Memorias de una familia polaca separada por la guerra

Por Ana Wajszczuk

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La autora de "Chicos de Varsovia" (Sudamericana) cuenta en este texto cómo un día cualquiera, a partir de un correo electrónico, el pasado se impuso y la convenció de que debía escribir sobre las historias desconocidas de una parte de su familia, que quedó al otro lado del Atlántico después de la Segunda Guerra.

Antoni Wajszczuk (derecha), junto a
Antoni Wajszczuk (derecha), junto a un amigo.

Quince años atrás llegó vía correo electrónico una revelación a mi casa: era el tío Waldemar, un primo de mi abuelo –muerto cuando yo era una nena- de quien yo nunca había escuchado hablar. El tío nos contactaba porque había investigado, con alma de historiador y determinación de detective, la historia de nuestra familia común, partida por la Segunda Guerra Mundial.

Mis abuelos eran polacos arribados a la Argentina como tantos otros, después de que la ocupación soviética los hubiera enviado al Gulag y el final de la guerra los encontrara refugiados en Inglaterra, donde se conocieron y nació mi padre. Y en el árbol genealógico que el tío Waldemar había armado, aparecían fotos, testimonios, recuerdos, cartas de toda esa familia que había quedado en Polonia y de las cuales ni mi padre ni mis hermanos ni mis primos ni yo teníamos idea alguna.

Tapa del libro.
Tapa del libro.

Tiempo después, escribí un libro de poemas sobre las historias que aparecían en el árbol genealógico. Y creí haber cerrado algo. Pero no. Porque cuando viaje por primera vez a Polonia y en los jardines del Museo del Levantamiento de Varsovia vi grabados en un muro de granito negro, entre once mil nombres de insurgentes muertos, los de los primos de mi abuelo y del tío Waldemar, algo volvió a abrirse.

Antoni tenía 20 años; Barbara, 18; el menor, Wojciech, 15. Los tres eran hermanos y miembros del Armia Krajowa (AK, el Ejército Nacional), el ejército clandestino de la resistencia polaca, compuesto en su mayoría por insurgentes tan jóvenes como ellos y como su hermana mayor, Danuta, de 26, quien logró sobrevivir. El 1 de agosto de 1944, a las cinco en punto de la tarde, quince meses después de la insurrección del Gueto, el AK se levantó contra la ocupación nazi. Creían que como máximo en una semana iban a liberar la capital y su país. Las cosas no resultaron como pensaban. Dos meses y 200 mil muertos después, tuvieron que capitular. Varsovia quedó destruida: "A ras del suelo", había ordenado Hitler.

Libreta militar del abuelo de
Libreta militar del abuelo de la autora de “Chicos de Varsovia”.

En 2014, al cumplirse 70 años del Levantamiento, empecé a investigar. Más de 150 insurgentes habían llegado a la Argentina, y algunos de ellos todavía estaban vivos. Así descubrí historias de chicos de pocos años ocultos en sótanos, de chicas de dieciséis que se sumaron a los pelotones como mensajeras y enfermeras de combate, chicos de veinte que se salvaron de milagro de los ataques de mortero. Muchachos judíos que se escaparon del Gueto para pelear luego en el Levantamiento. Capitanes legendarios que llegaron con el más bajo perfil a la Argentina, boy scouts que perdieron todo menos las agallas. Las historias me desbordaban.

Insurgentes, tras la capitulación del
Insurgentes, tras la capitulación del AK (Créditos: Wiesław Chrzanowski y Museo del Levantamiento de Varsovia)

Estos chicos de Varsovia, que yo había entrevistado para escribir un artículo periodístico, se merecían un libro. Mi familia también. ¿Qué me impulsaba? ¿El anhelo de encontrar héroes en mi linaje? ¿Descubrir una historia que corría por mi sangre aunque nadie me la hubiera contado? ¿Reclamar el silencio de mi abuelo? ¿Buscar algo que mi padre y yo pudiéramos compartir?

La autora del libro, junto
La autora del libro, junto a su padre, en la terraza del Museo del Levantamiento de Varsovia.

Volví a Varsovia en agosto de 2015. Con mi padre. A buscar lo que quedara de nuestros parientes entramados con esta historia. Mi padre, criado en un mundo polaco incrustado en el conurbano sur de Buenos Aires, que habla el idioma de zetas y eses con una fluidez que me maravilla; mi padre, certificado de garantía, traductor, pararrayos, compañero de esta road movie. Llegamos a la capital polaca en pleno aniversario del Levantamiento, cuando las calles estaban tomadas por octogenarios con brazaletes blancos y rojos –los colores de la bandera nacional- tal como se identificaban unos a otros más de setenta años atrás. Los entrevistamos, asistimos a sus homenajes, visitamos cementerios y monumentos y museos, hablamos con parientes y con amigos de nuestros parientes y con parientes lejanos de nuestros parientes.

Afiche del AK llamando a
Afiche del AK llamando a las armas.

¿Cómo resucitar esa historia, atravesada como estaba por la distancia, la cultura, el idioma que me separaba de ella? Muy poco se ha escrito sobre el Levantamiento que no esté en polaco. A veces, querer entrar en ese pasado era como mirar peces bajo una capa de hielo congelado. Me traje de Polonia horas de entrevistas, pilas de libros en inglés, miles de dudas sobre cómo contar algo que aún es motivo de debates y que incluso algunos no querían que yo contara: el hijo de Danuta, mi parienta lejana que había sobrevivido al Levantamiento, me prohibió hablar sobre su familia. "Dejá a los chicos en paz", me dijo por correo electrónico. Lo cruzamos una tarde en las afueras de Varsovia, después de un homenaje al menor de los insurgentes. Frenó su auto, gritó en polaco que seguía sin estar de acuerdo con el libro que yo quería escribir, y cuando quise acercarme, arrancó a toda velocidad.

Wojciech Wajszczuk.
Wojciech Wajszczuk.

Una vez en Buenos Aires, la primera idea fue intercalar la historia del viaje a Varsovia con las historias de los insurgentes que habían comenzado una nueva vida en la Argentina. El pasado, que no pasa nunca, empezó a dictar el resto. ¿Era una crónica lo que iba a escribir? ¿Una investigación histórica? ¿Una novela familiar, un testimonio, un ejercicio de literatura del yo? ¿Un viaje al pasado, esa ficción que nos contamos a nosotros mismos? Había que abrirle la puerta, darle aire, y que el pasado entrara. Y lo que entró también por esa puerta, después de muchísimos años, fue la poesía: entre entrevistas y fotos, entre noticias reproducidas de diarios de otra época y reconstrucciones de masacres y fugas, entre las lágrimas de mi padre y mi inquietud por no poder abarcarlo todo, entraron poemas. Y la máquina del libro encontró los engranajes para ponerse en marcha.

Barbara Wajszczuk.
Barbara Wajszczuk.

Ahí está entonces Chicos de Varsovia, ese artefacto venido del pasado para decirme muchas cosas. Entre ellas, que al contar estas historias de otro tiempo, al contarle a mi padre sobre sus ancestros como en una suerte de cuento de buenas noches, también me estoy despidiendo de mi juventud.

 

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