BARCELONA. Lo primero que impacta en el escritor francés Pierre Lemaitre es su amabilidad y cercanía junto a su buen humor. Apetece quererlo desde el primer momento. Abrazarlo y considerarlo un amigo, pese a que confiesa que a veces puede ser algo colérico. Lo segundo que más impresiona son todos los premios literarios que ha logrado, sabiendo que publicó su primera novela a los 55 años. Razón no le falta cuando le choca que le pregunten por qué empezó a publicar tan tarde. "Si me hubiera dedicado a otra profesión, a nadie le extrañaría. Si fuera ingeniero y hubiera decido cambiar de ramo a los 56, a nadie le hubiera extrañado demasiado.Lo bueno de empezar a escribir tarde es que llegué a este trabajo con todas las lecturas hechas".
Pierre Lemaitre (París, 1951) antes de ganar el Premio Goncourt 2013 con su novela Nos vemos allá arriba, ya era un escritor de renombre en el género de la novela policial. Con Irène (2006), su primer thriller, recibió el Premio a la Primera Novela Policíaca del Festival de Cognac e inició la serie protagonizada por el inspector Camille Verhoeven, que incluye Alex (2011, ganadora de varios premios y uno de los libros del año según el Financial Times, que se halla en curso de adaptación al cine por James B. Harris, con guión del propio Lemaitre), Rosy & John (2012) y Camille (2012) Fuera de la serie llegaron, con una extraordinaria recepción por parte del público y de la crítica, Vestido de novia (2014) -Premio del Salon du Polar 2009, que está siendo adaptada al cine- y Ejecutivos negros (2010). Pierre Lemaitre es también guionista de ficción y de series de televisión y ha sido profesor de literatura francesa y norteamericana. Además del Goncourt y del Dagger Award, ha obtenido el Premio de Novela Negra Europea, el Premio a la mejor novela francesa 2013 de la revista Lire, el Premio Roman France Télévisions y el Premio de los Libreros de Nancy-Le Point, y su obra, con más de medio millón de lectores, está siendo traducida a dieciocho idiomas.
Lemaitre es uno de los narradores más directos que podemos encontrar hoy en las librerías y en pocos días llegará a la Argentina para presentarse en la Feria del Libro. Su economía de medios es ejemplar: en sus novelas no sobra una escena ni hay una descripción que no contenga información relevante. Un disfrute para el cuerpo y el alma. De paso por Barcelona, conversamos con Lemaitre sobre sus últimas novelas publicadas en español: Tres días y una vida ( Salamandra) y Recursos inhumanos (Alfaguara).
La primera, retrata con mano maestra la trayectoria vital de un adolescente que, en un fugaz e impremeditado arranque de ira, se ve envuelto en un crimen y debe cargar con el horror y la culpa por el resto de sus días. La segunda, Recursos inhumanos, basada en hechos reales, denuncia la crueldad del mundo empresarial. En abril de 2010 varios directivos de France Telévision Publicité fueron condenados con multas por haber organizado un juego de rol para seleccionar personal en 2005. Aquella historia, que colocaba a la empresa en un lugar de la crueldad humana que no se había visto hasta entonces, removió la conciencia del escritor que quiso criticarlo contando la historia de Alain Delambre, antaño un flamante director de recursos humanos que ha perdido toda esperanza de encontrar trabajo y que se siente cada vez más marginado.
Cuando una empresa de reclutamiento considera su candidatura, está dispuesto a todo con tal de conseguir el empleo y recuperar su dignidad, desde mentir a su esposa hasta pedirle dinero a su hija para poder participar en la prueba final del proceso de selección: un simulacro de toma de rehenes. Sin embargo, la ira acumulada en años de agravios no tiene límites… y el juego de rol puede convertirse en un macabro juego de muerte. De ambas novelas hablamos durante un buen rato y eso nos llevará incluso a analizar la situación política en Francia.
-Gran parte de sus personajes tienen dos caras. Supongo que es porque el ser humano casi nunca es completamente malo o completamente bueno.
-No creo en la bondad o la maldad de la gente. Todos somos capaces de cualquier cosa si las circunstancias nos son adversas. El personaje de la novela, Alain Delambre, lo que está intentando es reestructurar su propia vida y por eso se ve inmerso en esta situación tan extrema. Las cosas fundamentales de nuestra vida son las más inesperadas, las más repentinas.
–Recursos inhumanos parte de un hecho real que ocurrió en Francia: el juego de rol que creó una empresa para seleccionar a su personal. Algo bastante aterrador.
