Una de las voces más elocuentes de la crítica actual que ha tomado al rock como elemento cultural a lo largo de su prolífica producción de libros, Greil Marcus, llegó a la Argentina invitado por el Ministerio de Cultura de la Nación. Este viernes dialogó durante una entrevista pública con el periodista Pablo Strozza en la Biblioteca Nacional, con entrada libre y gratuita.
Recién llegado de Cataratas del Iguazú, este escritor estadounidense, un intelectual comprometido con la evolución cultural y nuestro lugar en el mundo y con la música como espacio ambiguo entre el tiempo y la existencia, comienza diciendo: "Ya había estado allí pero qué lindo es. Como el Gran Cañón del Colorado, esa misma intensidad e inmensidad".
Despojado de palabrería teórica, la importancia de los ensayos de Marcus se traduce en una nueva dimensión desde lo perceptivo hasta lo auditivo, siempre con la intencionalidad de que la escena musical sea el disparador de registros de palabras que logren describir el devenir cultural. Extensísimo autor, incansable pensador, algunos de sus títulos son Rastros de Carmín (Lipstick Traces, 1989/2009), La historia del rock and roll en 10 canciones (The History of Rock'n'Roll in Ten Songs, 2014), Mistery Train: Imágenes de América en la música rock & roll (Mystery Train: Images of America in Rock'n'Roll Music, 1975/2015), El basurero de la historia (The Dustbin on History, 1995), The Shape of Things to Come: Prophecy and the American Voice (2006), Bob Dylan by Greil Marcus (2015), Dead Elvis (1991), The Old Weird America: The World of Bob Dylan's Basement Tapes (1997/2011) y In the Fascist Bathroom: Punk in Pop Music 1977–1992, traducido como Escritos sobre el punk y editado en español en español por Paidós.
Con un posgrado en Ciencias Políticas bajo el brazo, no puede dejar de ver el mundo desde una perspectiva jerarquizada, poco diplomática y menos aún justa. Marcus es un tipo tranquilo, habla pausadamente con una cadencia que solo logra la seguridad de saber de lo que se habla. Contundente aunque reposado, defiende el valor del ensayo cultural como definición de una identidad social. Un humanista.
— Debería ir a Patagonia.
— La próxima vez, sin falta. Cuando vine en 2002 por primera vez fue porque mi hija estaba haciendo su tesis sobre la dictadura argentina y la comunicación social y cultural frente a ese estado dictatorial; estuvo dos años acá haciendo su investigación. Sobre todo a nivel social, en cómo la gente enfrenta la verdad a través del tiempo y en otros formatos que no fueran los habituales: el arte, el teatro, fanzines, comics, cine. Vino este año para continuar su investigación y para seguir desarrollando su ensayo. Para eso volvió a entrevistar a esas mismas personas -habla perfecto español- que siguen trabajando por los mismos derechos. Esta vez lo hizo con su familia, su marido y sus hijos, así que vinimos todos. Lo interesante es que después de semejante trauma, la gente se abre de otro modo a estas preguntas hechas por alguien que no ha estado involucrado directamente. Y no hablamos solo de dictaduras sino de terremotos, revueltas sociales y culturales que a los involucrados les toma veinte años poder hablar al respecto. Ella es curadora de la Universidad de Minessota y se ocupa de digitalizar la biblioteca aunque no sé si la modestia le ha permitido subir su propio trabajo, es una gran tesis.
— A lo largo de la historia, el rock -como elemento cultural- ha tenido y tendrá diferentes matices. Antes era inseparable del concepto de rebeldía pero siempre referirá a una suma de disciplinas y exploración de nuevas formas artísticas.
— La música no es necesariamente rebelde y puede serlo de maneras muy diferentes, algunas más reaccionarias, como el punk. Había un elemento en el punk inglés de mediados de los 70 con la iconografía nazi que buscaba provocar, inclusive con actitudes racistas y antisemitas solo para destacar su condición de "A mí no me importa nada" y demostrar cuán duro uno puede ser. Recuerdo una noche en el 78, en San Francisco, dos chicas de veinte años con un look muy punk, en medio de un concierto, se me acercaron y me dijeron que todo lo negro, el soul, el blues era una puta mierda. "Fuck off, pensé, salgan de acá", pero no lo hice ya que era moneda corriente por esos días tener esa actitud. Ni vos ni yo podríamos entender que alguien con sensibilidad artística, musical, pueda sentirse atraído por Donald Trump. Estados Unidos y el mundo entero están shockeados con Trump, algo para lo cual él es muy bueno: shockear a la gente. Lo hace una vez y otra y otra y otra, no para. Un absurdo tras otro. Y como lo hace sin parar no nos da tiempo para decir: "No, mirá, esto está mal por esto y esto". Alfred Jarry tuvo que escribir Ubú Rey tres veces, lo reescirbía cada vez que se daba cuenta de que Ubú se hacía más y más poderoso, como puede pasar con Trump. Hay un campo magnético muy confuso que no permite discernir lo bueno de lo malo y solo porque a nosotros nos guste la música o la escritura de alguien, no podemos exigirles que hagan una proclama al respecto.
