El nuevo libro de Oscar Dinova (que se presenta el miércoles 24 de mayo en la Editorial Dunken, Ayacucho 351, casi esq. Corrientes, a las 18.30 horas) es una suerte de autobiografía en tres momentos, tres estaciones: infancia, juventud, adultez.
Por milagro o por azar, Dinova sobrevivió a la represión ilegal que se cobró la vida de tantos camaradas y amigos. Logró llegar a Brasil y pidió asilo en Francia, donde vivió hasta la vuelta de la democracia. De esa experiencia surgió otro de sus libros, Bululú – Memorias del exilio. Casado con Diana, otra sobreviviente, reconstruyeron su vida junto a sus tres hijos en Mercedes, la ciudad natal de Dinova. Él se hizo maestro rural; de Francia importó un sistema educativo para las familias del campo, experiencia que plasmó en Historia de las Escuelas de Alternancia. También se dedicó a "hablar para siempre", es decir, a escribir.
Aquí se reproduce un extracto de la segunda estación de este recorrido, la más cruel, con toda seguridad; esa en la que no sólo es pasajero de un solitario tren del conurbano, sino de un proyecto que está siendo devastado de la peor manera. El autor no baja línea; cuenta descarnadamente sus vivencias en una ciudad que pasó de escenario de la felicidad de pertenecer a un proyecto colectivo a lugar temido, siniestro, donde todos los días desaparece alguien, y donde una organización multimillonaria deja a la intemperie a sus "soldados", aislados ya por un militarismo suicida.
El Tren de la Vida. Estación Juventud (Extracto)
[…] Nunca habíamos imaginado que la cosa iba a estar tan fulera, tan difícil, cuando hace un año nos parecía que la llegada de los militares al poder pondría claridad en el panorama político de nuestro país. Que así la gente vería con más facilidad al verdadero enemigo y nosotros podríamos encabezar con holgura, primero la resistencia y luego la toma del poder.
Pero no resultó así, la cosa está más jodida de lo que nunca imaginamos. Había empezado bien diferente, sí, casi como empieza un amor adolescente, lleno de magia y color, sin brumas ni nubarrones, todas esperanzas. Cuando llegué a La Plata no tenía bien claro mis estudios, deambulaba entre alguna de las carreras sociales para al fin definirme por Psicología. No era que me entusiasmara tanto estudiar la psiquis humana, sino que admiraba a mis profesores, que me habían dado un espaldarazo para descubrir el mundo.
La vida tiene esos tiempos de torbellino, de experiencias a borbotones; esta fue, a luces vista, la más vertiginosa de todas
Así se fueron tejiendo estudios, amistades y compromiso militante, que combinaba admiración por la valentía de guerrilleros combatiendo dictaduras de larga data y la entrega de nuestras energías juveniles a los más necesitados. La vida tiene, a veces, esos tiempos de torbellino, de experiencias a borbotones, con poco tiempo para asimilar las cosas, esta fue, a luces vista, la más vertiginosa de todas. […]
Y así arrancamos, el Ratón no había terminado el bachillerato fruto de una sanción en la escuela secundaria a causa de una revuelta en el tumultuoso 1973 que vio reinstalarse una frágil democracia de las manos del Tío Cámpora. Pero como no quería dejar de militar lo pasaron a la JUP de Humanidades, justamente donde cursaba yo. El título podía esperar, la Agrupación política no.
Luego de unos meses habíamos avanzado más en el compromiso militante que en los estudios, o mejor, uno se llevaba puesto al otro. A fuerza de ahondar en lecturas políticas nos convencíamos día a día de que la cosa pasaba por el mundo de los trabajadores y no de los estudiantes. Cada vez nos resultaban más huecas las discusiones en los recintos académicos y más interesante el universo del barrio, de las fábricas, por ahí tenía que pasar la cosa. Sí, pero… pero no sabíamos trabajar. Nos habíamos criado en familias de clase casi media, con el sueño de que no tuviéramos que agarrar la pala como nuestros abuelos. ¿Cómo haríamos para ingresar en el mundo laboral de fábricas importantes, como las metalúrgicas, por ejemplo?
Allá fuimos, a estudiar tornería, ajuste y soldadura
— Estudiemos, Broto, estudiemos, me arengó el Ratón con aire circunspecto mientras se zampaba el último pedazo de milanesa llegada de Mercedes.
