En febrero, cuando trascendió el adelanto del Libro Blanco de la Industria Editorial, que desarrolló la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), hubo varios puntos que llamaron la atención: a la primera y obvia baja de la demanda de libros experimentada durante el 2016 se verificó la casi nula cifra de compras de libros infantiles por parte del Estado: de más de 5 millones en 2014 cayó a menos de un millón en 2015 y a cero el año pasado. Pese a ello, el libro infantil aumentó su participación en el mercado editorial, del 6% al 10% y el libro juvenil hizo lo propio, creciendo del 10% al 12%. Sumados alcanzaron el 22% y se situaban detrás de la categoría que encabezaba la participación en el mercado, Ficción, con 36%, desplazando así al segundo lugar a la No ficción (18%). Pero no sólo eso, los libros más vendidos durante el pasado año fueron dos títulos de literatura juvenil: Harry Potter, de J.K. Rowling, y #ChupaElPerro, de Germán Garmendia, más conocido en YouTube como HolaSoyGermán. El fenómeno de la LIJ (Literatura Infantil y Juvenil) se hacía extensivo a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FIL), donde las ventas de este sector se volvían muy interesantes. Esto y la inminencia de la 27° edición de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, que comienza el próximo lunes 10 de julio, hace necesario preguntarse hasta qué punto el crecimiento de LIJ es real y hasta qué punto, incluso, puede hablarse de un sector inmune a los vaivenes de la economía.
Adriana Fernández, gerente editorial del Área Infantil, Juvenil y Contenidos del Grupo Editorial Planeta, cree que efectivamente la industria ha tenido un crecimiento sostenido por años. Sin embargo, para ella es necesario distinguir lo infantil de lo juvenil: "Lo infantil tiene, por una lado, la perspectiva literaria, los libros que se publican bajo ese paraguas y que van sosteniendo o armando canon, de la misma manera que la literatura de adultos. En esa lógica no sólo está la mirada de la crítica, sino la de la escuela que es quien, a su manera, también crea canon". Pero además de los libros que tienen esta perspectiva literaria están aquellos libros de licencias, "productos casi puramente comerciales, que dependen directamente de propiedades en general audiovisuales". Y esto que es una maquinaria de producción de contenidos, con Disney a la cabeza, ha incrementado fuertemente su oferta: "Los que hacemos libros y tenemos los contratos aceitados vamos detrás de ellos".
Para esta editora, la literatura juvenil tuvo su punto de inflexión tras la aparición de Harry Potter, a fines de los 90: "Los jóvenes comenzaron a leer autores contemporáneos y nunca más pararon. El otro punto de inflexión fueron las redes sociales, difusoras de la literatura juvenil". Aquí se ubicó una comunidad muy interesante de bloggers, youtubers y booktubers. Todo esto ha consolidado el crecimiento en las ventas de LIJ dentro del Grupo Editorial Planeta, que actualmente alcanza el 17% de la facturación de esta trasnacional.
¿Pero este sector fue realmente el salvavidas para la industria editorial en los últimos dos años? Gloria Rodrigué, editora de La Brujita de Papel con vasta experiencia en la edición, cree que sería una "locura" pensar que la LIJ está sosteniendo al resto: "Estos dos últimos años se dio casualmente la coincidencia de que hubo dos libros dirigidos a este sector que tuvieron ventas excepcionales, pero es posible que el año próximo aparezca un bestseller romántico o un thriller". Por eso, para ella es imprescindible que el Estado vuelva a comprar libros infantiles, básicamente porque en parte eso contribuyó al crecimiento de la LIJ, pero además porque hizo que muchos títulos "estuvieran al alcance de niños y jóvenes que, de otra manera, no hubieran podido acceder a ellos. En este punto creo que no sólo es importante repartir libros, sino hacer políticas de promoción de la lectura a través de narradores, maestros y promotores de lectura, que ayuden a los niños a abordar los textos y a convertirse en futuros lectores".
