El "El país del río", la crítica y narradora Cristina Iglesia recupera los trabajos periodísticos de dos de los más grandes autores argentinos y destaca coincidencias y diferencias en sus perspectivas y sus modos de contar.
Los tiempos han cambiado desde la época en que los periódicos enviaban a sus cronistas a recorrer otros mundos durante semanas. No se trataba de escribir cinco notas –principal, crónica, entrevista, color y análisis; más el videíto para la web– en dos días. El periodista dedicaba amaneceres y sobremesas en trasnoches a desentrañar personajes y relaciones sociales. Al cabo de unos cuantos días, había suficientes historias en la libreta y, sobre todo, en la retina del enviado. Así, el cronista se revestía de antropólogo para tender puentes entre culturas mientras el público de la gran ciudad, que compraba diarios y revistas de a cientos de a miles, se dejaba enterar y viajaba con la imaginación.
Entre que los editores de El Mundo (diario popular que tuvo su auge en el segundo tercio del siglo XX) enviaron a Roberto Arlt, en agosto de 1933, a remontar el río Paraná a bordo del "Rodolfo Aebi" (paradas en Paraná, Rosario, Reconquista, Santa Fe, Bellavista, La Paz, Esquina, Barranqueras, Corrientes…), y que Rodolfo Walsh viajó para Panorama y Adán a Misiones, Corrientes y Chaco junto al fotógrafo Pablo Alonso, en 1966 y 1967, cambió la Argentina. Pasaron el primer peronismo, el asentamiento de las villas miseria, la diversificación de los medios masivos, la democratización de las universidades y la noche de los bastones largos. Pero a orillas del Paraná, algo de la historia pareció detenerse.
Cristina Iglesia (correntina, doctora en Letras) puso la mirada en los trabajos litoraleños de Arlt y Walsh y publicó El País del Río – Aguafuertes y Crónicas (2016, universidades nacionales de Entre Ríos y Del Litoral). En un análisis a la altura de los textos de ambos escritores, Iglesia ilumina increíbles puntos de coincidencia (a su turno, ambos narran en un registro muy similar la experiencia de un surrealista trencito correntino) y las distancias –de estilo, de concepción periodística- que los separan. ¿Qué lector imaginan?, ¿cuál es el papel del periodista para Arlt y para Walsh? Las respuestas se construyen a partir de la lectura de las crónicas.
Cuando zarpó el "Rodolfo Aebi" de Arlt, éste ya había escrito El Juguete Rabioso y Los Lanzallamas. Venía publicando Aguafuertes… en el diario, abriendo las puertas de los conventillos en una sociedad deselitizada. Sin embargo, durante su periplo por el Paraná, Arlt se muestra como un porteño exacerbado. Escribe con frecuencia ofuscado. Se impresiona por la pobreza y se aburre durante las tardes. Denuncia la vagancia en la crónica "Reconocimiento trágico":
"Poblaciones que viven en la miseria, rodeadas de una espléndida riqueza natural, hombres de brazos cruzados, porque no hay trabajo y el trabajo está esperándolos allí, al margen de su casa"
En "Camino a Resistencia", el ya autor de Los Siete Locos, denuncia: "Chicas precozmente desarrolladas, con sus mugrientos hermanitos en brazos, miran pasar el ómnibus". Por si hiciera falta, Arlt nos recuerda que el razonamiento ramplón de que aquellos que viven de la AUH o protestan frente a un ministerio son meros vagos viene de larga data en el periodismo.
Aún así, pese a su abordaje prejuicioso, da gusto leer a Arlt. En "Yacarés tomando sol", el escritor despliega su estilo. Deja saber que esos mismos "bicharracos" se comieron varios chicos en Asunción e invita al lector a pensar qué pasaría si "viendo el agua playa como la de un lago de Palermo… se larga y, de pronto, gentilmente, como si se encontrara en África en vez de la República Argentina, altura kilómetro 946, ve que por la poética linfa, rapidísimamente, avanzan para trabar conocimiento con usted dos yacarés de estas dimensiones".
El escritor llega a Corrientes y se decepciona. Imagina una ciudad verde, con una costa plácida, integrada al río. En cambio, se encuentra con calles angostas, "cemento y ladrillo. Mosaicos y tejas. Fachadas altísimas…, desperdicio de material de construcción en todas las direcciones". Le dan ganas de ir a encarar al intendente para preguntarle: "¿Por qué no han plantado árboles? ¿Le tienen miedo al árbol?"
El periodismo somero de Arlt le vale unas cuantas críticas de los lectores de El Mundo, al punto de que el autor hijo de alemanes tiene la honestidad de publicar quejas que definen su trabajo como "el de un observador superficial, incluso engañoso". Se defiende con el argumento de que pretendió transmitir la visión de un turista para luego dar lugar, entonces sí, a una descripción cruda de los puertos azotados por la depresión económica.
El de Walsh –27 años menor que Arlt- es otro periodismo. Casi una década antes de emprender una estadía de una semana en el leprosario de "La Isla de los resucitados" (del Cerrito) y de adentrarse en los esteros del Iberá, el cronista había publicado Operación Masacre, y una década después difundiría a través de la agencia ANCLA la "Carta Abierta a la Junta Militar", para luego ser desaparecido.
Walsh se detiene en las historias de los enfermos que habitan una isla en la confluencia del Paraná y el Paraguay. Los habilita a que cuenten su vergüenza, resignación, bronca y esperanza. Va caso por caso; ninguno es igual, todos conmueven. Deja que el director del leprosario, el doctor Iglesia, cierre su crónica de más de 44.000 caracteres, plena de datos, descripciones, instantes y matices, que fluyen en armonía:
"La lepra ataca casi siempre a la gente pobre, mal alimentada, que trabaja de sol a sol… No es la voz de un agitador, la cansada voz que dice esas palabras. Es el dictamen técnico, inapelable, del doctor Iglesia, director del Cerrito y presidente del Jockey Club de Corrientes, que no da rodeos para acusar al latifundio, al desgobierno, a la pavorosa indiferencia de los ricos.
–Hay que quitarse la venda – concluye -. Si no, la quitarán otros".
Walsh relata la crisis de yerba mate en Misiones (yerra y vaticina que el ritual del mate dejará de existir en las ciudades) y se mete en los entresijos del "Carnaval caté", el de Corrientes, que se disputan las comparsas Ará Berá y Copacabana (la primera no acepta ser menos caté –cheta- que la segunda). Pero también muestra trazos arltianos cuando narra, en "El expreso de la siesta", su experiencia en el trencito correntino. En el momento del regreso, el autor de "Esa mujer" y el fotógrafo se quedan dormidos y pierden un tren que avanzaba a siete kilómetros por hora.
"Con esta hazaña, quedamos incorporados a la historia del trencito: somos, Pablo Alonso y yo, los únicos que hemos conseguido perderlo".
*Texto leído durante la presentación del autor de El País del Río, de Cristina Iglesia, el 31 de marzo en la librería Caburé
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