Madrid. Enviada especial. Eran las 12 del mediodía de este miércoles cuando el mundo del arte (literalmente había gente de todo el mundo) comenzó a acercarse a las puertas de Ifema, el gran predio a las afueras de Madrid donde entre ayer y el domingo se desarrolla la 37° edición de ARCO, la clásica feria de arte contemporáneo que este año cuenta con la participación de Argentina como país invitado. Hoy a la mañana, los reyes de España y el presidente Mauricio Macri con su esposa Juliana Awada harán la inauguración oficial de la muestra. Estos días se encuentra abierta solo a especialistas y recién el viernes se permite la entrada al público general. Bueno, no tan general: el precio de la entrada para el viernes y sábado es de 40 euros, el domingo cuesta 30. Hay entrada reducida para estudiantes, a 20 euros. Como sea, año a año unas 10 mil personas pasean por los pabellones de esta feria en la que 200 galerías de 27 países exponen las creaciones de sus artistas. De esos paseantes, solo algunos muy especiales compran obra: son tanto particulares como instituciones. En este marco de país invitado, 12 galerías de Argentina fueron seleccionadas este año para participar y las ventas comenzaron temprano: ayer mismo.
La "zona" argentina en la que trabajó la curadora independiente Inés Katzenstein se distingue por el color celeste de sus carteles indicadores. A primera hora de la mañana, en un diálogo con periodistas extranjeros, el director de ARCO, Carlos Urroz, comparó la sección argentina con una especie de "museo" de Katzenstein, no solo por la forma en que había trabajado la selección de obras y galerías sino también por el modo de disponer los espacios. Los diferentes stands que exhiben obras de un total de 23 artistas se comunican entre sí por medio de pasillos internos, lo que mientras por un lado les permite mantener identidad, por otro consigue que todo se vea como un continuo.
Katzenstein armó el puzzle que representa en ARCO Madrid el arte contemporáneo argentino y buscó la universalidad de ese arte, más que la localía. Buscó también que la selección de las galerías fuera en algún sentido sustentable a más largo plazo, esto es, que el próximo año algunas de ellas aspiren seriamente a ser elegibles en la misma feria y no que su presencia termine limitada a esta edición. Ante una pregunta por la falta de galerías de las provincias en la selección –una pregunta que se viene repitiendo en calidad de cuestionamiento al criterio curatorial-, la curadora dijo que privilegió galerías con "determinado nivel de desarrollo" y "con un proyecto".
"Y eso se da solo en Buenos Aires, porque es la única ciudad donde los artistas cuentan con las condiciones de producción necesarias", señaló.
Tres fueron los ejes que sobre el final pudo deducir Katzenstein del conjunto seleccionado, a la manera de puntos de comunión y variables que se repiten: la pintura que aún sigue como espacio de experimentación, las cuestiones de sexo y género, como temática persistente y la escritura como principio constructivo de la obra de varios artistas.
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Mientras en las paredes de los stands las obras esperan a los visitantes, por los pasillos de la feria -como siempre ocurre en esta clase de eventos- los abrazos, besos, diálogos y recomendaciones (también los chismes y las críticas) estaban a la orden del día. En ese clima de entusiasmo y estreno, en el stand de Henrique Faría Fine Arts, un hombre preguntó con cierta discreción y en voz baja por dos libros expuestos en una vitrina junto con otra serie de ejercicios gráficos de la artista Mirtha Dermisache (1940-2012). Mientras les daban detalle de la producción, los responsables del stand se los mostraron y luego de revisarlos, ese hombre que se llama Eduardo Costantini y es el millonario creador y dueño del Malba dijo que los compraba. Alguien luego arriesgó que Costantini pagó una cifra que bordea los cinco ceros por ellos.
Ya había trascendido que el mismo empresario había comprado la obra de Alejandra Seeber, una de las seis creaciones –junto con otras de Guillermo Kuitca, Lucio Fontana y Juan Tessi- que por estos días se exhiben en "Ultramar", una de las secciones curadas por Sonia Becce que tiene lugar en el Museo Thyssen-Bornemisza y que podrá verse hasta mayo.
La producción de Mirtha Dermisache en la época en la que produjo los libros que pueden verse en ARCO, abreva en esa singular estética de los grafismos y sus muestras y publicaciones en el CAYC de Romero Brest le otorgaron a la artista y a su obra difusión y trascendencia en el circuito del arte. Para Dermisache, como le explicó a Infobae su último editor, Florent Fajole, la obra solo se concretaba cuando tomaba la forma de libro. Una artista que no solo tenía galeristas sino también editores, ahí la curiosidad.