El Estado aparece como la única institución que puede implementar un plan de fomento a la lectura, porque los márgenes de ganancia de los títulos LIJ no son suficientes "para hacer grandes campañas de difusión. Esta tarea hay que hacerla, en todo caso, en conjunto entre el Estado, las Cámaras del Libro, las Ferias y, por supuesto también, las editoriales, librerías y bibliotecas". Rodrigué advierte que el sector, por más pujante que parezca, no es inmune "a lo que sucede en el mercado", de ahí que haya que cuidarlo, porque se trata de un negocio.
Laura Leibiker, directora editorial de Norma, cree que si bien hubo por varios años un auge tanto desde el punto de vista de la venta y publicación (más novedades, más editoriales produciendo), las cifras de la CAP del año pasado y las que están disponibles ahora registran "una caída en las ventas totales que van de casi 60 millones ejemplares en 2015 a casi 45 millones en 2016. Si bien crece la participación en el mercado, el incremento real del 6% al 10% no es sobre una base constante". Por eso se queda con la variedad de la oferta de un sector donde se pueden encontrar libros ilustrados, libros álbum, de No ficción. Hay además, según ella, una gran cantidad de escritores e ilustradores de mucho talento, tanto que varios son reconocidos no sólo localmente, sino también en el exterior y reciben premios internacionales. Esto en parte ha sido gracias a subsidios del Estado que les permitió a muchos de estos talentosos escritores e ilustradores viajar y dar a conocer sus trabajos. Pero reitera que esa pujanza es relativa: "Muchas editoriales pequeñas lograron sobrevivir a los devenires económicos de nuestro país en base al esfuerzo de sus editores, pero también a la compra pública. Hoy, muchas están en una situación complicada".
Cómo el Estado vuelve a involucrarse en el fomento a la lectura, vuelve a ser el interrogante. Desde luego, a todas las editoriales les gustaría que el Estado comprara sus títulos. Para Adriana Fernández, "es indudable que las compras del Estado eran fundamentales en muchos sentidos", y su suspensión dio a entender que se trataba de algo sin importancia para el actual gobierno. Para Leibiker, el asunto se puede mirar desde una perspectiva más amplia, como campañas de promoción de la lectura, y en ese sentido "lo ideal sería que el Estado comprara libros no sólo porque los editores queremos vender, sino porque haya una demanda clara y potente de los ciudadanos (los chicos, los padres, los mediadores), una necesidad y un deseo de acceder a muchos más libros".
María Fernanda Maquieira, editora de Loqueleo/Santillana, coincide con la visión de Leibiker y resalta el papel de la escuela como "agente fundamental para la formación de lectores". Para ella, los editores les deben mucho a los maestros y bibliotecarios que han estimulado a que los chicos lean y compartan sus lecturas, propiciando de este modo que los libros circulen por las aulas. Pero también es evidente que en el crecimiento de la LIJ por diez años mucho tuvieron que ver las familias de esos chicos, que se comprometieron "con el tema de la lectura en la primera infancia, de ahí que la lectura del cuento antes de dormir es un ritual que no debería perderse cuando los hijos crecen y logran cierta autonomía". Y un aspecto que se toma a la ligera o que no se tiene tan en cuenta fueron los clubes de lectores, y en este crecimiento tuvieron mucho que ver "la formación de verdaderas comunidades en torno a un libro, saga o autor, la recomendación de los propios chicos, y la cuestión de una comunicación más fluida y más directa con autores". La lectura no como un fenómeno individual, sino también colectivo, para Maquieira, "es un signo de estos tiempos".