— ¿Estudiar? le respondo, estupefacto. ¿De obrero, querés decir? ¿Y dónde se estudia de obrero industrial, estimado sabelotodo?
— ¿Y dónde se va a estudiar Broto? alega con suficiencia. ¡¡En una escuela de artes y oficios, adónde va a ser!!
Y allá fuimos, yo Broto-Oscar y Carlos-Ratón a estudiar tornería, ajuste y soldadura en la Escuela Industrial de 9 y 47 distante 3 cuadras de la ex-facultad. No habían sido solo trescientos metros más al sur que nos habíamos corrido sino varios años luz más lejos de mi proyecto original. […]
Había pasado, casi sin darme cuenta, de la universidad a la secundaria nuevamente, de la manutención familiar al trabajo cansador de frentista, pero también del logro personal al proyecto colectivo, a la felicidad de saber que estábamos intentando cambiar un mundo de injusticias por otro más solidario, más decente y más equitativo para todos los argentinos. Ahora en la UES, todos nuestros compañeros de militancia eran más pibes que nosotros, en un toque éramos los mayores, los adultos de una agrupación, nos cabía otra responsabilidad también. Disfrutamos lo que quedaba del ´74 y todo el ´75 como lo puede uno hacer en esos tiempos de efervescencia y certezas. Actos, peñas, volanteadas, citas y pintadas se sucedían sin interrupción, días interminables, plenos, a los que les sumábamos trabajo y estudio. Y ahora los dos en serio, pues debíamos ser ejemplo.
La rúbrica a esos buenos meses fue la lucha por el Boleto Secundario, impecable reivindicación de todo el estudiantado platense que marchó para obtenerlo por las arterias perfumadas de tilo de la capital de provincia. Fueron los días del bello arco iris, con nuestros primeros amores tomándonos de las manos.
Del otro lado, las organizaciones guerrilleras se empeñaban en sabotear cualquier intento de salvaguarda democrática y nos deslizábamos imperceptible pero inexorablemente al abismo
Pero con la conquista del boleto y la vuelta a la cotidianeidad pudimos empezar a ver alejarse el buen tiempo y trepar amenazantes densos nubarrones de tormenta en horizontes cada vez más cercanos. Nunca un temporal llega de improviso, se van viendo señales, pequeños indicios de que llegará el aguacero, no los queríamos ver plenamente, intentamos engañarnos o no darles las verdaderas dimensiones. Suele pasar que lo se tiene más cerca es lo que más cuesta poder ver.
Y sin embargo la realidad de nuestro país quemaba. Hace tiempo ya, que Perón había muerto, en su lugar una mujer incapaz y diminuta era llevada de las narices por los verdaderos dueños del poder. Del otro lado, las organizaciones guerrilleras se empeñaban en sabotear cualquier intento de salvaguarda democrática y nos deslizábamos imperceptible pero inexorablemente al abismo. Montoneros, la nuestra, había pasado a la clandestinidad una semana antes que la UES obtuviera el logro del Boleto Secundario. Un despropósito. Conquistábamos con movilizaciones y actos un logro de miles de pibes y la organización se sumergía, decisivamente, en la lucha militar.
Nos piden que pintemos que ‘Formosa son 50 fusiles recuperados para el pueblo’
Pero la señal definitiva vendría del norte argentino unos días después. El 6 de setiembre de ese año un pelotón montonero ataca en Formosa un cuartel repleto de colimbas con el propósito de recobrar armamento. Empezamos a preguntar, a intentar despejar dudas, no hay caso, fueron peores las explicaciones que intentan bajar a las bases que los hechos, están llenas de ilógica, de infantilismo. Nos piden que pintemos en las paredes mudas de La Plata que Formosa son 50 fusiles recuperados para el pueblo. Argumento que hace unas semanas se han cobrado millones de los Born, que para qué hacer a matar soldados conscriptos y compañeros, etc. Nada, marche preso. Te ponían cara fea encima.
