Cuando los hombres quieren explicarnos la vida entera

Una columna del español Javier Marías y unas declaraciones del noruego Karl Ove Knausgard despertaron una vez más la discusión sobre el peso del género en la literatura. ¿Cuánto influye que el autor de una obra sea un hombre o una mujer? ¿Es cierto que hoy hay una ola feminista que define lo que se publica, más allá de la calidad de los textos?

Karl Ove Knausgard y Javier Marías

Durante último fin de semana, el premiado y exitoso escritor español Javier Marías publicó en la revista del diario El País de Madrid una columna en la que cuestiona a lo que dio en llamar vagamente "una corriente feminista" que, entre otras acciones dañinas en materia cultural, estaría perjudicando severamente a la literatura, al otorgarle reconocimiento y prestigio "por decreto" a ciertas escritoras por el solo hecho de tratarse de mujeres, aplastadas durante siglos por la "conspiración patriarcal". Un par de días después, al best seller y reconocido por la crítica autor noruego Karl Ove Knausgard le preguntaron por sus declaraciones durante una entrevista con la norteamericana Siri Husvedt, en la que la escritora le consultó por qué no había más escritoras mencionadas en sus libros. "No son competencia", fue la desconcertante respuesta del autor de La muerte del padre que desató la polémica. El episodio está narrado en el último libro de Husvedt, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, en donde la autora desarrolla precisamente su tesis acerca de que no importa el valor que tenga la obra literaria de las escritoras o cuán brillantes sean: igual no cuentan.

Siri Husvedt.

Cada vez que se desata un debate de este tipo, es suficiente mencionar ideas similares a las de Husvedt para que, como en el caso de Marías y de Knausgard, los hombres en cuestión agiten la manito y comiencen a dar nombres como ejemplos de autoras interesantes y/o que consiguieron superar los prejuicios y el espíritu patriarcal, que, por cierto, estos escritores consideran superado. Y ahí volvemos a las Brontë, a Jane Austen, a Mary Shelley, a Flannery O'Connor y a algunas más, números puestos en la historia de la literatura en la que seguramente siguen enterrados muchísimos otros nombres que no llegaron a ver la luz. Alcanza con espiar cualquier lista de las "100 mejores novelas de la historia" o los "50 mejores títulos de la literatura universal" y otras competencias canónicas por el estilo para ver cuántos de esos libros fueron escritos por mujeres. Casi no existen, ni siquiera para agitar la manito.

Jane Austen

Y es ahí entonces donde aparece Javier Marías y trina porque dice que la "corriente feminista" reivindica hoy cualquier texto escrito por manos de mujer por una cuestión ideológica, independientemente de su calidad. Y tal vez haya que concederle la razón en un punto: no todo lo que se publica y se celebra es bueno, pero esto vale no sólo para la literatura escrita por mujeres sino en general, seamos francos. Entonces aparece Knausgard y dice que cómo no, que claro, que por supuesto existen buenas autoras mujeres y menciona a las que publican en su editorial, esa editorial boutique que montó con su hermano. Y es aquí cuando surge una variable que a Marías tal vez se le escapa y es que no es precisamente la "corriente feminista" la que legitima las obras sino que son las editoriales las primeras en decir: este libro vale por esto y esto y por eso merece ser publicado. Y entonces… ahhhh, entonces volvemos al principio, ya que en la mayoría de las editoriales de todo el mundo siguen siendo hombres quienes toman esa última decisión, la de publicar o no un manuscrito.

(Getty)

"Si vende, es bueno". Este es el criterio en la mayoría de los casos a la hora de decidir un contrato editorial. Y hoy la literatura escrita por mujeres vende. Y los temas vinculados a las mujeres, también. Es tan cierto que las mujeres fueron silenciadas y aplastadas en virtud de una cultura centralmente masculina como que en estos días, por primera vez, la discusión sobre este tema tiene la fuerza suficiente para imponerse en la agenda pública, lo cual no quiere decir de ningún modo que se trate de una práctica social y cultural superada.

Karl Ove Knausgard (Getty)

Hay un término en inglés, un neologismo lúcido que es metáfora de una cultura de siglos. La palabra es mansplaining y es una conjunción entre la palabra man (hombre) y el verbo explaining (explicar), una acción que podría definirse como "explicarle algo a alguien -en rigor, un varón a una mujer- desde un lugar condescendiente y de superioridad paternalista". La columna de Marías es, a su modo, un maravilloso cóctel de mansplaining con la provocación necesaria para llamar la atención (como columnista, algo indispensable). Una pena, sin embargo, que en su lista de grandes mujeres de la literatura sólo haya mencionado nombres clásicos y archilegitimados y no algún descubrimiento reciente, alguna colega a quien valga la pena comenzar a leer. Una pena que, por ejemplo, entre los grandes reconocimientos de este tiempo, así de enojado como está con todos y con nadie, no haya mencionado a extraordinarias escritoras efectivamente ocultas por décadas y ahora redescubiertas como la estadounidense Lucia Berlin, autora de Manual para mujeres de la limpieza, un libro de relatos que dejan ver el mundo a través de una copa, plenos de imágenes en las que la belleza emerge del mal y la sordidez. Tal vez no la leyó, tal vez no lee a autoras contemporáneas. Tal vez está tan furioso que se lo pierde.

Lucia Berlin, autora de Manual para mujeres de limpieza

Anoche comencé a leer el último libro del argentino Hernán Vanoli, Pyongyang. El primer cuento, "Ursus Americanus Kermodei", narra el viaje de L., una mujer recién separada que desde siempre tiene osos en calidad de "amigos" invisibles, en un auto de una empresa de carpooling. El viaje compartido con otro pasajero y el chofer se sucede a pasos demenciales a lo largo de la avenida Córdoba y llega hasta Agronomía. Durante el paseo alucinado y sombrío por los diferentes barrios, se cruzan todos los fantasmas posibles de L.: la muerte de su madre, la separación, la violencia a la vuelta de la esquina… Lo leí de un tirón, me interesaron el tema y el tratamiento del asunto, la prosa distante y certera, el despojamiento y el delirio en simultáneo. La L. de Vanoli me resultó desde el comienzo un personaje cercano en su padecimiento y en su peripecia: no siempre es necesario que sea una mujer quien cuente esas cosas que les pasan o les pueden pasar a las mujeres.

Donna Tartt, autora de “El jilguero” (Getty)

A mi lado, como todas las noches desde hace mucho tiempo, leía un hombre. Su atención estaba dirigida a El jilguero, una novela extraordinaria que cuenta la historia de Theo Decker y explora la vida en la era del terror, el mundo del arte y el de las drogas y que traduce fundamentalmente los sentimientos de un hijo, un sobreviviente cuya vida estalló una tarde en el Metropolitan Museum de Nueva York. El jilguero está narrada en primera persona, tiene mil páginas y su autora es Donna Tartt.

Hernán Vanoli (Margarita Solé / Ministerio de Cultura de la Nación)

Así las cosas, yo leía a un autor que contaba la historia de una mujer mientras W. leía a una autora que contaba la historia de un muchacho. Ambos leíamos buena literatura antes de emprender el sueño, una receta infalible para terminar el día en paz con uno mismo. El género, para nosotros, era a esa altura de la noche una discusión sin importancia.

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