El papel preponderante del oxígeno es un libro intenso. Agobiante. Veloz. Asfixiante. Crudo. Triste. Duro. El recorrido por sus páginas se parece a una travesía por alguna cueva submarina a la que uno se lanza sin saber si su capacidad pulmonar le va a permitir asomar la cabeza al final, salir a la superficie, volver a respirar. Ángeles Salvador supo imprimirle ese ritmo vertiginoso y voraz a la que es su primera novela, en librerías desde marzo, quizás porque lo vivió parecido: empezó a escribir a los 38 años con el apuro de un buzo al que se le acaba el tanque.
Es que aunque no se trata de una novela biográfica, Salvador comparte con la protagonista una especie de apuro ante la vida. Un ritmo muy constante le da a la novela esta idea del avance continuo y de la velocidad, que a su vez está motivada por la urgencia personal de la autora por terminarla. "Sentía que como estaba empezando a escribir a los 38 o 39 años, no tenía tiempo de dedicarle cinco años de mi vida", explica.
Separada y con tres hijos chiquitos, su primera y por ahora única novela le costó madrugadas y horas de sueño a contramano de las rutinas escolares, en las que se zambullía en la tarea de delinear los rasgos, los amores y los dolores de una peluquera viviendo los noventas. Salvador dejó la actuación complicada por los ritmos de la maternidad, pero con la idea fija en un regreso al arte. Eso fue lo que la empujó un día a anotarse en el taller de escritura de Esteban Schmidt, uno de esos que empezaba en un mes de agosto, porque si era en marzo capaz que no se anotaba.
En ese primer taller surgió una idea que convirtió en un amuleto que llevó colgado de un piolín cerca del corazón hasta que, en marzo de este año, Penguin publicó su primera novela en la colección Reservoir Books.
–El papel preponderante del oxígeno es una cábala, un capricho quizás. Surgió hace varios años, de unas cartas a unos extraterrestres que yo había escrito una vez, en las que el protagonista explica a los extraterrestres cómo es la muerte, y ahí les habla del papel preponderante del oxígeno. En la devolución, Esteban Schmidt me dijo: "Me imagino que esta frase podría ser perfectamente el título de una novela". Y ese día me guardé eso. Nunca había escrito una novela, estaba en un taller en el que no me conocía nadie, y para mí esa frase fue un permiso para soñar en esa novela que no existía pero que algún día podía llegar a escribir.
–Entonces llegaste a la escritura casi por un costado. ¿Habías escrito algo antes?
–No, hasta grande no escribí. No tengo cosas escritas, mucho menos publicadas, ni novelas ni cuentos ni nada. Alguna cosa quizás que escribí a los veinte, pero que tampoco tiene ningún valor. Y no sé por qué fue la escritura. Tenía como una noción de que yo podía escribir, pero lo loco era que no escribía. En un momento descubrí las redes sociales y veía que tenía cierto 'algo' lo que escribía, o que lo armaba bien, o que tenía cierto ingenio, y ahí se me ocurrió lo de anotarme en un taller.
–¿Y ahora? ¿Sentís que la experiencia de escribir una novela te redefinió un poco a nivel personal?
–Sí, totalmente. Sobre eso me gustó una vez una nota que le hicieron a Alan Pauls, en la que él decía que los escritores van armando un personaje de sí mismos. Armando ese personaje es que se van redefiniendo, van definiendo cuáles son sus influencias, qué autores leen, qué los marcó, etcétera. Yo me armé un personaje de la escritora tardía. Está el escritor que es el marginal de los marginales de los recontra marginales; también están los académicos, los del canon, y hay un montón más. Y sí, yo también siempre me sentí un poco una marginal, en mi vida en general. Por eso esta novela es un poco una forma de asomar la cabeza y de decir 'bueno, acá estoy, yo soy esto'. Es el personaje que creé para mí y para los demás.
–Hablando sobre la novela, el sexo es algo que la recorre y que es central en la vida de la protagonista. Sin embargo, aparece deserotizado. ¿Cómo lo pensaste?
–No surgió como una circunstancia propia del personaje, sino como un ejercicio de escritura por la dificultad que encierra escribir escenas eróticas o sexuales. ¿Pongo pene o pongo pija? ¿Apelo a la mala palabra o mejor la elipsis? ¿Llego hasta el momento en el que le desabrochan el corpiño y paso a la siguiente escena o me detengo y lo cuento como cuando toman el café, ponen azúcar, revuelven con la cucharita? ¿Lo voy a obviar por el mal gusto, porque es incómodo? En un momento me había planteado que fuera una biografía sexual, que atravesara las distintas etapas desde la iniciación, la primera relación sexual más adulta, hasta la orgía. Al perro por suerte no lo hice tener relaciones con la protagonista, fue el único (risas). Pero pasaba que podía ser eterno y yo sentía que se agotaba un poco el tema, entonces lo descarté. Finalmente primó la idea de escribir de forma mecánica para agilizar la descripción, para no caer ni en algo meloso ni en algo provocativo. El esfuerzo por escribir de esa forma hizo que el personaje viviera así su sexualidad. También me pasó que cuando escribía esas escenas pensaba 'total, esto no lo va a publicar nadie', y después cuando salió el libro me quería morir de la vergüenza con mi papá, con mis hijos, con todos.
La novela recorre la vida de Rosa, una peluquera a la que rebautizaron Rose en algún salón de belleza de Barrio Norte al que iban chicas no tan chicas, señoras cornudas y viejas con plata. Huérfana, criada por una pareja de tíos poco amorosa, y convertida en amante de un taxista casado con una prima, su historia es la historia de alguien a quien las cosas nunca dejan de salirle mal. Rose no existía en ningún tiempo ni lugar cuando era todavía una parte indefinida del bloque de mármol que Salvador empezó a trabajar con la paciencia, la precisión y la dedicación de un artesano. Y nació como el resultado que no había sido previsto en ninguna hipótesis.
