día a día y minuto a minuto qué es lo que pasa y ver de lejos el país. Para mí tendrían que traer por ejemplo grandes mentes de otras partes del mundo a que asesoren a este país cómo manejar el tema económico y social.
— Pensaba en el ágora de la paz, era eso, el encuentro de las uniones, ¿no?
— El encuentro de las uniones. Sí, amistad, libertad y…
— ¿Y hay espacio hoy en la Argentina para una ágora de la paz?
— Creo que hay espacio siempre. Pero el problema es muy confuso, nadie cree en lo mismo, no sé cómo es. No hay una unión. Pero estamos perdiendo el tiempo porque es un país extraordinario. Y hay gente muy extraordinaria acá, muy inteligente.
— Estás orgullosa de ser argentina.
— Sí, me encanta.
— ¿En algún momento pensaste decir me voy, me voy a hacer esto…?
— Cuando era chica sí. Por ejemplo mi primer lugar en el mundo es Nueva York, siempre. Porque Nueva York es mi locura total. Amo esa ciudad y la conozco de arriba a abajo por haber vivido, por haber sido pobre, por ir mucho, por hacer happenings ahí, miles de cosas. Y después Buenos Aires. Por eso siempre digo made in Argentina es Marta Minujín. Hay una cosa muy divertida que dice no me creo Picasso ni menos Dalí, mi arte está en el mundo y siempre digo yo made in Argentina soy Marta Minujín.
— Pensaba en los happenings. ¿Hoy podrías hacer un happening?
— Sí, los happenings son geniales. Es una situación de tiempo y espacio reducida, entonces suponete, en este momento pasan miles de cosas que te descolocan y al descolocarte vivís en arte. Y esa es la idea mía, que la gente tiene que vivir en arte. Porque suponete que vas en un avión lo más bien, de pronto el avión va a caer, te dan un paracaídas, tu paracaídas no se abre pero se cae sobre otro paracaídas y bajan los dos. Esas cosas que uno no sabe de la vida, eso es lo que es el arte. Suponete, va la gente por la avenida 9 de Julio, ve el Obelisco así y se descoloca, al descolocarse crece, porque te tenes que ajustar a la nueva circunstancia, eso es el happening. En cambio la performance no, porque performance se confunde con actuación, con concierto, la performance es como un happening civilizado, un happening domesticado, porque el happening que hice yo en Uruguay que tiene 500 pollos, había gordos rodando, musculosos levantando mujeres.
— Pero me gustó eso que dijiste, se crece descolocándote de lo dado.
— Claro, suponete que vos hubieses venido acá y en vez de… Inmediatamente estarías en un agujero en un sótano, era algo parecido a Alicia en el país de las maravillas, te descolocabas totalmente porque vos ya sabés de mí, ya leíste de mí, ya sabés todo, ¿entendés? Entonces te hubieses descolocado y ahí vivías en arte. Ahora no estamos viviendo en arte, ahora estamos en el arte pero no estás viviendo.
— Estamos medio domesticados en este momento.
— Es una situación civilizada, estamos conversando, estamos sentados.
— ¿Cuál es el sentido de la vida, Marta?
— Disfrutarla, eso. Disfrutar de estar vivo.
— ¿Hay algún camino? ¿En esa búsqueda del disfrute encontraste un camino más fácil?
— El propio es la creación constante. Yo creo que si yo no trabajo un día caigo fulminada. Porque siempre estoy pensando, ¿entendés? Pero yo porque soy artista nata, neta y nota, soy todo. Pero la otra gente no sé cómo hace para vivir, porque es mucho más difícil que para nosotros.
— Me gusta, artista nata…
— Neta.
— Neta porque es esto.
— Y nota.
— Y nota por una enorme notoriedad. Contále al que nunca vio una obra tuya qué es Marta Minujin.
— Una artista del siglo XXI; tal cual, pero nací adelantada y caí de otro lado. Siempre me sentí diferente a todos mis parientes, a toda mi familia, a todos.
— Tu familia te quiere mucho, uno habla con tu sobrino, con tu familia, y te admiran mucho.
— Es que como persona terráquea soy una buena persona. Porque no quiero molestar a nadie, no sé.
— Y sos extraterrestre.
