Nueva York. Especial. El dato duro dice que Nick Cave & The Bad Seeds, la banda con la que grabó 16 discos de estudio, presentaron el último, Skeleton Tree, grabado y lanzado a las bateas y virales del mundo durante 2016, este viernes 26 de mayo en el Kings Theatre de Brooklyn. El sábado 27 dieron su segundo recital en el mismo lugar, con entradas totalmente vendidas, al igual que el día anterior. Estos dos shows abrieron la gira norteamericana y canadiense de presentación del disco que, de acuerdo a la remera que me compré, finaliza el 29 de junio en el Greek Theatre de Los Ángeles.
El Kings abrió sus puertas en septiembre de 1929, un mes y medio antes del Crack Up y la Gran Depresión que a muchos países les llevó años, décadas, recuperarse. El teatro, sin embargo, cerró recién en 1977. La desidia, el abandono y la naturaleza hicieron lo suyo: terminó carcomido, cayéndose a pedazos. Volverlo a la vida le costó a la Ciudad de Nueva York y a un socio privado casi 100 millones de dólares. Reabrió en el año 2015 con un recital de Diana Ross.
De arquitectura barroca, una combinación maciza de dorado y rojo aterciopelado, se levanta espléndido y sólido en una zona de Brooklyn donde viven sobre todo inmigrantes jamaiquinos. El sábado 27 estaban dando vueltas por el lobby Regina Spektor y la mirada trasheada de Chloe Sevigny. Los mortales hacíamos cola para pedirnos un vodka tonic.
Cuando decidí sacar pasajes para venir a Nueva York a festejar mi cumpleaños (una costumbre que tengo de salir de la ciudad donde vivo y fugar como fuga mi tiempo), hice una barrida por Ticketmaster y ví que tocaba Nick Cave unos días antes de mi cumpleaños. Al tun tun, saqué sector 2 butaca 5 para el 27 de mayo. En el penúltimo tema, se bajó del escenario y termino cantando subido a una butaca, a 4 butacas de la mía.
En el lobby del Kings se mantiene en activo un bebedero de agua de 1929 con la inscripción: "Drink and be refreshed". Y más allá de que varios entramos a la sala con un vodka tonic en la mano, una cerveza tirada, un whisky, beber de la fuente una vez terminado el recital de dos horas y monedas de esa voz que parece habitar en una caverna (sí, el nombre es arquetipo de la cosa), era algo necesario para apagar tanta combustión.
Es que ver a los Bad Seeds en vivo, escuchar cantar a Cave The Mercy Seat (un tema que toca casi siempre en vivo), seguir su cuerpo con forma de flecha y sus movimientos entre espásticos y elegantes, es exponerse a una serie de fogonazos cegadores y quemantes, pero que en vez de cerrar los ojos y trabar la garganta y la respiración, querés pasar de un fogonazo a otro. Acompañado por una banda que suena como una orquesta pulcra que tiene un don para desmadrarse, ya sin Mick Harvey y Blixa Bargeld, sus históricos edecanes, pero con Warren Ellis, con quién compuso el soundtrack de la película The Assassination of Jesse James by the coward Robert Ford, Cave arrancó el show con Antrhocene, un tema de Skeleton Tree que dice: "All the things we love, we lose".
Para los que seguimos a este malditista desde que lo escuchamos por primera vez, esta rumia sobre la pérdida, el recuerdo de que se viene la noche, los cambios intempestivos de humor, la trama musical de violencia y calma, la desorganización de las emociones, y el sexo como alivio y condena de este Lord Byron de 59 años no nos sorprende, nos da la droguita que queremos.
Pero la frase de Anthrocene suena diferente, porque a Cave y a su esposa Susy en el 2015 se les murió su hijo de 15 años, Arthur Cave. En un trip de ácido se cayó por un acantilado y rodó desde el cielo a la tierra y no lo pudieron salvar. Un Ícaro al que se le derritieron las alas. Un amigo, sabiendo que iba al recital, me escribió y me contó cómo habían reconstruido Nick Cave y su familia sus vidas luego de la muerte de su hijo, y lo que dice Cave es más o menos así: que las cosas que hacés o te pasan no son lineales, no quedan atrás sin más, sino que la vida es como el golpe de una campana que tiene un eco que siempre está en el futuro.
Empecé a escuchar a Nick Cave en Sarandí, en el verano del 94, 95. El barrio estaba completamente monopolizado por las canciones del Grupo Sombras, que salían del equipo de sonido del Fiat 147 del vecino de al lado, del taller mecánico del turco de la esquina, de las ventanas y los patios delanteros de las casas. El hit era Pega la vuelta. Para esa época yo ya pasaba cada vez menos tiempo en mi casa. Estaba terminado el colegio, había empezado a trabajar un poco para comprarme libros y discos y para pagarme salidas, y salía mucho por Capital: San Telmo, Microcentro y un boliche en zona norte que quedaba en la playa.
Escuchaba Velvet Underground y leía a Leonard Cohen, un libro de poemas que se llamaba La energía de los esclavos. Todavía tenía amigos en el barrio pero cada vez me aburría más el barrio y lo que hacían y pensaban mis amigos de ahí. Y al mismo tiempo me sentía una infiltrada en casi todas partes.
Silvina, una amiga, luego amante, luego amiga, luego amante y así, me hizo escuchar The Good Son. Antes, Eduardo, un pintor para el que trabajaba como modelo vivo, luego amigo, en el futuro también amante y pareja, me prestó Henry's Dream. Me siguen pareciendo los dos mejores discos de Nick Cave.
La música en mi vida fue y sigue siendo un catalizador que me ayudó a entender, junto con los libros, con el cine, con caminar por todas partes, con cuántas cosas rompemos a lo largo de una vida. El amor no dura, no dura la amistad, nuestros prejuicios se van sofisticando y los vínculos son intermitentes como una lamparita floja. Las cosas se acercan y alejan todo el tiempo, son como olas que vienen hacia una y enseguida pierden la forma cuando llegan a la orilla.
Vi a Nick Cave dos veces antes, una en el Teatro Ópera, y dos días más tarde, lo volví a ver en la cancha de Ferro. Como si las cosas llamaran a las cosas parecidas, volví a verla a Silvina en esos recitales. En los dos shows, el primer tema que tocó fue Stagger Lee, de Murder Ballads. El último tema que tocó acá, en el Kings Theatre, fue Stagger Lee.
Es una historia que tiene la forma de una esfera. La misma forma que me lleva a pensar acá, mientras escribo esto en una máquina que me prestaron por 45 minutos en una biblioteca pública de Nueva York, que del barrio y sus cosas hay que irse, pero que las cosas se van con vos.
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