-Sí, parte de un hecho real. La escribí cuando condenaron a quienes organizaron este juego de rol para seleccionar a su personal. Lo curioso es que muchos de mis lectores, cuando leen la novela, lo que piensan que el juego de rol es inventado y, paradójicamente , es lo más real de toda la novela.
-Algo está fallando en esta sociedad capitalista en la que vivimos.
-Si, por supuesto. El capitalismo tiene un enorme problema: la división ingente entre ricos y pobres. En los últimos años hay menos ricos pero se han enriquecido más. En el otro extremo de la pirámide cada vez hay más gente pobre. La pirámide es un volcán y al final explota. En Francia, ocho millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza. Por tanto, algo se ha desplazado. En las sociedades antiguas, tanto la violencia como la muerte estaban muy presentes, eran cotidianas. Ahora no se entiende una violencia que no se ve. Es como luchar contra un fantasma. ¿Quién me ha convertido en un hombre desgraciado? ¿Mi jefe? ¿Mi banquero? ¿El presidente de la República? ¿El ministro de Economía? ¿Los políticos?
-Sus novelas remueven hasta el fondo, a veces son duras, muy duras pero no es posible dejar de leerlas, una vez empezadas.
-¡Gracias! Sí, esa es mi profesión. Consiste en contar historias con las que consigo que el lector se remueva emocionalmente. Yo no me dirijo a la parte racional del lector sino a sus entrañas. El papel del escritor es crear emociones en el lector. Mi trabajo consiste en provocar emociones, positivas o negativas, y por supuesto en una novela negra las cosas negativas están muy presentes, pero es que también lo están en la vida real. Los escritores somos artesanos. Escribir un libro es como fabricar un reloj o un par de zapatos. Es un trabajo muy artesanal.
-Antes nos sentíamos seguros en el trabajo. ¿Qué ha ocurrido en estos últimos años?
-La crisis ha podido con mucha gente, se ha llevado a muchos por el camino. Durante los años de la posguerra la empresa era el lugar donde la gente se realizaba, evolucionaba, uno podía forjar allí su vida y ganaba dinero para crear una familia, tener una casa… Sin embargo, hoy en día tener un trabajo es un privilegio y la empresa se aprovecha muchísimo del hecho de que haya muchos más demandantes de empleo que empleos disponibles y de ahí su crueldad. La empresa en muchas ocasiones, personifica la crueldad. La lección es que hoy en día la dirección de una empresa se lo puede permitir todo. Y cuanto más 'cool' es el ambiente, más severa es la dirección.
-¿Se ha arrepentido alguna vez por empezar a escribir tarde o más le molesta la pregunta que le hacemos los periodistas a menudo?
-(Ríe) A veces sí me he arrepentido pero se me pasa pronto pero soy un hombre tardío. Me casé a los 50 años, fui padre con casi 60… Quizá la ventaja de iniciar una carrera literaria a una edad inusual consistió precisamente en la madurez.
-Hablemos de otra de sus novelas más reciente: Tres días y una vida. Es negrísima.
-Absolutamente negra, negrísima, sí. Sin ser policial porque no hay un misterio, no hay dudas sobre la identidad y la motivación del asesino, apenas hay investigación… Lo que hay es una tragedia. Antoine, el protagonista, es descrito por un gesto que procede de sí mismo. El pequeño Antoine me parece alguien similar a mí de niño, un muchacho "triste y feliz", en palabras del poeta Rilke; sin darme cuenta, he creado un personaje al que, si fuera psicoanalista, definiría como depresivo. Es la parte de mi inconsciente que se ha filtrado en el texto.
-Usted ha mencionado en varias ocasiones que a veces tiene algún ataque de ira.
-Es verdad. Y me los aguanta mi mujer (ríe) Sí que he tenido ataques de ira de vez en cuando, pero nunca la voluntad real de hacer daño. De destruir. Así que, claro, estoy sorprendido. La violencia es como el sexo: no se trata de un fenómeno, es un proceso.
-En Tres días y una vida no falta el chivo expiatorio. ¿Necesitamos siempre uno?
-Si, nos hace falta, para redimirnos. Si no encuentras un responsable es que el responsable eres tú y eso suele no gustarnos.
-Alterna la novela negra con la histórica. ¿Qué le aporta cada género?