— Soy extraterrestre. Aparte no hago los… Viste por ejemplo, lo peor que podes hacer es invitarme a cenar porque odio sentarme a la mesa a comer sentada. Odio las convenciones sociales, siempre las voy a odiar.
— Y si alguien quiere agasajarte qué hace. No te invita a cenar, está claro.
— No me invita a cenar.
— Y qué hace.
— A tomar un café en un café.
— A tomar un café.
— Claro, me encanta, me encantan los cafés.
— Cuál es tu café, el café preferido, que vos decís pienso en Buenos Aires y pienso en este café.
— Voy a dos, uno que está en la esquina de mi casa que se llama Bogotá y voy a La Rambla, siempre voy a esos.
— Y ahí sentís que estás en tu lugar.
— Sí. Por empezar por uno que tengo canje, le pinté el mural entonces tengo canje de por vida. El día que el psiquiatra me dice no tomes café porque te hace muy mal, no tomes café, voy a ese bar y el hombre me dice estoy haciéndote… ¿no me pintarías algo? Bueno, está bien, lo hago a cambio de café. Así que ahora tomo todos los días café sin pagar.
— A pesar de lo que te dijo el psiquiatra.
— Exacto.
— Y estás cada vez mejor. O sea, evidentemente el diagnóstico del médico no era tal cual.
— No, no, estoy bien, estoy bien.
— ¿Estás bien?
— Bueno, lo que pasa es que ahora estoy muy bien por esta obra, yo no sé qué va a pasar después.
— Se desarma en septiembre esta obra.
— Claro, pero no sé cómo me voy a sentir yo sin ese aliciente; hace dos años que estoy trabajando para una obra de arte casi imposible, porque se viene haciendo todos los días.
— ¿Vas a ir a verla cuando se desarme?
— Sí claro. Hay una fiesta el 16 de septiembre a la noche, después se saca el plástico a las columnas, se invita a todo el mundo, realmente muchísima gente todos los días, que se lleve el libro que quiere y después los libros que quedan se hace en casa la biblioteca de libros prohibidos y recuerdo del Partenón de libros, ya quedan todos libros prohibidos.
— Hagamos este juego sin espacio y sin tiempo. Te lo cruzas a Van Gogh acá en la esquina.
— Lo amo. Lo amo.
— ¿Y qué te parece que te diría Van Gogh?
— Lo invito acá y haríamos una obra juntos.
— ¿Qué harían?
— Lo que me gusta es la pasión de él que tenía por vivir creando, eso, su locura, su locura desenfrenada.
— ¿Hay algo que no te pregunté que querrías decir?
— No, todas las preguntas que me hiciste estaban…
— Te gustaron.
— "Bial"
— ¿Estaban?
— "Bial": bien y mal.
— Bien, me gusta. ¿Qué es el bien y qué es el mal?
— Un promedio, un promedio. Porque vos está en una cuerda floja y podes caerte o podes no caerte. Pero el mal en general no existe. No, no creo mucho en el mal. Creo solamente, viste, creo en la suerte, en la buena suerte, no creo en la mala suerte, creo en la buena suerte.
— ¿Creés en Dios?
— No, creo en el arte, el arte es mi dios
— ¿Esto se termina o es solo un ciclo para pasar a una nueva forma de existencia?
— ¿Cómo? Se termina para los demás.
— Esta vida tuya, esta vida mía, esta vida de cada uno, ¿tiene un fin? Como decía Sartre, a quien citaste, cuando muere Sartre, Simone de Beauvoir dice "su muerte nos separa, mi muerte no nos unirá jamás".
— No sé, creo que con la muerte se acaba todo. Se termina.
— No hay más.
— Y aparte ya va a ser suficiente. ¿Y aparte sabes qué? Que creo que por ejemplo la gente, yo porque me siento de 25 años y todavía estoy bien, pero suponete, dentro de 10 años no sé si voy a estar así, o 20 años, y entonces creo que es una gran depresión, que la vejez es una cosa horrible, depresiva. Porque dejás de escuchar, dejás de mirar, dejás de esto, caminás mal. No es algo agradable. Antes pensé muchas veces en suicidarme pero no lo hice y ahora no lo pienso.
— Me gustó conocerte.
— Gracias.
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