–En el final del libro aclarás que no se trata de una novela biográfica, que es pura ficción. ¿Cómo se construye entonces un personaje como el de Rose?
–La primera voluntad era la de escribir una novela sin tener ninguna idea de cuál sería el personaje. De forma natural empecé a escribir sin pensar en qué iba a salir y así empecé con una primera persona, que era una mujer. Después naturalmente -o no sé si tan naturalmente- empecé a trabajar sobre una idea de una chica a la que desde chiquitita todo le salía mal. Como un equívoco permanente, pero no por mala suerte solamente, sino por algo depresivo, más sórdido, que esquivara el estereotipo de Bridget Jones y se alejara del lugar común. El hecho de que las cosas te salgan mal puede ser verdaderamente tremendo, no sólo una neurosis o el 'no encajar'. Y otra fuerza que marcó la creación era la de buscar una forma rápida de avanzar en el tiempo en la novela; ahí se delineó la idea de una biografía. Lo de la peluquería está vinculado a esto de que las cosas le salgan mal, porque para mí obviamente tenía que estar el tema del dinero, de la clase social. No tiene plata ni para arrancar, trata de estudiar y no le va bien, entonces se anota en un curso de peluquería… y con eso ya le daba un color a ese personaje, la peluquera ya tenía cierto brillo.
–Pero la voz de Rose no es la voz de una peluquera
–Eso porque me encapriché con una idea que no quise resignar. No quería que el personaje hablara desde el costumbrismo de una peluquera sino desde la contradicción de que fuera obvio que estaba escribiendo yo, o un autor que tenía otro lenguaje. Uno podría decir que a una peluquera a la que le pasó todo esto no reflexiona de esta forma o no usa determinadas palabras. Pero yo insistí con que no iba a dejar eso porque tampoco lo sabía escribir de otra manera, y esa contradicción de alguna manera le aportó algo más a la voz de la novela.
–Es un personaje que parece recorrer un poco impávido las tragedias de su vida. ¿Es una chica consciente de su circunstancia?
–Yo creo que es un personaje fuerte sin proponérselo, posiblemente por una pulsión de supervivencia, de amor a sí misma, y creo que hay una permanente búsqueda de amor también. A la vez es un personaje que encuentra en ella misma la manera de independizarse, de no necesitar todo lo que no le dan, lo que no tuvo, y de avanzar. Y también me parece que es fuerte en relación a las preguntas que se hace sobre el pasado, o los sueños que ella tiene sobre la pérdida de sus padres, de esa tragedia original. Hay un impulso o un dolor que más allá de todo la lleva a seguir adelante. Porque eso siempre vuelve como una búsqueda, no como un trauma insoslayable. Yo diría que es un personaje que se equivoca, y así vive.
–¿La novela podría haber transcurrido en otra época? ¿Hubiera sido el mismo relato si hubiera transcurrido durante el kirchnerismo o, aunque es muy pronto para hablar de época, durante el macrismo?
–Elegí el menemismo buscando una distancia, para mirar de lejos. Cuando empecé a escribir aún estaba el kirchnerismo y había puesto referencias de época, como una escena en la que están mirando la tele un domingo y está Lanata, dando una pauta de la grieta. Al final lo saqué porque sentí que quizás estaba adivinando o especulando con ciertas cosas que iban a pasar y no me cerraba. Terminé optando por el menemismo porque, por un lado, no sabía qué edad ponerle al personaje y le puse mi propia edad, para que recorra una época que fuera la que yo conozco. Ella es contemporánea a mí, yo tengo 45 años, nací en los setenta y mi juventud fue en los noventa. Por otro lado, por el tema de los cambios vinculados a lo digital, a internet, al celular. Realmente esas cosas cambiaron la vida de todos y no se pueden obviar. Pero a su vez me costaba y me parecía feo escribir "entonces él le chateó, y ella hizo tal cosa". Por eso me limité a referencias más de los 2000, como que descargan cosas de la computadora, por ejemplo, algo que ya está viejo también. Ya hay como un vintage de lo digital.
–Hay dos personajes en la novela que son muy particulares, unos hermanos ciegos y malvados, que aportan un elemento peculiar a la historia, un poco delirante. ¿De dónde los sacaste?
–Yo tenía cierta idea de ciegos malvados, posiblemente por Sábato, pero en general porque hay un mito de que los ciegos son malos, pobres ciegos. Me imaginaba seres hundidos en la oscuridad, con temor, paranoia, defensivos o resistentes. Cuando se me ocurre la idea de -exageradamente- poner a dos ciegos en la historia la situación me divirtió un poco, y bueno, después lo desarrollé y lo vinculé con un matrimonio entre primos, empujada por la idea de forzarme a salir de los lugares comunes. También me gustaba el chiste de que los hijos de una pareja de primos "salen mal", entonces me di un poco la libertad para exagerar y para reírme de eso.
La dupla maléfica de los no videntes es uno de los datos de una historia en la que también hay un embarazo provocado por una eyaculación en la cara, un peinado recogido llamado "el jilguero" y que es símbolo de reconocimiento social, la identificación del sexo con el olor a una rejilla sucia y el logro de la casa propia a fuerza de planchitas y tinturas rubias. Una pauta de que al tubo de oxígeno de Ángeles Salvador -que en este momento está escribiendo su segunda novela-, todavía le queda bastante resto.
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