— Es el espíriu adolescente que conservo, me disculparé.
— No lo hagas, yo también lo conservo.
— ¿Qué se viene? ¿Va a seguir escribiendo, verdad?
— Desde ya, tengo apenas setenta y dos años. (Risas)
— ¿Y en qué está pensando?
— Estoy pensando en F. Scott Fitzgerald. Di unas charlas sobre él hace unos años poco antes que saliera la última versión fílmica de El gran Gatsby, en 2013. La charla era sobre la cultura de masas en altos y bajos estratos sociales, por qué la división o por qué no logramos un puente entre ambos. Hay factores que considero que resultan determinantes para que la gente piense de un modo u otro, culturalmente hablando. Y para esto me focalizo en un incidente que ocurrió cuando daba una charla en una librería en Nueva York. Había salido esta nueva versión de la película con Leonardo di Caprio y una reedición del libro y hubo una reseña que destacaba la vulgarización de semejante clásico, muy snob, porque no les gustó la tapa y llamaba a la gente a no leer la novela porque era una vergüenza tener ese libro en mano. Yo me pregunto, ¿es acaso mejor no leer el libro porque no te gusta la portada?, ¿de qué estamos hablando? Y a eso me quiero referir, a la actitud que podemos tener sobre lo que sea, si es bueno, malo, si te enorgullece, si te da vergüenza. Ahí es donde te mandan a avergonzarte de lo que amás, en el mundo, en el arte, en la literatura. Una semana después salió la película, la vi en París porque justo me encontraba ahí y la amé, la volví a ver en el avión de vuelta a California y otra vez en casa. La amé las tres veces. Y para poder investigar bien el material para mi nuevo libro al respecto, vi todas las versiones de El gran Gatsby: hay una primera de los años 20 que está perdida aunque di con el trailer y por lo que se ve ahí, las escenas de baile son geniales. Luego está la del 49 con Alan Ladd, pero es muy difícil de encontrar, y finalmente me la enviaron por correo. Es la peor película que se ha hecho en la historia del cine. Finalmente está la de Robert Redford, que la recordaba muy aburrida y sigue pareciéndome muy aburrida. Diez años atrás, una compañía teatral hizo una lectura del libro que tomó más de seis horas pero todos los participantes actuaron, además de leerla. Quiero escribir sobre, vamos a decir, la alta cultura y la baja cultura. Un libro corto sobre El gran Gatsby y lo que ha hecho el arte con eso, releo el original cada dos o tres meses. Siempre se están descubriendo nuevas cosas, es fascinante.
— ¿Está dejando el rock de lado, entonces?
— No, Rastros de Carmín tiene 600 páginas. Empieza con los Sex Pistols y termina con los Sex Pistols, las 500 páginas en el medio son sobre cualquier otra cosa, sobre vanguardia. La música siempre está ahí. Todo comienza con una canción.
— ¿Escribirá una novela, algo de ficción?
— No lo sé… Escribí falsas biografías de cantantes de blues. En un capítulo hablo de Robert Johnson y el impacto de su música. Muere en 1938. Así lo describo: nació, vivió, murió, etc., pero luego, en la segunda parte del capítulo me pregunto qué hubiera pasado si no lo hubieran matado y la relato no cómo habría sido su vida sino cómo fue, en realidad, cómo se me antojó a mí que fuera.
— ¿Qué lee?
— Leo novelas, contemporáneas sobre todo. Acabo de leer I Hate the Internet de Jarret Kobek y no es polémico sobre cómo internet nos arruina la cabeza sino historias entre las personas. Leí el último de John Grisham también.
— ¡¿Por qué?!
— (Ríe) Porque trata sobre el robo de los originales de Fitzgerald y pensé que quizá Grisham podía decir algo, alguna línea aunque sea, interesante sobre Fitzgerald.
— ¿Y lo hace?
— No lo hace. Quise leerlo creyendo que podía decir algo interesante y hasta poder citarlo pero me equivoqué.
LEA MÁS:
_________
Vea más notas de Cultura