Que hoy el rostro de Frida Kahlo esté en objetos decorativos, marketing escolar, remeras de primera marca y graffitis feministas por igual no es ninguna casualidad. En una época donde la reivindicación de la mujer aparece como bandera indeclinable, la figura de la pintora y activista se impone pero también adquiere una resignificación, porque si hablamos de mujeres que supieron hacerse escuchar en un mundo hecho para hombres, entonces hay que hablar de Frida Kahlo. Pasaron 110 años de su nacimiento en Coyoacán el 6 de julio de 1907, criada en el matrimonio entre el fotógrafo alemán Guillermo Kahlo y la mexicana Matilde Calderón. La historia de Frida es, por sobre todas las cosas, una historia de lucha; de ahí su atractivo y la inspiración que genera en personas sensibles de diferentes clases sociales, géneros, etnias y regiones del mundo. Una inspiración que merece ser tomada con cuidado.
Si suponemos que, como muchos creen, hay un destino marcado para cada individuo, entonces hay que decir que el primer obstáculo que apareció en la vida de Frida fue el de la poliomielitis, una enfermedad recurrente de la época, que tuvo a los 6 años y le dejó secuelas -además de postrarla durante nueve meses- en su pierna izquierda. Pero claro, como aparecieron los obstáculos, también la voluntad de sortearlos: motivada por su padre, practicó boxeo y fútbol. Los varones del lugar no deberían poder creerlo. ¿Una mujer pateando una pelota? ¿Una dama golpeando una bolsa de arena e, incluso, a algún contrincante? Desde pequeña, Frida quería romper normas. Ese parecía ser su destino; y así lo fue. Sin embargo, para romper reglas, primero hay que padecerlas.
Tenía 18 años cuando el colectivo en el que viajaba recibió la estampida de un tranvía. El vehículo quedó completamente destruido, su cuerpo también. Ese 17 de septiembre de 1925 miró demasiado cerca a los ojos del dolor. Múltiples fracturas en la columna vertebral, en dos costillas, en la clavícula, en el hueso pélvico y en la pierna derecha, también se dislocó el pie y se descoyuntó el hombro izquierdo, y un pasamanos le atravesó la cadera izquierda hasta salir por la vagina. Quedó tendida, rota, ensangrentada, casi muerta y también desnuda, con un detalle que bien cuenta el escritor Carlos Fuentes en la introducción a El diario de Frida Kahlo: un artesano, que iba a su trabajo en ese colectivo, llevaba una bolsa con oro en polvo, esa bolsa se rompió y el oro la bañó mezclándose con la sangre y la carne expuesta. Si Baudelaire hubiese estado vivo, presenciando ese demencial paisaje, no dudaría en dedicarle mil poemas.
Pero, ¿cuánto aguanta un cuerpo? ¿Cuál es el umbral del dolor? Desde ese momento Frida fue sometida a más de 32 operaciones quirúrgicas y diversas terapias traumatológicas. El sufrimiento marcó su vida -sus pinturas La columna rota y Sin esperanza, por citar algunas, dan cuenta de esto-, por eso la única solución que le quedaba era cultivar un carácter, el de "defenderse de los cabrones", empoderar su voluntad y, en la adversidad, hacerse fuerte, invencible. Porque como todo ser sufrido, ella conocía bien las atrocidades del mundo, lo verdaderamente perturbador, ese olor putrefacto que emanan las grietas de lo perfecto. Eso que Francisco de Goya definió con una máxima: "Los sueños de la razón producen monstruos".
¿Dónde estaba su motor, la voracidad con la cual se paraba frente al mundo sin achicarse, esa seguridad, las ansias de no temer? Basta con ver las cartas que le enviaba a Diego Rivera para entenderlo: Frida amaba intensamente, "con vehemente locura", como si cada día fuese el último capítulo de una nouvelle. Se conocieron entre reuniones del Partido Comunista y visitas artísticas. Diego pintaba murales inmensos, llenos de simbología social e ímpetu revolucionario. Se enamoraron perdidamente pero, al ser artistas y activistas, con sentido crítico del amor; o mejor dicho: de las convenciones que envuelven al amor. Se permitían conocer a otras personas, sentir la vida, buscar experiencias y encontrar la inteligencia entrelazada al deseo. Frida vivió romances tanto con hombres como con mujeres, en un momento de la historia donde la homosexualidad era una maldición de Lucifer. Esas reglas también las rompió, porque amó con intensidad.
Por su cama (o los rumores de esa cama) pasaron León Trotsky, Chavela Vargas, Leo Eloesser, Jaqueline Lamba, Heinz Berggruen, Nickolas Muray, Tina Modotti, Isamo Noguchi y José Bartolí. ¿Quién no hubiese querido conocerla en la intimidad, en el sentido más amplio que la palabra conlleva, y comprender los recovecos de su compleja forma de ser y hacer?
Si el dolor y el sufrimiento son -como escribió Dostoyevsky- siempre inevitables para una gran inteligencia y corazón profundo, entonces esa amalgama de emociones contradictorias es parte de la esencia de Frida Kahlo, una mujer nacida para romper las reglas: mirar hacia lo mórbido y devolverle una sonrisa llena de amor. Siendo comunista, feminista, bisexual, romántica… ¿por qué su figura no deja de hacer ruido en el mundo moderno? Porque su identidad es la del conflicto, la del análisis retorcido, la de la alegría con el ceño fruncido, la de la mirada fija y penetrante, una postura en ataque contra lo injustamente naturalizado. En una época de consumo y pasividad, traerla al presente no implica solamente una celebración de sus trazos y colores -algo que ya destacaron pintores como Pablo Picasso, Vasili Kandinski, André Breton y Marcel Duchamp-, significa también revalidar sus argumentos y posturas.
A 110 años de su nacimiento, Frida Kahlo tiene que ser un espíritu activo que genere conflicto en lo convencional. Sino ¿para qué serviría recordarla?
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