Para la editora de Loqueleo, en el mapa editorial de la LIJ Argentina, "si bien hay grandes editoriales que lideran el mercado y concentran la obra de los autores más destacados, hay mucha dispersión de títulos en decenas de empresas editoriales medianas y pequeñas, de modo que realmente abunda una gran variedad de productos". Lo que le preocupa más que la concentración es cierta uniformidad en cuanto a la "repetición de autores, géneros y contenidos en múltiples formatos, que torna un poco homogéneas las propuestas. Muchas buenas ideas de pronto se convierten en 'clones' de editoriales que tratan de repetir los éxitos ajenos". Esta visión vendría a contradecir la variedad de la que hablaba Adriana Fernández, así y todo ambas editoras tienen visiones parecidas sobre todo cuando hablan del desempeño de sus casas editoriales, porque Maquieira no duda también en señalar el éxito que tiene Loqueleo: "No dependemos del libro de moda o de los fenómenos mediáticos, tenemos un catálogo con verdaderos longsellers, que venden en un año 20 o 30 mil ejemplares solo en Argentina. Tenemos autores que superaron los dos millones de ejemplares vendidos históricos como Elsa Bornemann y Luis Pescetti".
Trini Vergara, editora de V&R, vocal de la CAP y encargada de la edición del Libro Blanco de la Industria Editorial, apunta a un tema muy importante que está influyendo en las ventas de este 2017; ventas que, según ella, no terminan de repuntar: "Todo está muy recortado por el tema político, muchos con desilusiones, con un cambio que no viene. La Feria pasada fue un buen momento, pero es una burbuja. Quizá hacer esta pregunta ahora no sea el momento más adecuado porque las expectativas se duplican". Si bien no se puede responder si la industria en general y el sector LIJ recuperarán lo perdido en ventas, Vergara pone otro acento en el crecimiento del libro juvenil desde hace seis o siete años: "Hay un cambio de paradigma, un cambio de lectores que se está trasladando, en otras palabras, se venden menos infantiles y más juveniles, pero es el mismo público o cantidad de lectores. La caída o, mejor dicho, la cancelación de las compras del Ministerio de Educación tuvo un efecto directo en las ventas de literatura infantil, no así en las ventas de literatura juvenil, que ha tenido su espacio en las librerías".
Pero el libro juvenil no es un fenómeno argentino, sino regional, y según Vergara, está muy ligado a esta nueva costumbre de leer compartiendo: "Hay una movida que nosotros, los editores, no la creamos, y es una muy buena noticia, porque el comprador de catorce o quince años es un comprador autónomo. Eso era bastante raro que pasara hace veinte o treinta años, ya que se pasaba de leer literatura infantil a literatura para grandes". En este sentido no favorece para el aumento de las ventas el hecho de que estos libros estén al lado de dibujos y peluches en las librerías. "En México, por ejemplo, ya entendieron que tienen que separar el lugar infantil de juvenil en los espacios de venta, en Argentina aún no", explica Vergara. ¿Por qué entonces se hace una Feria del Libro Infantil y Juvenil? Para Trini Vergara lo que hay detrás de esta decisión es un tema presupuestario y de riesgos, porque "abrir una nueva feria, en este caso juvenil, no es tan fácil". Como fenómeno a tener en cuenta, el último fin de semana de la Feria del Libro (la grande, como aclara ella), desde hace un par de años se ha venido dedicando al libro juvenil, básicamente por el buen ojo de su director, Oche Califa.
Ahora que en unos días empieza una nueva versión de la Feria Infantil y Juvenil será una buena oportunidad para observar qué tan pujante está el sector, cuáles son sus apuestas (si más juvenil o más infantil) y si habrá títulos de Disney o de autores e ilustradores locales. Como dice esa frase, quizá "lo mejor está por venir". Porque la comunidad de lectores en los libros juveniles ya está, al igual que la escuela como promotor de hábitos de lecturas. Eso es un terreno ya ganado por el contexto en que se ha movido la LIJ. El primer trimestre de este año el Estado compró 3,6 millones de libros. Desafortunadamente ninguno de ellos fue de literatura: fueron todos libros de texto.
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