Señales, hubo señales, la tormenta cubría sin remedio el cielo, el precipicio estaba cada vez más cerca. A veces parecíamos festejar llegar ahí. Éramos demasiado jóvenes. […]
Ingenuamente pensamos que la intervención de las fuerzas armadas criollas no tenía nada que ver con un verdadero golpe de Estado
Los primeros meses después del Golpe intentamos seguir con nuestras rutinas, nuestros estudios. Ingenuamente pensamos que la intervención de las fuerzas armadas criollas no tenía nada que ver con un verdadero golpe de Estado, dado que no habíamos tenido bombardeos para tomar la casa de gobierno o largas filas de detenidos siendo llevados a cárceles. En una palabra, los subestimamos de pe a pa. El infierno se iba preparando en silencio, como se prepara un cáncer para llevarse una vida. Sin estridencias ni avisar.
En la UES seguíamos nuestras reuniones y tareas de propaganda. Con mayor cuidado pero no mucho más. Algunos compañeros se retiraron a otras funciones y de a poco me empecé a sentir más solo. […] Todo se remite entonces a las prácticas políticas estrictas y nada más. Los estudiantes, sabiamente, no querían saber nada con organizar nada de nada, ni un quiosco para vender sanguches de mortadela en los patios de las escuelas. Era otro signo que tampoco vimos. A mí me faltaba un año para recibirme de tornero-ajustador, pero en mi escuela sólo me acompañaba el Dracu pues lo necesitaba realmente, el Caña también se había ido a otro rol en la organización. No había más alegrías, sólo grises.
Lentamente nos deslizamos a una guerra de aparatos
Todo estaba como en sordina, las instituciones republicanas no funcionaban, pero eso no nos preocupaba demasiado, ya servían de poco y nada antes del golpe, aunque la diferencia la sentiríamos cruelmente. Lentamente nos deslizamos a una guerra de aparatos, tareas de inteligencia pero de entrecasa, adónde vivía un milico, quién era aquél, infiltrarnos en trabajos o lugares claves. Sin darnos cuenta, la lucha por las injusticias de los más pobres perdían importancia, iban quedando a un costado. También algún entrenamiento físico o de armas pero sin armas, que visto a la distancia, se me hace ridículo. Pasaron varios meses como girando en el vacío y un día, en una cita como cualquier otra, el Pícaro me dice con ojos vidriosos;
— Se lo llevaron a Pomelo.
— ¿A Pomelo? ¿Cómo se lo llevaron? ¿Está detenido, dónde?
— No se sabe, no dicen, continúa el Pícaro contrariado.
— ¿Pero quién fue?, ¿Cómo que no saben?, no entiendo. ¿Está en una comisaría no, o en la cárc…?
— Broto, -me interrumpe-, apoyándome una mano cálida sobre el brazo. Llegaron como a la una de la mañana al departamento del padre en un cuarto piso, Pomelo vivía en planta baja. Los llevó hasta ahí pensando que era todo legal. Le dijeron que Pomelo los tenía que acompañar. Se puso un pullover arriba de la camiseta del LPRC, él juega al rugby ¿sabés?
— Como al Patulo, reflexiono, igual que el Patulo, eran milicos, pero encubiertos ¿te acordás? bueno… ¿y?
— Nada, el padre se da cuenta que el documento estaba en la mesa de luz y se va hasta la comisaría a llevárselo. Sapo, acá no está, no señor, no sé señor, blá, blá, blá. No señor, orden de arresto no hay, no. Hace dos días que lo buscan por todos lados, la puta madre. El papá es artista, tiene conocidos, abogados, presentaron recursos, nada, no figura en ningún lado.
— ¡¡No entiendo nada!! ¡Cómo qué no está! ¿Qué hacemos? digo, confundido.
— Si el Pomelo conocía algo tuyo, levantá todo, casa o trabajo, no importa. Además hay que salir a pintar hoy mismo, la consigna es; "Libertad a Abel Vigo, delegado del boleto", pero firmen como Coordinadora del Boleto Estudiantil, no la UES, si no lo quemamos.
— ¿Ese es su nombre, Abel Vigo?, pregunto y aclaro que con el único que puedo salir es con el Dracu, rápido así, no tengo a nadie más con quién hacerlo.
Asiente con la cabeza, me da un abrazo y se va, sonándose la nariz. La puta madre, la puta madre, repito sin sentirlo y cruzo la calle para cualquier lado.