La obra de Dermisache, que Edgardo Cozarinsky definió en 1970 antes que nadie como "garabatos perfectamente ininteligibles" y que un año después, Roland Barthes en una carta a la artista describió como "un cierto número de formas ni figurativas ni abstractas, que podrían ubicarse bajo el nombre de escritura ilegible", pasará entonces a otras manos apenas termine ARCO.
También se vendió este miércoles una esfera del gran artista cinético Julio Le Parc (un ejemplar blanco, en la línea estética de la gran esfera azul que domina en el CCK). Le Parc participó en una entrevista pública en el stand institucional argentino, que a la hora de la inauguración todavía mostraba detalles de falta de terminación -o de imaginación-, lo que despertó desilusión en los más buenos y duras críticas en los no tan buenos. Se sabe que la esfera de Le Parc fue comprada por un coleccionista argentino y que el precio habría rondado los 350 mil euros. Otro argentino conocido en estos foros, el empresario y coleccionista Hugo Sigman, también compró en ARCO a primera hora, aunque aún no trascendió ni la obra ni el precio.
Posiblemente la obra más cara que se exhibe en el espacio curado por Katzenstein sean las páginas de Besos Brujos, la última y mítica obra de Alberto Greco, que se ofrecen en el stand de "Del infinito" y que hace algún tiempo fueron exhibidas en la Fundación Klemm. Se trata de una suerte de novela gráfica desbocada, el último trabajo de Greco, quien se suicidó en Barcelona en 1966, en medio de una enorme depresión por un romance frustrado con un chileno. Greco buscó convertir su propia muerte en una obra de arte. Luego de terminar Besos brujos, avisó a sus amistades que iba a suicidarse, se escribió la palabra FIN en su mano izquierda y en una de las paredes advirtió para siempre: "Esta es mi mejor obra". Tomó barbitúricos. Lo encontraron aún con vida, rodeado de lápices y otros elementos de dibujo. Murió en el hospital, tenía 34 años y a lo largo del tiempo se convirtió en un referente ineludible de los artistas de vanguardia. La novela de Greco, una explosión que consta de 131 páginas, cuesta unos 500 mil euros y, según los expertos, por sus características su destino debería ser un museo y no una colección particular. En el stand se exhibe también un facsimilar de la novela completa.
Más escritos, más textos plásticos en ARCO. En Ruth Benzacar, una obra de Fabio Kacero lleva al extremo la idea de apropiación de fuentes en el arte. Se trata de varias páginas en las que el artista copia la letra manuscrita de Borges para escribir un texto, pero no cualquier texto: Kacero escribe el "Pierre Menard", imitando la caligrafía de su autor. "Es una cita sobre la cita: una metacita. Él hace lo que hace Borges, pero también lo que hace Pierre Menard, el protagonista del cuento". Para quienes no leyeron el cuento, en ese texto lúdico y célebre, Borges inventa a un personaje que reescribe el Quijote… pero lo hace exactamente igual a como lo escribió originalmente Cervantes.
La obra, cuyo título extremo de literalidad es "Fabio Kacero, autor del Jorge Luis Borges, autor del Pierre Menard, autor del Quijote", ya fue exhibida en 2014 en el MAMBA. En ese momento, en una entrevista con el diario Clarín, Kacero contó que la idea se le ocurrió a partir de una nota en una revista que decía "Cambie de letra para cambiarse usted mismo".
Contó también que al pensar que no iba a ser fácil cambiar una acción tan automática como escribir, decidió copiar caligrafías ajenas. Que primero probó con Lewis Carroll y que recién más tarde llegó a copiar la minimalista letra de Borges y a reproducirla en uno de sus textos más emblemáticos pero ya como obra de arte visual. Un detalle curioso y pleno de paradojas: mientras la letra manuscrita de Borges imitada/apropiada por Kacero fue exhibida en 2014 en la muestra del MAMBA, la verdadera letra manuscrita de Borges en los once folios del original del cuento "Pierre Menard, autor del Quijote" recién pudo ser apreciada por el público en 2016, durante la gran muestra que le dedicó la Biblioteca Nacional en ocasión del 30 aniversario de su muerte.