César Sodero: "Los libros tienen que ser fundantes como las mitologías"

Por Matías Méndez

Sierra Grande es un pueblo de Río Negro que supo albergar en sus entrañas a la mina de hierro más grande de Sudamérica. Sus comienzos se remontan a 1969, cuando se creó la empresa estatal Hipasam que comenzó a explotarla, en 1972, y lo hizo hasta 1991, cuando el presidente Carlos Menem, con un decreto, decidió cerrarla. Con ello, abrió el período más triste para ese enclave patagónico que en poco tiempo se convirtió en un lugar fantasma donde decenas de edificios vacíos y abandonados convivían con la desocupación, la emigración forzada y la pobreza.

El comienzo de la década del noventa y ese lugar encontró a César Sodero en la entrada a la adolescencia. Poco más de un cuarto de siglo después, este escritor que alterna la narrativa con el trabajo cinematográfico eligió el nombre de su pueblo natal para su primer libro de cuentos. Sierra Grande (Alto Pogo), de César Sodero, reúne nueve relatos que pintan con sensibilidad aquellos años en los que el autor se inició en el mundo adulto. Un libro que puede leerse también como una novela en la que las historias están cruzadas por las relaciones filiales y con un escritor que elige el lugar desde donde contar, la mirada de los que perdieron todo y se aferran a sus afectos para edificar un futuro.

Sodero recibió el Premio del Régimen de Fomento a la Producción Literaria Nacional y Estímulo a la Industria Editorial que entregó el Fondo Nacional de las Artes con un jurado integrado por Félix Bruzzone, Fernanda García Lao y Elvio Gandolfo.

Sodero estuvo en el estudio de Infobae para hablar de Sierra Grande, las viviencias que inspiraron su nuevo libro y por qué estos relatos saldan una vieja deuda con su padre.

—Comparto con usted una vivencia personal que me apareció apenas recibí el libro y es el recuerdo de haber conocido Sierra Grande a comienzo de la década del 2000 y haber quedado conmovido por una ciudad que aparecía devastada, con muchos edificios abandonados. Siempre la pensé como el símbolo más claro y evidente del paso del menemismo que creo que refleja muy bien en estos cuentos. ¿La ve así?

—Sí, cuando empecé a escribir el libro, si algo tenía claro, era que quería que se llame Sierra Grande, porque mi idea era tomar un lugar geográfico real, que era mi pueblo, donde nací, me crié y había pasado mi adolescencia en los noventa, que no fue fácil. Quería reconstruir el lugar para poder proyectarle el imaginario de la época. No quería hacer una bajada de línea con historias más políticas, si querés, pero sí quería que en las historias se recree el espíritu de esos noventa, sobre todo de los primeros noventa. Quería recrear esa sensación de lo que habían sido esos años en el pueblo.

—¿Y cómo fueron esos años?

—Fue una época muy difícil porque justo cuando cerró la mina, en el año 1991, yo cumplí 14 años y de alguna manera empezaba la adolescencia. Me fui a los 18 de Sierra Grande y fueron años muy difíciles. No había trabajo, no había plata, no nos íbamos nunca de vacaciones, estábamos atrapados en la dinámica del pueblo, pasábamos todo el año y todo el verano en un ciclo medio denso e interminable. Y ante eso, los amigos, siempre juntos y yendo de un lado para otro, creo que nos salvó la amistad.

—Una de las palabras que sintetiza estos relatos es la aridez, que no es sólo en la geografía de esa zona patogónica sino en esa vida compartida.

—Sí, algo llano. La Patagonia siempre tuvo y aún lo tiene, acabo de volver a ir y está con los mismos problemas de siempre, gente que tiene algo de pionero, como la gente que iba al lejano oeste. Siempre hay problemas de infraestructura, siempre hay algo que falta, no hay agua, el clima no ayuda y la gente siempre está luchando contra el lugar. Como si el lugar fuera implacable, siempre te la va haciendo difícil, no es un clima fácil. En un lugar así, si no tenés amigos, es tremendo. La amistad te salva.

—Es curioso porque no han pasado tantos años y la juventud que usted narra es muy diferente a la de hoy. Aquella está mucho más integrada a la geografía y a la vida de la naturaleza, vinculada con lo lúdico.

—En un punto los personajes tienen algo naïf y también tienen algo como implacable. Son medio tremendos por momentos, se mezcla eso del mundo adulto con el adolescente más pueblerino. Es un combo medio extraño, en un momento son buenos y después hacen cosas como duras. El viento marca mucho; parece un lugar común en la Patagonia pero el viento es un montón de cosas, genera un montón de sensaciones. Un día de viento te quedás mirando por la ventana y es mucho más que eso, te sumerge en un estado.

