Kassel, Alemania. Enviada especial. Estar en esta ciudad por estos días es participar de algún modo de una excitante búsqueda del tesoro. Por todas partes, allí hacia donde uno mire, suben y bajan por las colinas hombres, mujeres y chicos de diversas edades, todos con un mapa en la mano: es el que indica dónde están los 42 espacios en los que se exhiben las obras de los 160 artistas de 50 países convocados para la edición 14 de Documenta, la gran muestra de arte que nació en 1955 -apenas 10 años después del fin de la Segunda Guerra- como evento secundario de una gran exposición de jardinería y que terminó convertida en el faro desde donde se alumbra cada cinco años el futuro del arte contemporáneo. En medio del entusiasmo general de un estreno esperado, todos hemos devenido guías ya que siempre toca orientar a algún paseante perdido, señalar un museo que se pasó por alto, una estación de tren o un espacio en donde las obras esperan a su público.
A partir de hoy y por 100 días, esta ciudad de 200 mil habitantes en donde nacieron los hermanos Grimm se prepara para recibir a un millón de visitantes. Esta vez, los artistas debieron trabajar pensando en dos ciudades en paralelo, Kassel y Atenas, ya que la decisión del curador polaco Adam Szymczyk (1970) y su equipo de doscientos expertos fue que debían exponer en ambas. Por primera vez entonces no hay un centro único para Documenta, sino dos. Alemania y Grecia: la locomotora de Europa que marca las normativas de los por ahora 28 países que integran el bloque y el país desobediente, que tuvo que "adecuarse" para seguir con oxígeno financiero y formando parte del mundo próspero. Naturalmente, como el arte hoy es el radar de lo que mueve al mundo, la política no podía faltar en las propuestas de esta edición: ajuste, refugiados, explotación, violencia de género, racismo, crímenes de odio, miseria, guerra, guerra, guerra…
Mientras en el centro de la escena refulge el Partenón de libros prohibidos de la argentina Marta Minujín, con su estructura metálica de 48 columnas y sus dimensiones desmesuradas que contienen a miles de ejemplares, a pocos metros de allí otra obra despierta la curiosidad y el interés de todos los que pasan a su lado. Se trata de una estructura de tubos que reproducen los conductos que se usan en obras de canalización. Adentro de cada uno, se aprecia una suerte de vivienda con objetos personales: ropa, calzados, utensilios diversos que remiten a diferentes identidades. Representa, sí, qué significa haber llegado a vivir en los caños.
El autor de la obra es Hiwa K., un artista kurdo iraquí que llegó a Alemania en los 90, luego de huir a pie del Irak de Saddam Hussein. Él mismo debió vivir en uno de estos caños en ese momento, por no tener el dinero suficiente para alquilar un albergue decente. Como muchos de los refugiados que escapan de Medio Oriente hoy, Hiwa K. también pasó por Grecia antes de llegar aquí.
La intención del artista era no solo exhibir los caños y sus objetos en el megaevento, sino ponerlos en alquiler en Airbnb para los turistas, pero la ciudad le negó el permiso por una cuestión de salubridad, de modo que solo los 13 asistentes que lo ayudaron a construir la instalación podrán pasar una noche allí durante este museo gigante y vivo que es Documenta. La huella de los refugiados puede verse también en los sacos de arpillera que recubren los dos edificios de la Torwache, enormes telas cosidas por las manos de migrantes, en un proyecto de Ibrahim Mahama, de Ghana.
Aunque esto recién comienza hoy, los expertos vaticinan cierta clasicidad en la oferta, un cambio de rumbo o un regreso a ciertas fuentes. Aunque lo contemporáneo más excéntrico y a veces controvertido es marca en performances de lo más variadas -las que forman parte de Documenta y también las de artistas que llegan con su arte callejero a cuestas-, y en videos e instalaciones de todo tipo, también es posible hallar pintura más tradicional como la del ruso Pawel Filonov (1883-1941) muestras de fotografías de los años 60, 70 y 80 (en artistas griegos y balcánicos, por ejemplo) e incluso más antiguas, acompañadas de documentos como correspondencia privada y manuscritos de libros, como es el caso de la delicada exhibición de la obra de una sobrina de Sigmund Freud que se dedicó a la edición de libros infantiles y otra compuesta, además de por fotos, por las cartas entre Walter Benjamin y la letona Asja Lacis, actriz y directora de teatro con quien el filósofo alemán convivió en Berlín.
Una curiosidad: en el mismo espacio, el Grimmwelt Kassel, pueden verse las fotos que registraron el happening El helicóptero, de 1966, organizado entonces por el escritor y psicoanalista argentino Oscar Masotta.
Otro argentino, David Lamelas, exhibe en la estación de tren Willhelmshohe un tríptico de videos que muestran debates en el Parlamento griego y en su par alemán, el Bundestag y una tercera pantalla en donde asoma el Partenón original de Atenas. Lo que se discute es el futuro de Europa y de la humanidad, como lo entiende Occidente hace siglos.
La muestra que hoy queda inaugurada en Kassel estará abierta hasta el 17 de septiembre. En Atenas, las obras comenzaron a exhibirse en abril y podrán verse hasta mediados de julio. Para saber qué es lo que viene, el mundo del arte esperó ansiosamente cinco años: es el mismo tiempo que artistas, expertos, coleccionistas y público ávido de belleza y novedad deberán volver a esperar una vez que este colosal museo de cien días se desarme y un nuevo equipo de curadores comience a pensar en la próxima edición de Documenta.
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