-Creo que hay algo en la novela policial y es que permite al lector designar a un culpable, a uno solo; en la vida las cosas siempre tienen diversos culpables y en la novela solo hay uno y eso es tranquilizador. Pero también es verdad la otra variable: que la novela policial nos muestra pasiones que podrían ser las nuestras, ¿quién no ha tenido ganas en un momento dado de liquidar a alguien? Y un último elemento: las novelas policiales nos hablan de las grandes pasiones fundamentales, el hecho de poseer a otro o de matar a otro, como lo hacía antaño la tragedia griega. En la novela histórica me gusta ser verdadero cuando escribo pero no necesito ser exacto. La exactitud no me interesa. Cuando escribes una novela histórica tienes mucha más libertad y yo no conocía esa libertad porque estaba acostumbrado a manejar ese engranaje absolutamente engrasado, de elementos de relojería sumamente precisos, en el género policial, donde tienes que tener la nariz encima todo el rato para que todo esté perfectamente encajado y cuando de repente, adoptas otro género como la picaresca parece que respiras, que tengas un tanque de oxígeno. He disfrutado muchísimo y no quiero abandonar ese disfrute aunque seguiré combinando ambos géneros.
-El ambiente de Tres días y una vida puede llegar a ser asfixiante.
-Es la historia de Antoine, un chico que se juega su destino en un súbito ataque de ira. Un opresivo ambiente de pueblo de provincias acompaña el libro porque mi trabajo es lograr que el lector esté incómodo, se retuerza un poco. Reconozco que me gano la vida así.
-Además de escritor es guionista. Eso tiene que influir a la hora de escribir sus novelas.
-Yo he aprendido mucho de uno de mis maestros, Alfred Hitchcock, pero, en el plano narrativo, las series televisivas son mi mayor inspiración. El cine posee unos límites naturales, en especial de duración. Mientras que la serie de televisión ha permitido recuperar la novela de grandes dimensiones. Todo Breaking Bad o todo The Wire tienen una duración narrativa superior a La guerra y la paz. Esta dimensión novelesca es una gran novedad en las artes de la ficción, porque une la eficacia narrativa del cine a la inmensidad de la novela.
-Ya en el plano político, ¿Francia, y Europa en general, se están radicalizando?
-Sí, hace unos días en los Países Bajos la extrema derecha pudo ganar las elecciones. Yo no creo que Marine Le Pen llegue al poder en las próximas elecciones, pero quizá en las siguientes ya no esté tan seguro. La extrema derecha se va acercando progresivamente. Francia está en una situación de gran peligro pero no tanto por lo que pueda suceder en las elecciones como por el futuro. Detrás del crecimiento de la extrema derecha hay personas, y las opiniones de estas personas. Que gran parte del voto joven piense en votar a Le Pen es la mayor señal de alarma. Eso, y que la gente ya no tenga mala conciencia. Hace veinte años nadie se hubiese atrevido a leer una publicación de extrema derecha en el metro o a defender a Le Pen en su lugar de trabajo. Estamos, no tanto delante de una tragedia política como de una tragedia cultural. Estas ideas están en la cabeza de todo el mundo y con los políticos tan mediocres que tenemos no veo cómo podrán dar vuelta la situación. Lo único que no hemos probado en los últimos 40 años es la extrema derecha, y más tarde o más temprano, sucederá.
-Francia siempre ha sido un país culturalmente muy potente.
-Sí y la suerte de vivir en Francia es que es un país que tradicionalmente ha protegido la cultura, que es todavía un eje importante en ese país, con leyes que protegen mucho los derechos de autor. Tenemos grandes autores y una tradición literaria maravillosa aunque la crisis también ha golpeado allí a la cultura. En un año de elecciones en Francia, se ha abordado poco la cultura. Francia la sigue protegiendo, pero noto un cambio en la clase política: ahora no están tan formados culturalmente como hace treinta años.
-¿Cuál ha sido su canon literario, sus autores de cabecera?
-Alexandre Dumas y Proust, a quien vuelvo regularmente aunque hay muchos más.
-¿Cómo le cambió la vida el Premio Goncourt en 2013?
-Me la cambió totalmente. No es un premio literario cualquiera que te cambie un año, te cambia para toda la vida. Me ha dado libertad, mucha libertad. No sé si hay otro premio literario equivalente que te cambie así la vida.
Sobre el final de la charla, Lemaitre sigue desplegando su buen humor, sin exhibir ni un ápice de esa cólera de la que él suele hablar y se despide cariñosamente, deseando volver a coincidir y repleto de proyectos: nueva novela, de la que poco quiere revelar y varios guiones. Está feliz y mucho de ello se lo debe a la literatura y a su mujer "que fue la que creyó en mí. Tenía confianza en mi trabajo y me animó a escribir".
También tendremos que darle las gracias a su mujer, entonces, todos los que tanto disfrutamos con sus novelas.
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