Era 30 de Julio. La puerta del infierno se abría, irremediable, estábamos cayendo al vacío y no nos dábamos cuenta. Las facultades empezaron a ser diezmadas, no se podía estudiar, ni cursar, ni rendir exámenes, no había espacios seguros. Las autoridades legales de los Centros de Estudiantes eran ahora un listado de la muerte. Se empezaron a saber otras cosas, de gente torturada al infinito, de compañeros que eran subidos a autos para marcar a quiénes conocían. No había respiro, ni lugar dónde estar seguros. De irse o alejarse, ni hablar, había que seguir. Alguien había visto a gente esposada y encapuchada que sentaban en terminales o estaciones. No se podía viajar, ni andar por calles céntricas, ni casi nada. La confianza era un estado del optimismo imposible de practicar. […]
16 de Setiembre. El Pícaro llega con los hombros cargados de tristeza y sus pómulos siempre sonrientes parecían apoyarse sobre vidrios molidos. Se llevaron un montón de compañeros, me avisa, son un montón, todos juntos. Ahora sí que la cosa está brava mal. Andá pensando en dejar la escuela y recluirte en un escondite. Nos vemos en un mes, antes imposible, sigan haciendo algo de propaganda, pero cuidáte, Broto, cuidáte. […]
Tengo pensada una escapada por la obra en construcción que da al patio
Dejo pasar una semana, aviso en la escuela que ando enfermo pero que voy a volver. Falta tan poco para terminar. Después voy un día sí y un día no, o llego tarde, doy asistencia y me voy temprano, sin avisar. Las clases de taller son en el Albert Thomas de 1 y 60. Ahí no falto. […] Me siento al lado de la ventana, es un primer piso que da a la calle y puedo junar si algún auto para en las cercanías con varios tipos dentro. Es lo que hacen, usan falcones verdes y torinos blancos. Tengo pensada una escapada por la obra en construcción que da al patio. No sé. Ya se los empieza a conocer. Usan gorro tipo Serpico, bigotes gruesos y zapatillas, parecen ladrones pero son oficiales del ejército. Eso dicen. No sé. De política ni hablar en este momento, todo es mirar atrás y correr para adelante.
Pasaron dos semanas más, ya había avanzado Octubre, un poquito más y tendría el título y entonces sí a meterse en Ensenada a laburar y listo. No dejarse verse más por La Plata. Hoy arranco mejor, temprano y en forma. Ya pasó un buen tiempo, me repito y enfilo con carpeta y todo para la Industrial de calle 9, meta pedal y pedal, el pullover al viento envuelto alrededor del cuello para cortar el aire fresco de la primavera. Me apeo al lado del palo de la luz, cerca pero no tanto de la entrada, libero el candado y cuando rodeo la cadena sujetando a la rueda, una sombra pasa lento detrás de mí y dice, claro, sin mirarme;
— Te están esperando arriba.
Te están esperando arriba, repaso. Te están esperando arriba. Cuatro palabras. Valen por mil, por un millón, por una vida, por… Una corriente eléctrica corrió por mi espalda, giro y veo la espalda de nuestro preceptor que se aleja, levanto la mirada a nuestra ventana, el aula está en penumbras. Me pongo la cadena en el brazo, subo y pico en contramano hasta 47, giro otra vez, pedal y pedal contra el viento, juro que esa bicicleta volaba por la calle quemando el adoquín de esa ciudad, tan querida, tan temida… […]
—El proyecto está primero. —No, la gente está primero, sin gente no hay proyecto…
Están llevándose a todos los compañeros, de dónde sea, de las casas, delante de sus padres, los trabajos, dentro de las escuelas también. […]
Ya no quiero perder a nadie más, ni uno más. Ya perdí demasiado. ¿Cuál era la consigna?, Ah, sí, nadie es imprescindible, sólo el proyecto. Todos somos reemplazables. Mentira, ¿quién reemplaza a Pomelo, o a Claudia, o a Patulo? ¿Quién se los remplaza a sus viejos?
¿De dónde saco yo a otra Pelada? La Pelada me dijo, chau Broto, la Orga me manda a otra provincia, nos tenemos que dejar de ver. Pero Pelada, te pierdo a vos también, por las buenas pero te pierdo, nosotros nos queremos. Vos sos mi primera novia, no te quiero perder. Compañera me corrige, novios no y… vos sabés, el proyecto está primero. No, la gente está primero, no hay proyecto sin gente, le digo y termino; mañana es mi cumpleaños, qué lindo regalo me hacés. Yo no podía saber me dice, no sabía. No claro, si para vos yo soy Broto y vos la Pelada. Dos anónimos somos le dije.