—Uno de mis escritores favoritos es Guy de Maupassant y en sus cuentos vi cierta influencia de él. Por ejemplo, en esos personajes que se sientan a contar una historia. ¿Le gusta esa literatura?

—Sí, tengo los cuentos completos. Y esto que decís de contar historias es fundamental. Para mí, los libros tienen que ser fundantes como las mitologías, en el sentido de que es un relato y en el pueblo hay una cosa que está muy presente que es la narración oral. Siempre alguien le está contando a alguien una historia, esa sensación de estar narrando siempre es muy de un pueblo, siempre uno le cuenta a otro y el relato se va transformando y después no sabés qué pasó de verdad y qué no, eso también quería rescatarlo.

—El extremo de eso es el chisme.

—Exactamente y en el cuento "Odisea", que es el ruso contando la historia.

Lo importante son las historias y lo importante es contarlas

—Ahí vi a Maupassant.

—Claro, a mí me encanta eso y es muy humano, me encanta eso de que un tipo te dice: "No sabés lo que pasó". Y ahí empieza una historia. Voy al pueblo y todos cuentan historias, siempre hay un relato que es casi mítico. Lo importante son las historias y lo importante es contarlas. A mí muchas veces me preguntan si es verdad todo eso que cuento y qué importa si es verdad.

—El libro tiene tres ejes, pero primero le pido que nos centremos en dos: las relaciones filiales, sobre todo la de padre-hijo y el deseo de "querer ser alguien", como lo dicen en algunas ocasiones los personajes.

—Lo de la relación filial es verdad. Cuando empecé a escribir el libro, pensé que estaba escribiendo una cosa y cuando lo terminé, me di cuenta de que había escrito otra. Me parece que en esa otra cosa todo el libro habla de ser padre y de ser hijo. De hecho, el padre está presente en todos los cuentos, o de lo que es ser hombre, de alguna manera, es este relato de iniciación, pero eso lo fui descubriendo después, cuando lo terminé y lo empecé a corregir. Me di cuenta de que el libro daba cuenta de esa relación y que estaba saldando una deuda, porque la relación con mi papá era algo que venía persiguiendo desde hace tiempo. Mi papá falleció hace mucho y siempre le estuve dando vueltas a eso.

—Se percibe admiración a la figura del padre.

—Puede ser, no lo había pensado nunca así, pero puede ser.

—El tercer eje tiene que ver con ese relato de iniciación y el punto de ingreso al mundo adulto con ojos masculinos.

—Sí, eso está muy presente y además en la Patagonia, que suele ser como más duro.

—A medida que uno va pasando las páginas y cuento tras cuento, hay un autor que crece y se asienta para terminar en el que, creo, es el mejor relato junto con "Los castigos". ¿El orden que le dio en el libro es por eso?

—Sí, siento que el último cuento es el mejor del libro y de alguna manera es el cierre. No tanto "Los castigos"; por ahí lo puedo comparar con otros, sé que tiene otra estructura y se puede leer de otra manera, pero me parece que en el último encontré un tono, incluso encontré un tono para seguir escribiendo ahora otras cosas. Encontré un mundo y como que me animé otros lugares y también puse mucho de mí en ese cuento, puede ser que sea más maduro, también es el último cuento que escribí y el que más tiempo me llevó y cerraba bien el libro, sobre todo por el final y la relación filial de la que hablábamos, es también un cierre a eso.

—¿Aborda de manera distinta las dos formas de narrar que trabaja, el cine y la literatura?

—Hay algo en la técnica que es distinto, pero en ambos casos se trata de construir imágenes, siempre lo pienso de ese lado: cuando escribo cuentos, trato de crear imágenes y cuando pienso en cine, escribo un guion tratando de imaginar imágenes. En ambos casos trato de visualizar imágenes, pero las técnicas son distintas. La literatura tiene un trabajo más solitario y más artesanal, el cine tiene un trabajo más en equipo, es más social y siempre está abierto a otros. La literatura tiene algo más cerrado, más intimista y te permite conexión con otras cosas que me parece que el cine no te permite.

—¿Será por eso que los relatos de Sierra Grande tienen rasgos tan sensoriales?

—Traté de construir los relatos desde los vínculos, que apareciera el lugar desde las relaciones humanas. De hecho, no hay tantas descripciones del lugar, pero van emergiendo de los vínculos de los personajes.

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